Un paseo por las sierras - Parte III

Uno de los puntos negativos de la villa, establecida a fines de 1920´ con el nombre de “paraje El Sauce” -los de las afueras solían llamarlo “el pueblo de los alemanes” a pesar de que también había austríacos, suizos y eslavos-, fue el tránsito vehicular, el cual aumentaba considerablemente durante las vacaciones y superaba una infraestructura vial prevista para una población de 7.800 habitantes, sin semáforos, lomos de burro ni reducidores de velocidad y con libre estacionamiento y unos pocos inspectores de tránsito, lo que implicaba un riesgo principalmente para los peatones que debían tener cuatro ojos atentos en todas direcciones a la hora de cruzar una calle.
“El principal problema de la Argentina somos los propios argentinos, no los inmigrantes extranjeros. Fijate ´Maciek´, claramente, la mejor persona que hemos conocido en este viaje”, le confesé a Carla, quien a pesar de tener una ideología contrapuesta a la mía coincidió plenamente.
En contraposición, cabe destacar la excelente calidad del servicio y, sobre todo, de la gastronomía, en especial, la de los desayunos de la posada basados en productos artesanales como los crocantes panes de nuez y los “caracoles” de manzana o chocolate, los cuales se podían combinar perfectamente con deliciosos dulces de todo tipo: manzana con arándanos, naranja con almendras y frutilla con ananá, entre tantos otros.
A gusto con estas comodidades, los tres días restantes de nuestra estadía la pasamos entre la posada y el centro de la villa, todo ello enmarcado en una compleja temporada de verano cuyo balance fue dispar entre los propios operadores turísticos locales.
En ese sentido, Ana de Rothe, presidenta de la Asociación Empresaria Hotelera Gastronómica de Calamuchita (AHAB) señaló en declaraciones a un periódico de la villa que ya desde el Oktoberfest se pudo advertir que la temporada iba a ser “muy floja” y que estas malas expectativas se confirmaron en diciembre, cuando, según ella, la cantidad de reservas fue “la peor de los últimos cinco años”.
Para De Rothe, tras el cambio de gobierno y después de las fiestas, la situación fue mejorando aunque en resumen el nivel de ocupación resultó ser “malo”.
Por su parte, Juan Manuel Cáceres, presidente del Centro de Comercio de Villa General Belgrano, reconoció su disconformidad con la temporada y al factor político le sumó el climático como razones de estos resultados insatisfactorios.
“La temporada no es mala pero tampoco de las mejores”, sostuvo Cáceres y opinó que a su criterio “el nivel de ocupación es bueno pero el nivel de gasto es bajo”.
Y con eso último coincidió Maciek, quien a diferencia de otros comerciantes de la villa trató de mantener sus precios para no ahuyentar a los turistas, prefiriendo ganar menos a directamente no ganar, un concepto con el que muchos integrantes de este sector clave de la economía nacional no parecieran estar totalmente de acuerdo. Y para muestra basta un botón: a fines de 2012, tras uno de los peores Oktoberfest de los últimos años y en pleno auge de las restricciones para la compra de divisa extranjera que complicaba los viajes al exterior, algunos hoteleros y gastronómicos locales creyeron que era “el momento de romperles el culo” a los turistas que no podía adquirir dólares fácilmente y debían gastar sus pesos dentro del país para que no fueran absorbidos por la inflación, y el resultado de esta política fue un verano desastroso.
Finalmente, y más allá de los balances ajenos, Carla y yo concluimos en que lo más importante de un destino turístico es que el visitante vuelva y nosotros prometimos volver a la villa, y a la misma posada, algún día no muy lejano en el calendario.


AA
Febrero 2016