NO FUERON LOS CANGREJOS II


II

Después de caminar bajo un agradable sol un par de kilómetros desde la primera a la segunda entrada de Jakov, Fernando, quien vestía una campera deportiva azul con capucha y unos pantalones del mismo tono oscuro que su mochila, fue interceptado por dos oficiales de la Policía Provincial, Suárez y Contreras; quienes patrullaban ese tramo de la ruta a bordo de un móvil del destacamento local.
Los efectivos procedieron a identificarlo mediante su DNI, pero como el joven no tenía autorización para circular en el marco del ASPO lo demoraron, mientras consultaban vía telefónica con sus superiores de turno qué medida adoptar con él.
En el destacamento se encontraban aquella mañana del Día del Trabajador la oficial Domínguez y el jefe de calle Gamarra.
-¿Qué hacemos con este pibe? –preguntó Contreras desde su propio celular.
-Gamarra dice que le saques una foto a él y a su DNI y que me las mandes, así yo labro el sumario acá –respondió Domínguez-. Ah, y dice el jefe que si el pibe se hace el piola que lo bajen.
Tras esa conversación, Contreras tomó el celular de Suárez y con ese dispositivo lo fotografió a su compañero junto a Fernando de espaldas junto al patrullero.
Y si bien el procedimiento indicaba que la Policía debía dar intervención al Juzgado Federal de turno por el incumplimiento de la “cuarentena”, ninguno de estos efectivos lo hizo.
Por su parte, Fernando siguió su marcha a pie por la ruta, haciendo dedo, hasta que una automovilista lo llevó unos 25 kilómetros hasta el ingreso al siguiente pueblo, una comuna de apenas 150 habitantes que se había establecido a principios del Siglo XX alrededor de una estación de trenes y que debía su nombre a una aeronave militar que durante una expedición se había estrellado en ese diminuto territorio: Blériot.
Además de un puñado de empleados ferroviarios, allí sólo había una escuela, un jardín de infantes, un club social y deportivo, dos comercios y un puesto de vigilancia policial, los cuales estaban rodeados por calles de tierra y unos pocos árboles.
Pero Fernando no entró al pueblo sino que se recostó entre los amarillentos pastizales de la banquina de la ruta nacional para descansar ya que habían pasado diez horas de su partida de la casa de su amigo en El Fortín.
Desde esa posición, el joven pudo apreciar unas vacas pastando detrás de un alambrado de púas, pero no advirtió detrás suyo y de la mano contraria a dos muchachos que habían salido a caminar, aprovechando el clima diáfano del feriado, y entraban a Blériot por un sendero de ripio.
-¿Y ése quién es? –preguntó uno de estos chicos, que tenía una edad aproximada a la de Fernando, aunque éste aparentaba ser menor por su delgadez, baja estatura y menuda contextura física.
-No sé. Parece un nene perdido –contestó el otro muchacho.
-Voy a avisarle a mi viejo para que llamé al puesto de vigilancia, por las dudas.
Estos dos chicos continuaron por su camino y minutos después el teniente primero Galvagni, del puesto de vigilancia, se acercó hasta dónde se encontraba Fernando, quien ya había reanudado su marcha y caminado unos seis kilómetros más.
En esas circunstancias, el policía identificó al joven, quien le mostró su carnet de conducir, y se comunicó con la comisaría más cercana para consultar cómo proceder y desde allí le indicaron que debía dejarlo continuar.
Antes de hacerlo, el efectivo fotografió el carnet de conducir de Fernando con su celular y dejó asentado lo actuado en su libreta. Ya eran alrededor de las 15.45 y al joven aun le faltaban recorrer unos 70 kilómetros hasta la Ciudad. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario