Dos curas y un Papa - Parte V

En otro tramo de la carta que envió en 1977 al padre Moura, Yorio relató, entre otras cosas, lo sucedido inmediatamente después de su liberación.

“Dos días después (26 de octubre de 1976) nos reunimos con el P. Bergoglio en casa de mi madre. Yo estaba sin documentos y no podía moverme. Ese día quedamos en que el P. Provincial trataría mi incardinación con Mons. Novak (N. de R.: Jorge, primer obispo de la diócesis de Quilmas). Ese día me dijo que no era necesario que yo firmara las divisoras porque para hacer el trámite más expedito él había hecho un acta bajo testigos, con lo que quedaba clara mi salida de la Compañía. Yo entendí que eso se había hecho en ese momento y en razón de que yo no podía salir de la casa de mi madre y para celebrar mi incardinación. El Provincial no me dijo que con esta carta me habían expulsado, tampoco me dijo que eso había sido el 20 de mayo (o sea, tres días antes de caer preso) como Ud., P. Moura, le informó al P. Jalics. Además, después de los cinco meses de cadenas, falta de luz, incomunicación, y susto, yo me sentía mareado con todas las emociones: poder moverme, ver la luz, ver los seres queridos y la cantidad ininterrumpida de gente que hasta la noche tarde pasaban por la casa de mi madre. Interiormente me sentía inseguro y con deseo de que se arreglen las cosas de cualquier manera después de los sustos y amenazas de muerte vividos en la prisión. Para agravar las cosas, el día siguiente la policía empezó a buscarme y tuve que esconderme. El P. Bergoglio informó al Mons. Novak sobre mi persona verbalmente. Lo hizo delante de mí para que no hubiese problemas, según dijo. Informó muy favorablemente. Dijo, además, que yo no salía de la Compañía por ningún problema sacerdotal, ni religioso, ni disciplinar. Que el único problema era el de tensiones entre grupos humanos. El P. Bergoglio, con protección de la Nunciatura, hizo el trámite de mis documentos. Me facilitó mi documentación de la Compañía. Pagó mi viaje a Roma porque la diócesis no podía hacerlo. Aquí, en Roma, intervino para que se me recibiera en el Colegio Pío Latino y para facilitar mi ingreso en la Gregoriana. En el trámite de incardinación y de mi traslado a Roma entiendo que se comportó con mucha diligencia y corrección. Mi obispo quedó muy agradecido de ello. Pero explicaciones sobre lo ocurrido anteriormente no puedo darme ninguna. Él se adelantó a pedirme que por favor no se las pidiera porque en ese momento se sentía muy confundido y no sabría dármelas. Yo tampoco le dije nada. ¿Qué podía decirle? Volviendo al acta bajo testigos. Ud., P. Moura, en junio, cuando lo vi junto al P. Jalics, me habló de una reunión de testigos donde el P. Bergoglio me hizo una intimación o algo por el estilo. Ahora, el Profesor Cardone me ha vuelto a hablar de ello. Esa reunión no existió ni nada por el estilo. Yo nunca recibí ninguna intimación. Según Ud., le dijo al padre Jalics (que) esa reunión había sido el 20 de mayo, tres días antes de mi prisión. La última vez que yo vi al P. Bergoglio fue entre 7 ó 10 días antes de mi prisión a propósito del problema de mi licencia y allí, él mismo me dio licencias para celebrar en casas de la Compañía, cosa que no creo se le hubiese ocurrido hacer sin me intimaba la salida. Además, estuvimos solos, sin testigos. Además, si hubiese existido esa reunión, ¿a qué venía la explicación que me dio en casa de mi madre, después de que quedé libre, diciéndome que para hacer los trámites más expeditos había hecho firmar mi acta por testigos? ¿Cómo se explica que haya un acto ficticio en el que se me expulsa de la Compañía sin que yo lo sepa justo tres días antes de mi prendimiento?”, expresó Yorio en la misiva.[1]

Yorio, nacido en 1932 en la localidad bonaerense de Santos Lugares, partido de Tres de Febrero, estudió Derecho Canónico durante su estadía en Roma. Luego regresó a la ciudad de Quilmas donde, ya fuera de la Compañía de Jesús, ejerció diversos cargos en la diócesis hasta que fue nombrado párroco en Berazategui. En 1997 se trasladó a la arquidiócesis de Montevideo y allí se desempeñó como párroco en la comunidad Santa Bernardita. Finalmente, murió el 9 de agosto de 2000 de un paro cardíaco.

