El padre Rodolfo Ricciardelli, considerado el fundador del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, declaró que antes de la liberación de Yorio y Jalics, supo por medio del coronel Ricardo Floret, asesor del ministro del Interior Albano Harguindeguy, que ambas víctimas habían estado en la ESMA y que tanto el ministro y el presidente Jorge Videla estaban interesados en conocer a dónde los habían llevado porque “la Santa Sede, el Obispo y el Nuncio reclamaban a tambor batiente por ellos”.[1]
Tres semanas después de ese diálogo, los dos padres fueron liberados y Ricciardelli volvió a hablar con el coronel Floret, quien le dijo la libración se había producido gracias a ellos y que el presidente y el ministro querían saber donde habían estado detenidos, “ofreciéndose, incluso, a acompañarlos personalmente a prestar declaración” ante las autoridades.
Ricciardelli dijo que Yorio y Jalics fueron a declarar a la Superintendencia de Seguridad Federal, donde, “por recomendación de los funcionarios que los atendieron” afirmaron “no conocer ni quiénes los secuestraron ni donde estuvieron cautivos”.[2]
Este testigo también dijo que monseñor Serra fue a la ESMA poco después de la detención de los dos padres y que allí le negaron que ambos estuvieran alojados en el lugar.
En tanto, Emilio Mignone, fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales, contó que en septiembre circuló la versión de “fuentes oficiales” que Yorio y Jalics habían muerto, por lo que el Cardenal Aramburu se entrevistó con Harguindeguy, quien dispuso que el coronel Floret investigara lo sucedido. También declaró que en julio había sido recibido por el almirante Montes, “quien le confirmó que los sacerdotes habían sido detenidos por la Infantería de Marina”.[3]
A su turno, Bergoglio declaró que a Yorio y Jalics los conoció en 1961 o 1962, en el Colegio Máximo, y que el primero de ellos “nunca faltó a sus votos”.
También dijo que en aquella época, desde antes del golpe militar, “todo sacerdote que trabajaba con los sectores más pobres era blanco de suspicacias y acusaciones de parte de algunos sectores” y, en ese sentido, precisó: “En junio de 1973, viajé a La Rioja con el anterior Provincial justamente para intervenir en el caso de dos jesuitas que estaban en las misiones allí y que trabajaba con los pobres, y que eran objeto, también, de esas habladurías” (…) Era algo muy común: alguien iba a trabajar con los pobres y era zurdo y eso no se acabó con aquella época”.[4]/[5]
El declarante señaló que “había “acusaciones de tipo ideológico, de tipo de pertenecer a organizaciones subversivas, como era el nombre que tenían en ese momento” pero no de parte de “gente sensata”.[6]
Consultado de quiénes en particular cuestionaban la tarea pastoral de Yorio y Jalics, el testigo respondió que “era un cuestionamiento general” de sectores “diversos” a nivel “transversal”, sobre todo, “sectores de la iglesia y también de afuera”. Y aclaró en el sentido que ese tipo de comentarios era “calumnia”.
Contó que Yorio y Jalics dejaron la Compañía de los jesuitas antes del golpe, y que en el barrio Rivadavia había trabajo de “ejercicios, de dirección espiritual y clases” y que ambos padres colaboraban los fines de semana en la villa 11-14 y luego le contaban lo que ocurría allí.
Dijo que entre 1975 y 1976, cuando él era Provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, había “una preocupación normal” entre los sacerdotes a partir del asesinato del padre Carlos Mugica, por lo que se tenían que “mover con cuidado y bajo ciertos recaudos, como no entrar solos a los barrios y de noche estar acompañados”.[7]
Bergoglio contó que la comunidad del barrio Rivadavia era, en realidad, una “residencia”, es decir, que los padres vivían allí pero, al mismo tiempo, podían trabajar en otros lugares, y que la misma se disolvió por una política de “reordenamiento” de la provincia Argentina para fortalecer obras puntuales y fortalecer otras que estaban débiles y que cree que esa medida alcanzó en a Yorio y Jalics, quienes en el segundo semestre de 1974 se fueron al Colegio Máximo y a la provincia Chilena, respectivamente, aunque podían seguir con sus actividades en la villa 11-14.
