NO FUERON LO CANGREJOS V


V

Luego de las denuncias por amenazas, el allanamiento al puesto de vigilancia de Bleriot, la intervención de la Jefatura Departamental de la Policía Local y la separación del jefe de calle de Jakov, distintos organismos, nacionales e internacionales, por los Derechos Humanos instaron públicamente al Estado a tomar medidas para no sólo hallar a Fernando sino también para proteger a los testigos de la causa.

En tanto, la Procuración General de la Nación dispuso que dos fiscales federales especialistas en violencia institucional, Albert y Hurt, se sumaran a la investigación del fiscal Menéndez y este nuevo equipo, con base en territorio porteño, es decir, a unos 700 kilómetros de distancia del lugar del hecho; se enfocó en recabar más información sobre otros móviles policiales que podrían haber tenido contacto con Fernando o permanecido en la zona al momento de la desaparición.

Esas diligencias arrojaron rápidamente que el 8 de mayo un móvil de la Policía Local, perteneciente a una dependencia de la Ciudad en la bahía, estuvo ubicado en cercanías al estuario contiguo a Cuatreros. Y llamó la atención que no estuvo de paso, sino que se quedó varios minutos en el mismo sitio.

Al secuestrar ese móvil, los peritos hallaron un trozo de piedra turmalina de color negro entre un montoncito de tierra que había en el interior del baúl, el cual fue reconocido por Catalina como parte de un colgante que ella le había regalado a su hijo. 

Estos avances en la pesquisa llevaron a Pietravallo a reiterar ante la Cámara de Apelaciones su pedido para imputar y detener a los policías involucrados, pero el requerimiento volvió a ser rechazado por los mismos argumentos que había expuesto anteriormente la jueza Marrone.

Pero a diferencia de aquella ocasión, ahora, el abogado de Catalina contaba con el dictamen favorable de los nuevos fiscales, aunque ni esto fue suficiente para torcer el rumbo de la investigación.

Ya habían pasado casi cien días desde la desaparición de Fernando, cuando la oficial Ferrara fue citada por Albert y Hurt para ampliar su declaración testimonial y en esta oportunidad, a preguntas de los instructores judiciales, aportó más detalles y brindó algunas apreciaciones personales.

Si bien no pudo precisar el horario de su encuentro con el joven -lo estimó entre las 12.30 y las 13- la efectivo recreó el diálogo que mantuvo con él, quien, según ella, le explicó que estaba yendo a la Ciudad a buscar trabajo ya que debido a la pandemia había perdido su puesto en una cervecería del Fortín y que ya no podía seguir viviendo con su madre.

“Como su la mamá se oponía a que se fuera, él me dijo que prefirió no comentarle sus planes”, declaró Ferrara, quien remarcó que ella estaba preocupada por la desaparición de Fernando y que le molestaba que las sospechas recayeran sobre el personal policial.

“No saben lo mal que me siento porque fui una de las últimas personas que lo vio. Quiero que aparezca sano y salvo para no sentirme culpable”, afirmó.

Ferrara también manifestó que se sentía “hostigada” por el abogado Pietravallo, quien cada vez que cruzaba con ella le exigía que contara la verdad y dejara de “encubrir” a sus compañeros.

Y en el día 100, el letrado recibió un llamado anónimo con una supuesta pista que apuntaba a unos restos óseos que yacían en un desagüe de un camino de tierra cercano a la ruta, unos kilómetros más adelante del puente ferroviario, por lo que alertó de esta situación a los fiscales, quienes solicitaron una inmediata inspección en el lugar, adonde se dirigió Catalina para ver si podía reconocer aquello que pudiera ser encontrado allí.

Efectivamente, los restos óseos –presumiblemente humanos- estaban dentro del caño del desagüe, por lo que los peritos los secuestraron y enviaron a analizar a los laboratorios, y mientras se aguardaban los resultados, a unos 400 metros de distancia de ese sitio se hallaron prendas de vestir y zapatillas, pero estas no fueron identificadas por la madre de Fernando.


NO FUERON LOS CANGREJOS IV


IV

La madre de Fernando no se conformó con el apartamiento de la Policía provincial de la investigación del caso y, tras constituirse como particular damnificado a través del abogado Pietravallo, solicitó a la Justicia de Garantías que la causa pasase de la Fiscalía de Instrucción al Fuero Federal y que, a su vez, se la caratulara como una “desaparición forzada de persona” ya que había una fuerza de seguridad estatal involucrada.

