En la cima


El 2018 fue un año mundialista y como ocurre cada cuatro años, en Argentina esto encendió la pasión por el fútbol. Y a esto se le sumó, ni más ni menos, una accidentada, polémica e histórica final de Copa Libertadores en la que River derrotó a Boca, por lo que los sentimientos en torno al deporte más popular de dicho país volaron por el aire, casi literalmente.

Ya un poco más baja la espuma de semejante efervescencia, y mientras los más fanáticos todavía protagonizan encendidos debates considerados por ellos mismos como parte del “folclore”, ¿por qué no referirse a aquellos profesionales que pertenecen al selecto grupo de jugadores que en un mismo calendario se consagraron campeones del mundo tanto con su selección nacional como su club?

Se podría comenzar por el caso más reciente pero mejor hacerlo como en los libros de historia: de atrás hacia adelante.

La primera referencia nos transporta a 1962, cuando el 17 de junio se disputó la final de la Copa del Mundo de Chile en el Estadio Nacional de la capital de ese país sudamericano entre Brasil y Checoslovaquia, dos equipos que ya habían empatado 0-0 en la fase de grupos.

Brasil era el gran favorito y formó con Gilmar; Djalma Santos, el capitán Mauro Ramos, Zózimo y Nilton Santos; Garrincha, Zito y Didí; Amarildo, Vavá y Zagallo; mientras que el entrenador fue Aymoré Moreira.

El gran ausente fue, sin dudas, Pelé, quien se había lesionado en el segundo cotejo del torneo, justamente antes los checoslovacos.

Por entonces, Pelé era la figura del Santos, equipo paulista que también integraban sus compañeros de selección Gilmar, Mauro Ramos y Zito, y que tras el Mundial se consagraría campeón de la Copa Libertadores ante Peñarol de Uruguay.

A pesar de la falta de O´Rei, Brasil se impuso 3-1 ante Checoslovaquia –el 2-1 lo marcó Zito- y conquistó su segundo título mundial.

Casi tres meses después de esa consagración, con Pelé ya recuperado, el Santos disputó la Final Intercontinental ante el Benfica de Portugal, que contaba con Eusebio como figura: fue 3-2 en Brasil y 5-2 en Lisboa, con cinco tantos en total de O´Rei.

En esos encuentros también jugaron Gilmar, Mauro Ramos y Zito, quienes junto a Pelé fueron los primeros profesionales en obtener en un mismo año los dos títulos más importantes a los que puede acceder un futbolista. Además, cabe incluir en esta lista a Coutinho, Pepe y Mengalvio, otros tres jugadores de Santos que vencieron a Peñarol y Benfica pero no disputaron minutos en Chile, el segundo de ellos por lesión, aunque formaron parte del plantel campeón.

Estos tres últimos fueron indiscutidas figuras del denominado “Santos de Pelé” y, de hecho, Coutinho y Pepe marcaron goles tanto ante los uruguayos como los portugueses, por lo que podría decirse que este grupo de jugadores de Brasil fue una verdadera constelación de estrellas.

Pasaron 20 temporadas para que un nuevo grupo de jugadores de un mismo club coincidieran en una selección nacional campeona del mundo. El 29 de junio de 1986, el arquero Nery Pumpido, el defensor Oscar Ruggeri y el volante Héctor Enrique levantaron el trofeo FIFA en el Estadio Azteca de México DF luego de que la Argentina del inigualable Diego Maradona, y con ellos en cancha, venció 3-2 a Alemania Federal en la final del mundial.

Estos tres jugadores pertenecían a River, que en octubre de aquel año obtendría su primera Libertadores ante América de Cali, de Colombia. Y tanto Pumpido como Ruggeri y Enrique jugaron los dos cotejos definitorios: 2-1 de visitante y 1-0 en Argentina.

Y en diciembre del ´86 repitieron un triunfo por 1-0 ante el Steaua Bucarest, de Rumania, en Tokio, por la Copa Intercontinental, emulando la doble hazaña de los jugadores del Santos del 62´. 

