Agustín recuperó la conciencia dentro de la cabina telefónica, donde se halló sentado en el piso de aquel pequeño habitáculo y sosteniendo con fuerza el tubo del intercomunicador. Soltó el teléfono y miró la palma de su mano, pero las cifras que creía haber anotado allí no estaban. Entonces se paró de inmediato y se fue directo a la Facultad, en la Capital Federal.
Al llegar a la estación subterránea de la Línea “D”, se dirigió a la sede de la UBA cruzando por la plaza, donde los jóvenes estudiantes caminaban de un lado al otro, entre jardines descuidados. Nuestro viajero estaba vestido con una camisa, un pantalón de jean azul oscuro, botas, campera de cuero marrón y una bufanda gris plomo. Llegando a la entrada de la Facultad vio a Daniel hablando con uno de sus alumnos al que le reclamaba mayor “originalidad” en su trabajo. El científico tenía el pelo mucho más largo pero su barba estaba igual de tupida que cuando se habían visto en la isla.
- Disculpá, ¿vos sos Daniel?
- ¿Y vos sos?- repreguntó el científico desconfiado.
- Perdón, soy Agustín Albiol y me dijeron que te encontraría acá- respondió el visitante que hizo una breve pausa -Creo que acabo de estar en el futuro.
- ¿El futuro?- preguntó Daniel sorprendido.
- Hablé con vos en el futuro y me dijiste que viniera a la UBA a buscarte. Dijiste que me ibas a ayudar.
- ¿Y por qué no te ayudé en el futuro?
- ¿Qué decís?
- ¿Por qué te daría el dolor de cabeza de viajar en el tiempo? ¿Entendés lo que digo? Parece un poco innecesario.
Agus se quedó callado, sin saber cómo convencer al científico, que seguía diciéndole que todo aquello le resultaba falso.
- ¿Y no creés que mis colegas podrían salir con algo más creíble? ¿Qué broma es esta?- continuó Daniel y luego comenzó a caminar alejándose de Agustín y dando por terminada la charla -Paradoja temporal, tan poca imaginación.
- Fijá el dispositivo a 2,342 y hacé que oscile a 11- indicó Agus a espaldas del científico, que en ese momento se detuvo y se volvió.
- Bueno, ahora me vas a decir quién te dijo esos números.
- Vos me los dijiste.
- No, esto es ridículo.
- Yo sé sobre Estelita.
Daniel quedó pasmado y luego guió a Agustín hacia su oficina, donde había montado una especie de laboratorio encubierto, donde reinaba el desorden de papeles y tubos de ensayo.
- ¿Qué es todo esto?
- Acá es donde hago las cosas que la Facultad no aprueba- dijo el científico, al tiempo que comenzó a caminar de un lado al otro, frenético y consultaba una pequeña libreta -Esta versión mía del futuro, ha referenciado esta reunión, ¿no? Entonces te recordaría viniendo a la UBA, recordaría esto, aquí, justo ahora.
- En realidad, no.
- ¿No?
- No. Tal vez se te olvidó.
- Si, claro, ¿Cómo iba a pasar eso?- dijo un Danny irónico y luego se colocó un sobretodo extraño, ya que se parecía más a una camisa de fuerza o un delantal industrial.
- Entonces, ¿esto cambia el futuro?
- No se puede cambiar el futuro.
- ¿Para qué es eso?- preguntó Agus señalando la prenda que el científico acababa de colocarse.
- Es para la radiación.
- ¿No me vas a dar uno?
- No lo necesitás. Es para una exposición prolongada. Hago esto veinte veces al día- dijo el científico mientras activaba una serie de botones, perillas y palancas, delante de una amplia mesa en la que se apoyaba un laberinto de madera.
- ¿Y qué te ponés en la cabeza?
- Bueno…
Daniel colocó las cifras que Agustín le había dicho en un ordenador y luego fue hasta una jaula ubicada en un costado y tomó una rata blanca. “Esta es Estelita”, le indicó a su visitante y colocó al roedor dentro del laberinto. Una vez allí, puso una lámpara sobre el animal.
-¿Para qué es eso?
- Si los números que me diste son correctos, esto, lo que hará es despegar a Estelita del tiempo, igual que vos- respondió el científico, al tiempo que encendió la lámpara, de la que salió una luz blanca, poderosa.
Esa energía recayó sobre el diminuto cuerpo de la rata, que se quedó inmóvil, pero respirando aceleradamente. Luego de unos segundos, en los que Daniel y Agustín observaron detenidamente y en silencio, la lámpara se apagó. El científico se sacó la protección contra la radiación y miró a Estelita.
-¿Qué pasó?- preguntó Agus.
- Shhh, todavía no regresó.
Instantes después, la rata comenzó a moverse, en clara señal de que había recobrado la conciencia.
- Ahí está. Bueno, a ver…- dijo Daniel y luego levantó la pequeña puerta que obstruía el paso del roedor dentro del laberinto, tras lo cuál, el animal empezó a recorrer los pasillos. “Vamos, vamos. Eso es”, le decía el científico que seguía los pasos de Estelita caminando alrededor de la mesa.
“¡Funcionó!”, exclamó Daniel cuando la rata llegó rápidamente a la salida del laberinto. “Esto es increíble”, añadió.
- Disculpame, ¿pero qué tiene de increíble que una rata atraviese un laberinto?
- Lo que es increíble es que terminé el laberinto esta mañana y no iba a enseñarle cómo atravesarlo hasta dentro de una hora.
- ¿Entonces la enviaste al futuro?- preguntó Agus sin entender lo que ocurría.
- No, no, no. Fue su conciencia, su mente la que viajó- respondió Daniel y luego corrió hasta un pizarrón donde borró lo que estaba escrito.
- ¿Y esto cómo me ayuda a mi?
- ¿A vos? ¿Ayudarte? No entiendo ¿No te envié para ayudarme?
-No sé por qué me enviaste acá. Todo lo que sé de vos es que terminaste en una maldita isla.
- ¿Una isla? ¿Qué isla? ¿Por qué iría yo a una isla?- repreguntó el científico pero Agus no le respondió porque se desmayó en el mismo momento.