Y una vez que el expediente quedó bajo la órbita del Juzgado Federal de la jurisdicción, con asiento en la Ciudad de la bahía y que abarcaba una vasta región de cientos de kilómetros a la redonda, y la Policía Nacional se abocó al operativo de búsqueda, entre otras tareas de campo, la pesquisa avanzó, lentamente, pero lo hizo.

Más allá de ampliar las declaraciones de los policías, el fiscal federal Menéndez dispuso el análisis de los teléfonos móviles de todos ellos y así se pudo recuperar la fotografía de Fernando junto al patrullero en Jakov tomada la mañana del 1 de Mayo por Contreras y con un celular de Suárez.

Pero esta imagen no se halló en ese aparato ya que el oficial dijo que lo había perdido y como tenía dos no lo repuso, sino que se obtuvo a través de la compañía telefónica.

La mencionada foto fue una pista que permitió a los investigadores determinar cómo estaba vestido Fernando, quiénes lo interceptaron, el horario y la identificación del móvil policial.

Mientras que del celular de Contreras sí se secuestró el audio con las indicaciones de Domínguez y que también resultó de gran relevancia para la pesquisa ya que en la jerga policial, “bajar” significaba trasladar a la dependencia. 

Mientras que el sistema de georreferenciación instalado en el patrullero de Jakov involucrado indicó que el móvil se dirigió hacia la dependencia de esa localidad tras la interceptación de Fernando, lo mismo que sucedió con el móvil del Galvagni.

En base a todos estos elementos, Pietravallo solicitó la imputación y detención de los policías investigados, pero la jueza federal Marrone, que debía velar por el debido proceso de instrucción a cargo del fiscal Menéndez, rechazó ese pedido por falta de pruebas, por lo que el abogado recurrió esa decisión ante la Cámara de Apelaciones del mismo fuero, que tampoco hizo lugar a su planteo.

Además, el letrado pidió ante la Cámara la recusación del fiscal y de la jueza, lo que también fue rechazado. 

En tanto, los operativos de rastrillaje a cargo policías nacionales y bomberos; con perros adiestrados, móviles terrestres y aéreos, y hasta un dron; se sucedían en toda la zona aledaña a la bahía, Cuatreros, el estuario, las vías, Bleriot, Jakov y El Fortín.

Y ante cada hallazgo de algún elemento sospechoso se encendían alarmas de todo tipo: de la familia, por un lado; y de la Policía provincial, por el otro; que mantuvieron distintos contrapuntos. Uno de ellos cuando Pietravallo denunció al jefe de calle Gamarra por amenazas luego de que le cuestionó el haber estado presente en un procedimiento del que sólo podían participar los policías nacionales.

Es más, la novia de Fernando denunció que otros efectivos provinciales la habían interceptado cerca de su casa, en la Ciudad, y advertido, también con tono amenazante, que dejara “de tirarle mierda” a la fuerza.

El clima tenso entre ambas partes aumentó aún más cuando el 31 de julio se allanó el puesto de vigilancia de Bleriot y en un montículo de basura se encontró un amuleto de madera, el cual fue identificado por Catalina como propiedad de Fernando.

“Se lo regaló mi mamá y es igual a los que también tienen los dos hermanos de Fer. Es para la suerte y de un gran valor afectivo. Por eso siempre lo llevaba en su mochila”, declaró la mujer.

Además, en el libro de guardia de dicha dependencia figuraban los datos de Fernando: nombre y apellido, DNI, y domicilio al cual se dirigía en la Ciudad.

Y a raíz de estos últimos episodios, el comisario general Piedrabuena decidió intervenir la Jefatura Departamental a la que pertenecían las dependencias de la región y separar a Gamarra de su cargo.


NO FUERON LOS CANGREJOS III

 


III

El hombre conducía su automóvil por la ruta desierta y en dirección a la bahía. Sólo lo acompañaba una voz en la radio que no lograba quitarle el aburrimiento, el cual se potenciaba con la monotonía del paisaje que lo rodeada. Por ello, apenas vio a Fernando haciendo dedo sobre la banquina, a la altura de Bleriot, decidió llevarlo.

