Dos padres y un Papa - Parte II

El 24 de noviembre de 1977, Yorio había viajado a Roma y le envió una carta al padre Moura, asistente general de la Compañía de Jesús, a quien le resumió su carrera apostólica y los pormenores vividos en torno a las “presiones” mencionadas:

“A mediados de 1971, el entonces P. Provincial (P.O Farrel) me llamó para decirme que el P. General insistía en la importancia de la investigación teológica en Latinoamérica y que, en la provincia, en ese momento, la persona que estaba en mejores condiciones para prepararse a ello era yo. Cuatro años y medio después (fines de 1975), el P. Bergoglio (nuevo provincial) me iba a informar que mi envío a estudios especiales sólo fue una excusa. En 1971, en la Consulta de Provincia (en la que estuvo presente el P. Bergoglio) se había planteado que mi trabajo, tanto en el Máximo como en la comunidad de Ituzaingó, era altamente nocivo y que había que buscar una manera de alejarme. Pedí consejo a un profesor de Teología de V. Devoto muy estimado en Argentina (P. Gera) y la conversación con él me convenció de la urgencia de reflexionar desde la Teología el hecho político latinoamericano. A fines de 1972 nos instalamos en el departamento de la calle Rondeau, un barrio sencillo y antiguo de Buenos Aires. Yo fui nombrado responsable de la comunidad. El superior de la comunidad era el mismo P. Provincial pero el rector del Máximo hacía las veces de observador. Teníamos reunión comunitaria semanalmente. Yo informaba periódicamente al rector del Máximo y al Provincial. Poco tiempo después de instalados (mediados de 1973) comenzaron a llegarnos rumores indirectos (a través de laicos y religiosos) de serias críticas que algunos jesuitas hacían de nosotros. Dos veces, por lo menos, hablamos al P. Provincial de estas habladurías y él nos tranquilizó (hacer oraciones extrañas, convivir con mujeres, herejías, compromiso con la guerrilla, etc.).

“Comunidad del barrio Rivadavia (1975): A fines de 1974, nombrado Provincial el P. Bergoglio se interesa especialmente por nuestra comunidad. Tenemos una o dos reuniones con él donde nos expresa sus temores sobre nuestra disponibilidad (nuevo tema de las críticas) expresamos también nuestra disposición de ir adonde el Provincial nos mandara. El P. Bergoglio nos insistió especialmente preguntándonos si estábamos dispuestos a disolver la comunidad, contestó que no tenía nada en contra de lo que habíamos hecho. Que necesitaba al P. Rastellini para enviarlo a otro sitio. Que los otros tres siguiéramos en la misma experiencia pero que cambiáramos de diócesis. Que tratáramos con el obispo de Avellaneda para instalarnos allí. Después de unos días, el P. Bergoglio me habló diciéndome que no iba a ser posible la ida a Avellaneda, que en lugar de trasladarnos a Avellaneda, nos mudáramos a un barrio pobre (barrio Rivadavia). Nos contestó, el Provincial, que nos quedáramos tranquilos que garantizaba por los menos una presencia de tres años de la Compañía ese sitio. A comienzos de 1975 nos trasladamos a una casita del Barrio Rivadavia. Al poco tiempo de ubicados en nuestro nuevo destino, el P. Ricciardelli, sacerdote del equipo pastoral de Villas y destinado a ser párroco de la Villa Miseria, vino a traerme un aviso especial. El Arzobispo (Mons. Aramburu) lo alertó contra nosotros. El P. Bergoglio había ido a ver al Arzobispo para informarle que nosotros estábamos sin permiso en el barrio (esto ocurrió entre marzo y mayo de 1975). Inmediatamente me comuniqué con el P. Bergoglio. Me tranquilizó diciéndome que el Arzobispo era un mentiroso. También al poco tiempo de estar allí (marzo de 1975) recibí una nota muy escueta del Colegio Máximo que por razones de reestructuración yo no tendría más clases, sin más explicaciones. Un mes más tarde (agosto de 1975) el P. Bergoglio me llamó. Allí me comunicó que había unos primeros informes muy graves contra mí pero que él no los tendría en cuenta. Pero de este segundo pedido de informes, también negativo, me había hecho un resumen por escrito de los cargos que se me hacían. El P. Bergoglio me contestó que había un problema anterior que, según él, era la raíz para que en la Provincia hubiese una falsa idea de mí. Era el problema de la comunidad. Reunidos los tres con el P. Bergoglio, éste nos dice que hay muchas presiones sobre él en contra de nuestra comunidad. Presiones provenientes de la provincia, provenientes de Roma, provenientes de otros sectores de la Iglesia argentina. Que las presiones son muy fuertes, que él no puede resistirlas. Nos habla de la disolución de la comunidad (en noviembre de 1975). Tratamos de buscar las razones. Desacuerdos de origen político, provocados sobre todo por mis incursiones en la teología de la Liberación y por las tensiones del país. En diciembre de 1975, nos volvimos a reunir con el P. Bergoglio. Seguía afirmando que las presiones desde Roma y desde Argentina eran cada vez más fuertes. Para esa época también se acentuaron rumores provenientes de la Compañía sobre participación nuestra en la guerrilla. Las fuerzas de extrema derecha ya habían ametrallado en su casita a un sacerdote y habían raptado, torturado y abandonado muerto a otro. Los dos vivían en villas miserias. Nosotros habíamos recibido avisos en el sentido de que nos cuidáramos. En ese mes de diciembre (1975), dado la continuación de los rumores sobre mi participación en la guerrilla, el P. Jalics volvió a hablar seriamente con el P. Bergoglio. El P. Bergoglio reconoció la gravedad del hecho y se comprometió a frenar los rumores dentro de la Compañía y a adelantarse a hablar con gente de las fuerzas armadas para testimoniar sobre nuestra inocencia. En el mes de febrero (1976), el P. Bergoglio estaba de regreso de Roma. Nos leyó una carta del P. General donde le decía que disuelva la comunidad en término de 15 días, que envíe al P. Jalics a EE.UU. y a los dos argentinos nos envíe a otras casas de la Provincia. La situación del país hacía que nuestra vida peligrara, si no teníamos una protección eclesiástica segura- Para agravar las cosas, por ese tiempo recibí un aviso del Mons. Serra 8vicario zonal) donde me comunicaba que yo quedaba sin licencias en la Arquidiócesis. La razón que me daba para quitarme las licencias era una comunicación que había hecho a la Arquidiócesis el P. Provincial en el sentido que yo salía de la Compañía. Fui a hablar con el Provincial. Me contestó que sólo era un trámite de rutina. Que no tenían por qué quitarme las licencias. Que eran cosas de Mons. Aramburu. Que yo siguiera celebrando misa en privado, que él me daba licencias hasta que consiguiera obispo. Esa fue la última vez que vi al Provincial antes de salir de prisión. La entrevista fue entre 7 y 10 días antes de que me prendieran. Nos dimos cuenta de que nuestro sacerdocio y nuestras vidas corrían mucho peligro”.[1]