Un conflicto de nunca acabar III

El dictador Galtieri estaba muy confiado. Creía a muerte en la alianza con los EE.UU y en su neutralidad expuesta por Enders, y también creía en una supuesta debilidad del gobierno británico de Margaret Tatcher, que estaba sacudido por una crisis económica social importante. Además la flota inglesa estaba en vías de desaparecer y ser reemplazada por los submarinos nucleares Trident

Sin embargo, las tensiones y los rumores sobre un posible desembarco argentino comenzaron a traslucirse en varios hechos. Uno ocurrió el 11 de marzo de 1982, cuando un avión Hércules C-130 de la FA aterrizó de emergencia en Port Stanley, en momentos que se dirigía a la base Marambio, en la Antártida.

Las fuentes argentinas aseguraron que la situación de emergencia había sido real, aunque otras versiones hablaron de espionaje, lo que acrecentó los rumores de un eventual desembarco en Malvinas.

El otro hecho ocurrió el 19 de marzo, cuando se produjo el desembarco de trabajadores argentinos en las islas Georgias del Sur. Este episodio, a su vez, demostró dos hechos superpuestos: el primero, un operativo perfectamente legal de Constantino Davidoff para el desguace de las instalaciones balleneras de la empresa Cristian Salvensen, según un contrato firmado en 1979.

Y el segundo fue el llamado “Operativo Alfa”, una misión armada para instalar un destacamento militar en las islas con la apariencia de una base científica.

En fin, los 41 trabajadores a bordo del ARA Bahía Buen Suceso llegaron a la capital Leith e hicieron flamear una bandera argentina en un acto que, según fuente militares, había sido acordado con Davidoff y la Armada.

El episodio generó agresiones de los habitantes de las islas. Por eso, en esas playas se escucharon disparos y esto le posibilitó a la British Antartic Survey, la base científica en la isla, sostener que había personal civil y militar en ese grupo de hombres.

Ante este episodio, el Foreign Officce y el Departamento de Defensa británicos acordaron enviar el HMS Endurance para desalojar la cuadrilla argentina con un pelotón de royal marines.

Por su lado, Buenos Aires afirmó que el buque argentino se retiraría pero eso no incluía a los trabajadores. Es que en el edificio Libertad ya se estaban adelantando a los días del desembarco en Malvinas.

La situación repercutió inmediatamente en Port Stanley, donde hubo pintadas a favor de los británicos. Allí la Falkland Islands Company manejaba a los isleños con mano dura y los incitaba a sentir desprecio por los argentinos.

Por su parte, lo primero que hizo Anaya fue mandar las dos corbetas misilísticas ARA Granville y ARA Drummond a la zona de conflicto entre Georgias y Malvinas para evitar que el Endurance regresara a su base natural.

Por otro lado, la inteligencia británica no encontraba las pruebas concretas que certificasen la invasión. Sin embargo, Carrington sospechaba, por lo que le pidió al Departamento de Estado de EE.UU que mediara en el conflicto.

A su vez, el diplomático impulsó en el gabinete la decisión de alistar a la flota. Así, el submarino nuclear HMS Conqueror, al mando del almirante John Woodward, recibió la orden de zarpar hacia la zona del Atlántico Sur.

Mientras tanto, y en absoluto secreto, el 28 de marzo zarpó desde Puerto Belgrano la flota de mar argentina con destino a las Islas Malvinas...

Un conflicto de nunca acabar II

Una Argentina llena de frustración decidió, tras décadas de negociaciones inútiles, tomar las islas por la fuerza. Fue una acción llevada a cabo por un gobierno de facto que ya había estado cerca de una guerra con Chile por el Canal de Beagle y transitaba por una inestable situación económica, por lo que necesitaba urgentemente una victoria en el campo militar para justificar su existencia.

El 15 de diciembre de 1981, el recientemente ascendido al cargo de Comandante de Operaciones Navales, vicealmirante Juan José Lombardo, fue llamado por su superior, el jefe de la Marina, almirante Jorge Isaac Anaya, y este último le ordenó que preparase un plan de desembarco en las islas Malvinas.

En ese momento, Roberto Eduardo Viola estaba en la Casa Rosada. El presidente estaba enfrentado con un histórico del Proceso, Rafael Massera, quién fue el que le encomendó a Anaya buscar un plan para recuperar las islas como forma de obtener el apoyo popular necesario para llegar al poder.

