IX

Al día siguiente, el grupo abandonó la casa quinta por etapas y en distintas direcciones. Los primeros salieron en medio de la oscuridad, Ramos y Marito, en cambio, lo hicieron con las primeras luces de la mañana, luego de pasar a saludar al casero y agradecerle las atenciones.
Pueblo chico, infierno grande. Así fue que tras conocerse el secuestro del comisario general Aranguren en todos los medios periodísticos del país, en los alrededores de la estancia de los Ramos, comenzó a correr el rumor de que la víctima había estado cautiva en la zona.
Ante esta situación, el jefe de calle del destacamento local, el principal Romero, inició una serie de entrevista con algunos de los 500 habitantes de aquel pequeño pueblo agropecuario en busca de alguna pista cierta.
Cuando habló con el cura, éste le comentó que había visto en los días previos a una mujer a la que no conocía pasear por con un carro tirado por caballos y que esos animales se parecían muchos a los de Don Ramos.
Luego, el principal se entrevistó con el gerente del Banco, que le indicó que una semana atrás un joven con tono refinado y que hablaba muy bien se presentó en la sucursal y dialogó un largo rato con otros efectivos del destacamento que estaban en la sede por aquella famosa alerta sobre un posible robo que finalmente nunca se concretó.
Hasta que los nombres de los principales sospechosos no fueron difundidos por las distintas dependencias policiales de la jurisdicción, el principal Romero no pudo poner los nombres de Nora y Marito a aquellas dos personas que habían llamado la atención del cura y el gerente bancario.
El pesquisa estableció rápidamente la conexión comercial entre los Ramos y la familia de Marito, que también se dedicaba a la ganadería, por lo que a las 2 de la madrugada se dirigió a la estancia de los primeros, bajo una intensa lluvia. Ya había pasado un mes y medio del secuestro.
Romero fue acompañado de su ayudante y tras recibir el permiso del casero, fueron directamente al sótano, donde advirtieron que había levantado los mosaicos del piso. Cavaron un rato y hallaron el cuerpo de Aranguren envuelto en una manta. Aún llevaba una corbata oscura con una traba, camisa, pantalón, saco y zapatos negros, con cordones. Y el anillo de casado. “Está intacto”, le dijo el principal a su subordinado, que no salía de su asombro. “Mirá bien, pibe, que estos es lo más resonante que va a pasar en nuestras carreras”, agrego Romero.
Alrededor de las 8, cuando ya todo el pueblo era un hervidero de comentarios, llegó el ministro y la plana mayor de la policía, que se hicieron cargo del traslado del cuerpo a la ciudad.

VIII

La mañana posterior al interrogatorio, la primera de su cautiverio, el comisario general Aranguren se despertó muy temprano, cuando todavía estaba oscuro y pidió a sus captores que lo dejaran ir al baño, solicitud que fue aceptada. Cuando terminó de hacer sus necesidades y lavarse las manos, en la casa quinta ya estaban todos los miembros del grupo, decidiendo los pasos a seguir.
Al volver a la habitación, lo esperaban Marito, Avalos y Nora, a quiénes les ofreció un trato.
- Si me dejan ir, les puedo facilitar el acceso a los resultados de los peritajes balísticos del caso Vallejos. Los tengo bajo llave.
- ¿Y qué dicen los peritos? ¿Fue un accidente?- preguntó Marito, curioso.
- Más no les puedo decir. Lo lamento, pero mi honor me lo impide.
Marito y sus compañeros hicieron gestos de rechazo con muecas de sus bocas y ligeros movimientos de cabeza, se miraron unos instantes y luego los tres salieron del dormitorio y se reunieron con el resto para tomar la decisión final.
Al cabo de uno minutos, los jóvenes volvieron y le comunicaron que lo iban a matar, por lo que el comisario pidió afeitarse y ponerse el uniforme completo. Luego, lo sentaron en la cama, le ataron las manos por la espalda y le vendaron los ojos. En ese momento, Aranguren pidió que le ataran los cordones y que le llevaran un cura, pero lo segundo fue imposible. Finalmente, mientras Ramos se iba a la casa del sereno a distraerlo, los demás condujeron al cautivo al sótano.
Allí, “el flaco” miró a Marito y le dijo que se iba a encargar de la ejecución. “Como uno de los jefes tengo que asumir la mayor responsabilidad”, le explicó a su compañero, que sintió que le quitaban un gran peso de sus hombros. En el sótano quedaba ellos dos y “el gordo” Emiliano. Entonces Avalos disparó con la pistola 9 milímetros al pecho de Aranguren, quien cayó sobre frío piso de mosaicos. Después lo remataron de dos tiros más, uno con la misma arma y uno con la 45 que llevaba Emiliano. Por último, Marito cubrió el cadáver con una manta que no fue retirada en ningún momento mientras cavaban el pozo para enterrarlo. Y para evitar que el cuerpo diera olor levantara las sospechas del casero, lo cubrieron con cal. Además, con este procedimiento buscaban que la carne y los huesos se consumieran hasta desaparecer por completo. Aunque eso llevaría tiempo.

