En 1951, cuando Inglaterra venció a la Argentina por 2 a 1 en Wembley por la primera edición de este clásico, las asociaciones de fútbol de ambos países acordaron programar la revancha para 1953, en Buenos Aires. Así, luego de 24 años, un equipo inglés pisó suelo argentino, hogar del mejor producto de su escuela: el fóbal criollo.
“Cuando los ingleses vayan a la Argentina, les devolveremos las atenciones”, dijo Valentín Suárez, presidente de la AFA, luego del partido en Wembley del 51´. Y así fue. De la misma calurosa y cordial manera que los británicos recibieron y atendieron a los argentinos en aquella oportunidad, nuestro país acogió a los futbolistas de Inglaterra.
Pero algunas cosas habían cambiado en esos dos años. En ese tiempo Argentina había comenzado a ganar experiencia internacional. En el 51´ le había ganado a Irlanda por 1 a 0 en Dublín, y en 1952 a España por 2 a 0 en Madrid y a Portugal por 3 a 1 en Lisboa.
Sin embargo, un hecho muy importante para la historia entre argentinos e ingleses había ocurrido. El equipo de River Plate conocido como “La Máquina”, quíntuple campeón argentino, se fue de gira por Europa en 1952. En aquella oportunidad, el conjunto millonario derrotó al Manchester City por 4 a 3 en su cancha, constituyendo así, la primera victoria argentina en las islas británicas. De esta manera, había quedado bastante claro que Inglaterra no era invencible.
El equipo nacional inglés, dirigido por Joe Mercer, llegó confiado a la Argentina como parte de una gira que abarcaría otros países del continente americano, tal como lo había hecho el Chelsea, último club británico de tour por Sudamérica. Pero la temporada 53´ no había empezado de la mejor manera para el conjunto de la corona ya que en abril había empatado 2 a 2 con Escocia en Wembley por la tradicional Copa Británica.
Entre sus filas estaban la mayoría de los jugadores que habían estado presentes en el triunfo sobre Argentina de dos años atrás. Estaba el capitán, William Wright, del Wolverhampton Wanderers, que había marcado el récord de presencias en paridos internacionales con 43. También estaba Thomas Finney, el delantero que había vuelto loco a los defensores argentinos, pero este se perdería el primer encuentro porque estaba recuperándose de una lesión.
Apenas los ingleses llegaron a Ezeiza, autoridades del fútbol argentino y de la embajada británica le dieron la bienvenida. Stanley Rous, de la F.A, aseguró que sus jugadores “constituyen una embajada de cordialidad” y que lo demostrarían en la cancha con “la mayor caballerosidad”, ganándose todo el respeto de los argentinos.
Luego de la recepción, la delegación europea se dirigió a las instalaciones del Hindú Club, en Don Torcuato, al norte del Gran Buenos Aires, para concentrar. Allí realizaron sus entrenamientos, que se mezclaron con partidos de golf, visitas por la ciudad, comidas en el Jockey Club de San Isidro, agasajos en la embajada y la concurrencia al partido entre Quilmes y Argentinos Juniors en la cancha de Ferrocarril Oeste, en el barrio porteño de Caballito.
Las prácticas de los futbolistas de Inglaterra despertaron el interés de todo el país. Los criollos se maravillaron con la potencia física y en especial con el denominado “pechazo franco”, lo que hoy se conoce como “hacer cuerpo” y que en el fútbol argentino era considerado infracción, a pesar de que en el reglamento internacional estaba permitido.