Avalos tomó el teléfono que su pareja había puesto en una mesita de madera color campo ubicada junto a la biblioteca que hacía juego en medio del living comedor de la casa de Villa Urquiza y marcó rápido, mostrando que se sabía el número de memoria.
- Hola- respondió un hombre del otro lado de la línea.
- Buenas noches. Hablo con la casa de la familia Aranguren.
- Si ¿Pero quién habla?
- Disculpe las molestias pero lo llamaba para ofrecerle una colección de enciclopedias- mintió “El Flaco”, impostando la voz.
- Es tarde y no me interesa- cortó el comisario general abruptamente.
Avalos colgó y miró a Nora y sus compañeros con un gesto de satisfacción.
“Está en el departamento. Lo hacemos mañana”, les indicó y los demás asintieron en medio de una mezcla de nervios y ansiedad. Luego, el grupo se dispuso a repasar punto por punto el plan a seguir ya que en el proceso previo se habían discutido varias alternativas.
Primero, la idea había sido de capturarlo en la calle, cuando saliera del edificio hacia el garage para buscar su auto. Pero eso implicaba llamar la atención y atraer no sólo al policía que estaba siempre de consigna en la esquina, sino a potenciales testigos. Entonces, se terminó por acordar que había que llevárselo del interior del departamento.
Claro que para entrar, el grupo iba a necesitar de un ardid y así fue que a Marito y Nora se les ocurrió hacerse pasar por policías que iban a custodiarlo por “una nueva decisión del ministro” que no quería que siguiera sin protección.
Como “El gordo” Emiliano y Santino habían ido a un Colegio Militar en sus pueblos natales y conocían el comportamiento que se requería, los movimientos, el modo de hablar y el aspecto, se pusieron a practicarlo con Avalos y Marito.
Para ello también contaban con los uniformes robados en los destacamentos policiales pero estas prendas de vestir les quedaban muy grandes a estos jóvenes, por lo que Nora tuvo que poner a trabajar sus dotes de costurera. Mientras que luego compraron otros disfraces en una tienda de alquiler del microcentro.
Hasta ese punto, el plan había marchado perfecto, pero dos días antes, un grupo de obreros municipales habían comenzado unas tareas de bacheo justo en la puerta del edificio de Aranguren, por lo que decidieron colocar el auto robado en la entrada del garage del colegio, cruzando la calle. Era la única forma de recorrer la distancia más corta posible con la víctima reducida en al vía pública. Mientras que la camioneta sustraída iba a quedar estacionada en la esquina, de apoyo.
Luego de capturar a la víctima, el grupo había decidido hacer unas postas con los otros dos vehículos legales y con ellos salir de la ciudad.
“Quéndense tranquilos que no sospecha absolutamente nada”, les indicó Avalos al resto luego de terminar el repaso. Afuera estaba oscuro y hacía frío, y los jóvenes decidieron que iban a pasar el resto de la noche todos juntos y en el mismo lugar.
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