Por su parte, Jalics viajó a Alemania en 1978 y actualmente reside en una casa espiritual de Alta Franconia, en Baviera. “Estos son los hechos: Orlando Yorio y yo no fuimos denunciados por Bergoglio”, afirmó el padre en un comunicado publicado el 20 de marzo de 2013, un día después de la asunción del nuevo Papa, en la página web de los jesuitas en Alemania.[2]

Según el jesuita, es falso suponer que su secuestro y el de Yorio “se produjeron por iniciativa del padre Bergoglio” y, en ese sentido, afirmó: “Antes me inclinaba por la idea de que habíamos sido víctimas de una denuncia. Pero a fines de los 90´, después de numerosas conversaciones, me quedó claro que esa suposición era infundada”.[3]

Jalics reconoció que no fue hasta años después de su liberación y de haber dejado Argentina cuando habló sobre lo sucedido con Bergoglio. “Después celebramos juntos una misa y nos abrazamos solemnemente. Yo me he reconciliado con lo sucedido y considero, por lo menos por mi parte, el asunto cerrado”.[4]

“En síntesis, lo expuesto permite afirmar que la reacción eclesiástica, entre otras, reflejada por diversas gestiones realizadas tanto por los superiores de la Orden a la que pertenecían los religiosos como por otras autoridades de la Iglesia Católica Argentina persuadieron acerca de la liberación de los secuestrados al régimen imperante.

“Asimismo, el conocimiento que Jalics y Yorio tenían del peligro que corrían sus vidas, por la actividad desplegada, era de conocimiento público ya que precisamente el régimen dictatorial creía ver en el trabajo pastoral en las villas una fachada que escondía la guerrilla”, concluyó la sentencia del TOF 5.[5]


AA
Marzo 2013


Dos padres y un Papa - Parte IV

El padre Rodolfo Ricciardelli, considerado el fundador del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, declaró que antes de la liberación de Yorio y Jalics, supo por medio del coronel Ricardo Floret, asesor del ministro del Interior Albano Harguindeguy, que ambas víctimas habían estado en la ESMA y que tanto el ministro y el presidente Jorge Videla estaban interesados en conocer a dónde los habían llevado porque “la Santa Sede, el Obispo y el Nuncio reclamaban a tambor batiente por ellos”.[1]

Tres semanas después de ese diálogo, los dos padres fueron liberados y Ricciardelli volvió a hablar con el coronel Floret, quien le dijo la libración se había producido gracias a ellos y que el presidente y el ministro querían saber donde habían estado detenidos, “ofreciéndose, incluso, a acompañarlos personalmente a prestar declaración” ante las autoridades.

Ricciardelli dijo que Yorio y Jalics fueron a declarar a la Superintendencia de Seguridad Federal, donde, “por recomendación de los funcionarios que los atendieron” afirmaron “no conocer ni quiénes los secuestraron ni donde estuvieron cautivos”.[2]

Este testigo también dijo que monseñor Serra fue a la ESMA poco después de la detención de los dos padres y que allí le negaron que ambos estuvieran alojados en el lugar.

En tanto, Emilio Mignone, fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales, contó que en septiembre circuló la versión de “fuentes oficiales” que Yorio y Jalics habían muerto, por lo que el Cardenal Aramburu se entrevistó con Harguindeguy, quien dispuso que el coronel Floret investigara lo sucedido. También declaró que en julio había sido recibido por el almirante Montes, “quien le confirmó que los sacerdotes habían sido detenidos por la Infantería de Marina”.[3]

A su turno, Bergoglio declaró que a Yorio y Jalics los conoció en 1961 o 1962, en el Colegio Máximo, y que el primero de ellos “nunca faltó a sus votos”.