-¿Hacia dónde vas? –preguntó el conductor.

-A la ciudad –respondió el joven.

-Yo también. Te puedo dejar ahí.

-No hace falta. Además, prefiero bajarme antes del puesto de control del kilómetro 714. Dónde está el puente ferroviario. ¿Puede ser?

-Sí, no hay problema. Pero, ¿para qué te querés bajar ahí?

-Porque quiero pasar primero por lo de un amigo.

-Ok. Como quieras.

Así fue que unos treinta kilómetros más adelante Fernando descendió del auto y comenzó a caminar por las vías del ferrocarril que se extendían al Este de la ruta y a medida que se adentraba en el estuario se alejaba de la misma hasta llegar a la estación de Cuatreros, localidad en la que vivía su amigo Javier y que se ubicaba cerca del puerto.

Toda esa zona que recorría el tren era un terreno que cambiaba al ritmo de las mareas pero, al mismo tiempo, trazaba una diagonal que permitía acortar las distancias con la Ciudad ya que la ruta debía extenderse por más kilómetros para bordear la costa en forma de herradura.

Además, las vías eran un camino supuestamente seguro ya que estaban bastante por encima del nivel del mar y no se inundaban prácticamente nunca.

Por su parte, Javier recibió esa misma tarde un mensaje de texto a su celular desde la línea de Fernando en el que éste le comentó que estaba sin señal y con poca batería, y que en un rato lo llamaría, pero esto no ocurrió.

Y como su amigo tampoco llegó a su casa, al anochecer le envió un mensaje para saber dónde estaba, pero la línea de Fernando no acusó recibo.

“Algo está pasando. El último mensaje que me mandó fue raro. Fer no escribe de esa forma”, le dijo Javier a sus padres, quienes alertaron de lo ocurrido a Catalina, la madre de Fernando que, a su vez, decidió esperar hasta la mañana siguiente para ir a denunciar la desaparición de su hijo en la comisaría del Fortín, donde iniciaron actuaciones por “averiguación de paradero” y dieron intervención a la Fiscalía de Instrucción en turno.

Tanto en sede policial como judicial, la mujer declaró que el último contacto que ella había tenido con su hijo había sido a las 13.30 del feriado, cuando lo llamó para preguntarle dónde estaba, aunque él no quiso decírselo y cortó.

Catalina dijo que también se comunicó con Lucía porque sospechaba que Fernando se dirigía a la Ciudad; sin embargo, la joven le explicó que él nunca había llegado allí.

Pero a pesar de lo extraño que resultaba esta situación, los policías de la zona evidenciaron poco interés en la búsqueda del joven, por lo que la madre y los amigos de éste iniciaron una campaña a través de las redes sociales para difundir el caso y pedir a toda aquella persona que hubiera visto a Fernando o supiera algo de él se presentara a declarar como testigo.

Entonces, los policías Gamarra, Suárez, Contreras, Domínguez y Galvagni debieron dejar asentado oficialmente cuál había sido la supuesta intervención de cada uno de ellos y al hacerlo negaron rotundamente haber llevado al joven detenido hasta alguna de las dependencias de la jurisdicción y aseguraron que le indicaron que regresara a su domicilio porque no estaba autorizado para circular en “cuarentena”.

Al mismo tiempo se descubrió que la automovilista que había llevado a Fernando desde Jakov a Bleriot, de apellido Ferrara, era también policía provincial y que cuando se encontró con el joven estaba de franco y vestida de civil.

Además, se supo que esta efectivo era la actual pareja de Suárez y prima de Contreras.

“En el viaje charlamos y me di cuenta que yo conocía a la madre del chico, pero cuando se lo comenté a él, me dijo que no le contara a nadie, especialmente a Catalina, a dónde se dirigía”, explicó Ferrara en la fiscalía.

Mientras que Galvagni agregó que él, antes de regresar su puesto de vigilancia, alcanzó a ver a la distancia que Fernando subía a un auto particular que transitaba por la ruta en dirección a la Ciudad aunque, aclaró, que no podía identificar al vehículo ni a su conductor porque se encontraba demasiado lejos.

