Un conflicto de nunca acabar IX

La mañana del 1 de mayo, alrededor de las 4.40, los aviones Vulcan y Sea Harrier atacaron Puerto Argentino. El Estado Mayor Conjunto hizo una profunda evaluación de ese primer día de real batalla y concluyó en que había sido un triunfo argentino debido a las “serias falencias de orden profesional” que había descubierto en las fuerzas inglesas.

Por su parte, los EE.UU. siguieron alentando las negociaciones, pero como ahora ya no eran neutrales, eligieron al presidente peruano Fernando Belaunde Terry, muy relacionado con empresarios norteamericanos, para que sea el nuevo mediador.

Galtieri estaba embriagado por el triunfo (¿?) pero finalmente accedió a dialogar con Terry, quién expresó su Plan de Paz a través de un télex que contenía siete puntos:
1) Cesación inmediata de las hostilidades.
2) Retiro simultáneo y mutuo de las fuerzas,
3) Presencia de representantes lejanos a las dos partes involucradas en el conflicto para gobernar las islas temporalmente.
4) Los dos gobiernos reconocen la existencia de posiciones discrepantes sobre la situación de las islas.
5) Los dos gobiernos reconocen que los puntos de vista y los intereses de los habitantes locales tienen que ser tomados en cuenta en la solución definitiva del problema.
6) Un grupo de contacto que intervendría de inmediato en las negociaciones para implementar este acuerdo estaría compuesto por Brasil, República Federal de Alemania y EE.UU.
7) Antes del 30 de abril de 1983 se habrá llegado a un acuerdo definitivo bajo la responsabilidad del grupo de países antes anunciado.

Esta fue la propuesta que más se acercó a brindar una solución pacífica al conflicto. Había caído bien entre los argentinos pero los británicos ya estaban decididos a obtener su victoria y Tatcher no iba a hacer regresar a la Royal Navy sin un rotundo triunfo.

Cuando el 2 de mayo hundieron el Belgrano, la propuesta de Beláunde fue inútil. El submarino inglés Conqueror había perseguido al buque argentino por más de treinta horas para hundirlo. Inclusive lo atacó fuera de la zona de exclusión.

El Belgrano se encontraba en el Grupo de Tareas 3, cuidando el Canal de Beagle. Era un buque viejo que había sido re equipado con cañones de seis pulgadas para tiro naval y bombardeo terrestre, cañones de cinco pulgadas para tiro naval y antiaéreo, ametralladoras 40 milímetros y baterías de misiles SeaCat de corto alcance.

El vicealmirante Walter Allara estaba navegando su flota hacia la zona de exclusión sin pensar que habría un ataque cuando llegaran a dicha área. El Belgrano iba a baja velocidad y a 10 kilómetros de distancia lo seguían el Piedrabuena y el Bouchard, con los que había cortado comunicación porque se necesitaba de un silencio sepulcral para captar las ondas hidrofónicas de los submarinos.

En ese momento, el Conqueror disparó tres torpedos MK8, de los cuáles dos dieron en el buque. El Piedrabuena y el Bouchard lanzaron bombas de profundidad y se replegaron, mientras que el Belgrano se hundió y con él la última esperanza de acuerdo entre Argentina y Gran Bretaña.

El hundimiento del Belgrano hirió profundamente a la Junta Militar y despertó su sed de venganza, al tiempo que apagó cualquier interés por la gestión mediadora de Perú.

El 3 de mayo Terry habló con Galtieri, quién le dijo que todo había cambiado y que el gobierno argentino no estaba dispuesto a aceptar ninguna negociación.


Un conflicto de nunca acabar VIII

La flota británica se encontraba el 24 de abril a tan sólo 54 millas náuticas de las islas Georgias del Sur. Por entonces, el gobierno argentino daba sus últimos manotazos de ahogado para encontrar una solución pacífica al conflicto.