VII

Gran parte del grupo llegó a la estancia de los Ramos ya entrada la noche. La oscuridad era el refugio ideal para introducir al cautivo al casco sin problemas. Sin embargo, el sereno, que habitaba junto a su familia una pequeña vivienda lindera, salió a ver qué pasaba luego de escuchar la llegada de la camioneta y el auto. Al verlo salir caminando liego, Ramos descendió del vehículo y fue a su encuentro para distraerlo, mientras que sus compañeros aprovecharon para llevar al comisario Aranguren rápidamente hacia el interior del casco.
La víctima fue llevada a uno de los dormitorios donde sus captores lo sentaron en la cama y le quitaron la frazada que le cubría la cabeza para poder hablar cara a cara. Al hacerlo, el jefe policial entendió que era el momento de hablar.
- ¿Quiénes son ustedes y qué quieren de mi?- preguntó con tono sereno.
- Usted va a ser ajusticiado por la desaparición del padre Pablo y el crimen de su subordinado Vallejos- respondió “El flaco” Avalos.
- Bueno.
- ¿Por qué mataron al padre?- preguntó Marito, al tiempo que tomaba una silla y se sentaba frente a la cama donde Aranguren seguía sentado, con las manos atadas pro la espalda.
- No sé de qué me habla.
Ante esa evasiva, Avalos tomó su ametralladora y apuntó a la cabeza del jefe policial que, luego de una pausa, intentó argumentar que la mujer había adquirido muchos enemigos cuando realizó aquella “falsa denuncia pública” de que los efectivos de su comisaría “reclutaban” a los chicos de la villa para “salir a robar”.
- ¿Y por qué eliminaron al subcomisario Vallejos? ¿Por qué fue el único que quiso investigar lo que realmente había pasado con Pablo?- continuó Marito.
- Sobre eso no puedo hablar, por una cuestión de honor.
Los captores decidieron suspender el interrogatorio en aquel momento ya que pensaban que Aranguren no iba a decir ni una palabra que les sirviera para aclarar las muertes de sus referentes. Antes de que los compañeros se retiraran de la habitación, el comisario les pidió lapiz y papel. Marito accedió y luego de entregarle lo solicitado le aclaró que a la mañana volverían a charlar.

