La Masacre de Trelew VI

Sobre la noche de la masacre, Berger relató: “A las 3.30 nos despiertan los gritos que profieren el teniente de corbeta Bravo, el cabo Marchan y otro cabo del cual ignoro su nombre (¿Marandino?). (…) Todos ellos profieren insultos a nuestros abogados, al tiempo que aseguran `ya les van a enseñar a meterse con la Marina` a gritos, nos dicen que esa noche vamos a declarar, querramos o no.

“Escucho otras voces de otras personas diciendo cosas semejantes pero no alcanzo a distinguirlas puesto que inmediatamente nos ordenan salir de nuestras celdas., caminando sin levantar los ojos del piso; noto que es la primera vez que nos dan tal orden pero no logro adivinar el motivo de la misma. Una vez en el pasillo que separa las dos hileras de celdas que son ocupadas por nosotros, nos ordenan formar en fila de a uno, dando cara al extremo del pasillo y en la puerta misma de nuestras celdas. También observo que es la primera vez que nos ordenan tal dispositivo para sacarnos de nuestras celdas.

“De pronto, imprevistamente, sin una sola voz que ordenara, como si ya estuvieran todos de acuerdo, el cabo obeso (¿por Marandino?) comienza a disparara su ametralladora sobre nosotros y al instante el aire se cubrió de gritos y balas, puesto que todos los oficiales y suboficiales comenzaron a accionar sus armas. Yo recibo cuatro impactos, dos superficiales en el brazo izquierdo, otro en los glúteos, con orificio de entrada y de salida, y el cuarto en el estómago; alcanzo a introducirme en mi celda, arrojándome al piso; María Angélica Sabelli hace lo mismo, al tiempo que dice sentirse herida en un brazo, pero momentos después escucho que su respiración se hace dificultosa y ya no se mueve. En la puerta de la celda, en el mismo lugar donde le ordenaron integrar la fila, ya Santucho, inmóvil totalmente.

“Reconozco las voces de Mena y Suárez por su acento provinciano, dando gritos de dolor. Escucho también la vos del teniente Bravo dirigiéndose a Albert Camps y a Cacho delfino, gritándoles que declaren; ambos se niegan, lo cual motiva disparos de arma corta; después no vuelvo a escuchar a Alberto ni a Cacho. Escucho, sí, más voces de dolor que son silenciadas a medida que se suceden nuevos disparos de arma corta; ahora solo escucho las voces de nuestro carceleros que con gran excitación comienzan a inventar la historia que justifique el cruel asesinato, aunque solo sea válida entre ellos mismos.

“Escucho que se aproximan los disparos de arma corta. Es evidente que quien se haya abocado a la tarea de rematar a los heridos está cerca de mi celda; trato de fingir que estoy muerta y entrecerrando los ojos lo veo parado en la puerta de mi celda; es alto de cómo 1,80 metros, de cabello castaño aunque escaso, delgado; lleva insignia de oficial de la Marina. Apunta a la cabeza de María Angélica y dispara, aunque ésta ya está muerta. Luego dirige el arma hacia mí también dispara; el proyectil penetra mi barbilla y me destroza el maxilar derecho alojándose tras la oreja del mismo lado. Luego se aleja sin verificar el resultado de sus disparos, dando por sentado que estoy muerta.

“Continúan los disparos de arma corta hasta que se hace silencio, sólo quebrado por las idas y venidas de mucha gente; ellos llegan, nos miran, tal vez para cerciorarse de si ya estamos muertos; (…) yo continúo tratando de no dar señales de vida.

“A la hora llega un enfermero que constata el número de muertos y heridos; también llega una persona importante, tal vez un juez o un alto oficial, a quien le cuentan una historia inventada. Cuatro horas después llegan ambulancias, con lo cual comienzan a trasladar, de a uno, los heridos y los muertos. Cuando llego a la enfermaría de la base observo la hora, son las 8.30 (…). Me llevan a una sala en la enfermería, en la cual veo seis camillas en el suelo con seis heridos; yo soy la séptima.

“Dos médicos y algunos enfermeros nos miran pero se abstienen de intervenir. Sólo uno de ellos, un enfermero, animado por algo de compasión, quita sangre de mi boca; nadie atiende a los heridos (…).

