¡A jugar!

El partido comenzó y enseguida los dispositivos tácticos que los entrenadores habían ocultado tanto en los días previos salieron a escena sin sorprender a nadie. Por un lado, Boca, como de costumbre, jugó un partido lento, trabado, lejos de su arco. Mientras que River, en cambio, puso una línea de tres defensores y puso a Coudet en la mitad de la cancha para sumar más gente en el ataque.
En el primer tiempo, salvo unos 15 minutos iniciales en los que River mostró movilidad y arrinconó a los visitantes, el desarrollo estuvo a pedir de los dirigidos por Bianchi. Sólo Lucho González, que dejó su posición de 8 clásico para ser casi un enlace con los delanteros recostado sobre la izquierda, desnivelaba por el costado izquierdo al superar la marca de Ledesma.
El trámite se hizo trabado, luchado, con muchas infracciones y con un árbitro que sacó tarjetas de entrada para evitar que los jugadores se descontrolaran como en el partido de ida y no produjeran incidentes. Las jugadas de riesgo ante los arqueros fueron escasas. Las más claras estuvieron a favor de los millonarios que se basaron en centros y remates desde afuera del área.
Sin embargo, los segundos 45 minutos iban a ser de película e iban a devolverle al hincha el valor de la entrada. En la etapa final, con el ingreso en el equipo local de Rubens Sambueza por Coudet, González pasó a la derecha y comenzó a convertirse en la figura del partido. En pocos minutos armó un lío bárbaro, le sacudió la modorra al partido y encendió los corazones aburridos de tanto batallar táctico y esquemas rígidos.
El mejor Lucho inventó una jugada que Vargas tuvo que cortar con falta. El colombiano de Boca estaba amonestado y Baldassi le mostró la roja y lo mandó a los vestuarios. Poco después, González se metió por el callejón del ocho como un rayo y cruzó un derechazo magnífico que puso a River 1-0 y con un hombre de más.
Decidido a buscar el segundo gol que lo depositara en la final y hacer prevalecer el hombre de más, Astrada recargó el ataque con el ingreso del chileno Salas, quien ingresó por Mascherano, el más aguerrido de los volantes millonarios. Sin embargo, los cambios no alteraron mucho el desarrollo del juego, que siguió siendo incierto y muy intenso.
Siguió sin aparecer Montenegro, el reemplazante de Gallardo y, por ende, quien había quedado a cargo la gestación de las maniobras ofensivas millonarias. Boca, en tanto, tuvo la virtud de duplicar sus esfuerzos defensivos para que el jugador de menos no se sintiera, en especial, a través de la tarea de Cagna y Villarreal.
Faltaban apenas 8 minutos y todo parecía encaminarse hacia los penales. Pero llegó un final infartante que mandó al demonio todos los pronósticos.
Pero todo comenzó a cambiar a los 37 minutos del segundo tiempo, cuando hubo un córner para Boca. Barros Schelotto fue a ejecutarlo y recibió una lluvia de proyectiles desde la platea. El delantero xeneize discutió con Baldassi y con el banco de suplentes de River y los ánimos se exaltaron. Al ir a buscar el despeje tras el tiro de esquina, se lesionó el defensor Rojas -se rompió los ligamentos cruzados de la rodilla izquierda- y debió abandonar la cancha ya que su equipo ya había hecho los tres cambios (Fernández había ingresado por el lesionado Amelli)
A loa 39 minutos del complemento, por un lateral, Sambueza protestó y fue expulsado por Baldassi a instancias del juez de línea. De esta manera, en dos minutos, River quedó con 9 jugadores y Boca con 10. .
Bianchi, ni lento ni perezoso, con el hombre de más y con un River molesto, metió a la cancha a Cángele en lugar de Cagna. Iban 41 minutos y en su primer contacto con el balón, el delantero desbordó, tiró un centro y Tevez, de zurda, convirtió el 1-1 con el que Boca era finalista. Pero el Apache celebró el tanto simulando ser una gallina y Baldassi lo expulsó. Así quedaron 10 contra 10 y con el tiempo casi cumplido.
River necesitaba un gol y Boca aguantar como sea. Quedaban segundos pero la última palabra no estaba dicha. El árbitro adicionó 7 minutos y los locales parecían conseguir un poco de aire para embestir a su rival por última vez. Y a los 49 el cemento del Monumental volvió a sacudirse una vez más:
Abbondanzieri salió a cortar un centro y tiró la pelota al lateral por estar lastimado. River no le devolvió el balón a su adversario ya que pensaba que estaba simulando para hacer tiempo y tras el lanzamiento, Cángele cometió una infracción cerca del área. Los jugadores de River invadieron el área visitante en busca de un centro que cayera en una cabeza salvadora y los deposite nuevamente en los penales. Cavenaghi ejecutó un tiro libre que cayó pasado, peinado por Montenegro; Nasuti, perdido en la marca por Schiavi, llegó por el fondo y con un zurdazo bajo sorprendió a una defensa estática y a un arquero descolocado para anotar el 2-1 final.
