Uno, el más joven de los dos, roza la perfección, tanto dentro como fuera de una cancha de fútbol. Es un ejemplo que despierta admiración y respeto entre propios y extraños.
El otro era un genio con defectos, un artista un poco loco y rebelde; quien, como un imán, generaba atracción pura, para lo bueno y también lo malo. Por eso trascendió el deporte y todavía lo hace.
El primero, de perfil bajo y algo tímido, es el mejor de todos los tiempos. El segundo, el más grande de la historia.
Y siendo de distintas generaciones y épocas, ambos se cruzaron en un mismo camino para que podamos disfrutarlos a los dos, sin la necesidad de elegir a uno sobre el otro.