“A pesar de la cercanía con la ciudad de Trelew no requieren asistencia médica de allí, sino que esperan a que arriben los médicos desde la base Puerto Belgrano, quienes lo hacen al mediodía, o sea cuatro horas después de nuestra llegada a la enfermería. Los médicos recién llegados nos atienden muy bien; nos operan allí mismo, surgiendo dadores de sangre entre los soldados. Recupero el conocimiento veinticuatro horas después de la operación, ya en un avión que me transporta a la base Puerto Belgrano, donde la atención médica continúa siendo muy buena”.


Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew V

María Antonia Berger también comenzó su relato desde el momento en que se rindieron en el aeropuerto de Trelew. “El juez que intervino en la negociación de nuestra rendición (por Alejandro Godoy) prometió acceder a nuestro requerimiento de que nos retornara al penal de Rawson en forma inmediata. (…) Al llegar las tropas de Infantería de Marina, las tratativas se celebran con el oficial al mando de las mismas, capitán de corbeta Sosa, ante quien, Mariano Pujadas, Rubén Pedro Bonet y yo insistimos en lograr que se nos reintegre a la unidad carcelaria, como condición previa a la rendición. Ante la oposición del capitán Sosa, se hace saber a él y al juez federal que a nuestro la base naval no reúne las mínimas garantías de seguridad en cuenta a nuestras vidas; para el supuesto caso de que el penal de Rawson aún se encontrara ocupado militarmente por los compañeros alojados en éste, los tres nos ofrecíamos a gestionar y obtener la rendición incondicional de ellos.

“E estos términos se planteaba la discusión, aunque el capitán Sosa accede a los requerimientos y afirma que nos llevará hasta el penal. De esta forma se hace efectiva la rendición y todos entregamos nuestras armas; momentos antes de ascender al micro que nos llevaría de regreso a la cárcel de Rawson nos enteramos que se nos lleva a la base naval Almirante Zar, bajo el pretexto de que la zona se había declarado en estado de emergencia, por lo cuál, las órdenes recibidas por Sosa eran el traslado de los prisioneros a la base para su alojamiento en ésta”.

Berger señaló que el juez Godoy y el abogado Mario Abel Amaya – quien el 19 de agosto sería detenido, excarcelado a fines de 1972 y vuelto a detener en el 76`, año en que murió tras ser torturado- los acompañaron en el micro que los llevó hasta la base y hasta el pasillo que conducía a las celdas. “Al despedirse de nosotros, el juez reitera que hará todo cuanto fuera necesaria para garantizar nuestra seguridad física”, recordó la víctima.

Respecto del trato que recibieron durante su detención en la base, Berger indicó: “Para ir al baño y a comer nos llevan de a uno, con ambas manos apoyadas en la nuca, mientras nuestros carceleros nos apuntan con sus armas montadas y sin seguro; en forma continua se procede a maltratarnos; a los muchachos se les ordena hacer repetidas veces cuerpo a tierra totalmente desnudos, a pesar del intenso frío característicos de la zona. También se nos obliga a hacer numerosos movimientos parándonos y sentándonos en el suelo, o sostener el peso del cuerpo con los dedos estirados y apoyados de punta en la pared durante mucho tiempo, hasta que el dolor es insoportable. (…)

“Recuerdo una ocasión, (…) el teniente de corbeta Bravo colocó su pistola calibre 45 en la cabeza de Clarisa Lea Place, al tiempo que amenazaba con matarla, porque ésta se negaba a colocarse boca arriba en el suelo. Clarisa, atemorizada, contesta con un débil <>; el oficial vacila; luego baja su arma”.

“(…) Es notorio cómo la situación es progresivamente más tensa; lo sienten aun nuestros carceleros; tres disparos aislados y hasta una ráfaga entera de ametralladora cuyas marcas quedaron en las paredes son muestras de un nerviosismo manifiesto que hacía que sus armas se les dispararan sin ellos darse cuenta.