VI

La puerta de roble laqueado se abrió y apareció la empelada doméstica del comisario Aranguren. Los “policías” saludaron formalmente a la mujer, que se quedó unos instantes parada en el umbral y luego les indicó:”Pasen, pasen, por favor”. Ante la invitación, los nuevos custodios del jefe policial ingresaron a paso lento, en especial, Avalos, quien llevaba una ametralladora debajo de su piloto.
- El señor está terminándose de bañar. Tomen asiento- indicó la doméstica.
- ¿La señora se encuentra?- preguntó “El flaco”, haciéndose el distraído, al tiempo que se sentaba con cautela en el sillón de dos plazas del living comedor, al lado de Emiliano, en tanto que Santino hizo lo propio pero en uno individual, ubicado al costado de la mesa ratona.
- No, salió.
La doméstica luego se retiró a la cocina y a los pocos minutos reapareció con tres tasas de café para los invitados. Después, la mujer volvió a retirarse de la habitación. Al rato, el comisario Aranguren entró sonriendo y agradeció la nueva custodia. Se sentó en el otro sillón individual, situado en frente de dos plazas y quedó cara a cara con Emiliano.
- Usted es el Interior, ¿verdad? Digo, por el tono de su voz- indicó el jefe policial.
- Si, así es señor.
En ese momento, la empelada doméstica anunció que se iba a realizar las compras, tras lo cuál, cruzó la puerta de entrada y salió del departamento. Minutos después, Avalos se puso de pie, sacó su arma y le apuntó al dueño de casa: “Comisario, usted viene con nosotros”. En aquel instante, “El flaco” recordó lo que le habían dicho Marito y Nora: “Si se resisten, lo matan ahí mismo”. Pero Aranguren no dijo ni una palabra y siguió todas las indicaciones de sus captores al pie de la letra.
El comisario salió del edificio con Avalos y Emiliano tomándolo del brazo uno de cada lado y luego lo subieron al auto de Martín y todo el grupo abandonó rápidamente el lugar. Al llegar a la Facultad de Derecho, la víctima fue pasada a la caja de la camioneta donde lo taparon con una manta y quedó bajo la custodia de Marito y el “cura”. Mientras tanto, Nora se pasó al auto de Martín y ambos se fueron a la casa de Sabia en el conurbano a dejar sus armas y los disfraces.
El resto del grupo partió entonces en la camioneta y con la víctima hacia la estancia de la familia de Ramos, en el límite de la provincia. “No paremos para comer ni a cargar nafta”, indicó Avalos a sus compañeros, mientras que Aranguren no habló en todo el viaje, que duró unas ocho horas, entre caminos de tierra y alternativos que pocos conocían.

V

La mañana siguiente, “El gordo” y Avalos se subieron disfrazados de policías al auto de Martín, quien iba con ropas de civil. Salieron de Villa Urquiza con tiempo hacia el coqueto barrio del comisario Aranguren. Detrás, a varios vehículos de distancia, los siguió la camioneta robada, conducida por Ramos, quien iba acompañado en la parte delantera por Norma, con una peluca corta y rubia, mientras que en el asiento trasero estaban Santino y Marito, como el efectivo de mayor rango, y otro compañero cordobés, Lucas Rodríguez, quien se había sumado al grupo en la recta final del grupo, disfrazado de cura. Al llegar al lugar indicado, cada uno se colocó en posición, el auto estacionado en el garage del colegio y la camioneta en al esquina. Por su parte, “El negro” Sabia había pedido médico para no ir a trabajar y aguardar en su casa del conurbano.
Marito descendió de la camioneta cuando el efectivo de consiga se alejó para hincar su rondín por el resto de la manzana. El joven empezó a caminar hacia la entrada del edificio cuando, de repente, un automóvil se detuvo imprevistamente a la par de él.
- Disculpe, oficial ¿Podría estacionar en esta cuadra?- preguntó el hombre que conducía el desconocido vehículo.
- No señor. Está prohibido- respondió Marito, con un tono solemne.
- Pero aquel auto está parado en la puerta del colegio- continuó el conductor al tiempo que señalaba el vehículo donde estaba parte del grupo del falso policía.
- ¡Circule, por favor!- indicó el supuesto oficial tajante, tras lo cuál, el automovilista, algo asustado, abandonó el lugar.
Marito intentó seguir caminando tranquilamente hacia su posición pero antes de llegar a la puerta del edificio se le heló la sangre cuando un patrullero pasó muy lentamente por su lado. Pero los dos efectivos que lo ocupaban lo saludaron formalmente, él les respondió con naturalidad, y ellos continuaron su marcha.
Finalmente, sin moros en la costa, Marito se quedó de custodia en la entrada del edificio y les dio la señal a sus compañeros para que procedieran. Entonces, los policías Emiliano, Avalos y Santino ingresaron al lugar. Los primeros dos se bajaron en el piso del comisario, mientras que el tercero aguardó una planta más abajo, con la puerta del ascensor abierta.

