I
Agustín Albiol iba sentado como copiloto mientras Francisco estaba al mando del helicóptero que sobrevolaba un océano atlántico que parecía infinito. Nada a la vista, salvo la foto que él llevaba en su mano y en la que se lo veía junto a Victoria. En el asiento de atrás estaba Sergio, un muchacho de otra provincia, que advirtió que el piloto revisaba sus coordenadas.
- ¿Qué es eso?- le pregunto a Francisco, quien seguía con el dedo unas indicaciones escritas en un trozo de papel amarillo.
- Me lo escribió Daniel.
- ¿No sabes dónde está su barco?
- Si sé donde está- respondió Francisco tajante, mientras seguía revisando las improvisadas coordenadas.
De pronto, el helicóptero entró en un sistema de nubes negras, que oscurecieron el cielo por completo en un instante.
- ¿Por qué vas directo a esa tormenta?- preguntó Sergio, inquieto.
- ¿Por qué no me dejás hacer mi trabajo?- contestó un molesto piloto.
A su lado, Agustín seguía contemplando la foto.
- ¿Ella es Victoria?-inquirió Sergio, a lo que su amigo le respondió afirmativamente con un gesto de su cabeza.
- Pero ella le dijo a Carlitos que no sabía de este barco, ¿no?
- Si.
- Entonces ¿qué esperás encontrar cuando lleguemos?
- Respuestas- le dijo Agustín, al tiempo que la aeronave entró en una violenta turbulencia.
“¡Mierda!”, gritó Francisco, en tanto que los instrumentos del helicóptero parecían haberse vuelto locos. “¡Agárrense!”, les indicó a sus dos tripulantes mientras trataba de retomar el control. Agus, que llevaba una camisa azul toda arrugada y desabotonada casi por completo, el pelo largo y enmarañado, y una tupida barba, cerró los ojos y apretó fuerte la fotografía.
Luego, se despertó sobresaltado y abrió su mano, pero esta ya no tenía la foto sino que estaba apretando fuertemente la sábana de la cama en la que aún permanecía acostado. “¡Sobre sus sudosos pies, ahora, ahora!”, gritó el sargento al entrar a las barracas. “¿Qué está esperando Albiol?”, continuó el oficial a cargo al ver que Agustín, con el pelo bien corto y afeitado al ras, seguía acostado. El soldado se paró junto a su catrera, al igual que el resto de los conscriptos, mientras el sargento, caminando a paso firme y haciendo resonar los borceguíes sobre el suelo de mosaico frío, se le paró justo en frente, a escasos centímetros de distancia.
- ¿Cuál es el problema Albiol?
Pero Agustín no respondió, siguió con sus ojos bien abiertos, tratando de entender que le estaba ocurriendo. Los demás, soldados, bastante más jóvenes que él y también vestidos con una camiseta verde oliva y calzoncillos largos color blanco, miraban al frente, en absoluto silencio.
¿Acaso no me escuchó?- le repreguntó el sargento.
- Lo siento señor. Es que tuve un sueño.
- ¡¿Y qué estaba soñando que le llevó tanto tiempo llegar a su marca?!
- Que estaba en un helicóptero, señor. En medio de una tormenta, señor. Pero no recuerdo el resto, señor.
- Bueno, al menos era un sangriento sueño militar.
El sargento se alejó de Agustín, siempre con sus manos detrás de la espalda, y se paró delante del grupo. “Bien, todos al patio en cuatro minutos. Y pueden agradecerle al soldado Albiol por hacerlo el doble”, les ordenó. “Muévanse!”, gritó.
Los soldados se encontraron luego en un patio inundado por una tremenda lluvia donde comenzaron haciendo flexiones de brazo. “¡Uno, dos, tres, cuatro; uno, dos, tres, cuatro. Cien flexiones! ¡Vamos, vamos, vamos!”, arengaba el sargento para que sus conscriptos cambiaran de posición y comenzaran con los abdominales.
- Espero que tu sueño haya valido la pena- le dijo, por lo bajo, Roberto a su compañero Agustín, mientras seguían con el ejercicio.
- Lo siento compañero. Es que nunca tuve un sueño tan real. Fue como si realmente hubiera estado ahí.
El sargento escuchó a los dos solados hablar, entonces se les acercó.
- ¿Tiene algo para decir, Albiol?, dijo el oficial a cargo, pero Agustín cerró los ojos, no respondió y siguió con sus abdominales - ¡Le hice una pregunta!
Cuando Agus volvió a abrir los ojos estaba volando nuevamente en el helicóptero junto a Sergio y Francisco, y en medio de una fuerte tormenta eléctrica que se azotaba sobre el agitado océano. “Creo que ya la pasamos”, indicó el piloto. Pero Agustín estaba como ido y empezó a tratar de sacarse el cinturón de seguridad.
-¿Qué hacés?- preguntó Sergio a su amigo - ¿Estás bien?
- ¿Quién sos?- respondió con los ojos desborbitados - ¡¿Cómo sabés mi nombre?!- gritó exaltado.