La Masacre de Trelew V

María Antonia Berger también comenzó su relato desde el momento en que se rindieron en el aeropuerto de Trelew. “El juez que intervino en la negociación de nuestra rendición (por Alejandro Godoy) prometió acceder a nuestro requerimiento de que nos retornara al penal de Rawson en forma inmediata. (…) Al llegar las tropas de Infantería de Marina, las tratativas se celebran con el oficial al mando de las mismas, capitán de corbeta Sosa, ante quien, Mariano Pujadas, Rubén Pedro Bonet y yo insistimos en lograr que se nos reintegre a la unidad carcelaria, como condición previa a la rendición. Ante la oposición del capitán Sosa, se hace saber a él y al juez federal que a nuestro la base naval no reúne las mínimas garantías de seguridad en cuenta a nuestras vidas; para el supuesto caso de que el penal de Rawson aún se encontrara ocupado militarmente por los compañeros alojados en éste, los tres nos ofrecíamos a gestionar y obtener la rendición incondicional de ellos.

“E estos términos se planteaba la discusión, aunque el capitán Sosa accede a los requerimientos y afirma que nos llevará hasta el penal. De esta forma se hace efectiva la rendición y todos entregamos nuestras armas; momentos antes de ascender al micro que nos llevaría de regreso a la cárcel de Rawson nos enteramos que se nos lleva a la base naval Almirante Zar, bajo el pretexto de que la zona se había declarado en estado de emergencia, por lo cuál, las órdenes recibidas por Sosa eran el traslado de los prisioneros a la base para su alojamiento en ésta”.

Berger señaló que el juez Godoy y el abogado Mario Abel Amaya – quien el 19 de agosto sería detenido, excarcelado a fines de 1972 y vuelto a detener en el 76`, año en que murió tras ser torturado- los acompañaron en el micro que los llevó hasta la base y hasta el pasillo que conducía a las celdas. “Al despedirse de nosotros, el juez reitera que hará todo cuanto fuera necesaria para garantizar nuestra seguridad física”, recordó la víctima.

Respecto del trato que recibieron durante su detención en la base, Berger indicó: “Para ir al baño y a comer nos llevan de a uno, con ambas manos apoyadas en la nuca, mientras nuestros carceleros nos apuntan con sus armas montadas y sin seguro; en forma continua se procede a maltratarnos; a los muchachos se les ordena hacer repetidas veces cuerpo a tierra totalmente desnudos, a pesar del intenso frío característicos de la zona. También se nos obliga a hacer numerosos movimientos parándonos y sentándonos en el suelo, o sostener el peso del cuerpo con los dedos estirados y apoyados de punta en la pared durante mucho tiempo, hasta que el dolor es insoportable. (…)

“Recuerdo una ocasión, (…) el teniente de corbeta Bravo colocó su pistola calibre 45 en la cabeza de Clarisa Lea Place, al tiempo que amenazaba con matarla, porque ésta se negaba a colocarse boca arriba en el suelo. Clarisa, atemorizada, contesta con un débil <>; el oficial vacila; luego baja su arma”.

“(…) Es notorio cómo la situación es progresivamente más tensa; lo sienten aun nuestros carceleros; tres disparos aislados y hasta una ráfaga entera de ametralladora cuyas marcas quedaron en las paredes son muestras de un nerviosismo manifiesto que hacía que sus armas se les dispararan sin ellos darse cuenta.

“Una noche asistimos a un simulacro de fusilamiento y como tal lo asumimos posteriormente. Aproximadamente a la medianoche nos despiertan con gritos; a oscuras nos obligan a tirarnos cuerpo a tierra repetidas veces, sentarnos y pararnos en el suelo, etcétera, al tiempo que simulan ir a buscarnos para llevarnos, abren los candados, los cierran nuevamente; encienden y apagan las luces al tiempo que montan y desmontan repetidas veces sus armas. Escuchamos cuchicheos de nuestros carceleros con otros oficiales que han llegado. Por señas le preguntaba a un cabo que estaba pasando y me contesta moviendo el dedo índice como si apretara el gatillo de un arma. Como cierre de una noche agitada, comienza un nuevo interrogatorio por los oficiales, ante quienes reiteramos nuestra negativa a declarar; amenazan a Alfredo Kohon con ser torturado si insiste en su negativa a declarar”.


Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

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