IV

Avalos tomó el teléfono que su pareja había puesto en una mesita de madera color campo ubicada junto a la biblioteca que hacía juego en medio del living comedor de la casa de Villa Urquiza y marcó rápido, mostrando que se sabía el número de memoria.
- Hola- respondió un hombre del otro lado de la línea.
- Buenas noches. Hablo con la casa de la familia Aranguren.
- Si ¿Pero quién habla?
- Disculpe las molestias pero lo llamaba para ofrecerle una colección de enciclopedias- mintió “El Flaco”, impostando la voz.
- Es tarde y no me interesa- cortó el comisario general abruptamente.
Avalos colgó y miró a Nora y sus compañeros con un gesto de satisfacción.
“Está en el departamento. Lo hacemos mañana”, les indicó y los demás asintieron en medio de una mezcla de nervios y ansiedad. Luego, el grupo se dispuso a repasar punto por punto el plan a seguir ya que en el proceso previo se habían discutido varias alternativas.
Primero, la idea había sido de capturarlo en la calle, cuando saliera del edificio hacia el garage para buscar su auto. Pero eso implicaba llamar la atención y atraer no sólo al policía que estaba siempre de consigna en la esquina, sino a potenciales testigos. Entonces, se terminó por acordar que había que llevárselo del interior del departamento.
Claro que para entrar, el grupo iba a necesitar de un ardid y así fue que a Marito y Nora se les ocurrió hacerse pasar por policías que iban a custodiarlo por “una nueva decisión del ministro” que no quería que siguiera sin protección.
Como “El gordo” Emiliano y Santino habían ido a un Colegio Militar en sus pueblos natales y conocían el comportamiento que se requería, los movimientos, el modo de hablar y el aspecto, se pusieron a practicarlo con Avalos y Marito.
Para ello también contaban con los uniformes robados en los destacamentos policiales pero estas prendas de vestir les quedaban muy grandes a estos jóvenes, por lo que Nora tuvo que poner a trabajar sus dotes de costurera. Mientras que luego compraron otros disfraces en una tienda de alquiler del microcentro.
Hasta ese punto, el plan había marchado perfecto, pero dos días antes, un grupo de obreros municipales habían comenzado unas tareas de bacheo justo en la puerta del edificio de Aranguren, por lo que decidieron colocar el auto robado en la entrada del garage del colegio, cruzando la calle. Era la única forma de recorrer la distancia más corta posible con la víctima reducida en al vía pública. Mientras que la camioneta sustraída iba a quedar estacionada en la esquina, de apoyo.
Luego de capturar a la víctima, el grupo había decidido hacer unas postas con los otros dos vehículos legales y con ellos salir de la ciudad.
“Quéndense tranquilos que no sospecha absolutamente nada”, les indicó Avalos al resto luego de terminar el repaso. Afuera estaba oscuro y hacía frío, y los jóvenes decidieron que iban a pasar el resto de la noche todos juntos y en el mismo lugar.