También dijo que en aquella época, desde antes del golpe militar, “todo sacerdote que trabajaba con los sectores más pobres era blanco de suspicacias y acusaciones de parte de algunos sectores” y, en ese sentido, precisó: “En junio de 1973, viajé a La Rioja con el anterior Provincial justamente para intervenir en el caso de dos jesuitas que estaban en las misiones allí y que trabajaba con los pobres, y que eran objeto, también, de esas habladurías” (…) Era algo muy común: alguien iba a trabajar con los pobres y era zurdo y eso no se acabó con aquella época”.[4]/[5]

El declarante señaló que “había “acusaciones de tipo ideológico, de tipo de pertenecer a organizaciones subversivas, como era el nombre que tenían en ese momento” pero no de parte de “gente sensata”.[6]

Consultado de quiénes en particular cuestionaban la tarea pastoral de Yorio y Jalics, el testigo respondió que “era un cuestionamiento general” de sectores “diversos” a nivel “transversal”, sobre todo, “sectores de la iglesia y también de afuera”. Y aclaró en el sentido que ese tipo de comentarios era “calumnia”.

Contó que Yorio y Jalics dejaron la Compañía de los jesuitas antes del golpe, y que en el barrio Rivadavia había trabajo de “ejercicios, de dirección espiritual y clases” y que ambos padres colaboraban los fines de semana en la villa 11-14 y luego le contaban lo que ocurría allí.

Dijo que entre 1975 y 1976, cuando él era Provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, había “una preocupación normal” entre los sacerdotes a partir del asesinato del padre Carlos Mugica, por lo que se tenían que “mover con cuidado y bajo ciertos recaudos, como no entrar solos a los barrios y de noche estar acompañados”.[7]

Bergoglio contó que la comunidad del barrio Rivadavia era, en realidad, una “residencia”, es decir, que los padres vivían allí pero, al mismo tiempo, podían trabajar en otros lugares, y que la misma se disolvió por una política de “reordenamiento” de la provincia Argentina para fortalecer obras puntuales y fortalecer otras que estaban débiles y que cree que esa medida alcanzó en a Yorio y Jalics, quienes en el segundo semestre de 1974 se fueron al Colegio Máximo y a la provincia Chilena, respectivamente, aunque podían seguir con sus actividades en la villa 11-14.

Ante esta situación, los dos padres iniciaron un proceso interno para solicitar que no se disolviera la comunidad a la que pertenecían pero no pudieron evitarlo y que el padre general de la Compañía, Adolfo Nicolás Pachón, les dijo que “se disolvía la comunidad o ellos debían buscar otras alternativas, que significaba salir de la Compañía”.[8]

Bergoglio agregó que cuando se resolvió la negativa a la postura de Yorio y Jalics, les solicitaron a los dos sacerdotes que salieran de la Compañía y que él le comunicó al primero el 19 de marzo de 1976 que “debía buscar un obispo”.

Además, señaló que “no supo de la existencia de un acuerdo entre la Iglesia y los militares para que, en caso de que algún padre fuese secuestrado, debían informarle previamente al obispo”.[9]

Sobre el secuestro de Yorio y Jalics, dijo que supo que habían sido detenidos junto a un grupo de lacios luego liberados y que se enteró del hecho el mismo día por un llamado telefónico de una persona del barrio a la que no conocía.

“Me empecé a mover. A hablar con sacerdotes que suponía tenían acceso a la policía y las fuerzas armadas”, declaró que él hizo tras ser advertido del hecho y que luego le confirmaron lo sucedido pero que “no se sabía dónde estaban” detenidos. “Después empezó a decirse que habían sido efectivos de la Marina, a los dos o tres días”, agregó.[10]

Ante esa situación, Bergoglio relató que informó de la noticia a “todos los miembros de la Compañía de Jesús inmediatamente” y que recurrió también al “Arzobispado y a la Nunciatura Apostólica”.

