¡No se supone que esté acá”, gritó Agustín, mientras estaba parado en el patio de las barracas, debajo de la intensa lluvia. Se encontraba de pie, con su uniforme militar, al tiempo que sus compañeros seguían recostados en el suelo embarrado haciendo los abdominales ordenados por el sargento que les llevaba la cuenta. “¿Acá? ¿Acá qué?- le preguntó el oficial que lo reprochó: “¿Qué carajo hace parado? ¿Terminó con sus ejercicios? ¿Quiere correr?”. Agustín trató de no mirarlo los ojos y, en silencio, bajo la vista. “¡Pelotón, de pie!”, ordenó el oficial. “¡Mirando al frente! ¡Diez kilómetros! ¡Vamos, vamos, vamos!, continuó. “Movete o si no te mato”, le dijo Víctor a su compañero, que arrancó la carrera.
Nuestro viajero y el resto de pelotón finalmente recorrieron los diez kilómetros. Tras lo cuál, Agus y Víctor comenzaron a cargar municiones a uno de los camiones del regimiento militar.
- ¿Qué te pasa, Agus?
- Seguro que vas a pensar que estoy loco.
- Ya sé que estás loco.
- Esta mañana, en el patio, durante los ejercicios, me fui.
- ¿Cómo que te fuiste?
- Me fui de acá y estuve en un barco, y después volví.
- ¿Qué?
- Te estoy diciendo la verdad Víctor.
- Está bien… ¿Quién más estaba en ese barco? ¿Alguien que reconocieras?
- Victoria. Victoria estaba en una foto.
Al recordar la imagen de su ex novia, Agustín abandonó sus tareas y fue corriendo hasta el teléfono público de las barracas. Allí, otro de sus compañeros terminaba de hablar, y al salir de la cabina y le tiró las monedas que contaba en su mano. “Gracias por lo de esta mañana, Albiol”, le dijo mientras se alejaba. Agus lo miró pero no le dijo nada. Tenía otras cosas en mente. Entonces se agachó a levantar las monedas…
Al reincorporarse, estaba nuevamente en el carguero. Agustín intentó pararse y trastabilló sobre los maderos gastados de la cubierta hasta caer nuevamente, aunque esta vez alcanzó a utilizar sus manos para amortiguar el golpe. “Mirá por donde caminás”, le recriminó Enrique, quien lo tomó de uno de los brazos y lo ayudó a ponerse de pie. Agus finalmente pudo ponerse de pie pero con mucho esfuerzo.
- No estoy acá… Esto no está pasando- le indicó a al militar.
- Estás acá y esto está pasando.
El nuevo tripulante del barco, recién llegado de la isla, comenzó a caminar como si estuviera alcoholizado.
- Nosotros te vamos a cuidar, tranquilizate- dijo el coronel, al tiempo que abrazaba al falso borracho y enderezaba su rumbo.
- ¿Qué estoy haciendo acá?
- Está bien.
- No debería estar acá.
- Estarás bien.
Enrique y Oscar condujeron a Agustín hasta la zona de camarotes pero el visitante no podía parar de hablar ya que quería saber dónde estaba y, sobre todo, por qué.
- ¿Quiénes son ustedes?
- Yo soy Enrique y él es Oscar. Yo soy de Buenos Aires y él es de Córdoba. Pero en cuanto en donde estamos…
- La última vez estuvimos en Mar del Plata, por lo que sabemos que todavía estamos en el Atlántico- acotó Oscar.
Los tres hombres entraron luego a la enfermería donde le pidieron a Agustín que esperara allí, tranquilo, mientras iban a buscar al doctor del barco para que le hiciera “algunas preguntas”.
- Y vamos a tratar de arreglar todo eso…- le dijo Enrique, quien regresó hacia la puerta y la entornó para abandonar la cocina.
- ¡¿Qué querés decir con ´arreglar todo esto´?!- inquirió Agustín, al tiempo que corrió hacia la puerta, pero esta ya estaba cerrada dejándolo solo en aquella pequeño habitáculo repleto de artefactos. “¡No tengo por qué estar acá, no tengo que estar acá ¡Abran esta puerta!”, gritó una y otra vez, aunque de manera inútil.
Agus golpeó el metal de la puerta pero ésta nunca se abrió. Hasta que se dio cuenta que no estaba solo allí y al darse la vuelta se encontró con un hombre acostado en una camilla. Estaba sujetado a la misma por correas y los ojos se le veían irritados, rojos. “Te está pasando a vos también. ¿No?”, le preguntó aquel desconocido con imagen de paciente muy enfermo.
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