Locura total en el estadio. Los dirigidos por Astrada habían conseguido algo que primero estuvo muy cerca, que después pareció casi imposible y que finalmente llegó de la manera más inesperada. Tras 52 minutos de juego, Baldassi marcó el final del partido y la revancha tan esperada, hablada y emotiva, debió definirse por penales.
Bianchi se acercó sus dirigidos que estaban echados en el césped del Monumental buscando un poco de aire para afrontar la definición. Con tono firme y seguro, el entrenador dijo: “Rolando (por Schiavi), vos pateás el primero. Pablo (Alvarez), el segundo -cachetazo de por medio-, Pablo, (Ledesma), el tercero -con otra caricia-. Bueno, ahora sí. ¿Quién patea el cuarto y el quinto?”.
Tras la pregunta del entrenador hubo un pequeño silencio entre los jugadores. Es que la responsabilidad de esos disparos era enorme y nadie quería afrontarla sin estar completamente seguro. Finalmente, Burdisso y Villarreal levantaron las manos, con lo que pasaron a completar la lista de ejecutantes.
El primero en patear fue el chileno Salas para River, quien había ingresado en el segundo tiempo para convertirse en salvador pero que tuvo una labor apenas discreta. El delantero puso el 1-0 con un disparo a la derecha y a media altura. El arquero adivinó pero no llegó.
Luego, Schiavi puso el empate transitorio con un remate a la izquierda de Lux, también a media altura, que el arquero alcanzó a tocar pero no a desviar.
Montenegro colocó el 2-1 para los locales. El “Rolfi” tomó mucha carrera y la metió con un disparo a la derecha de Abbondanzieri, quien volvió a adivinar la dirección del remate.
El juvenil Pablo Alvarez, quien había sustituido a Barros Schelotto, ejecutó el cuarto penal. El pibe no defraudó la confianza que le había depositado Bianchi y puso el 2-2 con un tiro fuerte, al medio y arriba. Nada que hacer para Lux.
Después vino el turno de Cavenaghi, de buena pegada. El delantero remató a la derecha del arquero en forma rasante y puso el 3-2. El “Pato” una vez más, adivinó la esquina pero no alcanzó el balón.
Ledesma puso el 3-3 con un remate fuerte y al medio. Después de convertir, el juvenil se excedió en optimismo y pidió silencio a la hinchada millonaria llevándose el dedo índice a la boca.
Fue el turno de la figura de River, “Lucho” González, quien engañó a Abbondanzieri con un remate suave a la izquierda y puso el 4-3 para su equipo.
Burdisso, joven pero con experiencia en este tipo de definiciones, puso el 4-4 para Boca mediante un remate fuerte y alto a la izquierda. Lux se tiró para el otro lado y no pudo hacer nada para evitar el gol.
Ahora, faltaba un penal para cada uno. El que erraba se quedaba afuera. No había margen para el error y las piernas de los jugadores pesaban y la cabeza se hundía en la presión de semejante responsabilidad.
López fue el quinto pateador millonario. Acomodó la pelota, tomó una corta carrera y miró a Baldassi esperando la orden. El delantero remató a la izquierda y a media altura. Abbondanzieri adivinó y con sus manos desvió la pelota. Seguían 4-4 y a pedir de Boca.
En el estadio no volaba ni una mosca. Había un silencio total. Boca estaba a doce pasos de eliminar a River y los hinchas no podían hacer más que mirar atónitos como la final se les escapaba entre las manos.
Llegó el momento de la definición. El cordobés Villarreal era el encargado de patear el último penal para Boca. El volante, que había reemplazado muy bien al expulsado Cascini, se paró recto a la pelota mientras Lux lo miraba fijamente. Le pegó con el empeine, fuerte y al medio, y así le dio la clasificación a su equipo por 5-4 en los penales.
Cuando Villarreal convirtió el penal en el festejo se sacó la camiseta auriazul y mostró una camiseta blanca que decía: “Jesús es mi salvador”. Justo él, quien casi sin proponérselo fue una especie de salvador para Boca.
Si hasta el último penal, en el estadio apenas se escuchaba el murmullo nervioso de los simpatizantes millonarios, después del 5-4, la cancha se convirtió en un funeral. Apenas, a lo lejos, se oyeron los festejos de los jugadores xeneizes, apiñados en un rincón de la cancha sin poder creer que habían logrado una victoria histórica, épica, de esas que se recuerdan para siempre.

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