La historia de un hombre humillado que, por venganza, asesinó a golpes cuchilladas y balazos a un hombre, a la esposa embarazada de éste y a las dos hijas menores de edad del matrimonio.
Rolo trabajaba en noviembre de 1995 en una empresa de seguridad privada y se encargaba, precisamente, de la vigilancia de un complejo deportivo y de recreación cercano a la estación de trenes Bancalari, de San Fernando, en la zona norte del Gran Buenos Aires.
En aquel entonces, el vigilador estaba casado con Elsa, quien estaba embarazada de nueve meses. El matrimonio tenía dos hijas: Tatiana de 9 años, y Noemí, de 13. Toda la familia residía en Pablo Nogués, en el noroeste del conurbano.
Rolo y su familia eran pentecostales y habitaban una humilde vivienda donde convivían con un perro que custodiaba la casa y con vecinos que los conocían desde hacía tiempo y los consideraban buena gente y trabajadora. El barrio estaba ubicado a 200 de la ruta 197 y en la puerta de la vivienda se podía ver estacionado el automóvil Dogde 1500 amarillo que el vigilador había puesto recientemente a la venta a 1800 pesos.
La noche de un domingo de fines de noviembre, alrededor de las 21.15, un hombre ingresó a la casa en momentos en que todos los integrantes de la familia se disponían para ir a dormir. Casi una hora más tarde, este hombre abandonó rápidamente la vivienda ante la vista de varios vecinos del barrio. Dos de ellos, la hermana de Elsa y Don Eduardo, casi fueron atropellados por el desconocido cuando escapaba del lugar.
La hermana de Elsa había escuchado disparos de arma de fuego provenientes del interior de la casa de su cuñado Rolo, por lo que se acercó al lugar acompañada por Don Eduardo, quien, al ver correr al desconocido, intentó perseguirlo pero sólo lo hizo por media cuadra sin poder alcanzarlo.
En aquel entonces, el vigilador estaba casado con Elsa, quien estaba embarazada de nueve meses. El matrimonio tenía dos hijas: Tatiana de 9 años, y Noemí, de 13. Toda la familia residía en Pablo Nogués, en el noroeste del conurbano.
Rolo y su familia eran pentecostales y habitaban una humilde vivienda donde convivían con un perro que custodiaba la casa y con vecinos que los conocían desde hacía tiempo y los consideraban buena gente y trabajadora. El barrio estaba ubicado a 200 de la ruta 197 y en la puerta de la vivienda se podía ver estacionado el automóvil Dogde 1500 amarillo que el vigilador había puesto recientemente a la venta a 1800 pesos.
La noche de un domingo de fines de noviembre, alrededor de las 21.15, un hombre ingresó a la casa en momentos en que todos los integrantes de la familia se disponían para ir a dormir. Casi una hora más tarde, este hombre abandonó rápidamente la vivienda ante la vista de varios vecinos del barrio. Dos de ellos, la hermana de Elsa y Don Eduardo, casi fueron atropellados por el desconocido cuando escapaba del lugar.
La hermana de Elsa había escuchado disparos de arma de fuego provenientes del interior de la casa de su cuñado Rolo, por lo que se acercó al lugar acompañada por Don Eduardo, quien, al ver correr al desconocido, intentó perseguirlo pero sólo lo hizo por media cuadra sin poder alcanzarlo.
Luego, el vecino decidió regresar a la vivienda de Rolo al escuchar los gritos de la hermana de Elsa, aterrada por el macabro escenario que vio en el interior de la vivienda.
“A Elsa la vi tirada en el piso en medio de un charco de sangre, las nenas estaban en el dormitorio, también ensangrentadas, y por último Rolo yacía muerto en el baño, con un balazo en la cabeza”, describió Don Eduardo.
A simple vista, cada una de las víctimas presentaba golpes y varias cuchilladas en distintas partes de sus cuerpos y habían sido rematadas de un disparo de arma de fuego en la nuca. Los propios investigadores policiales describieron el hecho como un cuadro espantoso en el que el asesino no tuvo piedad con nadie.
Los ingresos de la vivienda no habían sido forzados, no había desorden en las habitaciones de la misma y no se registró faltante de ningún elemento de valor por lo que dos cosas eran seguras para los policías que inspeccionaron minutos después de las 22.30 la escena del cuádruple homicidio: no se había tratado de un robo y el asesino conocía a las víctimas.
Por el ensañamiento con que el había asesinado a la familia, los investigadores creían que podía llegar a tratarse de una venganza.
“A Elsa la vi tirada en el piso en medio de un charco de sangre, las nenas estaban en el dormitorio, también ensangrentadas, y por último Rolo yacía muerto en el baño, con un balazo en la cabeza”, describió Don Eduardo.
A simple vista, cada una de las víctimas presentaba golpes y varias cuchilladas en distintas partes de sus cuerpos y habían sido rematadas de un disparo de arma de fuego en la nuca. Los propios investigadores policiales describieron el hecho como un cuadro espantoso en el que el asesino no tuvo piedad con nadie.
Los ingresos de la vivienda no habían sido forzados, no había desorden en las habitaciones de la misma y no se registró faltante de ningún elemento de valor por lo que dos cosas eran seguras para los policías que inspeccionaron minutos después de las 22.30 la escena del cuádruple homicidio: no se había tratado de un robo y el asesino conocía a las víctimas.
Por el ensañamiento con que el había asesinado a la familia, los investigadores creían que podía llegar a tratarse de una venganza.
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