VI

El pueblo estaba consternado, demasiado para levantarse para ir a trabajar. Por lo que el lunes, Franklin, en su día libre de entrenamiento, se dirigió a la mina, para seguir de cerca las tareas de rescate. Su amigo del Deportes había pasado la noche allí, una vez más, y cuando se lo encontró, éste se lavaba la cara en una palangana a un costado de la carpa. De fondo, se escuchaban discusiones y grupos de gente reunida en distintos puntos del campamento.

- ¡Qué es lo que pasa?

- Pasa que hay muchas personas enojadas, sobre todos los familiares, Caquito- respondió el amigo secándose el rostro mal dormido y arrugado por el frío de la oscuridad con una vieja toalla.

- ¿Pero por qué están tan enojados?

- Porque los dueños de la mina casi no dan información sobre lo que va pasando y, encima, ni siquiera se hacen cargos de los viáticos. Y hay mucha gente que viene desde lejos.

- Claro. Yo, por suerte, hoy me vine gratis. Me trajo Lucho.

- ¿El bombero?

- Si, ése mismo. Lo convocaron como rescatista.

 Franklin le dijo a su amigo que Lucho le había contado que el rescate estaba en su “Plan B”, en el que formaban terrazas para luego hacer perforaciones de entre cuatro y cinco centímetros de diámetro por las que enviaban la sonda para tratar de comunicarse con las víctimas. Además, el rescatista le comentó que el sábado había bajado a la mina y confirmó que el derrumbe se había producido en la parte sur y no en la norte, donde estaba el refugio donde estarían los mineros. Y lo más importante, le precisó que en ese sector hay un depósito de 5.000 litros de agua.

 Mientras los amigos charlaban, otros familiares estaban reunidos con funcionarios gubernamentales que eran extremadamente cautos y hablaban de plazos muy largos, aunque los rescatistas esperaban poder contactarse con los mineros atrapados mediante el sondaje en las siguientes 48 horas, demasiado optimistas