El barrio no era precisamente nuevo pero conservaba el nombre “Pueblo Nuevo” desde su fundación de mediados del Siglo XX y estaba ubicado frente a las vías del ferrocarril y contra el alto terraplén de la autopista, en una especie de rincón cuyo principal, y casi único, acceso era la avenida de doble mano que pasaba por debajo de la autopista y bordeaba las vías, aunque como desde hacía unos dos años estaba en construcción el paso bajo a nivel, dicha calle tenía un carril menos, lo que en reiteradas ocasiones provocaba que el tránsito fuese una verdadera pesadilla.
“Pueblo Nuevo” era un conglomerado urbano compuesto principalmente por casas de familias con amplios jardines y unos pocos comercios dispuestos en los alrededores de una gran cantidad de plazas arboladas y otros espacios verdes como el parque de la estación de trenes.
Sin embargo, este parque había caído en desgracia hacía unos 18 meses cuando comenzaron las tareas de electrificación del ramal, las cuales aun continuaban a pesar de que el Gobierno había afirmado que el proyecto iba a concluir en tan sólo medio año.
Los problemas en el tránsito vehicular sumado a la ausencia casi total de pasajeros hizo del parque un recoveco ideal para los denominados “motochorros” que desde allí partían velozmente hacia las calles del barrio para asaltar a mano armada a los vecinos y comerciantes.
La mayoría de los asaltos ocurrían en la vía pública y a plena luz del día, y los delincuentes incluían varias víctimas en un mismo raid que se extendía por varias cuadras; pero también se producían en las puertas de las casas particulares cuando sus moradores entraban o salían a bordo de sus vehículos.
Además, por las noches, los ladrones entraban a robar a las patios y jardines de las viviendas saltando muros o forzando rejas, mientras los damnificados descansaban y ni se daban cuenta de lo ocurrido hasta la mañana siguiente cuando se levantaban y recién entonces advertían los daños y los faltantes de valor.
Esta seguidilla de robos, ante la que la Policía local no ofrecía respuestas, llevó a que varios vecinos se hicieran de sus propias armas de fuego para defenderse ante la ausencia del Estado. Por eso, cuando hace diez días dos “motochorros” asaltaron a una mujer que se retiraba del domicilio de su padre junto a su pequeño hijo y a bordo de su auto, el dueño de casa salió a la calle portando una escopeta con las que efectuó varios disparos que pusieron en fuga a los delincuentes.
Al denunciar el hecho a los policías que respondieron a su llamado al 911, el vecino dijo que creía haber herido a por lo menos uno de los delincuentes al que identificó como hijo de Sandra, la histórica prostituta del barrio que tenía ocho hijos con cinco hombres distintos y sus servicios aun seguían siendo solicitados por los efectivos más antiguos de la comisaría de la zona.
En “Pueblo Nuevo” era un secreto a voces que todos los hijos de Sandra eran delincuentes y adictos a las drogas, principales razones por las que ya ninguno de ellos vivía en el barrio aunque solían ir a visitarla con frecuencia. “No creo que lo hagan por cariño, sino que vienen a robar acá, donde tienen guarida y coartada”, dijo a los policías el vecino de los escopetazos.
De acuerdo a la denuncia, el principal sospechoso era “Gabi”, aunque sus características fisonómicas eran muy similares a las de sus hermanos, lo que hacía muy probable confundirlo con ellos, uno de los cuales se encargó inmediatamente de recorrer las calles del barrio para clamar por la inocencia de su hermano.
Estas expresiones públicas fueron acompañadas por amenazas no sólo hacia el vecino que disparó sino también hacia otros habitantes del barrio que lo defendían a aquel y acusaban a Sandra y sus hijos. “Lo voy a matar a ese viejo hijo de puta”, alcanzó a escuchar una jubilada que barría la vereda y vio pasar al hermano de “Gabi”.
“Y a vos también vieja chota”, le dijo el joven a la señora señalándola con el dedo, por lo que ante esta situación, la mujer ingresó rápidamente a su casa y llamó a su hijo para avisarle de lo ocurrido, tal como lo había hecho un par de noches antes cuando ella estaba durmiendo, sintió ruidos extraños y asomarse por la ventana que daba a la calle observó a un hombre que intentaba violentar el portón del garaje.
Aquel incidente había despertado la bronca del hijo de la jubilada que pasó las siguientes dos madrugadas de “guardia” en la casa de su madre, con un revólver en cada mano.
El vaso estaba lleno hasta el borde y terminó rebalsando lo hizo cuando el fin de semana último dos “motochorros” asaltaron al otro hijo del vecino justiciero y en el mismo lugar que a su hija, lo que fue interpretado por lo habitantes del barrio no sólo como un robo más sino como una venganza.
A raíz de este hecho, los vecinos organizaron una reunión con el comisario en la sociedad de fomento, cuyo director pidió que dada las reiteradas amenazas el encuentro fuese custodiado por personal de Gendarmería Nacional en vez de la policía provincial que, a su vez, estaba bajo la lupa por su supuesta connivencia con los delincuentes a pesar de que luego del tiroteo había montado un puesto de control vehicular en la entrada al barrio donde inspeccionaban a cada motociclista que pasaba por allí.
La reunión en la sociedad de fomento transcurrió tensa pero en orden hasta que, de pronto, se presentó en el lugar el tal “Gabi”, quien a los gritos acusó al vecino justiciero de haberlo querido matar cuando él simplemente pasaba caminando y solo por la esquina de su casa desde donde, según argumentó, no vio ningún asalto ni “motochorro”.
Atónitos, los vecinos comenzaron a insultar al sospechoso y al menos siete de ellos lo reconocieron como uno de los autores de los robos que cada uno había sufrido en las últimas semanas en el barrio. “¡Fue él!, ¡fue él!”, coincidieron las exclamaciones desesperadas de estas víctimas, ante lo cual, los gendarmes se lo llevaron demorado a la comisaría local, adonde sólo uno de esos siete vecinos se animaron después a presentarse para radicar la denuncia formal. Y con una sola denuncia por “robo simple”, ya que la víctima no alcanzó a ver ninguna arma, la Justicia no tuvo más remedio que excarcelar a “Gabi” a las pocas horas.
El miedo había triunfado y terminó de coronarse cuando luego de la liberación del sospechoso las amenazas contra los vecinos asaltados proliferaron en el muro de Facebook creado especialmente por los habitantes del barrio para canalizar los reclamos y denuncias, y así presionar a las autoridades, aunque sólo unos pocos periodistas se interesaron en el caso.
AA
Diciembre de 2016