“El principal problema
de la Argentina somos los propios argentinos, no los inmigrantes
extranjeros. Fijate ´Maciek´, claramente, la mejor persona que
hemos conocido en este viaje”, le confesé a Carla, quien a pesar
de tener una ideología contrapuesta a la mía coincidió plenamente.
En contraposición, cabe
destacar la excelente calidad del servicio y, sobre todo, de la
gastronomía, en especial, la de los desayunos de la posada basados
en productos artesanales como los crocantes panes de nuez y los
“caracoles” de manzana o chocolate, los cuales se podían
combinar perfectamente con deliciosos dulces de todo tipo: manzana
con arándanos, naranja con almendras y frutilla con ananá, entre
tantos otros.
A gusto con estas
comodidades, los tres días restantes de nuestra estadía la pasamos
entre la posada y el centro de la villa, todo ello enmarcado en una
compleja temporada de verano cuyo balance fue dispar entre los
propios operadores turísticos locales.
En ese sentido, Ana de
Rothe, presidenta de la Asociación Empresaria Hotelera Gastronómica
de Calamuchita (AHAB) señaló en declaraciones a un periódico de la
villa que ya desde el Oktoberfest se pudo advertir que la temporada
iba a ser “muy floja” y que estas malas expectativas se
confirmaron en diciembre, cuando, según ella, la cantidad de
reservas fue “la peor de los últimos cinco años”.
Para De Rothe, tras el
cambio de gobierno y después de las fiestas, la situación fue
mejorando aunque en resumen el nivel de ocupación resultó ser
“malo”.
Por su parte, Juan
Manuel Cáceres, presidente del Centro de Comercio de Villa General
Belgrano, reconoció su disconformidad con la temporada y al factor
político le sumó el climático como razones de estos resultados
insatisfactorios.
“La temporada no es
mala pero tampoco de las mejores”, sostuvo Cáceres y opinó que a
su criterio “el nivel de ocupación es bueno pero el nivel de gasto
es bajo”.
Y con eso último
coincidió Maciek, quien a diferencia de otros comerciantes de la
villa trató de mantener sus precios para no ahuyentar a los
turistas, prefiriendo ganar menos a directamente no ganar, un
concepto con el que muchos integrantes de este sector clave de la
economía nacional no parecieran estar totalmente de acuerdo. Y para
muestra basta un botón: a fines de 2012, tras uno de los peores
Oktoberfest de los últimos años y en pleno auge de las
restricciones para la compra de divisa extranjera que complicaba los
viajes al exterior, algunos hoteleros y gastronómicos locales
creyeron que era “el momento de romperles el culo” a los turistas
que no podía adquirir dólares fácilmente y debían gastar sus
pesos dentro del país para que no fueran absorbidos por la
inflación, y el resultado de esta política fue un verano
desastroso.
Finalmente, y más allá
de los balances ajenos, Carla y yo concluimos en que lo más
importante de un destino turístico es que el visitante vuelva y
nosotros prometimos volver a la villa, y a la misma posada, algún
día no muy lejano en el calendario.
AA
Febrero 2016