En 1967 el país conoció una extraña calma producto de la mezcla entre expectativa esperanzada y represión. Pero subterráneamente se fueron acumulando tensiones sociales y políticas que desembocaron en una profunda crisis política.
Por ese año, el vandorismo continuó controlando la CGT y su táctica fue la de “dialogar” desde posiciones de fuerza con el régimen militar. Pero, a su derecha se formó un núcleo “participacionista” dirigido por Juan José Taccone de Luz y Fuerza, y Adolfo Cavalli de petroleros; y a su “izquierda” un núcleo compuesto por “Las 62 De pie junto a Perón” y sectores independientes que habían retornado a la CGT.
Estos sectores coincidieron en un punto: era necesario torcer el brazo a Onganía, ya sea para dialogar mejor, debilitar o desarticular al régimen autoritario. Así, el 3 de febrero el CCC resolvió, por mayoría, convocar a un paro general para el 1 de marzo que fue masivo.
Pero la respuesta de la dictadura fue rápida y contundente: se retiraron las personerías gremiales a la FOTIA, FOETRA y a la propia UOM. También se suspendió la aplicación de convenciones colectivas de trabajo y se limitaron beneficios sociales a los trabajadores de la administración pública, ferrocarriles, puertos, servicios eléctricos, etc.
La represión gubernamental indicó a la CGT claramente una cosa: el Plan de Lucha 1963–1964 había sido posible por la existencia de un gobierno cívico–militar en retirada y luego por la permisividad liberal–democrática de la UCRP. Pero todo había cambiado y el nuevo régimen militar tuvo un puño de hierro dirigido al mentón de los sindicatos.
El vandorismo comprobó que había poco espacio para negociar con el gobierno militar. Al encontrarse frente a un Estado altamente concentrado y hostil, la dirección de la CGT no supo que hacer y una parte de la misma se volcó hacia la capitulación lisa y llana.
La derrota provocó un reagrupamiento defensivo que derivó en la configuración del llamado “bloque oficialista” o “nueva corriente de opinión”.
De esta manera, roto el equilibrio de la clásica formula “presionar para negociar”, los participacionistas trataron de negociar de cualquier manera, aceptando las condiciones que imponía la dictadura oligárquica con tal de conservar sus posiciones frente de las organizaciones.
A su vez, la política centrista que hasta ese momento había desarrollado el vandorismo se quedó sin espacio político ya que el régimen no se impresionó por la fuerza teórica de los sindicatos y se colocó en una posición capaz de aplastar los movimientos de fuerza que pudieran organizar los jefes de la conducción gremial.
“Las 62” siguieron divididas después de la derrota que sucedió al paro general del 1 de marzo de 1967 y cuando sus dirigentes llegaron a un acuerdo de unidad, su fundamento residió más bien en la impotencia mutua para hacer frente a la situación.
Mientras tanto, en las fábricas, los obreros también se reagruparon en la última línea defensiva que ya no fue el mantenimiento del nivel salarial sino la defensa de mantener el empleo.
Durante el 67´, los dirigentes gremiales llegaron a comprender que los sindicatos como grupo de presión habían llegado al límite de sus posibilidades durante el pico de movilizaciones en 1964.
La crisis y parálisis del movimiento obrero no fue solo consecuencia de la derrota y desmoralización en las bases, sino también producto de la actitud de participacionistas y dialoguistas de no hostigar al régimen de Onganía.