III

El sábado 25 de mayo de 1991 el estadio de Wembley fue escenario, una vez más, del clásico Argentina-Inglaterra. Esta vez refereado por el yugoslavo Zoran Petrovic y con pocos hinchas en las tribunas.
Argentina formó con: Goycochea; Basualdo, Vázquez, Ruggeri y Enrique; Simeone, Gamboa, Franco y Martellotto; García y Boldrini.
Por su parte, Inglaterra alineó a los siguientes jugadores: Seaman; Dixon, Walker, Wright y Pearce; Batty, Platt y Thomas; Barnes, Smith y Lineker. Sólo faltaba, nada más y nada menos, que Paul Gascoigne, una de las figuras, que estaba lesionado.
A pesar de todas las precauciones que tomó Basile, Inglaterra tuvo un gran primer tiempo. Argentina no hizo nada de lo que tenía que hacer para contrarrestar el juego de los ingleses. A los 15 minutos los locales ya estaban en ventaja gracias a un gol de su eterno anotador, Gary Lineker, cuando no, de cabeza.
El delantero, goleador del Mundial de México, conectó a la red un centro de Pearce que ejecutó un tiro libre desde la mitad de la cancha y confundió a toda la defensa argentina, que se quedó paralizada, sin reacción. Fue 1 a 0 para Inglaterra y otra vez anotó Lineker, como en 1986.
La superioridad inglesa siguió hasta que el delantero Barnes, figura del partido, dejó la cancha por lesión a los 8 minutos del complemento y fue reemplazado por Clough. Pero un minuto antes, Inglaterra ya se había puesto 2 a 0 con otro gol de cabeza. Esta vez fue el turno de David Platt.
Pero sin Barnes en la cancha y con el 2 a 0 a favor, Inglaterra sacó el pie del acelerador y Argentina creció de golpe. A los 20 minutos del complemento llegó el 1-2. Fue tras un corner ejecutado por Antonio Mohamed que Claudio García, libre de marcas, cabeceó al primer palo y venció a Seaman.
Inglaterra casi no tuvo tiempo de asimilar el golpe, que Argentina volvió a sorprenderlo con otra jugada sacada del repertorio inglés del juego aéreo. Siete minutos después del gol de García, tras otro corner de Mohamed, Darío Franco, desde el punto del penal, selló el empate de cabeza al ganarle en el salto a los centrales Walker y Wright, y ante el estéril esfuerzo de Pearce, que se encontraba en el primer palo. La pelota se clavó en el ángulo y los ingleses se miraban entre sí sin entender nada.
Llegó el final del partido y el 2 a 2 pasó a la historia. Los jugadores argentinos revolearon sus remeras al viento ante una lluvia de insultos, como si hubieran ganado. Mientras que los ingleses se retiraron con la cabeza gacha pero con la Stanley Rous Challenge Cup en sus manos, al menos un consuelo.
“El empate en Wembley tiene una pizca de hazaña” comentó la revista deportiva argentina El Gráfico el 26 de mayo. “Con sabor a milagro”, tituló una de las notas mientras en la tapa se podía ver a los jugadores argentinos festejando. “Se disfruta como un triunfo”, tituló La Nación al día siguiente del histórico empate que hizo recordar lo sucedido en el 2-2 del amistoso de 1974.
Por su parte, la prensa británica resaltó el viejo temepramento de los argentinos. A su vez, Taylor se lamentó por el empate: “Desperdiciamos el triunfo por distracciones defensivas en dos corners, algo inusual en Inglaterra”. Sin embargo, el entrenador dijo estar conforme con el rendimiento de su equipo, que según él, había sido “el mejor” desde que asumió como entrenador de la selección nacional inglesa.

AA
Junio 2003

II

El equipo argentino llegó a Gran Bretaña el martes 21 de mayo cuando pisó el suelo de Manchester. Ese mismo día, la Challenge Cup había comenzado con un claro triunfo de Inglaterra sobre los soviéticos por 3 a 1, en Wembley y ante casi 24.000 espectadores, una cantidad que dejó bastante que desear a los organizadores.
Argentina debía enfrentar en dos días a la Unión Soviética y había viajado nada más ni nada menos que 20 horas ¿El motivo? Las autoridades de la AFA, con la intención de ahorrar 18 mil dólares, había planificado un maratónico viaje.
Primero, los jugadores y el cuerpo técnico se subieron a un avión en San Francisco, donde habían jugado con los norteamericanos. Abordaron el Northwest 1231 con destino a Milwaukee. Allí tomaron el Northwest 1208 rumbo a la ciudad canadiense de Toronto, donde a bordo del British 0092 llegaron hasta la ciudad capital de Londres.
Pero la odisea no terminó allí. Luego de arribar a la capital británica, los argentinos debieron subirse a al avión 4432 de Brtitsh Airlines y viajar hasta la ciudad sureña de Manchester.
Lo cierto es que a pesar del cansancio del equipo argentino, la selección obtuvo un empate 1 a 1 ante los soviéticos. Y no era un mal resultado si se tienen en cuenta las horas del viaje y que, salvo Oscar Ruggeri y Sergio Goycochea, todos los demás jugadores habían debutado en el equipo nacional en febrero ante Hungría. O sea que tenían apenas cuatro partidos de experiencia.
Como si esto fuera poco, el delantero Claudio Paul Caniggia, figura argentina en Italia 90, informó el 22 de mayo por la noche, que no iba a poder jugar ya que no contaba con el permiso de su club, el Atalanta italiano, ya que estaba recuperándose de una supuesta lesión.
Sin embargo, el jueves 23 de mayo Argentina mostró un juego interesante ante la URSS, en especial durante la etapa inicial, donde se puso en ventaja con un gol del capitán Ruggeri de cabeza, una señal de lo que sería el encuentro ante los ingleses.
Pero el cansancio se hizo presente en el segundo tiempo y los soviéticos llegaron al empate y casi lo ganan, si no hubiera sido por las manos salvadoras del arquero Goycochea, que le detuvo un penal al mediocampista Igor Drobowolski.
Con este resultado, Argentina tenía que ganarle a los ingleses si quería llevarse la copa. Pero para eso había que volver a subirse al avión para llegar a Londres, por lo que el equipo siguió desgastándose producto de la desorganización de la AFA.
Mientras tanto, Basile sabía que era muy difícil vencer a Inglaterra, en su propia casa y ante su público. Por eso, al llegar a Londres el Coco buscó el asesoramiento de Osvaldo Ardiles, director técnico del Tottenham inglés y gran conocedor del fútbol de las islas británicas.
Ardiles le advirtió al entrenador argentino que tomara precauciones para evitar que Inglaterra explotara su juego aéreo, una especialidad a lo largo de toda su historia. Le aconsejó que el equipo debía jugar con pases cortos, esconder la pelota y así frenar el ritmo vertiginoso que le gusta imponer a los británicos.
Entonces, Basile modificó el equipo titular que había empatado contra los soviéticos. Sacó al volante central de River Plate, Leonardo Astrada, y colocó un defensor, Fernando Gamboa, de Newell´s. La idea era tener más marca en el medio y mejorar el juego aéreo.
Por su parte, los ingleses, confiados, esperaban el partido pero sin mucho entusiasmo. Tal como había ocurrido en el debut ante la URSS, en el mítico estadio de Wembley no hubo espacio para grandes festejos y demostraciones emotivas por parte de los hinchas.
Sólo se vendieron 44.000 entradas, es decir que el estadio estaba un poco menos del 50 por ciento vacío. Algo poco común para un partido que históricamente despierta el fanatismo de los ingleses.