Arrancamos el paseo cruzando el puente de ingreso sobre el Río Medio y cargando en nuestras espaldas una mochila con provisiones de agua y comida para pasar la mayor parte del tiempo en la excursión. Siguiendo los sabios consejos del polaco “Maciek”, quien ya nos había sugerido realizar este paseo por la mañana dado que según él las condiciones climáticas eran las mejores para hacerlo esa misma jornada, caminamos a través del centro comercial del pueblo –con una arquitectura típica de montaña- hasta la Plaza de Ajedrez y desde allí, en vez de tomar el sendero bajo nos dirigimos por el alto, una especie de callejuela de piedra que se abría paso entre los distintos lugares de alojamiento de estilo alpino hasta pasar por una fuente y hasta la Plaza de los Pioneros.
Hasta allí el camino presentaba una leve pendiente ascendente y era sencillo. En cambio, al tomar por el Paseo del Bosque, el terreno dejó de ser de piedra y comenzaron a aparecer los primeros charcos de barro ya que bien temprano, justo antes del amanecer había llovido torrencialmente, lo que justamente había ayudado a bajar la temperatura del aire que nos agobiaba desde el inicio de nuestras vacaciones.
Salimos de las frescas sombras del bosque y arribamos a la Capilla, una pequeña construcción de piedra con techo de madera y tejas a dos aguas y desde allí seguimos unos pocos minutos más hasta toparnos con una bifurcación ante la cual debíamos tomar una decisión: ascender a la Cascada Grande por un camino más largo, sinuoso y difícil o dirigirnos rápidamente y sin mayores complicaciones a la Olla. Resolvimos visitar ambos lugares y primero hacer la parte más dura y luego la accesible.
Así iniciamos el ascenso a la cascada por un sendero angosto que atravesaba el corazón del bosque y que estaba repleto de raíces y rocas, por lo que en muchas ocasiones hubo que trepar casi en cuatro patas. Tardamos unos veinte minutos en llegar a la caída de agua donde varios paseantes aprovechaban el claro para tomar sol y darse un chapuzón reconfortante. Ya antes de llegar a poner un pie en el agua, uno se sentía mojado por las gotas voladoras de la cascada que caía pesadamente convirtiéndose en la única resonancia del lugar.
Tras un breve descanso allí, en el que nos hidratamos y tomamos una serie de fotografías, descendimos por el mismo camino de ida hasta nuevamente la bifurcación, donde paramos a almorzar a la sombra de unos árboles al costado del camino.
Luego continuamos con nuestro plan de visitar la Olla, un recorrido de apenas tres minutos que desembocaba en un espejo de agua calmo repleto de bañistas que realizaban peligrosos clavados desde las rocas. Mojamos nuestros pies cansados en el agua fría y poco después, tras consultar el mapa, decidimos continuar hacia el Este, bordeando el arroyo Almbach hasta el Lago de las Truchas.
Aquí también debimos elegir entre este trayecto u otros más ambiciosos como el de subir al Cerro Wank, ubicado a 1750 metros sobre el nivel del mar; trepar a las Tres Cascadas y/o pasear por el Peñón del Águila. Es que si bien conservábamos energías suficientes para realizar dichos trayectos, éstos demandaban mayor tiempo del que disponíamos ya que queríamos evitar las contingencias de los bruscos cambios de clima y, en ese sentido, quedar atrapados en una posible tormenta a mitad de camino.
En ese marco, la opción del Lago de las Truchas implicó un recorrido sencillo y breve, y también el más tranquilo, ya que el espacio era grande y los paseantes no se topaban unos con otros tan recurrentemente, por lo que pudimos hallar un rinconcito a la sombra junto al agua para descansar un largo rato mientras calculábamos cuántos nos iba a demorar el regreso hasta la base para tomar el colectivo de regreso a la villa. Y la obvia conclusión fue que debíamos haber arribado al inicio de la excursión unas dos horas antes, para no tener que dejar de visitar sitios atractivos de las cumbres, aunque los que sí recorrimos los disfrutamos al máximo.
Finalmente abordamos el mismo “pájaro blanco” destartalado de la ida y a medida que nos alejábamos de La Cumbrecita, que cuenta con apenas 1.000 habitantes permanentes y a la vez recibe la visita de 360.000 turistas al año, un cielo plomizo cubrió toda la zona alrededor de las 17, al igual que las tres tardes anteriores, como si se tratase del mecanismo de un reloj suizo o del “five o´clock tea” de los ingleses, los cuales nunca fallan y se repiten todos los días a la misma hora.