Un conflicto de nunca acabar II

Una Argentina llena de frustración decidió, tras décadas de negociaciones inútiles, tomar las islas por la fuerza. Fue una acción llevada a cabo por un gobierno de facto que ya había estado cerca de una guerra con Chile por el Canal de Beagle y transitaba por una inestable situación económica, por lo que necesitaba urgentemente una victoria en el campo militar para justificar su existencia.

El 15 de diciembre de 1981, el recientemente ascendido al cargo de Comandante de Operaciones Navales, vicealmirante Juan José Lombardo, fue llamado por su superior, el jefe de la Marina, almirante Jorge Isaac Anaya, y este último le ordenó que preparase un plan de desembarco en las islas Malvinas.

En ese momento, Roberto Eduardo Viola estaba en la Casa Rosada. El presidente estaba enfrentado con un histórico del Proceso, Rafael Massera, quién fue el que le encomendó a Anaya buscar un plan para recuperar las islas como forma de obtener el apoyo popular necesario para llegar al poder.

Por eso Anaya se tomó el caso Malvinas de manera muy personal y, además, creía que las islas podían servir de base naval para controlar el Cabo de Hornos, una zona estratégica con Chile por el conflicto del Canal de Beagle.

De todos modos, Anaya tuvo que esperar a que Viola empezara a tambalear a finales de 1981 para asociarse con el teniente general Leopoldo Galtieri, su sucesor y discípulo de Massera. Cuando Galtieri se convirtió en Presidente, Anaya consiguió la luz verde para llevara cabo el plan que tanto había deseado.

Para Lombardo, el plan podía llevarse a cabo con facilidad ya que los malvinenses nunca esperarían una ocupación. La flota inglesa en las islas era bastante débil ya que contaba con solamente 40 infantes de marina y el viejo navío Endurance.

Galtieri quería recuperar las islas Malvinas para ganarse la popularidad del pueblo argentino. Ése era su gran anhelo. Además, quería realzar la imagen del Ejército ante los ojos de la Marina y la Fuerza Aérea dentro de la interna militar.

El coronel Roberto Menéndez, quién era el enlace entre la Casa Rosada y las fuerzas políticas y sindicales, aseguró que “el triunfo en las Malvinas hubiera justificado históricamente el gobierno de las Fuerzas Armadas”.(2)

A principios de 1982, Anaya le planteó a Galtieri la necesidad de reunirse con el general Osvaldo García, al mando de Cuerpo V en Bahía Blanca para darle forma al plan de desembarco y sugirió que el coronel Mario Benjamín Menéndez debía ser el gobernador de las islas.

El plazo para comenzar a trabajar de lleno en los planes dependía de las negociaciones del 27 y 28 de febrero con Gran Bretaña, en la ONU, con sede en la ciudad norteamericana de Nueva York.

Por su parte, Lombardo, García y otros encargados de la planificación militar del desembarco se reunieron por primera vez y redactaron una Directiva Estratégica Militar (DEMIL) para entregar a sus tres comandantes. Establecieron una fecha tope para la operación: el 9 de julio.

Pero para esa fecha faltaba mucho tiempo, por lo que el 27 de enero se entregó un memorando a Londres para meter presión y acelerar una decisión con miras a las negociaciones de febrero y así adelantar el día “D”. A esta altura, ningún diplomático sabía de los verdaderos planes de los militares argentinos.

Ese memorando reflejaba cuál era la posición argentina pública con respecto al tema y ésta destacaba que el reconocimiento de la soberanía argentina sobre el archipiélago, formado por las islas Malvinas, Sandwich del Sur y Georgias del Sur, era el “elemento angular” de la disputa. También planteó la necesidad de formar una comisión negociadora que tratara el caso una vez por mes.

Por su parte, Lord Carrington, titular del Foreign Office británico, dio orden de resistir cualquier presión en las negociaciones para trabar el diálogo en Nueva York. Si bien Londres no estaba en pleno desacuerdo con la formación de la comisión negociadora, rechazaba discutir la soberanía porque los kelpers eran totalmente refractarios a que se introdujera la cuestión.

Las negociaciones se llevaron a cabo en un clima cordial pero no se llegó a ninguna resolución. De esta manera los militares argentinos iniciaron la planificación del desembarco. La cuenta regresiva había comenzado.

Tanto Carrington como todos los miembros de la cancillería británica descreían a esa altura de una acción militar argentina. El Parlamento inglés envió sendos mensajes a sus embajadas en EE.UU y Argentina para dejar en claro que estaban dispuestos a encontrar una solución al conflicto pero no en un contexto de amenazas.

Por otro lado, el secretario de Estado adjunto norteamericano, Thomas Enders, llegó al país el 6 de marzo y era intención de los militares confesarle, aunque no todo, el plan para recuperar las Malvinas.

En una cena en la embajada de EE.UU, Costa Méndez le comentó a Enders sobre la cuestión de las islas y aquel le respondió: “Hands Off”. Es decir, neutralidad.

Mientras que el coronel Menéndez ya se había reunido con Galtieri, quien terminó por confirmarle la irreversible decisión de recuperar las islas y que sería el gobernador militar de las Malvinas.


(2) Malvinas: La trama secreta, por O.Cardoso, R.Kirschbaum y E. Van Der Kooy, Julio de 1983.