“Una noche asistimos a un simulacro de fusilamiento y como tal lo asumimos posteriormente. Aproximadamente a la medianoche nos despiertan con gritos; a oscuras nos obligan a tirarnos cuerpo a tierra repetidas veces, sentarnos y pararnos en el suelo, etcétera, al tiempo que simulan ir a buscarnos para llevarnos, abren los candados, los cierran nuevamente; encienden y apagan las luces al tiempo que montan y desmontan repetidas veces sus armas. Escuchamos cuchicheos de nuestros carceleros con otros oficiales que han llegado. Por señas le preguntaba a un cabo que estaba pasando y me contesta moviendo el dedo índice como si apretara el gatillo de un arma. Como cierre de una noche agitada, comienza un nuevo interrogatorio por los oficiales, ante quienes reiteramos nuestra negativa a declarar; amenazan a Alfredo Kohon con ser torturado si insiste en su negativa a declarar”.


Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew IV


“La noche del día lunes nos permitieron acostarnos temprano, más o menos a las 23 horas, pero a las 3.30 fuimos despertados violentamente por el capitán Sosa y el oficial Bravo. Nos ordenaron que dobláramos los colchones y las mantas. Un cabo abrió celda por celda. A medida que nos levantábamos nos hacían parar contra la pared mirando el piso. A mi me hizo levantar el capitán Sosa y me ordenó que mirara al suelo. Como lo hice con cierta displicencia, me ordenó que pusiera la barbilla contra el pecho. Seguramente no cumplí esta orden de la forma que él pretendía, pues de inmediato sacó la pistola, la preparó para disparar y me dijo apuntándome: `Si no ponés la barbilla contra el pecho te pego un tiro`. (…) 

“Sosa se retira inmediatamente de mi celda y unos minutos después ordenar formar en el pasillo. Salimos todos los prisioneros y en completo silencio formamos dos filas, mirando hacia la salida, cada uno parado al lado de la puerta de su celda. En el extremo abierto del pasillo había dos o tres suboficiales armados con metralletas PAM. Bravo recorrieron las hileras hasta el final y volvieron. Hicieron ese recorrido profiriendo amenazas e insultos y diciendo cosas tales como `l
o peor que podrían haber hecho era meterse con la Marina` y `ahora van a ver lo que es el terror antiguerrilla`, etcétera. Nosotros permanecimos en silencio. Nadie contestaba. Nadie se movía. Cuando Sosa y Bravo ya terminaba su recorrido, en forma completamente sorpresiva y sin que mediara el menor incidente, el menor movimiento, comenzó el tableteo de una ametralladora. Miré sobresaltado hacia el extremo abierto del pasillo y vi caer a Susana (Lesgart) y Clarisa (Lea Place). 

“Giré rápidamente y me introduje en mi celda. Detrás de mí lo hizo mi compañero. Allí nos quedamos Kohon y yo durante un instante, parados, escuchando las ráfagas y sin atinar a hacer nada. Enfrente mío vi caídos a Bonet y Toschi, alcanzados por disparo cuando intentaban introducirse en su celda. Bonet se apoyaba en su codo derecho y me miraba en silencio. Nadie atinaba a hablar. Sólo se escuchaban los quejidos de dolor de los heridos. Inmediatamente, Kohon y yo nos acostamos debajo de la losa que, empotrada en la pared, hacía las veces de única cama en a celda. (…) Desde allí seguimos escuchando el ruido de las ráfagas, hasta que de pronto éstas se interrumpen.

“Luego oímos el vozarrón de Bravo. Dijo: `Éste todavía está vivo` y a continuación un disparo aislado. Esto ocurrió varias veces. Instantes después, Bravo entró en nuestra celda y nos ordenó que nos pusiéramos de pie. Obedecimos. Bravo nos pregunta entonces: `¿Van a declarar como corresponde ahora o no?`;. Mientras, nos apuntaba con su pistola. Kohon y yo contestamos que sí- Bravo se retira entonces de la celda pero de inmediato apareció el oficial cuyo nombre podría ser Fernández y sin mediar palabra me apunta a la cara. Instintivamente giré mi cuerpo hacia la izquierda en el exacto momento en que me disparaba. Recibí el impacto en el ángulo superior derecho del hemotórax izquierdo, debajo de la clavícula.