Al día siguiente, los cañones británicos abrieron fuego contra el submarino argentino Santa Fe, anclado en el puerto de la estación ballenera de Grytviken, en las Georgias, y la nave fue severamente dañada. De acuerdo con los comunicados del 27 al 32 de la Junta Militar, el otrora capitán de fragata Alfredo Astíz – actualmente condenado a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad cometidos durante la Dictadura- se vio obligado a ordenar un repliegue a Puerto Leigh para seguir combatiendo. Dos horas después de iniciado el ataque británico, ordenó plantar la bandera blanca y procedió a rendir la plaza casi sin oponer resistencia.

El 26 de abril se llevó a cabo le sesión por el TIAR. La estrategia de Costa Méndez era que los países signatarios apoyaran a Argentina inmediatamente para presionar a EE.UU. pero sin que estorbara su gestión. Pero América Latina fue más cautelosa a la hora de brindar su apoyo. Tal fue el caso de Brasil, Colombia y Chile. Todos sucumbieron ante las presiones de Washington, en especial los chilenos, que tenían el conflicto del canal de Beagle fresco en la mente.

El borrador de la resolución indicaba cumplir con tres requisitos:
- Reconocimiento de la soberanía argentina sobre las islas Malvinas. La OEA no lo había hecho nunca antes.
- Condena a la actitud británica.
- Exhortación a que la solución al diferendo fuese alcanzada por la vía de la negociación.

Haig estuvo presente en la OEA y, empecinado en lograr algún avance en su misión negociadora, le presentó a Costa Méndez una nueva propuesta. La idea del norteamericano había mejorado las expectativas de los argentinos pero no eran suficientes.

Para la Cancillería, el segundo texto de Haig implicaba que no iba a retornar el gobierno británico sobre las islas, que se aceptaba la negociación en términos de la ONU y el concepto de descolonización. Además de los deseos de los isleños, se hablaba de la “integridad territorial” y se obtenía el firme compromiso de EE.UU. en apoyar la negociación y garantizar los intereses de las partes.

Sin embargo, la derrota en las Georgias había calado hondo en el espíritu de los militares argentinos que querían seguir con la guerra para realzar la imagen de las FF.AA. con una victoria en ese campo. Por lo tanto, la propuesta de Haig fue rechazada.

Mientras tanto, en la madrugada del 28 de abril, el Órgano de Consulta aprobó el proyecto de resolución por 17 votos y cuatro abstenciones -las de Colombia, Trinidad y Tobago, Chile y Estados Unidos-. En dicha resolución, los cancilleres americanos establecieron “que se deben tener en cuenta los derechos de soberanía de la República Argentina sobre las islas Malvinas, tal como están expresadas en importantes resoluciones emanadas de distintos foros internacionales, entre ellas la declaración del Comité Jurídico Interamericano expresada el 16 de enero de 1976”.(8)

Además, el Órgano de Consulta indicó que la resolución 502 del Consejo de Seguridad de la ONU debía ser cumplida en todos sus aspectos.

Mientras tanto, la guerra ya estaba dando sus primeros pasos firmes y ya no había marcha atrás. Ese mismo 28, Tatcher anunció en Londres la ampliación de la zona de exclusión a 321 kilómetros alrededor de las islas hasta convertirla en absoluta y sumándole un bloqueo aéreo al naval previamente establecido.

Por otro lado, en los EE.UU. crecía la presión política hacia Reagan para que adoptara la posición de Inglaterra. El 29 de abril por la mañana, el Comité de Relaciones Exteriores del Senado norteamericano se reunió y por una aprobación abrumadora, de 79 votos contra uno, instó a Argentina a que retirara sus tropas de las islas. 


(8) Malvinas: La trama secreta, por O. Cardoso, R. Kirschbaun y E. Van Der Kooy, Junio de 1983.

Un conflicto de nunca acabar VII

El 12 de abril, Haig llegó al aeropuerto de Heathrow y fue a reunirse con Pym. La discusión entre ambos se centró en la alternativa de establecer un condominio angloargentino sobre las islas que no disgustó al inglés que prefirió que estuvieran los EE.UU en esa administración también.