III

Ramos rápidamente surgió con la idea de utilizar la estancia de sus padres, ubicada en el límite provincial de Buenos Aires, para consumar el acto de Justicia que tanto buscaban. Como sus familiares habitualmente viajaban a Santa Fe por cuestiones comerciales, sólo había que estar atentos a la agenda que ellos llevaban y aprovechar esos días en que el casco iba a estar desocupado. Generalmente, los viajes de negocios de los Ramos duraban casi toda una semana, lo que le daba al grupo cierto margen temporal para actuar sin ser descubiertos.
Con la llegada del otoño, las reuniones en la casa de Villa Urquiza se hicieron más frecuentes y, en ocasiones, más concurridas, ya que de las mismas llegaron a participar Nancy y Cosme.
 A fines de marzo, en medio de unos de esos encuentros, el grupo decidió salir en ese mismo momento hacia General Paz, donde había varios puestos de control de la policía que a esa hora no tenían una fuerte custodia.
La idea se les había ocurrido a Marito y Martín, quienes vivían en una casa de Vicente López, y siempre utilizaban esa avenida para entrar a la Capital, por lo que conocían aquellos puestos, ahora fijados como sus objetivos más próximos.
El grupo finalmente asaltó el destacamento sobre General Paz, en momentos en que había un solo efectivo de custodia y se apoderaron de una ametralladora y una pistola, y sí consiguieron sus primeras armas para su misión.
- Flaco, nosotros no somos chorros. No podemos seguir haciendo todo esto- le indicó Nora a su pareja cuando regresaban del destacamento a la casa “centro de operaciones”.
- Ya lo sé. No pretendo empezar a vivir como un delincuente. Pero debemos prepararnos. Mientras nos cuidemos y movamos rápido vamos a estar bien. Tenemos una única misión y eso es lo que nos tiene que importar.
- En este caso, el fin justifica los medios- intervino Marito, quien expresaba una intención de estar dispuesto a todo.
Al ver que fue fácil su primer paso, los jóvenes, al mes siguiente, coparon otro destacamento y esta vez robaron cuatro pistolas y uniformes policiales completos.
Faltaba poco para reunir todo lo necesario y en mayo, robaron un auto y una camioneta de un garage porteño.
En cada una de sus incursiones, los jóvenes utilizaban guantes y disfraces para no dejar rastros ni ser vistos por sus víctimas y testigos. Y utilizaron los autos de Marito y Martín, aunque trataban de no dejarlos estacionados cerca de los objetivos porque no querían “quemarlos” antes de tiempo.

II

Días después de conocida la noticia del ascenso del comisario Aranguren, ahora comisario general, por haber llegado al máximo rango dentro de la Policía, Nora y Avalos recibieron una noche en su casa a sus compañeros y amigos, Marito, Ramos, Martín, “El Gordo” Emiliano, “El Negro” Sabia y Santino, porque todos habían coincidido en que “algo hay que hacer”.
Martín era otro jovencito cristiano y nacionalista de la Capital Federal que había mutado de una derecha pasiva a un militante más zurdo. Mientras que los otros tres eran oriundos del Interior y siempre estuvieron más alejados del catolicismo y más cercanos al movimiento obrero.
“El Gordo” y Santino habían nacido y crecido en Córdoba, donde a partir del secundario habían comenzado a realizar una actividad social y comunitaria bastante intensa ya que en la capital de aquella provincia los problemas eran bastante parecidos a los de Buenos Aires.
Al concluir los estudios, los amigos decidieron viajar a la capital del país a estudiar en la UBA, desde donde recayeron en las tareas solidarias realizadas en la villa 3 y compartidas con el grupo encabezado por Marito, el más culto y brillante del grupo, de acuerdo a los resultados de su etapa de instrucción.
Por su parte, “El Negro”, un par de años mayor que el resto, había recalado en Buenos Aires luego de haber surgido del seno de una familia muy peronista, en Corrientes. Primero había trabajado en una textil, donde conoció a su esposa y madre de sus hijos, y ahora lo hacía en una automotriz.
- Creo que tenemos que hacer Justicia por mano propia- arrancó “El Flaco”, cada vez más volcado a la utilización de la violencia para luchar contra la violencia reinante en todos los ámbitos de la sociedad.
- Estoy de acuerdo. Esta situación es insostenible. La gente tiene que saber quién es este tipo y qué fue lo que hizo- indicó Marito, para quien el ajusticiamiento de Aranguren era un viejo sueño.
Emiliano, el que habitualmente discutía con los dos líderes, esta vez expresó su concordancia, mientras que los demás hombres estuvieron de acuerdo en silencio. Al igual que Nora, quien tenía una fuerte ascendencia sobre Avalos y Marito.
“Bueno, entonces, ya está decidido. Ahora hay que conseguir todo lo que vamos a necesitar para cumplir con nuestra misión”, explicó “El Flaco” y luego todos se quedaron sentados alrededor de la mesa en la que habían compartido la cena, haciendo planes. Y así nació el comando "San Pablo".

