Los cañoneos se desplegaron sobre Puerto Darwin y Argentino. Menéndez reclamaba más apoyo naval y criticaba el accionar intermitente de la Fuerza Aérea. Sus pedidos nunca se retribuyeron y las órdenes siguieron siendo las de disparar a blancos rentables únicamente.
Mientras los Sea Harrier bombardeaban Puerto Darwin y la Royal Navy se concentraba en ese mismo punto, tres cazabombarderos supersónicos Mirage y un avión Super Etendart se lanzaron sobre dos buques que se encontraban 40 millas al oeste de la isla Soledad.
El Super Etendart disparó un misil Exocet que recorrió 35 kilómetros hasta que dio en el Sheffield, el buque más moderno de la flota británica, con 268 tripulantes a bordo, de los cuáles 30 murieron. Éste fue el único y gran logro militar para Argentina y lo que generó más odio entre las filas británicas.
The Observer publicó al día siguiente que el hundimiento del Sheffield fue “la primera seria pérdida” del conflicto y que los altos jefes de la Royal Navy estaban “estupefactos” ya que no podían creer lo que había sucedido.
La guerra continuó y el 15 de mayo los ingleses destruyeron una dotación de aviones Pucará en isla Borbón y volaron el depósito de municiones. Un paso importante en la guerra, que obligó a Menéndez a elevar un documento a la Junta Militar donde subrayó enfáticamente las serias dificultades que debían soportar por la falta de alimentos, de combustible y ropa para las bajas temperaturas. También sugirió reanudar el puente aéreo con el continente.
Por esto, la Junta disolvió al Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS) y formó el Centro de Operaciones Conjuntas en Comodoro Rivadavia, al mando del general García, en una clara demostración de la escasez de recursos y la consecuente falta de respuestas.
Por su parte, Javier Pérez de Cuellar, presidente de la Asamblea General de la ONU, gestionó un texto que se lo había presentado a los diplomáticos argentinos e ingleses el 2 de mayo. Era prácticamente el mismo texto que se había emitido el 17 de abril pero incluía la intervención directa del Consejo de Seguridad.
Francis Pym se opuso ya que Londres estaba dispuesto a una negociación oficiosa pero no aceptaría otra resolución de la ONU que no fuera la 502. Además, el canciller no quería que se ordenara un cese al fuego porque sería considerado un fracaso.
De todas formas, Argentina aceptó los buenos oficios del peruano Cuellar. El subsecretario de Relaciones Exteriores, Enrique Ros, experto en Malvinas, fue designado para encarar las negociaciones, mientras que Gran Bretaña seguiría siendo representada por Parsons.
En las negociaciones Parsons se inclinó más por la idea de un fideicomiso de la ONU y dejó de lado la intención de sondear los deseos de los kelpers. Esta negociación fue desgastante ya que no había reuniones tripartitas y se cuestionaba punto por punto.
Las diferencias persistían. Gran Bretaña quería que la solución definitiva estuviera enmarcada en el artículo 73 de la Carta de la ONU, que incluía el desarrollo de gobiernos propios y de tener en cuenta las aspiraciones de los pueblos de los territorios no autónomos.
En cambio, Buenos Aires no aceptaba esta idea porque era dar cabida a la autodeterminación de los pueblos. Quería una autoridad interina de la ONU asistida por británicos, argentinos e isleños. Además, Gran Bretaña tomaba los casos de las Georgias y Sandwich como casos enteramente diferentes, cosa que Argentina no creía así.
Entonces, el 20 de mayo Cuellar llamó al Consejo de Seguridad y le informó sobre su fracaso. Así, éste comenzó a trabajar en un cese de hostilidades, pero Gran Bretaña obstaculizaba todo con su poder de veto y seis días después, el Consejo sancionó la resolución 505 para darle siete días más al peruano para que negociara. Pero este nuevo intento fue otro fiasco.
Por esto, la Junta disolvió al Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS) y formó el Centro de Operaciones Conjuntas en Comodoro Rivadavia, al mando del general García, en una clara demostración de la escasez de recursos y la consecuente falta de respuestas.
Por su parte, Javier Pérez de Cuellar, presidente de la Asamblea General de la ONU, gestionó un texto que se lo había presentado a los diplomáticos argentinos e ingleses el 2 de mayo. Era prácticamente el mismo texto que se había emitido el 17 de abril pero incluía la intervención directa del Consejo de Seguridad.
Francis Pym se opuso ya que Londres estaba dispuesto a una negociación oficiosa pero no aceptaría otra resolución de la ONU que no fuera la 502. Además, el canciller no quería que se ordenara un cese al fuego porque sería considerado un fracaso.
De todas formas, Argentina aceptó los buenos oficios del peruano Cuellar. El subsecretario de Relaciones Exteriores, Enrique Ros, experto en Malvinas, fue designado para encarar las negociaciones, mientras que Gran Bretaña seguiría siendo representada por Parsons.
En las negociaciones Parsons se inclinó más por la idea de un fideicomiso de la ONU y dejó de lado la intención de sondear los deseos de los kelpers. Esta negociación fue desgastante ya que no había reuniones tripartitas y se cuestionaba punto por punto.
Las diferencias persistían. Gran Bretaña quería que la solución definitiva estuviera enmarcada en el artículo 73 de la Carta de la ONU, que incluía el desarrollo de gobiernos propios y de tener en cuenta las aspiraciones de los pueblos de los territorios no autónomos.
En cambio, Buenos Aires no aceptaba esta idea porque era dar cabida a la autodeterminación de los pueblos. Quería una autoridad interina de la ONU asistida por británicos, argentinos e isleños. Además, Gran Bretaña tomaba los casos de las Georgias y Sandwich como casos enteramente diferentes, cosa que Argentina no creía así.
Entonces, el 20 de mayo Cuellar llamó al Consejo de Seguridad y le informó sobre su fracaso. Así, éste comenzó a trabajar en un cese de hostilidades, pero Gran Bretaña obstaculizaba todo con su poder de veto y seis días después, el Consejo sancionó la resolución 505 para darle siete días más al peruano para que negociara. Pero este nuevo intento fue otro fiasco.