“El impacto me levantó en vilo y me hizo caer sobre el camastro de cemento quedando de bruces sobre él, con las rodillas apoyadas en el suelo. Sentí un profundo dolor en la espalda y comencé a sangrar abundantemente por la herida y por la boca. Sin embargo, no omití queja ni sonido alguno y permanecí inmóvil. A continuación escuché los disparos del mismo oficial efectuó sobre Kohon, no recuerdo cuántos. Y luego los quejidos de dolor de mi compañero. Hubo un largo rato de silencio, luego nuevamente la voz de Bravo que en tono muy fuerte decía a alguien: `¡Se quisieron fugar! ¡Pujadas quiso quitarle la pistola al capitán, intentó resistirse!`.

“Minutos más tarde, alguien me tomó el pulso y comentó: `Éste tiene el pulso bastante bueno`. Poco después me colocaron sobre una camilla y me condujeron hasta el hospital de la base. Allí me taparon la herida y me dieron un calmante. Pude ver a los otros heridos: Astudillo Kohon, María Antonia (Berger), Pólit y Camps.

“En el curso de la mañana del martes (22 de agosto) me trasladan junto a Camps al hospital Puerto Belgrano. Allí soy intervenido quirúrgicamente aproximadamente a las 21 horas. Posteriormente me visita en este hospital el juez naval capitán de navío Bautista, a quien le relato los hechos descriptos.

“Cuando leo los diarios me entero de la versión oficial dada por el almirante Hermes Quijada. Es completamente falsa. No hubo ninguna tentativa de fuga; es totalmente falso que Pujadas haya intentado arrebatar el arma a un oficial. Fue una masacre alevosa y premeditada contra diecinueve prisioneros desarmados”, concluyó Haidar.



Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew III

Lo que hubiera declarado Ricardo Haidar en el juicio:

 "Cuando llegamos al aeropuerto de Trelew, luego de la fuga del penal de Rawson, y comprobamos que el avión ya había partido, nos quedaba una alternativa: dispersarnos en la dilatada meseta patagónica. Sin embargo, desechamos de inmediato tal posibilidad porque las características geográficas eran adversas y podíamos ser detectados fácilmente por las fuerzas represivas y muy probablemente eliminados sin darnos posibilidad de rendirnos. En consecuencia optamos por rendirnos en el aeropuerto, exigiendo las máximas seguridades posibles consistentes en hablar con el periodismo para que el pueblo verificara que estábamos vivos y en óptimas condiciones, la presencia de un juez y la de un médico. (…) 

“El oficial de Infantería de Marina que dirigió las fuerzas de la dictadura en el aeropuerto, y ante quien nos rendimos formalmente, era el capitán Sosa”, relató la víctima al comenzar su relato.

Luego, Haidar contó cómo fue el alojamiento en los calabozos de la base y el trato que recibieron. Primero indicó que las distribución de los 19 detenidos en las celdas fue la siguiente: Pujadas, Astudillo y Capello; Ulla, Suárez y Mena; Sabelli, Villarreal y Senger; Bonet y Toschi; Pólit y Del Rey; Camps y Delfino; Kohon y él; y Lea Place y Lesgart.

“El primer día (el martes 15 de agosto) el trato que nos dan es bueno, tanto es así que nos dejan durante todo el día el colchón y las mantas, hecho que no volverá a repetirse en los días siguientes. Sin embargo el buen trato dura poco”, continuó.

Según Haidar, al día siguiente llegó el capitán Sosa. “Se dirige a nosotros con un tono muy agresivo diciéndonos, por ejemplo: << La próxima no habrá negociación, los vamos a cagar a tiros>>. (…)

“La noche del día miércoles (por el 16 de agosto) aparece por primera vez el oficial Bravo (…). Este oficial es el que observa la conducta más agresiva hacia los prisioneros. La noche del jueves nos quita los colchones y nos inflige castigos, como por ejemplo, apoyar la punta de los dedos contra la pared, con el cuerpo inclinado en posición de cacheo y tenernos así durante un largo rato, hacernos acostar en el piso completamente desnudos, también por largo rato, etc. (…) Los interrogatorios se hacen todas las noches a partir de la madrugada del jueves entre las dos y las cinco de la mañana. (…)

“A partir del jueves, Mariano Pujadas es maltratado especialmente. En una oportunidad, el oficial Bravo lo obligó a barrer el pasillo completamente desnudo.