Por eso Anaya se tomó el caso Malvinas de manera muy personal y, además, creía que las islas podían servir de base naval para controlar el Cabo de Hornos, una zona estratégica con Chile por el conflicto del Canal de Beagle.

De todos modos, Anaya tuvo que esperar a que Viola empezara a tambalear a finales de 1981 para asociarse con el teniente general Leopoldo Galtieri, su sucesor y discípulo de Massera. Cuando Galtieri se convirtió en Presidente, Anaya consiguió la luz verde para llevara cabo el plan que tanto había deseado.

Para Lombardo, el plan podía llevarse a cabo con facilidad ya que los malvinenses nunca esperarían una ocupación. La flota inglesa en las islas era bastante débil ya que contaba con solamente 40 infantes de marina y el viejo navío Endurance.

Galtieri quería recuperar las islas Malvinas para ganarse la popularidad del pueblo argentino. Ése era su gran anhelo. Además, quería realzar la imagen del Ejército ante los ojos de la Marina y la Fuerza Aérea dentro de la interna militar.

El coronel Roberto Menéndez, quién era el enlace entre la Casa Rosada y las fuerzas políticas y sindicales, aseguró que “el triunfo en las Malvinas hubiera justificado históricamente el gobierno de las Fuerzas Armadas”.(2)

A principios de 1982, Anaya le planteó a Galtieri la necesidad de reunirse con el general Osvaldo García, al mando de Cuerpo V en Bahía Blanca para darle forma al plan de desembarco y sugirió que el coronel Mario Benjamín Menéndez debía ser el gobernador de las islas.

El plazo para comenzar a trabajar de lleno en los planes dependía de las negociaciones del 27 y 28 de febrero con Gran Bretaña, en la ONU, con sede en la ciudad norteamericana de Nueva York.

Por su parte, Lombardo, García y otros encargados de la planificación militar del desembarco se reunieron por primera vez y redactaron una Directiva Estratégica Militar (DEMIL) para entregar a sus tres comandantes. Establecieron una fecha tope para la operación: el 9 de julio.

Pero para esa fecha faltaba mucho tiempo, por lo que el 27 de enero se entregó un memorando a Londres para meter presión y acelerar una decisión con miras a las negociaciones de febrero y así adelantar el día “D”. A esta altura, ningún diplomático sabía de los verdaderos planes de los militares argentinos.

Ese memorando reflejaba cuál era la posición argentina pública con respecto al tema y ésta destacaba que el reconocimiento de la soberanía argentina sobre el archipiélago, formado por las islas Malvinas, Sandwich del Sur y Georgias del Sur, era el “elemento angular” de la disputa. También planteó la necesidad de formar una comisión negociadora que tratara el caso una vez por mes.

Por su parte, Lord Carrington, titular del Foreign Office británico, dio orden de resistir cualquier presión en las negociaciones para trabar el diálogo en Nueva York. Si bien Londres no estaba en pleno desacuerdo con la formación de la comisión negociadora, rechazaba discutir la soberanía porque los kelpers eran totalmente refractarios a que se introdujera la cuestión.

Las negociaciones se llevaron a cabo en un clima cordial pero no se llegó a ninguna resolución. De esta manera los militares argentinos iniciaron la planificación del desembarco. La cuenta regresiva había comenzado.

Tanto Carrington como todos los miembros de la cancillería británica descreían a esa altura de una acción militar argentina. El Parlamento inglés envió sendos mensajes a sus embajadas en EE.UU y Argentina para dejar en claro que estaban dispuestos a encontrar una solución al conflicto pero no en un contexto de amenazas.

Por otro lado, el secretario de Estado adjunto norteamericano, Thomas Enders, llegó al país el 6 de marzo y era intención de los militares confesarle, aunque no todo, el plan para recuperar las Malvinas.

En una cena en la embajada de EE.UU, Costa Méndez le comentó a Enders sobre la cuestión de las islas y aquel le respondió: “Hands Off”. Es decir, neutralidad.

Mientras que el coronel Menéndez ya se había reunido con Galtieri, quien terminó por confirmarle la irreversible decisión de recuperar las islas y que sería el gobernador militar de las Malvinas.


(2) Malvinas: La trama secreta, por O.Cardoso, R.Kirschbaum y E. Van Der Kooy, Julio de 1983.

Un conflicto de nunca acabar I

Las Islas Malvinas habían sido una fuente de permanentes conflictos diplomáticos entre Argentina y Gran Bretaña antes de que en 1982 estallara la guerra del Atlántico Sur. Hasta el descubrimiento de dicho archipiélago tiene varias explicaciones contrapuestas.

