Por un lado, está la versión británica que establece que en 1592, el navegante John Davis fue el primero en avistarlas. Sin embargo, otros historiadores sostienen que fue Américo Vespucio quién las había visto por primera vez en 1502. De todos modos, fue un holandés, Sebald de Wert, el primero en hacer una descripción clara de su ubicación en un mapa en 1600 cuando España quién tenía los derechos legales sobre los descubrimientos en esa zona.
En 1690, el capitán de navío inglés, John Strong, de Plymouth, fue el primero en desembarcar en las islas. Strong bautizó el estrecho que separa la Gran Malvina Occidental de la Oriental con el nombre de Falkland, en honor a Lord Falkland, comisionado de almirantazgo. De ahí, que para los ingleses las islas adoptan ese nombre.
El capitán Strong llevó una gran cantidad de franceses que bautizaron el lugar como “Isles Malouines”, que en español quiere decir Islas Malvinas.
Los siguientes setenta años mostraron un gran desinterés por parte de los países europeos por habitar esas islas. Pero a finales del Siglo XVIII, Gran Bretaña, Francia y España se percataron de su importancia y comenzó la disputa.
Entonces se sucedieron la construcción de fortines ingleses y el establecimiento de colonias francesas enteras, los primeros en habitar las islas. Para 1766 ya había unas 250 personas radicadas en todo el territorio del archipiélago.
Sin embargo, fue España el país que se quedó con las islas e izó su bandera en esas tierras, ya que Inglaterra no quería entrar en guerra con los ibéricos, por lo que en 1770, ambos países acordaron firmar una declaración de paz.
Todo se mantuvo en orden hasta que en 1816 surgió la República Argentina y ésta reclamó todos los territorios gobernados por el virrey español en Buenos Aires que se extendían hasta las Islas Malvinas. En 1820, una fragata argentina tomó posesión de las islas, en 1823 se nombró al gobernador y en 1826 se estableció el primer negocio: La pesquería Vernet.
En 1828, Luis Vernet fue nombrado gobernador y la isla vivió un año de caos económico y político, circunstancia que fue aprovechada por los ingleses para volver a apoderarse del territorio.
En 1833, la goleta Clio, bajo el mando de James Onslow, llegó de Inglaterra para reclamar los derechos sobre las islas y las recuperó dado que sus fuerzas superaban a las argentinas. Y así comenzó a flamear la bandera británica en las Malvinas.
Luego, siguieron muchos años de disputas diplomáticas en los que Gran Bretaña se mantuvo firme en su posición, en especial, sobre la soberanía de las islas y los deseos de sus habitantes. Para mediados del Siglo XIX, el archipiélago estaba esencialmente habitado por británicos y su principal actividad era la del criado de ovejas. En 1851 había sólo 1.000 animales pero en 1880 ya había casi medio millón. Esto atrajo a los pastores escoceses y galeses.
Además, el comercio funcionaba gracias a la Islas Falkland Company, que se había establecido en 1841 y que había adquirido gran parte del territorio. Sin embargo, las islas no representaban un gran negocio para Gran Bretaña y apenas alcanzaba para que los isleños vivieran modestamente. Por esto Inglaterra tuvo a las Malvinas en medio del olvido por muchos años.
Argentina, en cambio, comenzó a acumular frustraciones y en 1927 amplió sus reivindicaciones hasta las Islas Georgias y Sándwich del Sur.
Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando a los ingleses les interesaba el apoyo argentino, hubo un principio de acuerdo en el que Gran Bretaña cedería la soberanía a cambio del arrendamiento temporal de las islas por parte de Argentina. Pero esta solución nunca se materializó.
El argumento argentino comenzó a tener más eco cuando llegó a la ONU. En 1965 este organismo aprobó la resolución 2065 que definía a las Malvinas como un típico caso de colonialismo y la Naciones Unidas se habían propuesto en 1960 y a través de la resolución 1514, “acabar en todas partes el colonialismo bajo cualquier aspecto”(1)
Pero, según la ONU, Gran Bretaña y Argentina debían solucionar este problema de acuerdo a la carta orgánica y a los intereses de la población de dichas islas. Y cuando en 1967 los cancilleres George Brown y Nicanor Costa Méndez se reunieron y el inglés admitió que la soberanía era “negociable”, nadie pensó que 15 años después habría una guerra entre ambos países.
(1) Una cara de la moneda: La guerra de las Malvinas, The Sunday Times Insight Team, Mayo de 1983