Luego, ante el comentario “vox populi” de que había sido la Marina la que detuvo a los padres, declaró que se “reunió dos veces con el comandante” a cargo de dicha fuerza, Emilio Massera.

“La primera (vez) me escuchó, me dijo que iba a averiguar, que no sabía. Yo le dije: `Mire, estos padres no tienen que ver con nada raro` (…) y quedó en contestar. Como no contestó, al cabo de un par de meses pedí una segunda entrevista, mientras hacía otro tipo de gestiones, donde era casi seguro que los tenían ellos. (…) La segunda (entrevista) fue muy fea, no llegó a los diez minutos…”, relató.[11]

Y continuó: “Me dijo: `Bueno, mire, yo ya le dije a Tortolo (monseñor Adolfo, presidente del Episcopado). Y yo le dije: Mejor dirá a monseñor Tortolo, ¿no es cierto?´. `Bueno, sí`. `Bueno, mire Massera, yo quiero que aparezcan`. Me levante y me fui”.[12]

Sobre quiénes le comentaban que los padres estaban detenidos por la marina, Bergoglio respondió que eran “amigos, conocidos”, personas a las que “acudía en un momento de desesperación”.

El ahora Papa contó que también se entrevistó dos veces con Videla, quien, en el primer encuentro, “tomó nota, le dijo que iba averiguar y le comentó que se decía que estaban en la Marina”.[13]

Bergoglio contó “una vez liberados” Yorio y Jalics, lo “primero que procuró fue asegurar su integridad física; para lo cual, les solicitó que no dijeran adónde habían estado y los sacó del país”.[14]

Consultado de que opinaron las víctimas sobre lo ocurrido en los diálogos que él mantuvo posteriormente con ellos, el declarante dijo: “Con el que más pude conversar es con Jalics las veces que ha venido acá (N. de R.: al país, ya que el padre vive en Alemania). Siempre él con una actitud muy comprensiva. Jalics, creo no quiere recordarse esa época. La dio por superada porque sufrió mucho (…) A mí nunca me dijeron, ninguno de los dos, que yo podría haber hecho más o menos (…) No me reprocharon nada”.[15]

“Alguno me dijo que Yorio habría dicho algunas cosas, incluso me pidió una audiencia para contármelas. Yo le expliqué como eran las cosas y su expresión final fue: `Bueno, entre la versión de Yorio y la versión del arzobispo, lleva de ganar la del arzobispo`”, recordó sin precisar quién fue esa persona que le acercó las opiniones del padre.[16]

Por último se refirió a los denominados “curas villeros”, sobre los que sostuvo que el trabajo que éstos hacían “era variado en los diferentes países, en algunos estuvo muy involucrado con mediaciones políticas y una lectura del Evangelio con una hermenéutica marxista”, lo que “dio lugar a la teología de la Liberación”, y en otros, en cambio, “optaron por la piedad popular, dejando de lado la política, dedicándose a la promoción y acompañamiento de los pobres”.[17]

Dos padres y un Papa - Parte III

El padre Jalics declaró ante la Justicia que durante su cautiverio estuvo siempre junto a Yorio y que identificó su primer lugar de cautiverio como la ESMA, por la distancia recorrida desde el lugar donde lo detuvieron y el ruido a aviones y a automóviles. También dijo que dos días después de su captura (el 25 de mayo) escuchó desde el interior del edificio un discurso dirigido al personal de la Escuela de Mecánica de la Armada. Y agregó que también supo que lo trasladaron a la casa quinta de Don Torcuato porque escuchó hablar de ello a sus captores.

