El recuerdo de la derrota del domingo aún estaba fresco en su memoria. Franklin recordaba como El Cobre se había vuelto un hierro frío y oscuro tras el 0-1 ante Los Zorros del Desierto cuando el lunes decidió viajar hacia la mina, ya que desde hacía varios días que no lo hacía y quería tener noticias sobre el rescate. Luego del partido había escuchado que las perforadoras traídas desde los estados Unidos y Australia ya habían cavado hasta los 400 y 500 metros.
“El contacto con los mineros podría ser hoy o mañana”, pensó el joven, entusiasmado, antes de salir hacia el yacimiento donde ya sumaban casi 1.000 los voluntarios dedicados a las tareas de rescate y de asistencia a las máquinas, más utilizadas en los pozos de petróleo pero altamente precisas y capaces de calibrar y corregir el rumbo de la perforación en el mismo momento en que se produce.
Al arribar al yacimiento, “el caquito” primero pasó por el campamento para verse con su amigo del Deportes que le indicó que mejor iba a ser ir hasta el perímetro y esperar a Lucho, que iba a llevarles información más precisa. Pero Luís no apareció ya que estaba ocupado, por lo que el encargado de saltar el cordón de seguridad para hablar con los familiares y periodistas fue el ministro de Minería.
El funcionario tuvo que ser el canal de comunicación de la última mala noticia: una roca de 135 metros de largo y 700 mil toneladas estaba obstaculizando el sondaje por lo que los técnicos, ante el temor de nuevos derrumbes, decidieron suspender las perforaciones hasta corregir definitivamente el rumbo que debían tomar las máquinas. D esta manera, el contacto con los mineros iba a demorar más días.
- ¡La geología del cerro y la conchetumadre!- expresó Franklin luego de escuchar al ministro y mientras regresaba junto a su amigo hasta el campamento.
- No te sale una caquito: ayer perdieron, hoy venís y se suspende el rescate. Mejor quedate en tu casa.
- Y va a ser mejor, ¿no?- respondió el joven futbolista, sumándose a la broma de su amigo, acostumbrado a perder más seguido.
En cambio, otros familiares en el campamento ya empezaban a llorar desconsoladamente porque los días pasaban y no había noticias sobre las víctimas. “Aunque sea queremos saber si están vivos”, se le alcanzó a escuchar a una mujer, entre lágrimas, y con la voz casi quebrada.