Por un lado, está la versión británica que establece que en 1592, el navegante John Davis fue el primero en avistarlas. Sin embargo, otros historiadores sostienen que fue Américo Vespucio quién las había visto por primera vez en 1502. De todos modos, fue un holandés, Sebald de Wert, el primero en hacer una descripción clara de su ubicación en un mapa en 1600 cuando España quién tenía los derechos legales sobre los descubrimientos en esa zona.

En 1690, el capitán de navío inglés, John Strong, de Plymouth, fue el primero en desembarcar en las islas. Strong bautizó el estrecho que separa la Gran Malvina Occidental de la Oriental con el nombre de Falkland, en honor a Lord Falkland, comisionado de almirantazgo. De ahí, que para los ingleses las islas adoptan ese nombre.

El capitán Strong llevó una gran cantidad de franceses que bautizaron el lugar como “Isles Malouines”, que en español quiere decir Islas Malvinas.

Los siguientes setenta años mostraron un gran desinterés por parte de los países europeos por habitar esas islas. Pero a finales del Siglo XVIII, Gran Bretaña, Francia y España se percataron de su importancia y comenzó la disputa.

Entonces se sucedieron la construcción de fortines ingleses y el establecimiento de colonias francesas enteras, los primeros en habitar las islas. Para 1766 ya había unas 250 personas radicadas en todo el territorio del archipiélago.

Sin embargo, fue España el país que se quedó con las islas e izó su bandera en esas tierras, ya que Inglaterra no quería entrar en guerra con los ibéricos, por lo que en 1770, ambos países acordaron firmar una declaración de paz.

Todo se mantuvo en orden hasta que en 1816 surgió la República Argentina y ésta reclamó todos los territorios gobernados por el virrey español en Buenos Aires que se extendían hasta las Islas Malvinas. En 1820, una fragata argentina tomó posesión de las islas, en 1823 se nombró al gobernador y en 1826 se estableció el primer negocio: La pesquería Vernet.

En 1828, Luis Vernet fue nombrado gobernador y la isla vivió un año de caos económico y político, circunstancia que fue aprovechada por los ingleses para volver a apoderarse del territorio.

En 1833, la goleta Clio, bajo el mando de James Onslow, llegó de Inglaterra para reclamar los derechos sobre las islas y las recuperó dado que sus fuerzas superaban a las argentinas. Y así comenzó a flamear la bandera británica en las Malvinas.

Luego, siguieron muchos años de disputas diplomáticas en los que Gran Bretaña se mantuvo firme en su posición, en especial, sobre la soberanía de las islas y los deseos de sus habitantes. Para mediados del Siglo XIX, el archipiélago estaba esencialmente habitado por británicos y su principal actividad era la del criado de ovejas. En 1851 había sólo 1.000 animales pero en 1880 ya había casi medio millón. Esto atrajo a los pastores escoceses y galeses.

Además, el comercio funcionaba gracias a la Islas Falkland Company, que se había establecido en 1841 y que había adquirido gran parte del territorio. Sin embargo, las islas no representaban un gran negocio para Gran Bretaña y apenas alcanzaba para que los isleños vivieran modestamente. Por esto Inglaterra tuvo a las Malvinas en medio del olvido por muchos años.

Argentina, en cambio, comenzó a acumular frustraciones y en 1927 amplió sus reivindicaciones hasta las Islas Georgias y Sándwich del Sur.

Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando a los ingleses les interesaba el apoyo argentino, hubo un principio de acuerdo en el que Gran Bretaña cedería la soberanía a cambio del arrendamiento temporal de las islas por parte de Argentina. Pero esta solución nunca se materializó.

El argumento argentino comenzó a tener más eco cuando llegó a la ONU. En 1965 este organismo aprobó la resolución 2065 que definía a las Malvinas como un típico caso de colonialismo y la Naciones Unidas se habían propuesto en 1960 y a través de la resolución 1514, “acabar en todas partes el colonialismo bajo cualquier aspecto”(1)

Pero, según la ONU, Gran Bretaña y Argentina debían solucionar este problema de acuerdo a la carta orgánica y a los intereses de la población de dichas islas. Y cuando en 1967 los cancilleres George Brown y Nicanor Costa Méndez se reunieron y el inglés admitió que la soberanía era “negociable”, nadie pensó que 15 años después habría una guerra entre ambos países.


(1) Una cara de la moneda: La guerra de las Malvinas, The Sunday Times Insight Team, Mayo de 1983