La postura de Pym era inflexible en la cuestión de que Argentina acatara la resolución 502 del Consejo y el de respetar los deseos de los isleños. Pero antes de viajar a Norteamérica, Haig volvió a reunirse con Tatcher, pero no consiguió más que la promesa de que consideraría nuevas ideas.

Tres días después, Galtieri dialogó nuevamente con Reagan ya que estaba con muchas dudas con respecto al papel de Haig. Sin embargo, el norteamericano ratificó su confianza en el mediador y aseguró que los EE.UU seguirían siendo neutrales y objetivos. Así creció la confianza de los militares argentinos.

Mientras tanto, en Gran Bretaña, Tatcher luchaba contra el Parlamento y al final de la sesión del 15 de abril obtuvo un mayoritario apoyo y los cuatro partidos principales -Conservador, Laborista, Socialdemócratas y Liberal- aceptaron su propuesta de recuperar las islas “por vía diplomática pero con un fuerte respaldo militar”.

Por su parte, Haig volvió el viernes siguiente a Argentina para seguir negociando con Galtieri. Pero la oposición a sus propuestas, que se basaban en los mismos argumentos que la primera vez, fue más grande aún y, viendo el tono en el que se llevaba la conversación y a donde estaba llegando, decidió tirar todas las cartas sobre la mesa. Sostuvo que si las negociaciones se seguían demorando, la guerra era inevitable, y que si eso sucedía, los Estados Unidos respaldarían a Londres de acuerdo a los términos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

La noche del 19, Galtieri recibió a Haig en la Casa Rosada, en lo que sería el último encuentro entre ambos. Allí, el presidente argentino le entregó el borrador de un nuevo principio de acuerdo en el que la Junta Militar había hecho otras concesiones. Galtieri le explicó que ése era el piso, que el hilo no se estiraría más porque sino se cortaría. No habría más retrocesos.

El borrador indicaba que Argentina aceptaba:
- La Autoridad Especial Interina en los términos originales. Que había reclamado Londres.
- La restauración en las islas de una administración muy parecida a la tradicional, ampliada para incluir argentinos, pero con esa participación reducida de su aspiración inicial.
- Al hacer mención a las negociaciones para hallar una solución definitiva, según el capítulo XI de la Carta de las Naciones Unidas, se especificaba que la misma debería hacerse contemplando debidamente los intereses de derechos de los habitantes. Para balancear esta concesión, se mencionó el compromiso de respetar el principio de integridad territorial.
- Esta vez no hubo una cláusula compulsiva para que se realizara el traspaso de la soberanía.

Pero Haig dijo que este borrador no era suficiente y su misión naufragó.

En Gran Bretaña el clima era similar. Pym, era el único que seguía promoviendo la intervención norteamericana pero lo único que logró fue despertar la furia de los mandos militares y las sospechas de Tatcher. El Gabinete de Guerra, formado para la ocasión, se oponía a su idea porque esta sólo servía para retrasar los objetivos trazados. El primero de ellos, recuperar las islas Georgias del Sur.

La orden ya estaba dada y parte de la flota debía separarse y encaminarse hacia allí. El clima en toda Gran Bretaña era evidentemente belicista. Los diarios londinenses ya disparaban su munición de grueso calibre para poner fin a las negociaciones diplomáticas. El Express tituló “No a la rendición”, mientras que The Daily Star proclamó: “Concluyamos con la guerra diplomática". (6) 

Por su lado, Argentina ya pensaba en solicitar la aplicación del Tratado Interamericano de Ayuda Recíproca (TIAR) que en su artículo 3ro. señalaba: “Las Altas Partes Contratantes convienen en que un ataque armado de cualquier Estado contra un Estado Parte será considerado como un ataque contra todos los Estados Partes y, en consecuencia, cada una de ellas se compromete a ayudar a hacer frente al ataque, en ejercicio del derecho inmanente a la legítima defensa individual o colectiva que reconoce el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas”. (7)

El TIAR definía la agresión como “el uso de la fuerza armada contra la soberanía, la integridad territorial o la independencia política de otro Estado o cualquier otra forma compatible”, con las cartas de las Naciones Unidas y de la Organización de Estados Americanos (OEA).