En tanto, otro automovilista declararía luego que alrededor de las 16 de aquel 1 de Mayo, él regresaba a Jakov y a la altura del puente ferroviario se cruzó con una camioneta policial, perteneciente al destacamento de su pueblo y con varios efectivos uniformados a bordo.

De todos modos, la búsqueda de Fernando recién cobró impulso un mes después de su desaparición, cuando el caso llegó a los medios masivos de comunicación. Y fue la presión mediática la que colocó a la Policía provincial bajo la lupa, al punto que en pocas semanas terminó siendo apartada definitivamente de la investigación, a pesar de que el jefe de la fuerza, comisario general Piedrabuena, afirmaba públicamente que ningún efectivo era responsable de lo sucedido con el joven.


NO FUERON LOS CANGREJOS II


II

Después de caminar bajo un agradable sol un par de kilómetros desde la primera a la segunda entrada de Jakov, Fernando, quien vestía una campera deportiva azul con capucha y unos pantalones del mismo tono oscuro que su mochila, fue interceptado por dos oficiales de la Policía Provincial, Suárez y Contreras; quienes patrullaban ese tramo de la ruta a bordo de un móvil del destacamento local.
Los efectivos procedieron a identificarlo mediante su DNI, pero como el joven no tenía autorización para circular en el marco del ASPO lo demoraron, mientras consultaban vía telefónica con sus superiores de turno qué medida adoptar con él.
En el destacamento se encontraban aquella mañana del Día del Trabajador la oficial Domínguez y el jefe de calle Gamarra.
-¿Qué hacemos con este pibe? –preguntó Contreras desde su propio celular.
-Gamarra dice que le saques una foto a él y a su DNI y que me las mandes, así yo labro el sumario acá –respondió Domínguez-. Ah, y dice el jefe que si el pibe se hace el piola que lo bajen.
Tras esa conversación, Contreras tomó el celular de Suárez y con ese dispositivo lo fotografió a su compañero junto a Fernando de espaldas junto al patrullero.
Y si bien el procedimiento indicaba que la Policía debía dar intervención al Juzgado Federal de turno por el incumplimiento de la “cuarentena”, ninguno de estos efectivos lo hizo.
Por su parte, Fernando siguió su marcha a pie por la ruta, haciendo dedo, hasta que una automovilista lo llevó unos 25 kilómetros hasta el ingreso al siguiente pueblo, una comuna de apenas 150 habitantes que se había establecido a principios del Siglo XX alrededor de una estación de trenes y que debía su nombre a una aeronave militar que durante una expedición se había estrellado en ese diminuto territorio: Blériot.
Además de un puñado de empleados ferroviarios, allí sólo había una escuela, un jardín de infantes, un club social y deportivo, dos comercios y un puesto de vigilancia policial, los cuales estaban rodeados por calles de tierra y unos pocos árboles.
Pero Fernando no entró al pueblo sino que se recostó entre los amarillentos pastizales de la banquina de la ruta nacional para descansar ya que habían pasado diez horas de su partida de la casa de su amigo en El Fortín.
Desde esa posición, el joven pudo apreciar unas vacas pastando detrás de un alambrado de púas, pero no advirtió detrás suyo y de la mano contraria a dos muchachos que habían salido a caminar, aprovechando el clima diáfano del feriado, y entraban a Blériot por un sendero de ripio.
-¿Y ése quién es? –preguntó uno de estos chicos, que tenía una edad aproximada a la de Fernando, aunque éste aparentaba ser menor por su delgadez, baja estatura y menuda contextura física.
-No sé. Parece un nene perdido –contestó el otro muchacho.
-Voy a avisarle a mi viejo para que llamé al puesto de vigilancia, por las dudas.
Estos dos chicos continuaron por su camino y minutos después el teniente primero Galvagni, del puesto de vigilancia, se acercó hasta dónde se encontraba Fernando, quien ya había reanudado su marcha y caminado unos seis kilómetros más.
En esas circunstancias, el policía identificó al joven, quien le mostró su carnet de conducir, y se comunicó con la comisaría más cercana para consultar cómo proceder y desde allí le indicaron que debía dejarlo continuar.
Antes de hacerlo, el efectivo fotografió el carnet de conducir de Fernando con su celular y dejó asentado lo actuado en su libreta. Ya eran alrededor de las 15.45 y al joven aun le faltaban recorrer unos 70 kilómetros hasta la Ciudad.