“Nunca nos sacaban a todos juntos de las celdas, salvo en dos oportunidades (…) El día lunes (21 de agosto) a las 10.30 fue la primera vez que nos sacaron a todos juntos de las celdas y nos hicieron formar en tres grupos mezclados con soldados con ropas civiles en el hall de la guardia. Estaba presente el juez (Federal Jorge V.) Quiroga. Allí se realizaron reconocimientos en rueda de presos...


Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew II

Los fusilados que murieron:

- Carlos Heriberto Astudillo (28): Estudió medicina e ingresó a las FAR en 1970. Fue detenido en diciembre de ese mismo año acusado de haber participado del asalto a un banco en Córdoba. 

- Rubén Pedro Bonet (30): Obrero de familia humilde. Ingresó al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en 1961 y de allí al ERP: Se lo acusó de haber participado de varios asaltos y atentados y lo apresaron en 1971. 

- Eduardo Adolfo Capello (24): Estudiante de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Participó en numerosas operaciones del ERP hasta que en 1971 fue detenido y torturado junto a 15 de sus compañeros. 

- Mario Emilio Delfino (29): Estudió Ingeniería y en 1966 ingresó al PRT. Fue obrero y quedó detenido en 1968 en Rosario. 

- Alberto Carlos Del Rey (26): Integrante del ERP. Había sido detenido en 1971 acusado de haber asaltado un frigorífico en Santa Fe. 

- Alfredo Elías Kohon (27): Estudió Ingeniería en Córdoba y trabajó en una metalúrgica. Ingresó a las FAR en 1969 y lo detuvieron en diciembre de 1970 por el asalto a un banco en Córdoba, al igual que a Astudillo.

- Clarisa Rosa Lea Place (24): Estudió leyes en Tucumán e integró el ERP desde los orígenes de la organización. Fue detenida en enero de 1972. 

- Susana Lesgart (22): Esposa de Fernando Vaca Narvaja. Integraba Montoneros y participó de la toma de La Calera, en Córdoba. La detuvieron en 1971 cuando formaba parte de la Conducción Nacional de la “Orga”. 

- José Ricardo Mena (20): Obrero de la construcción en Tucumán. Ingresó al ERP en 1970 y en diciembre de ese año lo detuvieron por el asalto a un banco. Intentó fugar del penal de Villa Urquiza. 

- Miguel Angel Polti (21): Estudió Medicina y luego Ingeniería en Córdoba. Miembro del ERP al igual que su hermano, que murió en una operación en 1971. a Mediados de ese año lo detuvieron y torturaron en territorio cordobés. 

- Mariano Pujadas (24): Uno de los creadores de la regional Córdoba de Montoneros. Intervino en la toma de La Calera y lo alojaron en el penal de Rawson en 1971. 

- María Angélica Sabelli (23): Estudió Ciencias Exactas en la UBA e ingresó a las FAR en 1968. Participó de la ocupación de Garín y la detuvieron y torturaron en febrero de 1972. 

- Ana María Villarreal de Santucho (36): Esposa de Roberto Mario Santucho, líder del ERP, y madre de tres hijas de 8, 9 y 10 años. Era profesora de artes plásticas. La detuvieron en 1970, se fugó y la volvieron a apresar en 1971. 

- Humberto Segundo Suárez (23): Fue campesino, cañero, obrero de la construcción y panificador en Tucumán. En marzo de 1970 ingresó al ERP y lo detuvieron en 1971. 

- Humberto Adrián Toschi (26): Proveniente de una familia acomodada y participó de la creación de las primeras unidades del ERP en Córdoba. En febrero de 1971 fue detenido en el marco de una investigación policial por el asalto a un blindado. 

- Jorge Alejandro Ulla (28): Miembro de una familia de clase media-alta. Dejó sus estudios universitarios para trabajar en una metalúrgica y en 1967 se sumó al PRT. Participó de varias operaciones y en 1970 fue herido y detenido. Luego sus compañeros lo rescataron pero volvió a ser apresado en 1971.