Ante esta situación, los dos padres iniciaron un proceso interno para solicitar que no se disolviera la comunidad a la que pertenecían pero no pudieron evitarlo y que el padre general de la Compañía, Adolfo Nicolás Pachón, les dijo que “se disolvía la comunidad o ellos debían buscar otras alternativas, que significaba salir de la Compañía”.[8]
Bergoglio agregó que cuando se resolvió la negativa a la postura de Yorio y Jalics, les solicitaron a los dos sacerdotes que salieran de la Compañía y que él le comunicó al primero el 19 de marzo de 1976 que “debía buscar un obispo”.
Además, señaló que “no supo de la existencia de un acuerdo entre la Iglesia y los militares para que, en caso de que algún padre fuese secuestrado, debían informarle previamente al obispo”.[9]
Sobre el secuestro de Yorio y Jalics, dijo que supo que habían sido detenidos junto a un grupo de lacios luego liberados y que se enteró del hecho el mismo día por un llamado telefónico de una persona del barrio a la que no conocía.
“Me empecé a mover. A hablar con sacerdotes que suponía tenían acceso a la policía y las fuerzas armadas”, declaró que él hizo tras ser advertido del hecho y que luego le confirmaron lo sucedido pero que “no se sabía dónde estaban” detenidos. “Después empezó a decirse que habían sido efectivos de la Marina, a los dos o tres días”, agregó.[10]
Ante esa situación, Bergoglio relató que informó de la noticia a “todos los miembros de la Compañía de Jesús inmediatamente” y que recurrió también al “Arzobispado y a la Nunciatura Apostólica”.
Luego, ante el comentario “vox populi” de que había sido la Marina la que detuvo a los padres, declaró que se “reunió dos veces con el comandante” a cargo de dicha fuerza, Emilio Massera.
“La primera (vez) me escuchó, me dijo que iba a averiguar, que no sabía. Yo le dije: `Mire, estos padres no tienen que ver con nada raro` (…) y quedó en contestar. Como no contestó, al cabo de un par de meses pedí una segunda entrevista, mientras hacía otro tipo de gestiones, donde era casi seguro que los tenían ellos. (…) La segunda (entrevista) fue muy fea, no llegó a los diez minutos…”, relató.[11]
Y continuó: “Me dijo: `Bueno, mire, yo ya le dije a Tortolo (monseñor Adolfo, presidente del Episcopado). Y yo le dije: Mejor dirá a monseñor Tortolo, ¿no es cierto?´. `Bueno, sí`. `Bueno, mire Massera, yo quiero que aparezcan`. Me levante y me fui”.[12]
Sobre quiénes le comentaban que los padres estaban detenidos por la marina, Bergoglio respondió que eran “amigos, conocidos”, personas a las que “acudía en un momento de desesperación”.
El ahora Papa contó que también se entrevistó dos veces con Videla, quien, en el primer encuentro, “tomó nota, le dijo que iba averiguar y le comentó que se decía que estaban en la Marina”.[13]
Bergoglio contó “una vez liberados” Yorio y Jalics, lo “primero que procuró fue asegurar su integridad física; para lo cual, les solicitó que no dijeran adónde habían estado y los sacó del país”.[14]
Consultado de que opinaron las víctimas sobre lo ocurrido en los diálogos que él mantuvo posteriormente con ellos, el declarante dijo: “Con el que más pude conversar es con Jalics las veces que ha venido acá (N. de R.: al país, ya que el padre vive en Alemania). Siempre él con una actitud muy comprensiva. Jalics, creo no quiere recordarse esa época. La dio por superada porque sufrió mucho (…) A mí nunca me dijeron, ninguno de los dos, que yo podría haber hecho más o menos (…) No me reprocharon nada”.[15]
“Alguno me dijo que Yorio habría dicho algunas cosas, incluso me pidió una audiencia para contármelas. Yo le expliqué como eran las cosas y su expresión final fue: `Bueno, entre la versión de Yorio y la versión del arzobispo, lleva de ganar la del arzobispo`”, recordó sin precisar quién fue esa persona que le acercó las opiniones del padre.[16]
Por último se refirió a los denominados “curas villeros”, sobre los que sostuvo que el trabajo que éstos hacían “era variado en los diferentes países, en algunos estuvo muy involucrado con mediaciones políticas y una lectura del Evangelio con una hermenéutica marxista”, lo que “dio lugar a la teología de la Liberación”, y en otros, en cambio, “optaron por la piedad popular, dejando de lado la política, dedicándose a la promoción y acompañamiento de los pobres”.[17]