Además, relató que mientras estuvo cautivo, un hermano suyo se entrevistó con el entonces presidente de los EE.UU., Jimmy Carter, en la vista de éste al país, para charlar sobre su situación; que otro hermano le escribió al Nuncio, Monseñor Laghi; que el padre general de los jesuitas hizo gestiones ante el embajador argentino en Roma; que Monseñor Serra fue tres veces a la ESMA, que el Cardenal Aramburu habló tres veces con Videla, que “Bergoglio habló con el almirante Massera” y que varios allegados hablaron con diferentes oficiales de la Marina.

“Nos habían tenido que liberar porque era muy conocido que la Marina nos había secuestrado pero ya liberados podían matarnos en la calle para que no habláramos”, señaló Jalics, a quien le dijeron que era peligroso que permaneciera en el país luego de lo ocurrido.[1]

Por su parte, Yorio dijo que identificó que estaba en la ESMA por la forma que tenían los oficiales de describir su posición y por lo corto que eran los viajes cuando lo llevaban de un lugar a otro. A lo que se sumó que una persona le alcanzó una comunión que le había enviado el padre Gabriel Bossini gracias “amistades” que tenía en la Escuela de Mecánica de la Armada.

De hecho, contó que tras su liberación, Bossini se dirigió a la ESMA donde reconoció a los efectivos que habían realizado el operativo en la villa cuando lo detuvieron.

Respecto de dicho procedimiento, Yorio declaró que tras ser retirado de su casa, lo subieron al asiento trasero de un auto negro en el que lo custodiaban tres personas armadas que a las pocas cuadras lo encapucharon.

Luego, una vez en el “Sótano”, la víctima contó que advirtió que se trataba de un lugar de grandes dimensiones, en el que había otros secuestrados que también eran custodiados.

Yorio recordó que luego lo condujeron a un lugar más pequeño, ubicado un par de pisos más arriba, donde había una cama de de hierro de una plaza y donde permaneció dos o tres días sin ir al baño, beber agua ni alimentarse, en penumbras, encapuchados, con grilletes y las manos atadas con una soga a la espalda.

El padre dijo que sus captores ingresaban al cuarto solamente para insultarlo y amenazarlo de muerte y que el 25 de mayo le inyectaron una sustancia que lo adormeció, encendieron un grabador y comenzaron a interrogarlo. Y le decían que el trabajo que hacía en las villas “unía a los pobres” y eso “era subversivo”.[2]

Le preguntaron por qué el cardenal Aramburu había suspendido una semana antes su licencia para celebrar misa y al responder mencionó a monseñor Mario Serra, quien llegó a ser el segundo de Bergoglio, tras lo cual, interrumpieron su explicación.

Yorio señaló que volvieron a interrogarlo el 27 o 28 de mayo, y que en esa oportunidad le dijeron: “Mire padre, sepa que tomarlo a Ud. ha sido para nosotros un gran trauma, sepa que nosotros buscábamos a un jefe montero y resulta que nos encontramos con un hombre a quien hay que darle trabajo, no soy militar y me gustaría mucho conversar con Ud., que podríamos hablar sobre muchas cosas si usted se quedara acá. Pero entiendo que a Ud. lo que más le debe interesar es salir en libertad, y yo estoy en condiciones de decirle que Ud. va a salir en libertad; nada más que, por esas cosas de los hombres, tendrá que pasar un año en un Colegio, no deberá aparecer en público. Ud. es un idealista, un místico diría yo, un cura piola, solamente tiene un error, haber interpretado demasiado materialmente la doctrina de Cristo. Cristo habla de los pobres pero cuando habla de pobres, habla de los pobres de espíritu, y Ud. hizo una interpretación materialista de eso, seguramente influenciado por una infiltración marxista que hay en la Iglesia Latinoamericana y se ha ido a vivir con los pobres materialmente”.[3]

En otro tramo de su declaración, el padre indicó que cuando estuvo cautivo en Don Torcuato le cambiaron la capucha por un antifaz, le dejaron un solo grillete y los esposaron por delante, demás de darle de comer y dejarlo ir al baño. También dijo que en ese lugar se producían reuniones en las que escuchó diálogos entre oficiales y entre estos y familiares de detenidos, y que en una oportunidad hubo un allanamiento de otra fuerza de seguridad y que se fueron de allí los que lo custodiaban.

