El Plan Prebisch comenzó con una devaluación de la tasa de cambio para aumentar las exportaciones, lo cual originó un alza de los precios de los alimentos y los insumos importados. Se pensaba que en una segunda fase los industriales aceptarían recortar sus beneficios y aumentar los salarios para atenuar el impacto de la devaluación sobre los ingresos de los asalariados, y que en una tercera etapa -ordenando las variables principales de la economía y con un sindicalismo “paternalista” desarticulado- sería posible eliminar los regímenes de aumento salariales masivos y pasar a incrementar los salarios a través de remuneraciones diferenciadas de acuerdo a la productividad del trabajo.
Pero Prebisch no conocía a fondo a los empresarios argentinos que no estaban dispuestos, ahora que podían actuar sin el control sindical, a rebajar sus beneficios y orientarse hacia un comportamiento empresarial competitivo. Por el contrario, pensaban que habían derrotado a los sindicatos y que la clase obrera debía aceptar la pérdida de sus conquistas socio-laborales; por lo que una comisión asesora dentro del Gobierno, del área de Economía y Finanzas encabezada por Kriger Vasena, criticaba abiertamente al secretario de la CEPAL.
Ante esa situación, el Gobierno intentó primero convencer a los empresarios que no trasladaran los aumentos salariales a los precios pero los empresarios los recargaron entre un 20 y un 30 por ciento, lo que obligó al oficialismo a fijar precios máximos hasta febrero del '57. De esta manera, un Gobierno que había llegado para restablecer las “leyes del mercado” tuvo que adoptar una política estatal intervencionista.
Por otro lado, los aliados sindicales del Gobierno eran impotentes para canalizar y limitar los reclamos de los asalariados en tanto no tenían inserción político-sindical en las plantas industriales. Salvo en la Federación Gráfica Bonaerense, La Fraternidad, la Asociación Bancaria y el Sindicato del Seguro, el “sindicalismo libre” carecía de existencia real y controlaba otros gremios sólo por la fuerza de la intervención estatal.
Los comunistas, si bien apoyaron políticamente al golpe militar de septiembre, se fueron desplazando hacia la oposición y trataron de vincularse al sindicalismo peronista a partir de propuestas de unidad de acción del Movimiento Pro–Democratización e Independencia de los Sindicatos. Pero tampoco fueron escuchados por los trabajadores que desde 1945 eran anti Partido Comunista.