(6) Malvinas: La trama secreta, por O.Cardoso, R.Kirschbaum y E. Van Der Kooy, Julio de 1983.
(7) Ibid 6.

Un conflicto de nunca acabar VI

El 6 de abril el Foreign Office anunció la renuncia de Lord Carrington quien asumió la plena responsabilidad de no haber previsto la acción militar argentina y porque alguien debía cargar con la culpa, la haya tenido o no. “Carrington y Nott enfrentan humillación y furia”, fue uno de los títulos de la prensa británica que describió la situación como una “espectacular humillación militar y diplomática”.(5)

La remoción de Lord Carrington había comenzado a gestarse el 3 de abril, durante una sesión especial del Parlamento, que no reunía bajo esa modalidad desde la crisis por el Canal de Suez en 1956. En esta nueva oportunidad, se ensañaron con los conservadores y en especial con el Foreign Office y el reemplazante de Carrington fue Francis Pym.

En tanto, Haig y Costa Méndez se reunieron en Washington y ambos se entendieron a la perfección. El norteamericano habló del interés de llegar a una solución pacífica y de la situación de los dos aliados de EE.UU enfrentados entre sí. También opinó que había que adecuar las aspiraciones argentinas a los principios defendidos por Londres y citó el destino de los habitantes de las islas, a lo que el canciller sudamericano le respondió que no habría obstáculo para satisfacer las demandas de los 1.800 kelpers.

Entonces, Haig propuso el retiro de tropas, el regreso de las fuerzas de tareas y una administración compartida. Las ideas que salieron de esta charla les gustaron a los dos pero Costa Méndez, a pesar de haber recibido el visto bueno de Galtieri para emprender la negociación, frenó el entusiasmo del norteamericano alegando que primero debía consultar con su gobierno.

El 7 de abril, el jefe del Estado Mayor General del Ejército, general José Antonio Vaquero, mandó a llamar a los generales José Villarreal y Reynaldo Bignone, y les pidió que trabajaran en un documento base para las negociaciones que aceptaban a EE.UU como mediador. El documento debía reflejar la posición del Ejército, la Armada y la Aeronáutica.

La propuesta de ambos generales fue sencilla:
- Una administración conjunta de las islas en disputa.
- Mecanismos de cooperación para la explotación compartida de sus recursos.
- Un mecanismo de negociación eficaz para resolver el problema de la soberanía en el menor plazo que fuera posible.

Ese mismo día, Tatcher había determinado un radio de 3.221 kilómetros alrededor de las islas como “zona de exclusión”. Es decir, que si un barco argentino se encontraba dentro de ese radio sería considerado hostil. Era claro que los británicos estaban sorprendidos y enfadados por la neutralidad de los norteamericanos.

El Foreign Office no encarnaba las ideas de Tatcher y menos de un Parlamento que estaba dispuesto a convertirlo en chivo expiatorio del desembarco argentino. Por eso, las conversaciones con la Primer Ministro fueron las que verdaderamente marcaron el rumbo de la negociación.

Tatcher no pensaba negociar desde una posición de debilidad. Si bien elogió modestamente la actitud norteamericana de negociar, dejó en claro que la mediación no podría suplir el esperado “respaldo norteamericano a la causa de la libertad”. Para ella la única solución posible era que el agresor acatara la resolución del Consejo.

Para Tatcher el conflicto era de principios. Ella quería dar una lección de que no podía utilizarse la fuerza en las relaciones internacionales. “No se puede dejar que la agresión de dividendo”, fue su frase de cabecera.

El 10 de abril, a las 11, Haig y Costa Méndez se dirigieron a la Casa Rosada donde los recibió Galtieri, al tiempo que Walters hizo de traductor. Lo primero que hizo el presidente fue elogiar a los Estados Unidos. Mientras tanto, afuera, una multitud gritaba “patria sí, colonia no”.

