Sueños Escritos: II

 Miré al frente y me encontré parado en la popa de un enorme crucero pero que tenía los camarotes bajo cubierta y en ella amplias velas recogidas ya que la embarcación de impulsaba a motor. Había mucha gente a bordo de la misma, pero no pude reconocer a nadie, sólo alcancé a ver la figura del capitán que timoneaba al lado mío. Atardecía cuando el barco se acercó a la costa de la ciudad y comenzó a bordear el sector de la orilla compuesto por altos montes verdes. El capitán me dijo en ese momento que había que ir despacio porque esperábamos a unos amigos que estaban prisioneros e iban a escaparse en el crucero, por lo que en cualquier momento iban a saltar desde los montes a la cubierta.

 El crucero siguió navegando muy lentamente hasta alcanzar el muelle donde, en vez de nuestros amigos, apareció Hitler con un grupo de custodios dispuestos a abordar la embarcación. Como el líder nazi abordó por la fuerza y, al mismo tiempo, era el captor de los prisioneros que pretendíamos rescatar, el capitán siguió su curso y aceleró la marcha. Pero a los pocos minutos, soltó el timón y se arrojó al agua.

 Ante esa situación, entré en pánico porque no sabía timonear, los mismos que el resto de los tripulantes, que comenzar a correr de un lado al otro del crucero pero ninguno se hizo cargo de navegar, por lo que el crucero fue cada vez más rápido y en dirección a la costa que empezaba a cerrarse ya que se trataba de una bahía.

 Sin moverme desde lo alto de la popa, vi como el barco se incrustó en el puerto que se asemejó al de una isla flotante ya que se fue partiendo en dos, como una maqueta de plástico. Ante esa situación los tripulantes decidieron arrojarse del barco mientras que en tierra, las personas, que se veían como en miniatura, fueron aplastadas por esta especie de Titanic sin control. Hasta que finalmente la embarcación se detuvo tierra dentro, en un barrio de casas bajas con jardín y amplias veredas custodiabas por tupidos árboles.

 Tras encallar, descendí del barco y me interné en un chalet de ladrillos. Era de noche y en el jardín de esta vivienda, que fue utilizado como refugio muchas otras personas, reinaba la oscuridad. Allí, se presentó Julio, quien comenzó a reprenderme e insultarme ya que me señalaba como el responsable del terrible accidente. Es que, según él, el barco pertenecía al colegio en el que yo había curado y del que Julio era socio honorario, por lo que la institución debía hacerse cargo de los costos de los daños ocasionados en la ciudad.

 No entendí por qué me culpaba, ni mucho menos la forma violenta e irrespetuosa en lo que lo hacía, por lo que la sorpresa me impidió explicarle que yo no había podido hacer nada para evitar tremenda tragedia ya que no sabía timonear el barco y que, en realidad, lo que buscábamos era rescatar a nuestros amigos prisioneros.

 Pero Julio estaba muy agresivo, por lo que Mariano, un ex compañero del colegio que estaba en el chalet que estaba vestido con un traje negro, corbata y zapatos del mismo color y camisa blanca, intercedió y le pidió que se calmara.

 Más que defenderme, “Pato”, como lo apodan a Mariano, quiso aprovechar que conocía a Julio desde que era un niño y sus padres eran amigos de este. A partir de esa mediación, Julio se calmó un poco y se quedó charlando con Mariano, mientras me retiraba del chalet, en medio de la oscuridad, con lágrimas en los ojos y lleno de angustia, la misma que sentí apenas abrí los ojos y me encontré acostado en mi cama, con una mañana lluviosa y ventosa como escenario de un nuevo día.


AA
Enero 2010.

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