Los que sobrevivieron:

- María Antonia Berger (30): Licenciada en Sociología e integrante de las FAR. Fue detenida en noviembre de 1971 y tras sobrevivir a la masacre fue liberada en 1973 de la cárcel de Villa Devoto. En 1977 se exilió y dos años después fue secuestrada y desaparecida durante la Contraofensiva de Montoneros. 

- Alberto Miguel Camps (24): Estudiante universitario y miembro de las FAR. Participó de varias operaciones en Córdoba y Buenos Aires hasta que en diciembre de 1971 fue detenido y torturado. En 1977 fue secuestrado de su casa y estuvo desaparecido hasta que en 2000 se identificó su cadáver que había sido enterrado como “NN” en el cementerio de Lomas de Zamora. 

- Ricardo René Haidar (28): Ingeniero químico y miembro de Montoneros. Fue detenido en febrero de 1972 acusado del asalto al entonces intendente de Santa Fe. Luego de 1976 se exilió del país y fue detenido y desaparecido en diciembre de 1982 cuando intentó regresar.


Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew I

El 7 de mayo de 2012 comenzó en la provincia de Chubut el juicio oral por la denominada “Masacre de Trelew”, cometida el 22 de agosto de 1972 en la Base Almirante Zar, durante el gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse.

Los 16 integrantes de las agrupaciones Montoneros, Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) asesinados por los militares y otros tres que lograron sobrevivir al fusilamiento habían sido alojados en esa base luego de que escaparan una semana antes del penal de Rawson junto a otros seis compañeros -Mario Roberto Santucho, Domingo Mena, Enrique Gorriarán Merlo, Roberto Quieto Marcos Osatinsky y Fernando Vaca Narvaja- que lograron huir en avión a Chile.

En el banquillo de los acusados se encuentran los capitanes de navío Rubén Paccagnini, Luis Sosa, Emilio Del Real y Jorge Enrique Bautista, y el cabo Carlos Amadeo Marandino. Mientras que no son juzgados en este proceso el almirante Horacio Alberto Mayorga, por problemas de salud, y el teniente Roberto Bravo, prófugo en Estados Unidos donde no concedieron su extradición.

Excepto Bautista, quien está procesado por "encubrimiento", estos ex militares están imputados de los homicidios doblemente agravados de Rubén Pedro Bonet, Jorge Alejandro Ulla, Humberto Segundo Suárez, José Ricardo Mena, Humberto Adrián Toschi, Miguel Angel Polti, Mario Emilio Delfino, Alberto Carlos Del Rey, Eduardo Adolfo Capello, Clarisa Rosa Lea Place, Ana María Villarreal de Santucho, Carlos Heriberto Astudillo, Alfredo Elías Kohon, María Angélica Sabelli, Mariano Pujadas y Susana Lesgart; y de las tentativas en perjuicio de María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar.

En la primera audiencia del debate, que se realizó ante 500 personas en el Centro Cultural José Hernández de Rawson, el tribunal, presidido por el juez Enrique Guanziroli e integrado por Pedro De Diego y Nora Cabrera de Monella, desestimó el pedido de detención inmediata de los acusados presentado por los fiscales federales Horacio Arranz y Fernando Guelvez y la querella representada por los abogados de familiares de las víctimas, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).

En el siguiente trabajo se abordará brevemente quiénes fueron los 16 fusilados y se publicarán los relatos de los tres sobrevivientes de la masacre que luego fueron desaparecidos y asesinados durante la última dictadura militar, y el descargo de los imputados, en base al material publicado por Tomás Eloy Martínez en su libro "La pasión según Trelew".

La “Masacre de Trelew” podría decirse que fue el principio del fin para Lanusse, el puntapié inicial para la liberación de los presos políticos en 1973, cuando asumió Héctor Cámpora, y un adelanto del modus operandi que los militares utilizarían con los detenidos a partir de 1976. 

Un conflicto de nunca acabar XI

El 21 de mayo a las 8.30, desde San Carlos se envió un mensaje por radio que alertó sobre la batalla final en Malvinas. El gobernador argentino ordenó reconocer el área y se detectaron 12 embarcaciones británicas que ya habían tomado posiciones estratégicas y que estaban dispuestas a cañonear Puerto Darwin.

