¡Estamos a seiscientos metros de altura!”, le gritó Sergio a un descontrolado Agustín que quería salir del helicóptero que aún sobrevolaba el mar, ahora más tranquilo y bajo un cielo despejado y un sol radiante. “¡¿Qué carajo hago acá?!”, exclamó Agus. “¡¿Qué está pasando?!”, intervino el piloto, a lo que Sergio le respondió: “Algo malo le pasa a Agustín”, quien, por su parte, les volvió a preguntar cómo sabían su nombre. “Soltame, soltame!”, pidió Agus, mientras Francisco trataba de controlar a su tripulación. “Agarralo, Serg”, que llegamos en dos minutos”, indicó.
Sergio abrazó a su amigo por la espalda y lo inmovilizó, lo que le permitió a Francis seguir piloteando el helicóptero y al cabo de unos momentos finalmente aterrizar en la plataforma del barco carguero.
Apenas tocó el piso del barco, Agustín, quien seguía aferrado a la fotografía, y Sergio, que escondió rápidamente la pistola detrás de su cintura, descendieron del mismo con un salto. Al ver la aeronave, el coronel Enrique corrió junto a Oscar, su lugarteniente, hasta la puerta de la misma e increpó al piloto.
- ¡¿Por qué volvieron?! ¿Quiénes son ellos?- le preguntó el militar.
- Sobrevivientes de la isla.
- Entonces los trajiste acá ¡¿En qué estabas pensando?!
Agustín estaba cada vez más confundido y violento. “¡¿Quiénes son ustedes?! ¿Qué estoy haciendo acá?”, exclamó.
Oscar vio tan exaltado al visitante que intentó acercársele pero Sergio se lo impidió. “Mi amigo está desorientado”, le aclaró levantando las manos en señal de paz. “¡No soy tu amigo! ¡No te conozco, no te conozco!”, le gritó Agus señalando reiteradamente a su acompañante con el dedo índice. Luego caminó hacia el barandal, justo detrás del helicóptero.
- ¿Cuándo empezó a comportarse así?- preguntó Enrique a Francisco.
- Estaba bien cuando despegamos pero después nos encontramos con una tormenta, Daniel dijo que mientras me mantenga en la misma dirección…
El coronel, con una seña de sus manos, le pidió al piloto que se callara y no le diera más explicaciones, y con un leve movimiento de su cabeza le indicó a Oscar que fuera a buscar a Agustín. Pero Sergio se interpuso en el camino del lugarteniente.
- Esperá ¿cuál es tu nombre?- preguntó Enrique.
- Sergio.
- Está bien, Sergio. Vamos a llevar a tu amigo con un doctor ¿Está bien?
- Voy con él.
- Dejá que el doctor lo vea primero y después podés bajar.
Sergio lo miró desconfiado y sin responder.
- Te doy mi palabra ¿Está bien?
El provinciano guardó silencio unos segundos, buscó con la mirada la aprobación de Francisco, quien ni se inmutó. Luego se hizo a un lado y dejó pasar a Oscar hacia donde se encontraba Agustín.
- Esto es un error. No los conozco ¡no los conozco!- dijo Agus al lugarteniente del coronel.
- Te entiendo.
- No se supone que éste aquí- añadió Agustín y luego se desvaneció.