MONTONCITOS, un invento en la historia

I

Nora estaba terminando de lavar los platos en la cocina, luego de cenar, aunque eso no le impedía seguir elegantemente vestida. Llevaba su larga melena morocha toda arreglada y estaba de espaldas al living comedor donde “El flaco” Avalos miraba la televisión, tirado en un sillón.
La pareja se había juntado hacía tres años y habitaba una sencilla pero amplia vivienda en el barrio porteño de Villa Urquiza, que estaba a nombre de la hermana de Nora, Nancy, y el marido de ésta, Cosme Miguez, un productor radial y aficionado a la fotografía. La nueva ama de la casa era docente y él, siete veranos más joven, estudiaba y hacía algunos trabajos para un estudio de abogados de La Matanza y en una revista que estaba a cargo de su hermano.
Por esas vueltas del amor, se habían unido una mujer de familia de clase media-baja y no practicante, con un muchacho de un seno bien acomodado, nacionalista y cristiano.
Ella había estado casada con un comunista y él, delgado, alto y con rostro anguloso, había pasado más tiempo con sus compañeros del Colegio Nacional, Marito y Ramos, a los que aún seguían frecuentando.
Pero lo más curioso es que el pasado de ambos los había llevado al mismo lugar, la villa 3, donde en medio de las tareas comunitarias y de ayuda social, se conocieron y enamoraron.
 Mantenían una relación profunda en la que compartían muchas otras cosas, como, por ejemplo, el laboratorio fotográfico que había montado Cosme en el sótano de la vivienda y que ellos mantuvieron activo.
“¡Qué hijo de mil puta!”, exclamó Avalos al ver las imágenes que estaba emitiendo en noticiero de las ocho. Al escuchar aquel insulto, Nora dejó sus quehaceres y fue a ver que le ocurría a su novio.
- Mira Nora, ese asesino es ahora el jefe de la Policía ¿A vos te parece?
La mujer miró detenidamente la pantalla en blanco y negro y reconoció rápidamente al comisario Aranguren, con su impecable bigote finito que adornaba esa boca siempre cerrada.
- ¡No te lo puedo creer! Con todos los gorilas que hay, van a poner al peor de todos al frente de la policía- expresó Nora, al tiempo que se sentaba en el apoya brazos del sillón, del que Avalos se había levantado de un salto.
- Algo hay que hacer, Nora. Este tipo no puede seguir haciendo lo que se le canta sin que nadie le diga nada.
- Y, encima, seguro que ahora, que maneja toda la fuerza, nos va a mandar a su gente a molestarnos en la villa. Como hizo en su momento con el padre Pablo.
- Tal cual. Y no te olvides lo que hizo después con Vallejos, su propio subcomisario.
En aquel momento, presa del calor del verano pero aún más de la bronca y la impotencia, Nora recordó una de las frases que más le había gustado escuchar de la boca de Pablo, cuando lo conoció hacía más de 15 años, en la villa. “En mi corazón hay un sentimiento que domina desde allí mi espíritu y toda mi vida: Es mi indignación frente a la injusticia”. Los mismo les había repetido este padre tercermundista a Avalos, Marito y Ramos, a quienes supo tener como alumnos de catequésis.