Por la tarde, en la playa ya había dos mil soldados ingleses y una importante cantidad de material bélico muy sofisticado. De allí, los británicos no iban a tardar mucho para encaminarse hacia Puerto Argentino, el objetivo principal.

Ante una situación que cada vez era más desfavorable, el general García ordenó un ataque sorpresa en San Carlos, a lo que Menéndez envió una nota donde sostuvo que la misión era imposible de realizarse ya que esa zona estaba a 90 kilómetros y llegar con tropas allí demoraría una semana. Además, Puerto Argentino quedaría desguarnecido ya que el grueso de las tropas estaría en San Carlos.

El 30 de mayo, Puerto Darwin fue tomado por los ingleses. La situación era difícil. Gran Bretaña había decidido suspender el buque de aprovisionamiento que rentaba la Falkland Islands Company y en el archipiélago faltaba harina, azúcar, leche en polvo y carne.

El cuadro recién mejoró algo cuando arribó el ARA Almirante Irízar con provisiones. Pero las tropas que estaban estacionadas lejos de Puerto Argentino casi no recibieron ningún alimento hasta terminado el conflicto.

El 8 de junio las tropas argentinas rechazaron un intento de desembarco británico en Fitz Roy y Bahía Agradable. Este rotundo triunfo argentino fue un oasis en medio del desierto. En las acciones se hundieron la fragata Plymoth y los transportes de tropas Sir Gallad y Sir Tristán.

Pero pocos días después, los ingleses volvieron a tomar el control de la situación. Mientras el Papa Juan Pablo II oraba en Buenos Aires, los británicos derribaron las defensas cercanas a Puerto Argentino ubicadas en los montes Dos Hermanas, Challenger y Kent, en la península de Fressinet.

La mañana del 14 de junio, los soldados ingleses ya habían pasado las defensas del cerro Williams y Tumbledown. A las 9.30, Menéndez habló con el general García y le dijo que la situación era irreversible y que los enemigos habían ofrecido la rendición.

En el Town Hall se terminaron reuniendo el gobernador argentino con el capitán Melbourne Husey, el comodoro Bloomer Reeve y el intérprete Roderick Bell.

Durante tres horas debatieron sobre la capitulación argentina en base a la Convención de Ginebra y los puntos esenciales de la rendición fueron:

- Las unidades conservarán sus banderas.
- Los oficiales conservaran sus armas mientras estén en las islas.
- La administración y gobierno de las tropas será ejercida por sus mandos naturales.
- Se formarán grupos de trabajo mixtos para resolver problemas de personal y logística.
- El regreso de las tropas argentinas al continente se podrá hacer en buques de bandera argentina.
- Las tropas argentinas deberían estar agrupadas en la zona del aeropuerto, pero evacuarán Puerto Argentino sólo al día siguiente.

La decisión de Menéndez de rendirse había terminado con el gobierno de Galtieri, o por lo menos así lo entendió este último. Sin embargo, Galtieri intentó salvar su imagen echando culpas a los generales en las islas por la apresurada decisión y a la Marina, por su rápida deserción en el conflicto.

El 15 de junio la gente fue poblando desde temprano la Plaza de Mayo. Ya habían leído los titulares de los diarios que catalogaban el hecho como de “Catástrofe” ya que cuatro generales y 11 mil hombres estaban bajo el poder de los ingleses y la bandera argentina había sido arriada. La gente gritó “¡Cobardes!, “No se rindan”. Pero desde el balcón no hubo ninguna respuesta.

Finalmente Galtieri ante la presión interna no habló públicamente y sí lo hizo por TV. En su discurso habló que desestimar la actuación militar era “traición”.

Luego, los más altos jefes de las fuerzas armadas enviaron duras críticas hacia el presidente. La crítica fundamental era que nunca los habían consultado a nadie sobre cuestiones referentes a los planes a seguir.

El 18 de junio los militares decidieron echar a Galtieri y así, uno de los máximos promotores de esta guerra absurda, pero no el único, dejó su cargo. Pero las heridas de sus decisiones se mantuvieron abiertas por mucho tiempo más. Inclusive, muchas de ellas aún siguen sangrando.

