Un día después de que Argentina entrara en la historia grande del fútbol mundial, Inglaterra paseó sus problemas ofensivos ante Portugal. Apenas empató 1 a 1 con gol de Hunt y su arquero, el joven Banks, quién había reemplazado a Waiters -injustamente responsabilizado por los cinco goles brasileños-, fue la figura de un equipo que mejoró en defensa, pero que careció de poder en el ataque.
De vuelta a Río de Janeiro, en un clima húmedo y frío, bien al estilo inglés, Argentina necesitaba de un empate frente a los británicos para llevarse el trofeo. Brasil debía vencer a los portugueses y esperar que Inglaterra derrotara a los argentinos para quedarse con su trofeo.
Minella estaba confiado. “Hay que volver con la copa”, les dijo a sus dirigidos. Pero no todas eran buenas noticias, ya que Puchero Veracka salió del equipo por desgarro y Artime, que no había jugado ante Brasil por lesión, no se había recuperado y eran dos bajas sensibles para la Argentina.
En cambio, inesperadamente, Inglaterra, sin chance alguna, asumió el decisivo rol de juez del torneo. Esperanzado por la posible vuelta al equipo de su capitán Armfield, el más experimentado con 40 partidos internacionales, sin nada que perder y con todo para arriesgar, enfrentó a Argentina el 6 de junio ante un Maracaná semivacío pero que la apoyaba incondicionalmente.
El director técnico inglés, Alf Ramsey, decidió alinear a los siguientes titulares: Banks; Thomson, Wilson, Milne y Norman; Moore y Greaves; Thompson, Byrne, Eastham y R.Charlton, el gran Bobby que reemplazaba a Paine.
Por su parte, Argentina salió con estos once: Carrizo; Simeone, Vieytes, Ramos Delgado y Vidal; Rattín y Telch; Rendo, Onega, Rojas y Prospitti.
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