Galtieri dejó en claro cuáles consideraba que eran los derechos argentinos sobre el archipiélago y que las fuerzas estaban preparadas para responder a cualquier agresión británica. Por su parte, Haig habló con los mismos argumentos con los que había hablado con Costa Méndez, pero esa propuesta chocó contra el espíritu triunfalista del presidente.

Para Costa Méndez, la postura de Haig era inadecuada para alguien que quiere ser neutral. Siempre estuvo haciendo alusiones condenatorias al operativo argentino y todo el tiempo recalcó la importancia de Gran Bretaña como aliado norteamericano y la inflexibilidad de Tatcher. Por todo esto, la misión del norteamericano fue un rotundo fracaso.

Haig abandonó aquella primera reunión irritado con la postura de Galtieri, a quién acusó de vivir en una “irrealidad política”. Sin embargo, al final del día, el enviado norteamericano se volvió a encontrar con el presidente argentino.

En esta segunda reunión, Haig no pudo dialogar sobre los temas en conflicto porque Galtieri de dedicó al mismo juego de presiones que estaba ejerciendo y exigió que EE.UU tuviese un trato equitativo para ambas partes.

La posterior discusión de la Junta Militar no fue menos ardua. En ella, Anaya sostuvo que el desembarco no iba a terminar en una mesa de negociación. Mientras que Basilio Lami Dozo, jefe aeronáutico, afirmó que era necesario mantener abierta la opción de negociar. Galtieri compartía ambas argumentaciones: no le gustaba la idea de retroceder pero menos la idea de perder el apoyo de los norteamericanos.

A las 9 de la mañana siguiente, Haig partió a Londres., donde los británicos, según una encuesta publicada en The Economist, consideraban adecuado en un 83 por ciento el envió de una flota al Atlántico Sur y resistían la intervención norteamericana.


(5) The Observer, abril 3 de 1982.

Un conflicto de nunca acabar V

El día después del desembarco, Costa Méndez y su equipo de colaboradores llegaron a Nueva York. Paralelamente, la Junta Militar anunció que las Georgias, Sandwich, Soledad y Gran Malvina estaban nuevamente bajo soberanía argentina.

Cuando Costa Méndez llegó a la sede de la ONU, el Consejo de Seguridad ya estaba en sesión y el inglés Anthony Parsons ya había presentado un documento que luego se convertiría en la Resolución 502. En momento, los británicos se encontraban cada vez más cerca de conseguir los nueve votos a favor para condenar la acción militar argentina.

Finalmente lo lograron debido a la pobre presentación del canciller argentino y la rapidez con la que se movió Parsons. Inclusive los Países No Alineados se mostraron indiferentes a la causa argentina

De esta manera, la Resolución 502 estableció:
“Determinando que existe una brecha en la paz de la región de las islas Falkland (islas Malvinas)
1) Demanda un inmediato cese de hostilidades.
2) Demanda un inmediato retiro de todas las fuerzas argentinas de las islas Falkland (islas Malvinas).
3) Exhorta a los gobiernos de la Argentina y del Reino Unido a buscar una solución diplomáticas a sus diferencias y a respetar integralmente los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas”. (3)

Esta resolución le permitió a Londres ejercer el principio de autodeterminación de los isleños en cualquier negociación futura y apelar al art. 51 de la Carta de la ONU que señala: “El derecho inherente de autodefensa individual y colectiva si ocurre un ataque armado hasta que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz y la seguridad”.(4)

En tanto, la relación argentino-norteamericana había comenzado a derrumbarse con la decisión de nuestro gobierno de recuperar las Malvinas. Los que defendían la causa argentina ante Reagan eran la asesora de seguridad Jeanne Kirkpatrik, el general Vernon Walters y el subsecretario de Estado Enders. En oposición estaba el grupo de atlantistas que defendían a Gran Bretaña y era encabezado pro el secretario Haig.

