Un conflicto de nunca acabar VI

El 6 de abril el Foreign Office anunció la renuncia de Lord Carrington quien asumió la plena responsabilidad de no haber previsto la acción militar argentina y porque alguien debía cargar con la culpa, la haya tenido o no. “Carrington y Nott enfrentan humillación y furia”, fue uno de los títulos de la prensa británica que describió la situación como una “espectacular humillación militar y diplomática”.(5)

La remoción de Lord Carrington había comenzado a gestarse el 3 de abril, durante una sesión especial del Parlamento, que no reunía bajo esa modalidad desde la crisis por el Canal de Suez en 1956. En esta nueva oportunidad, se ensañaron con los conservadores y en especial con el Foreign Office y el reemplazante de Carrington fue Francis Pym.

En tanto, Haig y Costa Méndez se reunieron en Washington y ambos se entendieron a la perfección. El norteamericano habló del interés de llegar a una solución pacífica y de la situación de los dos aliados de EE.UU enfrentados entre sí. También opinó que había que adecuar las aspiraciones argentinas a los principios defendidos por Londres y citó el destino de los habitantes de las islas, a lo que el canciller sudamericano le respondió que no habría obstáculo para satisfacer las demandas de los 1.800 kelpers.

Entonces, Haig propuso el retiro de tropas, el regreso de las fuerzas de tareas y una administración compartida. Las ideas que salieron de esta charla les gustaron a los dos pero Costa Méndez, a pesar de haber recibido el visto bueno de Galtieri para emprender la negociación, frenó el entusiasmo del norteamericano alegando que primero debía consultar con su gobierno.

El 7 de abril, el jefe del Estado Mayor General del Ejército, general José Antonio Vaquero, mandó a llamar a los generales José Villarreal y Reynaldo Bignone, y les pidió que trabajaran en un documento base para las negociaciones que aceptaban a EE.UU como mediador. El documento debía reflejar la posición del Ejército, la Armada y la Aeronáutica.

La propuesta de ambos generales fue sencilla:
- Una administración conjunta de las islas en disputa.
- Mecanismos de cooperación para la explotación compartida de sus recursos.
- Un mecanismo de negociación eficaz para resolver el problema de la soberanía en el menor plazo que fuera posible.

Ese mismo día, Tatcher había determinado un radio de 3.221 kilómetros alrededor de las islas como “zona de exclusión”. Es decir, que si un barco argentino se encontraba dentro de ese radio sería considerado hostil. Era claro que los británicos estaban sorprendidos y enfadados por la neutralidad de los norteamericanos.

El Foreign Office no encarnaba las ideas de Tatcher y menos de un Parlamento que estaba dispuesto a convertirlo en chivo expiatorio del desembarco argentino. Por eso, las conversaciones con la Primer Ministro fueron las que verdaderamente marcaron el rumbo de la negociación.

Tatcher no pensaba negociar desde una posición de debilidad. Si bien elogió modestamente la actitud norteamericana de negociar, dejó en claro que la mediación no podría suplir el esperado “respaldo norteamericano a la causa de la libertad”. Para ella la única solución posible era que el agresor acatara la resolución del Consejo.

Para Tatcher el conflicto era de principios. Ella quería dar una lección de que no podía utilizarse la fuerza en las relaciones internacionales. “No se puede dejar que la agresión de dividendo”, fue su frase de cabecera.

El 10 de abril, a las 11, Haig y Costa Méndez se dirigieron a la Casa Rosada donde los recibió Galtieri, al tiempo que Walters hizo de traductor. Lo primero que hizo el presidente fue elogiar a los Estados Unidos. Mientras tanto, afuera, una multitud gritaba “patria sí, colonia no”.

Galtieri dejó en claro cuáles consideraba que eran los derechos argentinos sobre el archipiélago y que las fuerzas estaban preparadas para responder a cualquier agresión británica. Por su parte, Haig habló con los mismos argumentos con los que había hablado con Costa Méndez, pero esa propuesta chocó contra el espíritu triunfalista del presidente.

Para Costa Méndez, la postura de Haig era inadecuada para alguien que quiere ser neutral. Siempre estuvo haciendo alusiones condenatorias al operativo argentino y todo el tiempo recalcó la importancia de Gran Bretaña como aliado norteamericano y la inflexibilidad de Tatcher. Por todo esto, la misión del norteamericano fue un rotundo fracaso.

Haig abandonó aquella primera reunión irritado con la postura de Galtieri, a quién acusó de vivir en una “irrealidad política”. Sin embargo, al final del día, el enviado norteamericano se volvió a encontrar con el presidente argentino.

En esta segunda reunión, Haig no pudo dialogar sobre los temas en conflicto porque Galtieri de dedicó al mismo juego de presiones que estaba ejerciendo y exigió que EE.UU tuviese un trato equitativo para ambas partes.

La posterior discusión de la Junta Militar no fue menos ardua. En ella, Anaya sostuvo que el desembarco no iba a terminar en una mesa de negociación. Mientras que Basilio Lami Dozo, jefe aeronáutico, afirmó que era necesario mantener abierta la opción de negociar. Galtieri compartía ambas argumentaciones: no le gustaba la idea de retroceder pero menos la idea de perder el apoyo de los norteamericanos.

A las 9 de la mañana siguiente, Haig partió a Londres., donde los británicos, según una encuesta publicada en The Economist, consideraban adecuado en un 83 por ciento el envió de una flota al Atlántico Sur y resistían la intervención norteamericana.


(5) The Observer, abril 3 de 1982.