Recién se volvió a repetir este tremendo logro en 2002, cuando el defensor Roberto Carlos y el delantero Ronaldo levantaron el 30 de junio la Copa del Mundo luego de que la selección de Brasil venció 2-0 a Alemania en el Estadio Nacional de Yokohama, en Japón, con el aporte de ellos dos y otros cracks como Rivaldo, Ronaldinho y el capitán Cafú, entre tantos otros que formaron parte de aquel equipo que obtuvo el quinto campeonato para su país.

Mientras que el 3 de diciembre del mismo año, tanto el lateral izquierdo como el enorme goleador volvieron a consagrarse como los mejores del mundo, esta vez, cuando su Real Madrid español le ganó 2-0 a Olimpia de Paraguay en el mismo estadio japonés, donde Ronaldo –quien no había disputado la Copa de Campeones de esa temporada- se despachó con dos goles a los germanos y uno ante los paraguayos.

Pasaron dos mundiales (2006 y 2010) y hubo que esperar hasta el 2014 para que un futbolista llegase a la cima del fútbol dos veces en la misma temporada y fue el caso de los volantes alemanes Toni Kroos y Sami Khedira.

El primero de ellos había arrancado el año en el Bayern Munich de su país y luego pasó al Real Madrid en el que ya jugaba Khedira, quien había sido titular en la final de la Copa de Campeones de Europa en el triunfo 4-1 ante Atlético de la misma ciudad.

Ambos disputaron el Mundial de Brasil y mientras que Kroos jugó el 13 de julio la final en la que Alemania venció a la Argentina de Lionel Messi por 1-0, Khedira tuvo que ver el cotejo definitorio desde el banco, aunque en ese torneo había jugado cuatro partidos y convertido un gol.

Y lo mismo ocurrió el 20 de diciembre cuando Real Madrid venció 2-0 a San Lorenzo de Argentina en la final del Mundial de Clubes que se disputó en Marruecos y lo hizo con Kroos en cancha y Khedira –quien sí había jugado la semifinal del certamen- en el banco de suplentes, lo que no impidió, claro está, que se colgase la medalla dorada y alzase el trofeo de campeón junto al resto de sus compañeros.

Ahora sí veamos el caso más reciente, el del defensor francés Raphael Varane, quien llegó al Mundial de Rusia 2018 como titular en el Real Madrid y en la selección de su país.

En el campeonato mundial disputó los 7 partidos e hizo un gol, mientras que en el torneo internacional de clubes jugó tanto la semifinal como el cotejo decisivo –ya lo había hecho en 2016 y 2017 como el alemán Kroos- y se alzó con los dos trofeos.

Sería demasiado extenso repasar el palmarés de cada una de las figuras citadas y si bien algunos pueden discutir quién sería el más grande de la historia, estos dos títulos, el Mundial selecciones nacionales, por un lado, y el de equipos, por el otro, demuestran claramente quiénes son los mejores.

Cualquiera puede salir campeón una vez, pero sólo los elegidos lo repiten en un mismo período y en distintas circunstancias, aunque absolutamente nadie lo puede lograr solo, sino que debe estar siempre rodeado de un buen equipo como en todo deporte de conjunto, ya sea profesional o amateur. 


AA
Diciembre 2018

Por siempre II


Hablamos personalmente por primera vez hace casi 14 años, una tarde de diciembre como en la que te fuiste: soleada y calurosa. Previamente habíamos charlado por teléfono en varias oportunidades y yo escuchado tu prestigioso nombre en otras redacciones porque tu reputación era como una marea que bañaba los distintos medios de nuestra querida profesión, el periodismo gráfico. También me sabía tus iniciales –GGS- pero no tenía la menor de idea de que detrás de esas tres simples letras se encontraba un hombre que iba a marcar el resto de mi vida, tanto en lo laboral como en lo personal.