Dorio recordó que alrededor de las 17 del 23 de octubre le dieron una inyección que lo dejó mareado y lo subieron a una camioneta. Una hora después le dieron otra inyección en la nalga y una tercera en el brazo, tras lo cual, no recordó más nada. Cuando despertó, él y Jalics estaban tirados en el suelo, sin esposas ni grilletes, con una venda en los ojos. Ambos se encontraban en medio de un campo pantanoso y alambrado. Entonces, caminaron un kilómetro hasta la casa del dueño del predio que les dijo que se encontraban en Cañuelas.

Dos padres y un Papa - Parte II

El 24 de noviembre de 1977, Yorio había viajado a Roma y le envió una carta al padre Moura, asistente general de la Compañía de Jesús, a quien le resumió su carrera apostólica y los pormenores vividos en torno a las “presiones” mencionadas:

“A mediados de 1971, el entonces P. Provincial (P.O Farrel) me llamó para decirme que el P. General insistía en la importancia de la investigación teológica en Latinoamérica y que, en la provincia, en ese momento, la persona que estaba en mejores condiciones para prepararse a ello era yo. Cuatro años y medio después (fines de 1975), el P. Bergoglio (nuevo provincial) me iba a informar que mi envío a estudios especiales sólo fue una excusa. En 1971, en la Consulta de Provincia (en la que estuvo presente el P. Bergoglio) se había planteado que mi trabajo, tanto en el Máximo como en la comunidad de Ituzaingó, era altamente nocivo y que había que buscar una manera de alejarme. Pedí consejo a un profesor de Teología de V. Devoto muy estimado en Argentina (P. Gera) y la conversación con él me convenció de la urgencia de reflexionar desde la Teología el hecho político latinoamericano. A fines de 1972 nos instalamos en el departamento de la calle Rondeau, un barrio sencillo y antiguo de Buenos Aires. Yo fui nombrado responsable de la comunidad. El superior de la comunidad era el mismo P. Provincial pero el rector del Máximo hacía las veces de observador. Teníamos reunión comunitaria semanalmente. Yo informaba periódicamente al rector del Máximo y al Provincial. Poco tiempo después de instalados (mediados de 1973) comenzaron a llegarnos rumores indirectos (a través de laicos y religiosos) de serias críticas que algunos jesuitas hacían de nosotros. Dos veces, por lo menos, hablamos al P. Provincial de estas habladurías y él nos tranquilizó (hacer oraciones extrañas, convivir con mujeres, herejías, compromiso con la guerrilla, etc.).