AA
Junio 2003

Un conflicto de nunca acabar X

El 4 de mayo fue un momento muy importante para el desarrollo del conflicto armado. La desarrollada tecnología británica dijo presente esa noche cuando los radares argentinos mostraban un importante desembarco. Se disparó la alerta roja pero en realidad era todo un simulacro efectuado por un programa de computadora inglés.

Los cañoneos se desplegaron sobre Puerto Darwin y Argentino. Menéndez reclamaba más apoyo naval y criticaba el accionar intermitente de la Fuerza Aérea. Sus pedidos nunca se retribuyeron y las órdenes siguieron siendo las de disparar a blancos rentables únicamente.

Mientras los Sea Harrier bombardeaban Puerto Darwin y la Royal Navy se concentraba en ese mismo punto, tres cazabombarderos supersónicos Mirage y un avión Super Etendart se lanzaron sobre dos buques que se encontraban 40 millas al oeste de la isla Soledad.

El Super Etendart disparó un misil Exocet que recorrió 35 kilómetros hasta que dio en el Sheffield, el buque más moderno de la flota británica, con 268 tripulantes a bordo, de los cuáles 30 murieron. Éste fue el único y gran logro militar para Argentina y lo que generó más odio entre las filas británicas.

The Observer publicó al día siguiente que el hundimiento del Sheffield fue “la primera seria pérdida” del conflicto y que los altos jefes de la Royal Navy estaban “estupefactos” ya que no podían creer lo que había sucedido.

La guerra continuó y el 15 de mayo los ingleses destruyeron una dotación de aviones Pucará en isla Borbón y volaron el depósito de municiones. Un paso importante en la guerra, que obligó a Menéndez a elevar un documento a la Junta Militar donde subrayó enfáticamente las serias dificultades que debían soportar por la falta de alimentos, de combustible y ropa para las bajas temperaturas. También sugirió reanudar el puente aéreo con el continente.

Por esto, la Junta disolvió al Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS) y formó el Centro de Operaciones Conjuntas en Comodoro Rivadavia, al mando del general García, en una clara demostración de la escasez de recursos y la consecuente falta de respuestas.

Por su parte, Javier Pérez de Cuellar, presidente de la Asamblea General de la ONU, gestionó un texto que se lo había presentado a los diplomáticos argentinos e ingleses el 2 de mayo. Era prácticamente el mismo texto que se había emitido el 17 de abril pero incluía la intervención directa del Consejo de Seguridad.

Francis Pym se opuso ya que Londres estaba dispuesto a una negociación oficiosa pero no aceptaría otra resolución de la ONU que no fuera la 502. Además, el canciller no quería que se ordenara un cese al fuego porque sería considerado un fracaso.

De todas formas, Argentina aceptó los buenos oficios del peruano Cuellar. El subsecretario de Relaciones Exteriores, Enrique Ros, experto en Malvinas, fue designado para encarar las negociaciones, mientras que Gran Bretaña seguiría siendo representada por Parsons.

En las negociaciones Parsons se inclinó más por la idea de un fideicomiso de la ONU y dejó de lado la intención de sondear los deseos de los kelpers. Esta negociación fue desgastante ya que no había reuniones tripartitas y se cuestionaba punto por punto.

Las diferencias persistían. Gran Bretaña quería que la solución definitiva estuviera enmarcada en el artículo 73 de la Carta de la ONU, que incluía el desarrollo de gobiernos propios y de tener en cuenta las aspiraciones de los pueblos de los territorios no autónomos.

En cambio, Buenos Aires no aceptaba esta idea porque era dar cabida a la autodeterminación de los pueblos. Quería una autoridad interina de la ONU asistida por británicos, argentinos e isleños. Además, Gran Bretaña tomaba los casos de las Georgias y Sandwich como casos enteramente diferentes, cosa que Argentina no creía así.

Entonces, el 20 de mayo Cuellar llamó al Consejo de Seguridad y le informó sobre su fracaso. Así, éste comenzó a trabajar en un cese de hostilidades, pero Gran Bretaña obstaculizaba todo con su poder de veto y seis días después, el Consejo sancionó la resolución 505 para darle siete días más al peruano para que negociara. Pero este nuevo intento fue otro fiasco.