En el seno del Grupo de Trabajo para Situaciones Especiales que Reagan había formado en 1981 con el vicepresidente George Bush a la cabeza, comenzó a nacer la idea de formalizar un ofrecimiento a las partes. Finalmente se decidió enviar a Haig como mediador debido a que este se autoproclamó como el más apto. En realidad sólo buscaba la gloria personal más que la paz entre Argentina y Gran Bretaña. 


(3) Malvinas: La trama secreta, por O.Cardoso, R.Kirschbaum y E. Van Der Kooy, Julio de 1983. 
(4) Ibid. 3.

Un conflicto de nunca acabar IV

El 2 de abril de 1982, la línea Washington-Buenos Aires estaba abierta: el presidente norteamericano, Ronald Reagan, quería hablar con Galtieri ya que la guerra estaba a punto de explotar. Mientras que el secretario de Estado, Alexander Haig, había comenzado a dialogar con ambos países para ofrecer a los EE.UU como mediador.

A las 22.10 de aquel día, el teléfono sonó una vez más y Galtieri finalmente atendió a Reagan, quién mostró su preocupación por la inminente acción militar argentina y aseguró que Gran Bretaña iba a responder con fuerza militar. También ofreció enviar a George Bush a Bs. As. para entablar una negociación que llevara a una solución favorable.

Galtieri, consciente de que el operativo a esa hora no tenía retorno ya que los primeros buzos tácticos habían llegado a las playas malvinenses, sostuvo que ya habían pasado 17 años de negociaciones infructuosas, que Gran Bretaña había usurpado territorios que por derecho le pertenecían a Argentina y que los ingleses habían amenazado a los argentinos que estaban legalmente en Georgias, y se rehusaban llegar a un acuerdo.

A media mañana, las previsiones británicas fueron cobrando mayores dimensiones. El Comité de Defensa le informó a la Primer Ministro que indefectiblemente se desarrollaría una acción militar al día siguiente, pero que aún no se conocían el alcance de la misma ni las intenciones del gobierno militar argentino.

El Comité instó a dinamizar las relaciones diplomáticas vía EE.UU y a preparar una acción militar. Además, se empezó a trabajar en la presentación ante el Consejo de Seguridad.

Mientras tanto, los militares argentinos ya dominaban los puntos clave de la isla Soledad. Pese a que el operativo fue un éxito para Argentina, los isleños opusieron ciertos obstáculos como colocar vehículos en la pista de aterrizaje. Pero no hubo víctimas de ningún bando.

También ocurrió la primera lucha interna en las filas de los militares argentinos, lo que sería un adelanto de lo que repetiría durante toda la guerra. La Fuerza Aérea y la Naval comenzaron a disputarse el espacio aéreo y el aeropuerto isleño.

Cerca del mediodía británico el HMS Bransfield anunció interrupciones con la emisora de Malvinas. Esta fue la primera prueba fehaciente con la que contó Gran Bretaña de que los argentinos habían desembarcado en las islas.

Los titulares de los diarios argentinos de esa jornada estuvieron repletos de un patriotismo entusiasta. Por ejemplo, Clarín tituló: “Inician la reconquista de las Malvinas” y puso en la bajada: “Tropas argentinas desembarcaron en Malvinas”. Mientras que la tapa de La Nación decía: “Se inician operaciones en el Sur para respaldar la soberanía nacional. Tropas argentinas iniciaron acciones militares en las Malvinas”.

El diario que más alentó el confuso sentimiento popular de ese día fue el sensacionalista La Razón. “Las Malvinas en manos argentinas. Hoy es un día de gloria”, se podía leer en su tapa.

Cerca del mediodía, la Plaza de Mayo ya se empezó a colmar de gente. El público disciplinado coreó el nombre de Galtieri. Este salió al balcón y dijo en un breve discurso que Argentina aceptaría el diálogo sólo después de esta actitud de fuerza. Era demasiado tarde, Londres ya había enviado su flota.