“Comunidad del barrio Rivadavia (1975): A fines de 1974, nombrado Provincial el P. Bergoglio se interesa especialmente por nuestra comunidad. Tenemos una o dos reuniones con él donde nos expresa sus temores sobre nuestra disponibilidad (nuevo tema de las críticas) expresamos también nuestra disposición de ir adonde el Provincial nos mandara. El P. Bergoglio nos insistió especialmente preguntándonos si estábamos dispuestos a disolver la comunidad, contestó que no tenía nada en contra de lo que habíamos hecho. Que necesitaba al P. Rastellini para enviarlo a otro sitio. Que los otros tres siguiéramos en la misma experiencia pero que cambiáramos de diócesis. Que tratáramos con el obispo de Avellaneda para instalarnos allí. Después de unos días, el P. Bergoglio me habló diciéndome que no iba a ser posible la ida a Avellaneda, que en lugar de trasladarnos a Avellaneda, nos mudáramos a un barrio pobre (barrio Rivadavia). Nos contestó, el Provincial, que nos quedáramos tranquilos que garantizaba por los menos una presencia de tres años de la Compañía ese sitio. A comienzos de 1975 nos trasladamos a una casita del Barrio Rivadavia. Al poco tiempo de ubicados en nuestro nuevo destino, el P. Ricciardelli, sacerdote del equipo pastoral de Villas y destinado a ser párroco de la Villa Miseria, vino a traerme un aviso especial. El Arzobispo (Mons. Aramburu) lo alertó contra nosotros. El P. Bergoglio había ido a ver al Arzobispo para informarle que nosotros estábamos sin permiso en el barrio (esto ocurrió entre marzo y mayo de 1975). Inmediatamente me comuniqué con el P. Bergoglio. Me tranquilizó diciéndome que el Arzobispo era un mentiroso. También al poco tiempo de estar allí (marzo de 1975) recibí una nota muy escueta del Colegio Máximo que por razones de reestructuración yo no tendría más clases, sin más explicaciones. Un mes más tarde (agosto de 1975) el P. Bergoglio me llamó. Allí me comunicó que había unos primeros informes muy graves contra mí pero que él no los tendría en cuenta. Pero de este segundo pedido de informes, también negativo, me había hecho un resumen por escrito de los cargos que se me hacían. El P. Bergoglio me contestó que había un problema anterior que, según él, era la raíz para que en la Provincia hubiese una falsa idea de mí. Era el problema de la comunidad. Reunidos los tres con el P. Bergoglio, éste nos dice que hay muchas presiones sobre él en contra de nuestra comunidad. Presiones provenientes de la provincia, provenientes de Roma, provenientes de otros sectores de la Iglesia argentina. Que las presiones son muy fuertes, que él no puede resistirlas. Nos habla de la disolución de la comunidad (en noviembre de 1975). Tratamos de buscar las razones. Desacuerdos de origen político, provocados sobre todo por mis incursiones en la teología de la Liberación y por las tensiones del país. En diciembre de 1975, nos volvimos a reunir con el P. Bergoglio. Seguía afirmando que las presiones desde Roma y desde Argentina eran cada vez más fuertes. Para esa época también se acentuaron rumores provenientes de la Compañía sobre participación nuestra en la guerrilla. Las fuerzas de extrema derecha ya habían ametrallado en su casita a un sacerdote y habían raptado, torturado y abandonado muerto a otro. Los dos vivían en villas miserias. Nosotros habíamos recibido avisos en el sentido de que nos cuidáramos. En ese mes de diciembre (1975), dado la continuación de los rumores sobre mi participación en la guerrilla, el P. Jalics volvió a hablar seriamente con el P. Bergoglio. El P. Bergoglio reconoció la gravedad del hecho y se comprometió a frenar los rumores dentro de la Compañía y a adelantarse a hablar con gente de las fuerzas armadas para testimoniar sobre nuestra inocencia. En el mes de febrero (1976), el P. Bergoglio estaba de regreso de Roma. Nos leyó una carta del P. General donde le decía que disuelva la comunidad en término de 15 días, que envíe al P. Jalics a EE.UU. y a los dos argentinos nos envíe a otras casas de la Provincia. La situación del país hacía que nuestra vida peligrara, si no teníamos una protección eclesiástica segura- Para agravar las cosas, por ese tiempo recibí un aviso del Mons. Serra 8vicario zonal) donde me comunicaba que yo quedaba sin licencias en la Arquidiócesis. La razón que me daba para quitarme las licencias era una comunicación que había hecho a la Arquidiócesis el P. Provincial en el sentido que yo salía de la Compañía. Fui a hablar con el Provincial. Me contestó que sólo era un trámite de rutina. Que no tenían por qué quitarme las licencias. Que eran cosas de Mons. Aramburu. Que yo siguiera celebrando misa en privado, que él me daba licencias hasta que consiguiera obispo. Esa fue la última vez que vi al Provincial antes de salir de prisión. La entrevista fue entre 7 y 10 días antes de que me prendieran. Nos dimos cuenta de que nuestro sacerdocio y nuestras vidas corrían mucho peligro”.[1]