III

Los sudamericanos se dieron cuenta de que no estaban invitados a la fiesta cuando los representantes de las delegaciones de Argentina y Uruguay fueron citados para que presenciaran el sorteo de los árbitros que se llevaba a cabo en un hotel londinense pero, curiosamente, cuando llegaron al encuentro, el sorteo ya se había realizado.
Así, Argentina–Inglaterra fue refereada por un alemán, mientras que Alemania–Uruguay tuvo un árbitro inglés. Las crónicas de la época hablaron de un penal no cobrado para Uruguay y dos expulsiones polémicas en contra de los charrúas. Los argentinos temieron, y con razón, de que algo similar les ocurriera.
Argentina formó así: Roma; Ferreiro, Perfumo, Albretch y Marzolini; Solari, Rattín y González; Onega, Artime y Más.
Por su parte, Inglaterra alineó a los siguientes once jugadores: Banks; Choen, Wilson, Stiles y J.Charlton; Ball, Morre y B.Charlton; Peters, Hunt y Hurst.
El árbitro alemán, Rudolf Kreithlen pitó el inicio de un partido mal jugado. Poco se puede rescatar de este clásico, en cuanto a lo futbolístico. Pero lo que quedará por siempre en el recuerdo es la expulsión de Rattín a los 36 minutos del primer tiempo.
En ese momento los locales metían presión contra el arco de Roma y en muchas ocasiones los jugadores argentinos recurrieron a las faltas sistemáticas para cortar el juego inglés. Hubo una infracción de Perfumo en la mitad de la cancha y Rattín, gran conocedor de las mañas para hacer tiempo, decidió enfriar el partido y pedirle al árbitro un intérprete.
Hasta ahí todo normal. El primer pedido fue desoído por Kreithlen, pero a la segunda vez este expulsó a Rattín del campo de juego. El capitán argentino jura que nunca insultó, por lo que de ser así, la expulsión era una injusticia.
Era verdad que los argentinos le protestaban todos los fallos al juez alemán, pero este reaccionó exageradamente ante cosas comunes de un partido de fútbol. “El árbitro estaba perdiendo el control del partido y quiso dar un ejemplo de autoridad. Pero lo hizo en el momento inadecuado y con el hombre equivocado”, dijo Joe Mercer, directivo de la F.A inglesa en ese entonces.
Lo que ocurrió luego si fue con mala intención y mereció la expulsión. Rattín se retiró del campo y se sentó en la roja alfombra real. Cuando lo echaron de allí, se dirigió al vestuario y en el camino estrujó el banderín del córner que tenía la bandera inglesa. Todo el estadio le comenzó a tirar latas de cerveza y gritó “¡Animals!”.
Los medios argentinos criticaron duramente la labor del árbitro alemán, a quién responsabilizaron de la derrota argentina. “El de Kreithlen fue un arbitraje malintencionado, parcial de toda parcialidad, y la expulsión de Rattín, el broche de oro. Una expulsión que de ninguna manera se justificó”, sostuvo el diario Clarín.
Mientras que La Nación, que antes de que jugaran Argentina y Uruguay había pedido que los jueces fueran “justos y equitativos” aseguró que las expulsiones de los jugadores sudamericanos “eran una rara coincidencia”.
El partido siguió y Argentina aguantó hasta donde pudo el asedio constante pero poco claro del equipo local. A diez minutos del final, Inglaterra pudo marcar el gol de la victoria a través de un cabezazo de Hurst y pasó a semifinales.
En cambio, Argentina hizo las valijas, gritó a los cuatro vientos que había existido un complot en su contra y regresó a su país. En Ezeiza, los jugadores fueron recibidos como “los campeones morales”. Esta fue la denominación que utilizó, en el agasajo en la Casa Rosada, el presidente de facto Gral. Juan Carlos Onganía, quién había derrocado a Arturo Illia mientras la Selección estaba en Europa.