Desde un comienzo confiaste ciegamente en mí y yo traté de no defraudarte. Así fue trabajar a tu lado cada día: un desafío permanente. Me enseñaste la pasión casi obsesiva por alcanzar la excelencia en cada nota, en cada título, en cada palabra; y a pesar de que intenté aprender todas tus lecciones, muchas veces te hice gruñir y poner los pelos de punta porque, como como todo genio, tenías un carácter especial. “Vos haceme caso que vas a llegar lejos”, me repetías y enseguida se te pasaba el enojo, y a mí también.

Y así convivimos las tardes y las noches, incluso los sábados cuando en tu día franco me acompañaste durante varios meses cuando me quedé sin editor a cargo del turno, lo que me demostró no sólo tu devoción por el trabajo y responsabilidad como jefe de la sección, sino también tu enorme generosidad y compañerismo extremo.

El lazo entre los dos se forjó rápidamente, incluso fuera de nuestro lugar de trabajo, como cuando la empresa no me renovó el contrato a fines de nuestro primer invierno y en una gélida noche de viernes me llevaste a tomar algo para olvidar el mal trago porque el brindis era una de tus formas de zanjar cualquier diferencia. Así de directo, sin vueltas.

Fuiste un líder noble y carismático que no dudó en llamarme poco tiempo después –otra vez en una tarde agobiante de diciembre- para decirme que habías logrado que me reincorporasen al trabajo. Una gran noticia que vino de la mano de una advertencia: “Praparate para ser explotado. ¡Jajá!”.

Dicho y hecho ya que los siguientes años fueron realmente fuertes, con viajes y coberturas que parecían eternas e incluso cuando no trabajábamos, como en aquellos 38 días de paro en el que, entre cervezas, pamplonas y ese maldito cigarrillo, me diste una cátedra de cómo actuar ante ese tipo de situaciones críticas.

Yo me sentía como en la escuela y vos actuabas como lo que eras: un verdadero maestro. Con clases permanentes de periodismo, historia, política, arte, ciencia, lo que fuere. “¡Cómo te petetié!”, bromeabas cada vez que me dabas un dato o información que yo desconocía y vos sacabas de la galera, como un libro gordo, abierto e inagotable.

No faltaron las anécdotas y los chistes, y con el paso del tiempo se multiplicaron los momentos para reír aunque también para pelear y putear porque vivías a pura intensidad, sin guardarte nada, dejando todo en la cancha.

Tus exigencias eran justas y tus consejos se convirtieron en un pilar fundamental para mi vida personal, especialmente en mis épocas de crisis, cuando más lo necesitaba.

Te convertiste en un amigo fiel y más aún, en una figura paternal que predicó con el ejemplo. Y por eso te admiraba y emulaba, al punto que poco a poco me empecé a parecer a vos, o al menos eso solían decirnos.

Pero se equivocan porque no te llego ni a los talones. Ojalá fuese como vos, no habría mayor orgullo para mí, porque nunca me negaste nada y me los diste todo, tal vez sin darte cuenta de ello. Y por eso estos últimos seis meses en los que estuvimos separados por esa inescrupulosa enfermedad fueron tan duros de soportar.

Charlamos poco, aunque creo que lo justo y necesario para no interferir en tu tratamiento, y cuando nos vimos por última vez acordamos que habría una próxima, que sólo había que tener paciencia.

Durante ese tiempo giraba hacia mi derecha y al ver tu silla vacía me decía, esperanzado, que faltaba cada vez menos para que la ocuparas nuevamente, como en nuestros viejos tiempos, uno al lado del otro. Ahora la miro y sé que no vas a volver y que ese vacío no se va a rellenar nunca más con nada. “Él lo llenaba todo”, me dijo tu leal compañera cuando te fui a despedir y vaya que estaba en lo cierto.

En estos momentos siento una tristeza infinita pero cuando pase el shock sé que te voy a recordar con alegría. Me quedaré con todo lo que me dejaste, que es inmensamente superior al dolor que provoca tu ausencia. Es lo menos que te merecés y lo que habrías querido.

Gracias por tanto. Te voy a extrañar por siempre.


AA
Diciembre 2018