La puerta de roble laqueado se abrió y apareció la empelada doméstica del comisario Aranguren. Los “policías” saludaron formalmente a la mujer, que se quedó unos instantes parada en el umbral y luego les indicó:”Pasen, pasen, por favor”. Ante la invitación, los nuevos custodios del jefe policial ingresaron a paso lento, en especial, Avalos, quien llevaba una ametralladora debajo de su piloto.
- El señor está terminándose de bañar. Tomen asiento- indicó la doméstica.
- ¿La señora se encuentra?- preguntó “El flaco”, haciéndose el distraído, al tiempo que se sentaba con cautela en el sillón de dos plazas del living comedor, al lado de Emiliano, en tanto que Santino hizo lo propio pero en uno individual, ubicado al costado de la mesa ratona.
- No, salió.
La doméstica luego se retiró a la cocina y a los pocos minutos reapareció con tres tasas de café para los invitados. Después, la mujer volvió a retirarse de la habitación. Al rato, el comisario Aranguren entró sonriendo y agradeció la nueva custodia. Se sentó en el otro sillón individual, situado en frente de dos plazas y quedó cara a cara con Emiliano.
- Usted es el Interior, ¿verdad? Digo, por el tono de su voz- indicó el jefe policial.
- Si, así es señor.
En ese momento, la empelada doméstica anunció que se iba a realizar las compras, tras lo cuál, cruzó la puerta de entrada y salió del departamento. Minutos después, Avalos se puso de pie, sacó su arma y le apuntó al dueño de casa: “Comisario, usted viene con nosotros”. En aquel instante, “El flaco” recordó lo que le habían dicho Marito y Nora: “Si se resisten, lo matan ahí mismo”. Pero Aranguren no dijo ni una palabra y siguió todas las indicaciones de sus captores al pie de la letra.
El comisario salió del edificio con Avalos y Emiliano tomándolo del brazo uno de cada lado y luego lo subieron al auto de Martín y todo el grupo abandonó rápidamente el lugar. Al llegar a la Facultad de Derecho, la víctima fue pasada a la caja de la camioneta donde lo taparon con una manta y quedó bajo la custodia de Marito y el “cura”. Mientras tanto, Nora se pasó al auto de Martín y ambos se fueron a la casa de Sabia en el conurbano a dejar sus armas y los disfraces.
El resto del grupo partió entonces en la camioneta y con la víctima hacia la estancia de la familia de Ramos, en el límite de la provincia. “No paremos para comer ni a cargar nafta”, indicó Avalos a sus compañeros, mientras que Aranguren no habló en todo el viaje, que duró unas ocho horas, entre caminos de tierra y alternativos que pocos conocían.