Agustín no había terminado de escuchar la frase del médico cuando, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró parado nuevamente junto a la cabina telefónica del regimiento militar. Todavía llovía a cántaros y vio como el compañero que acababa de empujarlo se alejaba a paso acelerado. Entonces se agachó para recoger las monedas del barro, se introdujo en la cabina y marcó. El teléfono sonó varias veces hasta que atendieron.
- ¿Hola?- habló una mujer.
- ¿Vicky?
- ¿Qué querés Agustín?
- Victoria, escúchame. Estoy en un lío, creo que algo malo me está pasando. Estoy confundido, necesito verte.
- Me dejaste y luego te metiste al Ejército, y ahora me llamás y decís que necesitás verme. Claro que estás confundido. Muy confundido.
- Esta noche comienzan mis dos días libres ¿Puedo ir a verte?
- No. Y ni pienses en pasar por el departamento porque me mudé.
- ¿Dónde?
- No importa. Mira Agustín, voy a cortar. Por favor, no me vuelvas a llamar- dijo ella antes de colgar.
- ¡Vicky! ¡Vicky! ¡Te necesito!
“¡Te necesito!”, volvió a exclamar Agustín, pero esta vez estaba parado frente a Ricky, quien seguía examinándole los ojos con su pequeña linterna.
- ¿Acabás de experimentar algo?- preguntó el médico, pero no alcanzó a recibir una respuesta porque Francisco y Sergio irrumpieron en la enfermería.
- ¡¿Qué mierda hacés, Francis?! No se supone que esté acá y menos con él- recriminó el médico al piloto.
- Lo siento, Doc. Pero tengo una llamada de Daniel que necesita hablar con este tipo.- le respondió Francis agitando el teléfono satelital en su mano derecha.
- Daniel no va a hablar con mi paciente.
- ¡No es tu paciente!- intervino Sergio y tomó al médico de las solapas de su ambo, corriéndolo hacia un costado, contra una de las paredes de la pequeña habitación -Dale el teléfono a Agus- indicó luego al piloto.
Pero el médico accionó una alarma sonora de una perilla colocada en la pared y los fuertes ruidos desataron el descontrol de la situación. Agustín se tapó los oídos y Sergio comenzó a gritarle al piloto: “¡Dale el teléfono ahora!”.
- ¿Hola?- preguntó Agus al colocarse el auricular del aparato junto a su oreja.
- Agustín, soy Daniel. Nos conocimos ayer antes de que despegaras pero supongo que no te acordás, ¿no?- se escuchó al científico decir del otro lado de la línea.
- ¿Despegar? ¿Qué?
- Agustín, no tenemos mucho tiempo para hablar. Decime que año creés que es.
- ¿Cómo que año creo que es? Es 1996.
En la enfermería, Sergio, Francisco y el médico se miraron extrañados. En la isla, por su parte, Daniel hizo una pausa, alzó la vista al cielo buscando una especie de ayuda divina y luego continuó:
- Muy bien, Agustín. Tenés que decirme en donde estás.
- Estoy en una especie de enfermería.
- No, no. Decime dónde se supone que estás en 1996.
- Estoy en un regimiento miliar, en Campo de Mayo.
Al escuchar aquellos desvaríos, Javier quiso interceder pero Daniel le pidió que lo dejara pensar.
- Agustín, escuchame. Cuando pase de nuevo, necesito que te subas a un tren y vayas a la Facultad de Medicina de la UBA ¿Está bien?
- ¿Qué? ¿Por qué?
- Porque necesito que me encuentres.
Daniel hizo una pausa en la comunicación y luego fue directamente a buscar su bolso. Revisó dentro del mismo mientras se preguntaba “¿Dónde está?”. Carla, parada junto a él le consultó por lo que estaba buscando y el científico le respondió:”Mi diario”.
- Necesito mi diario o no le creeré.
-¿Por qué cree que está en 1996?- le preguntó Javier, nervioso.
- No lo sé, no lo sé. Es impredecible. Un efecto aleatorio. A veces el desplazamiento es sólo unas horas. Otras, unos años.
- Esperá, ¿esto ya pasó antes?
- Dame el teléfono, Javier. Por favor.
Javi dudó unos instantes pero le devolvió el aparato.
- Agustín, ¿seguís ahí?- continuó Daniel, mientras la puerta de la enfermería del carguero resonaba por los golpes de Enrique que quería ver al médico retenido por Sergio, quien ahora se apoyaba con toda su fuerza contra la puerta para evitar que entraran a la habitación. “¡Hablale! No puedo retenerlos por mucho tiempo”, le dijo el provinciano a su amigo.
- Si, estoy acá- le respondió al científico.
- Bien. Cuando estés en la Facultad necesito que me digas que fije el dispositivo a 2,342- indicó Daniel mientras recogía esos datos de su diario.
- ¿Qué?- repreguntó Agus aturdido por los golpes sobre el metal y la sirena que no paraba de sonar.
- ¿Entendiste? 2,342. Y debe oscilar a 11 hertz.
Agus escuchó con atención y se anotó aquellos números en la palma de su mano con una fibra negra que encontró en el escritorio del médico.
- Sólo acordate: 2,342 y 11 hertz ¿entendiste? Y una cosa más: si los números no me convencen, tenés que decirme que sabés sobre Estelita.
En ese momento Enrique y Oscar entraron en la enfermería y le sacaron el teléfono a Agustín de un tirón.