Pero ese viernes, el funcionario los invitó a pasar el cordón de seguridad y ver de cerca cómo trabajaban las máquinas. Había una razón fundamental para aquel cambio en el trato: una de las nueve sondas había avanzado hasta los 670 metros de profundidad y quedado a sólo 30 de donde supuestamente se encontraba el refugio en el que se esperaba que lo mineros estuviesen a resguardo. Esta noticia renovó las esperanzas de los parientes, que aplaudieron y se abrazaron con alegría, aunque el ministro nunca perdió su cautela y aclaró que podrían tardar más de un día en llegar a los 700 metros, debido a potenciales inconvenientes con la dura topografía del yacimiento.
Al regresar del campamento, Franklin se topó con los rostros contentos de los familiares y le preguntó a su amigo del Deportes que había pasado.
- Estamos a un día de llegar al refugio, Caquito.
- ¡Qué bueno!- expresó el joven del albinaranja abrazando a su colega que seguía temblando de la emoción.
Mientras tanto, los médicos, paramédicos, enfermeros, nutricionistas, sicólogos y otros expertos afinaban sus instrumentos esperando el momento de comunicarse con los mineros. Ya estaban listos los tubos de oxígeno, con capacidad para 20 inhalaciones; el alimento, que se basaba en un gel regenerador de tejidos e hidratante; y las fichas clínicas de cada uno de los 33.
Tras escuchar las buenas noticias, Franklin se fue al entrenamiento vespertino, ya que ese día el cuerpo técnico había decidido hacer doble turno para llegar de la mejor forma al choque del domingo. La esperanza que el joven llevaba consigo también se percibió entre todos los presentes en el predio del Cobre.
Al finalizar la práctica, el muchacho regresó a su casa para dejar el bolso y luego dirigirse al yacimiento pero como ya era de noche, su padre le ordenó que por esta vez se quedara en su habitación, descansando. Pero el hijo quería volver a la mina porque no quería perderse el momento en que se contactaran con el refugio subterráneo.
Pero la discusión quedó trunca cuando el Presidente de la Nación hablo por televisión y con sumo pesar anunció que la sonda más avanzada había fracasado en su intento por llegar a los mineros.
Franklin y sus padres permanecieron mudos delante del televisor escuchando como la perforadora se había desviado y llegado a 730 metros de profundidad sin dar en el blanco ya que cada grado de desviación de la máquina era entre 10 y 14 metros de diferencia.
Sin embargo, los funcionarios del gobierno trataron de ver el lado positivo de la citación resaltando que las sondas estaban funcionando y que sólo necesitaban un pequeño ajuste. Por el otro lado, culparon a la empresa explotadora del yacimiento de haber aportado mapas imprecisos.
“¡Y claro! Si esa mina tiene 120 años de antigüedad- señaló el padre de Franklin apagando el televisor y luego dejó caer su encorvado cuerpo sobre el sillón, mientras su esposa ya se había retirado a su habitación y su hijo permanecía parado, a su lado. “Va a ser mejor que vayas a dormir. Ya no hay más nada que esperar por hoy. El domingo es un día muy importante”, concluyó.