Franklin no lo podía creer. No podía salir de su asombro. Es que el empresario multimillonario devenido poco meses atrás a Presidente de la Nación se encontraba ese martes por segunda vez desde producido el derrumbe en la “ciudad de la copa de oro”. Mientras las perforadoras seguían descendiendo por el durísimo suelo de la mina en procura de hacer contacto con las víctimas, el primer mandatario se volvió a reunir con los familiares de los mineros.
“Esperamos resultado en tres días, como mínimo”, señaló el presidente en una conferencia de prensa a la que asistió todo el pueblo, incluido el joven Franklin, que ni siquiera se había bañado tras el entrenamiento para poder llegar a tiempo. Sólo faltaron los más estoicos de los parientes de los mineros, que no se movían del campamento levantado junto al yacimiento de cobre.
¡¿Cómo iba este joven a pensar en el compromiso del fin de semana ante los zorros del desierto en El Cobre si el presidente estaba hablando de pedir ayuda a los países del primer Mundo y llevar a la mina a los máximos expertos en la materia?!
“Estamos haciendo todo lo humanamente posible pero también está en manos de Dios”, aseguró la máxima autoridad del gobierno al concluir con la conferencia, tras la cuál partió junto a los familiares hacia el yacimiento, para seguir de cerca las tareas de rescate.
Fue una larga caravana vehicular la que es tarde partió desde el centro del pueblo hasta la mina y el joven Franklin, a pesar del cansancio, no se la perdió. Además, ya no trabajaba como repositor en el mercado porque su dueña le había dicho que hasta que no se solucionara esta crisis no podía pagarle. El muchacho se quejó poco porque entendió la situación de aquella pobre mujer tenía a un primo bajo tierra y que pasaba muchas horas yendo y viniendo de la mina.
Al llegar al campamento, entre la muchedumbre que recibió al presidente, Franklin se encontró con su amigo del Deportes, que estaba acompañado por Lucho, que se había tomado un recreo en las tareas de rescate.
- ¿Alguna novedad?- preguntó el recién llegado.
- Seguimos trabajando caquito. Hay que tener paciencia- respondió el bombero, en cuyo rostro comenzaba a dibujarse el cansancio y la frustración.
Los tres se sentaron sobre las piedras para escuchar a lo lejos nuevas declaraciones del presidente, acompañado por el ministro de Minería, que le había comentado las últimas novedades sobre el avance en la sonda y la recuperación de la rampa de ingreso a la mina.
- Me vuelvo con vos Lucho- dijo Franklin apenas la comitiva gubernamental se despidió del yacimiento prometiendo quintuplicar el presupuesto del año siguiente destinado a minería, en la que se empleaban más de 12 mil personas en todo el país.
- No caquito. Hoy no me vuelvo. Me quedo porque mañana es el Día del Minero.
- Es cierto. Me había olvidado. Entonces yo también me quedo.
Y así fue que los tres pasaron la noche en el campamento, junto a los familiares de los mineros y los más de 200 rescatistas que continuaban con sus tareas contrarreloj.