Los padres Orlando Yorio y Francisco Jalics, de la Compañía de Jesús, fueron secuestrados la mañana del 23 de mayo de 1976 -casi dos meses después del golpe militar que instaló en Argentina una sangrienta dictadura que terminó en 1983- por efectivos de distintas fuerzas de seguridad, algunos vestidos de fajina, otros de verde y con boinas rojas, y de la Policía Federal, todos armados, de la casa que ambos compartían en el barrio Rivadavia de la ciudad de Buenos Aires.
Al allanar la vivienda, los efectivos los interrogaron y secuestraron documentación que había en el lugar. Poco después del mediodía, los dos padres fueron trasladados por personas vestidas de civil y en autos particulares no identificables a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), ubicada en la zona norte de la Capital Federal, a pesar de que no había orden de detención para ninguno de ellos, y quedaron alojados en el denominado “Sótano”, donde introducían a los capturados ilegalmente y luego los torturaban.
Según el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), ése sitio funcionaba debajo del Casinos de Oficiales del edificio naval y tenía un pasillo central sostenido por columnas de hormigón que el personal del Grupo de Tareas 3.3 denominó el “la avenida de la felicidad”.
Tras permanecer un tiempo indeterminado en el “Sótano”, Yorio y Jalics fueron derivados a otros dos sectores de ese predio hasta que a fines de mayos los reubicaron en una casa quinta en la localidad bonaerense de Don Torcuato, donde continuaron en cautiverio.
“Que estando en dicho centro clandestino de detención, el padre Yorio fue amenazado con aplicarle picana eléctrica, narcotizado e interrogado con el fin de obtener información sobre su actividad en las villas”, señaló el fallo del Tribunal Oral Federal (TOF) 5 de la Capital que el 26 de octubre de 2011 condenó a prisión perpetua a Alfredo Astiz y a Jorge “El Tigre” Acosta, entre otros acusados, por delitos de lesa humanidad cometidos en ESMA.[1]
Además de Astiz y Acosta fueron condenados a prisión perpetua Ricardo Cavallo, Jorge Radice, Antonio Pernías, Raúl Scheller, Oscar Montes, Alberto González, Néstor Savio, Adolfo Donda, Julio César Coronel y Ernesto Weber.
Precisamente, Montes fue hallado culpable de la “imposición de tormentos agravada por la condición de perseguido político de la víctima” en perjuicio de Yorio y Jalics, entre otros tantos delitos.
Mientras que el tribunal, integrado por los jueces Daniel Obligado, Germán Castelli y Ricardo Farías, fijó penas de 25 años de prisión para Manuel García Tallada y Juan Carlos Fotea; de 20 para Carlos Capdevilla y de 18 a Juan Antonio Azic; al tiempo que Juan Carlos Rolón y Pablo García Velazco fueron absueltos.
Para dichos jueces, Yorio y Jalics sabían que por sus actividades en las villas a favor de la gente más necesitada eran perseguidos por la Dictadura y sus vidas corrían peligro, al tiempo que dio por acreditado que los padres “fueron sometidos a sufrimientos físicos y psíquicos derivados de las condiciones inhumanas de alojamiento, siendo ingresados a una habitación sin luz, en la que permanecieron, sin ningún tipo de atención, arrojados sobre baldosas, encapuchados, con las manos esposadas a la espalda y los pies atados”.[2]
Y de acuerdo a las declaraciones de los propios padres, sus torturadores les reprocharon “leer mal la Biblia”.[3]
Finalmente, ambas víctimas fueron liberadas el 23 de octubre de 1976 en un campo de la localidad de Cañuelas, hasta donde fueron trasladados en helicóptero tras ser drogados por sus captores. Para la Justicia, la liberación fue una consecuencia de “las gestiones efectuadas, entre otros, por la orden religiosa a la cual pertenecían los damnificados y el interés demostrados por la cúpula de la Iglesia católica”.[4]
Por su parte, Rodolfo Yorio, hermano de Orlando, declaró que la situación dentro de la Provincia Eclesiástica era “muy conflictiva” y que antes del secuestro, Monseñor Juan Carlos Aramburu, por entonces máxima autoridad de la Iglesia Católica Argentina, le había prohibido al padre oficiar más misas pero que la autoridad directa, Jorge Bergoglio, “lo autorizó a seguir, en forma privada, celebrándola”.[5]
El testigo señaló que Orlando pertenecía a la Compañía de Jesús, la cual se caracterizaba por la obediencia y que todas las acciones de los sacerdotes “eran autorizadas por Bergoglio” y agregó que el ahora Papa les advirtió a su hermano y Jalics que “tenía mucha presiones, muy malos informes de ellos, que sabía que eran todos falsos y que debían abandonar el trabajo pastoral en las villas”.[6]
El hermano del padre secuestrado contó que les dijeron a Yorio y Jalics que hicieran su trabajo en otro lugar y que ellos aceptaron, siempre y cuando, fuera en favor de los pobres, pero la situación se volvió cada vez más rígida y Bergoglio les dijo “que no soportaba las presiones”, les dio tiempo para que se “incardinen” y explicó: “Así como un soldado no puede carecer de un superior, un cura tampoco”. Y ante esa situación, ambos padres fueron a ver al entonces obispo de Morón, Miguel Raspanti, “recomendados por su superior”.[7]