Apenas bajó del micro, Franklin se encontró con un amigo que jugaba al fútbol en “El Deportes”, que a diferencia de su equipo, militaba en la Primera B y su máximo logro había sido ocho años antes, con la obtención del torneo de tercera.
- ¡Ey, Caquito!- le gritó el muchacho al pasarle corriendo por al lado.
- ¡¿Qué pasa?!- preguntó Franklin corriendo detrás pero sin poder alcanzarlo.
- ¡Hubo un derrumbe en la mina!- exclamó el otro muchacho a la distancia y luego siguió su camino.
Franklin se quedó preocupado porque si bien era habitual que la mina se pusiera a “llorar”, no lo era esta reacción desenfrenada de la gente del pueblo, por lo que emprendió rápidamente la caminata hasta su casa, en El Alto, para preguntarle a sus padres qué había sucedido exactamente.
Él y su familia siempre habían vivido en ese barrio nombrado no por la altura del terreno que, de hecho, era todo lo opuesto, al igual que el status de sus habitantes. En el trayecto hasta allí, Franklin recordó cuando a principios de año, los más de 125 mil habitantes de todo el pueblo habían vibrado con el paso del Rally Dakar, pero ahora eran las entrañas de la tierra las que se habían movido violentamente y sacudido la tranquilidad invernal de la población.
El yacimiento minero en cuestión estaba ubicado unos 30 kilómetros al noroeste de la ciudad y poseía más de 100 años de antigüedad. Ya había registrado otros accidentes, por lo cual estuvo clausurada desde marzo de 2007 hasta mayo de 2008. Desde entonces, el incidente más grave había ocurrido hacía poco más de un mes, cuando el desprendimiento de varias toneladas de roca provocó que le amputaran una pierna a uno de los mineros.
Al llegar a su casa, el padre de Franklin le dijo a su hijo que cerca de las 14.05 se había producido un derrumbe en el interior de la mina y que su querido “Caquí” estaba en ese momento trabajando, por lo que estaba muy preocupado. “Hay que rezarle a San Lorenzo”, dijo el hombre, consternado.
Franklin se quedó preocupado porque si bien era habitual que la mina se pusiera a “llorar”, no lo era esta reacción desenfrenada de la gente del pueblo, por lo que emprendió rápidamente la caminata hasta su casa, en El Alto, para preguntarle a sus padres qué había sucedido exactamente.
Él y su familia siempre habían vivido en ese barrio nombrado no por la altura del terreno que, de hecho, era todo lo opuesto, al igual que el status de sus habitantes. En el trayecto hasta allí, Franklin recordó cuando a principios de año, los más de 125 mil habitantes de todo el pueblo habían vibrado con el paso del Rally Dakar, pero ahora eran las entrañas de la tierra las que se habían movido violentamente y sacudido la tranquilidad invernal de la población.
El yacimiento minero en cuestión estaba ubicado unos 30 kilómetros al noroeste de la ciudad y poseía más de 100 años de antigüedad. Ya había registrado otros accidentes, por lo cual estuvo clausurada desde marzo de 2007 hasta mayo de 2008. Desde entonces, el incidente más grave había ocurrido hacía poco más de un mes, cuando el desprendimiento de varias toneladas de roca provocó que le amputaran una pierna a uno de los mineros.
Al llegar a su casa, el padre de Franklin le dijo a su hijo que cerca de las 14.05 se había producido un derrumbe en el interior de la mina y que su querido “Caquí” estaba en ese momento trabajando, por lo que estaba muy preocupado. “Hay que rezarle a San Lorenzo”, dijo el hombre, consternado.