Los movimientos masivos, independientemente de las banderas que agiten, en este último tiempo tienden lamentablemente a asfixiar la individualidad de las personas a la hora de que éstas expresen su voz, su voto, tengan participación y tomen decisiones tanto en su vida privada como en el ámbito social. Tampoco parece ser una tendencia embanderarse con una especie de anarco individualismo, como una filosofía de vida opuesta al concepto de masas.
A mitad de camino, los grupos no masivos conformados a partir de una asociación voluntaria de personas -y no me refiero a las denominadas "vanguardias"- pueden contar con una estructura horizontal que al momento de participar y decidir no condicione al individuo y su autonomía, lo que sí ocurre en las agrupaciones masificadas a raíz de la presencia inalterable de una única vía de poder vertical por la que las decisiones suben desde las bases hasta la cima desde donde luego regresan las políticas a aplicar.
En este proceso basado en un enfoque sistémico en el que las partes dejan de ser “una” para formar un “todo”, no se cuestiona el derecho a que los que están en la base de esa pirámide voten libremente para elegir quien merece estar en la cima y al que le transfieren su poder, pero sucede que en casos como Argentina, muchas veces la elección no es libre y el que ejerce el liderazgo casi siempre termina por tomar decisiones que no respetan los intereses de aquellas masas que alguna vez le confiaron su voz y su voto.
Las agrupaciones voluntarias no masivas pueden representar la mejor opción para trabajar en conjunto sin que, por un lado, las personas que las conforman pierdan la capacidad de expresarse individualmente y, por el otro, el poder no se concentre en muy pocas manos, que muchas veces son tan sólo dos.
Se podría citar al peronismo como un ejemplo de movimiento de masas o el cooperativismo como una agrupación voluntaria no masivas; sin embargo, desde este comentario no se propone debatir sobre rótulos ni categorías, sino promover que las ideas se expresen en acciones concretas con el nombre que cada uno considere el más apropiado. Aunque, tal vez, esa tarea meramente nominal tampoco llegue a ser necesaria.
En definitiva, se puede ser libre, siempre y cuando haya respeto por el prójimo, en especial, hacia el que piensa diferente a uno.
AA
Septiembre 2011