El 9 de mayo, a las 12, en el estadio de Wembley, Argentina salió a la cancha con estos once titulares: Rugilo; Colman y Filgueiras; Faina, Pescia y Yácono; Bravo, Boyé, Labruna, Loustau y Méndez.
Por el otro lado, el entrenador británico, Walter Winterbotton, alineó a los siguientes futbolistas: Williams; Ramsey, Eckersley y Cockburn; Taylor y Wright; Finney, Hassall, Metcalfe, Mortensen y Milburn. Estos últimos dos tenían 56 goles convertidos en la temporada de la Liga.
El presidente de la FIFA, Jules Rimet, saludó a ambos equipos y el árbitro galés, Mervyn Griffiths, pitó el inicio de las acciones ante una multitud y un clima frío y gris.
El dominio del juego le perteneció desde el comienzo al equipo local. Ya a los 8 minutos, Rugilo salvó un remate de Hassall anticipando lo que sería el partido de su vida, que pasaría a la historia y sería recordado por siempre.
Sin embargo, a pesar de que el arquero de Vélez Sarsfield se revolcaba una y otra vez, Argentina abrió el marcador. Fue a los 17 minutos cuando Loustau pasó el balón a Labruna, este encaró y eludió al arquero; entonces centró para Boyé, que de cabeza puso el 1 a 0.
A pesar de la desventaja, Inglaterra siguió atacando pero chocó constantemente contra la pared que había levantado Rugilo a base de voladas espectaculares y cruces a los pies de los delanteros rivales, a quiénes los persiguió por toda el área.
El segundo tiempo mostró el mismo desarrollo del juego pero aún más acentuado ya que los jugadores argentinos se quedaron sin piernas. Los visitantes aguantaron hasta donde pudieron, lo que no fue poco. Inglaterra recién consiguió el empate a diez minutos del final cuando Mortensen conectó un centro rasante de Finney.
Pero la fiesta no estaba completa. A los 43 minutos del complemento, el estadio que había estado en silencio ya que temía que su equipo fuera a perder su invicto frente a conjuntos no británicos jugando como local, explotó. Milburn se filtró entre las marcas de Filgueiras y Pescia y, de cabeza, mandó a la red un centro de Finney a la salida de un tiro libre. Así, Inglaterra se impuso 2 a 1.
Ningún miembro de la delegación argentina criticó el resultado. Aceptaron la derrota con hidalguía. Supieron perder. A la distancia, en su país, los medios destacaron la actuación del equipo, en especial la de Miguel Angel Rugilo, quién fue “el héroe” de la jornada.
“El arquero argentino asombró al público londinense. Cumplió una brillante actuación mereciendo frecuentes ovaciones por sus milagrosas atajadas”, señaló la revista deportiva El Gráfico, en la edición de ese mes. Mientras que el relator Manuel Sojit lo calificó como “un león”, de ahí que al guardavalla se le pegó el apodo “El León de Wembey”, para el resto de su vida.
Su labor fue tan impresionante que hasta los medios ingleses, que elogiaron el rendimiento de Argenina en general, alabaron a Rugilo convirtiéndolo en algo inmortal. “El bigotudo y teatral arquero argentino, cuya espectacular acrobacia salvó por lo menos seis goles seguros, es el mejor espectáculo individual que se haya visto jamás en una cancha de fútbol”, publicó The Daily Graphic.
El arquero, que había debutado en Vélez a los 18 años y que se encontraba en el último tramo de su brillante carrera, recordó con suma humildad su actuación un tiempo después. “Yo digo siempre que la mejor manera de referirnos a ese partido es tomar las estadísticas. ¡Inglaterra remató 52 veces al arco! El asedio fue terribe. Llegaban de cualquier manera. Tuvo un par de atajadas y la gente me ovacionó cuando terminó”.
Después del partido, la delegación argentina fue agasajada por los ingleses en el Park Lane Hotel. Allí se elogiaron mutuamente e intercambiaron regalos. Los criollos obsequiaron mates y bombillas mientras que los locales entregaron vasos con la inscripción del festival. Luego se prometieron volver a enfrentarse y los jugadores argentinos volaron de regreso a Buenos Aires para ser recibidos como “cracks” y para entrar en la historia del clásico entre Argentina e Inglaterra al convertirse en los primeros en pisar el campo de batalla británico.
AA
Junio 2003