MONTONCITOS, un invento en la historia

I

Nora estaba terminando de lavar los platos en la cocina, luego de cenar, aunque eso no le impedía seguir elegantemente vestida. Llevaba su larga melena morocha toda arreglada y estaba de espaldas al living comedor donde “El flaco” Avalos miraba la televisión, tirado en un sillón.
La pareja se había juntado hacía tres años y habitaba una sencilla pero amplia vivienda en el barrio porteño de Villa Urquiza, que estaba a nombre de la hermana de Nora, Nancy, y el marido de ésta, Cosme Miguez, un productor radial y aficionado a la fotografía. La nueva ama de la casa era docente y él, siete veranos más joven, estudiaba y hacía algunos trabajos para un estudio de abogados de La Matanza y en una revista que estaba a cargo de su hermano.
Por esas vueltas del amor, se habían unido una mujer de familia de clase media-baja y no practicante, con un muchacho de un seno bien acomodado, nacionalista y cristiano.
Ella había estado casada con un comunista y él, delgado, alto y con rostro anguloso, había pasado más tiempo con sus compañeros del Colegio Nacional, Marito y Ramos, a los que aún seguían frecuentando.
Pero lo más curioso es que el pasado de ambos los había llevado al mismo lugar, la villa 3, donde en medio de las tareas comunitarias y de ayuda social, se conocieron y enamoraron.
 Mantenían una relación profunda en la que compartían muchas otras cosas, como, por ejemplo, el laboratorio fotográfico que había montado Cosme en el sótano de la vivienda y que ellos mantuvieron activo.
“¡Qué hijo de mil puta!”, exclamó Avalos al ver las imágenes que estaba emitiendo en noticiero de las ocho. Al escuchar aquel insulto, Nora dejó sus quehaceres y fue a ver que le ocurría a su novio.
- Mira Nora, ese asesino es ahora el jefe de la Policía ¿A vos te parece?
La mujer miró detenidamente la pantalla en blanco y negro y reconoció rápidamente al comisario Aranguren, con su impecable bigote finito que adornaba esa boca siempre cerrada.
- ¡No te lo puedo creer! Con todos los gorilas que hay, van a poner al peor de todos al frente de la policía- expresó Nora, al tiempo que se sentaba en el apoya brazos del sillón, del que Avalos se había levantado de un salto.
- Algo hay que hacer, Nora. Este tipo no puede seguir haciendo lo que se le canta sin que nadie le diga nada.
- Y, encima, seguro que ahora, que maneja toda la fuerza, nos va a mandar a su gente a molestarnos en la villa. Como hizo en su momento con el padre Pablo.
- Tal cual. Y no te olvides lo que hizo después con Vallejos, su propio subcomisario.
En aquel momento, presa del calor del verano pero aún más de la bronca y la impotencia, Nora recordó una de las frases que más le había gustado escuchar de la boca de Pablo, cuando lo conoció hacía más de 15 años, en la villa. “En mi corazón hay un sentimiento que domina desde allí mi espíritu y toda mi vida: Es mi indignación frente a la injusticia”. Los mismo les había repetido este padre tercermundista a Avalos, Marito y Ramos, a quienes supo tener como alumnos de catequésis.