IX

Las pruebas y las condenas
Luego de la ronda de testigos y las declaraciones de sólo dos de los imputados, el debate pasó a la etapa de alegatos en las que la fiscalía pidió 27 años de prisión para Bonafoi, 15 para Campos, 20 para Soto y 12 para Kamara 12. En tanto, no acusaron a Thieck.
Los fiscales sostuvieron los vehículos utilizados por la banda fueron los dos Volkswagen Gol de la agencia de Soto, quien los había entregado a dos de los imputados en su domicilio.
Ambos autos fueron vistos a las 9 del día del robo pasar por los controles policiales de la ruta de Villegas y hacia Bariloche. En uno de ellos iba Campos junto a Bonafoi y en el otro Anzuelo con un hombre no identificado. Y los dos vehículos, uno color gris y el otro blanco, fueron devueltos el mismo día en la agencia.
Respecto de Bonafoi y Anzuelo, los fiscales señalaron que fueron los dos principales autores materiales del robo. Sobre el primero, señalaron que es joven, atlético y delgado, fisonomía que se comparece con la que describieran siete de las 9 víctimas.
También que tenía un hablar campechano, propio de alguien de poca instrucción. Los testigos señalaron que podría tener una tonada chilena y la fiscalía escuchó hablar a Bonafoi en un medio de comunicación y reconoció esos patrones.
Dentro de la casa, este sospechoso era quien tenía un accionar más movedizo. Tenía un grado alto de toma de decisiones, pero siempre por debajo de Anzuelo.
Para los fiscales, Bonafoi fue durante el robo el ladrón que estuvo vestido de “Hombre Araña” y, en ese sentido, recordaron que Rey dijo que le dio de fumar y que los análisis genéticos de dos colillas de cigarrillos secuestradas en la casa Saguar coincidieron en un 99,9 por ciento con el ADN del imputado.
Sobre Campos, la fiscalía argumentó que, al ser el único sospechoso residente en El Maitén, fue quien se encargó de realizar la inteligencia previa para concretar el asalto. Por eso estudió todos los movimientos de los Saguar y los Rey, y el día anterior al hecho viajó a Bariloche para reunirse con el resto de la banda y, en especial, a buscar uno de los autos de Soto.
Campos era un hombre humilde, que vivía con 20 o 30 pesos por día, por lo que le hubiera resultado económicamente imposible alquilar uno de los vehículos en el que regresó a El Maitén, trayecto en el que, según él mismo aseguró ante la Justicia, se encontró a Bonafoi haciendo “dedo” en la ruta.
La situación de Kamara era relativamente distinta. El acusado sostuvo que a Bonafoi y Anzuelo los conocía desde hacía tiempo y que tres días antes del robo estuvieron en su casa, donde el segundo de ellos regresó después del asalto en un Gol gris, le dejó un bolso y le dijo que se iba a Comodoro Rivadavia.
El hecho de que los delincuentes que actuaron en El Maitén fueron cinco y que antes de llegar a Bariloche en la ruta fueron visto cuatro coincidía con la sospecha de que a Kamara lo dejaron en el camino, justamente en El Bolsón.
Finalmente, Bonafoi, Soto y Campos fueron a condenados a 16, 10 y 9 años de prisión, respectivamente, y Kamara resultó absuelto, por los delitos de privación ilegal de la libertad agravada y robo calificado.

VIII

El juicio
Anzuelo logró evadir a la policía y la Justicia durante mucho tiempo, por lo que el juicio oral por el robo en El Maitén comenzó la primera semana de mayo de 2007 a Bonafoi, Campos, Kamara, Thieck y Soto, en el Casino de Suboficiales de la Policía de Esquel.
El primero en declarar fue Kamara, quien aseguró que él viajó desde El Bolsón a Bariloche al mismo tiempo que terminó el robo al banco, por lo que no pudo haber participado del mismo. También sostuvo que no le pertenecía la mochila con la ropa y las armas que la policía secuestró en su panadería cuando lo apresaron.
Por su parte, los fiscales de juicio le imputaron en esa primera audiencia del debate los delitos de privación ilegal de la libertad coactiva agravada por resultar víctimas una mujer embarazada, otra mayor de setenta años, dos menores y por la participación de más de tres personas y la utilización de armas de fuego.
También le atribuyeron dos robos calificados –el del banco y el auto de la víctima- por haber sido cometido mediante la utilización de armas de fuego en lugar poblado y en banda, dos hechos y el delito de asociación ilícita.
El otro de los imputados que accedió a declarar fue Campos, quien también aseguró ser inocente y que sólo admitió que el mismo día del hecho viajó de El Maitén a Bariloche –recorrido que hicieron los delincuentes-, y que en el caminó accedió a llevar a una pareja
El debate atrajo a mucho público y periodistas ya que se revivió un asalto de características poco comunes y que tuvo momentos de mucha tensión. Esto quedó bastante claro cuando declaró la madre de Saguar, quien al recordar entre lágrimas las horas que estuvo cautiva, dada su condición de hipertensa y diabética, se descompensó y debió ser internada en un hospital.
En tanto, la estrategia de los defensores fue la de tratar de responsabilizar a Saguar al sostener que no avisó a ninguna autoridad del banco cuando fue a buscar el dinero y regresó a su casa donde los tres delincuentes encapuchados mantenían de rehén a su familia.
El otro punto central de las defensas fue destacar que las víctimas no aportaron datos sobre las características faciales de los ladrones que estuvieron dentro de la casa.
La víctima que más datos aportó al tribunal sobre los delincuentes fue Rey, quien recordó las características de las zapatillas y contextura física del más robusto de los dos hombres de menor estatura, de quien dijo que “caminaba diferente”.
Esto último complicó a Kamara, ya que el acusado había sufrido años atrás un accidente en el que sufrió fractura de pelvis y que le dejó con dificultades para permanecer sentado y caminar.

VII

Las detenciones
A partir de la pista de “la banda de los Bonafoi”, los detectives policiales del Chubut, en estrecha colaboración con sus pares de Río Negro, no tardaron en apresar al sospechoso Soto, dueño de una agencia de autos de alquiler en Bariloche y que fue acusado de encubrir el asalto de El Maitén.
A fines de mayo, los investigadores recibían una fuerte presión para esclarecer el hecho ya que todos los medios de comunicación nacionales estaban detrás de esa noticia. En ese clima de máxima tensión Soto finalmente se quebró y dio los nombres de Juan Bonafoi y un tal Campos.
Para los investigadores, Soto fue quien les alquiló los autos a los otros dos sospechosos para que cometieran el asalto. En ese sentido, el agenciero, si bien admitió que Bonafoi y Campos habían sido clientes suyos, aseguró no conocerlos y no saber que hicieron esos hombres con sus vehículos.
Pero en el allanamiento a la agencia y casa de Soto, los policías secuestraron una gran cantidad de dólares que se creían que formaban parte de botín robado del banco, por lo que la situación del agenciero era comprometida.
Una semana después del arresto de Soto, Bonafoi y Campos, un vecino de El Maitén que conocía a las víctimas, fueron detenidos en Bariloche con parte del botín robado.
En el operativo, que fue seguido en vivo y en directo por los canales de noticias locales, se desplegó una enorme cantidad de efectivos y fue encabezado el jefe de la policía de Chubut.
A partir de las detenciones de los tres sospechosos, las pistas apuntaron a que el resto de la banda seguía oculta en El Bolsón y Bariloche, donde finalmente fueron apresados Kamara y Thieck, respectivamente.
A Kamara lo detuvieron en su casa, donde también funcionaba una panadería y la policía le secuestró una mochila con prendas de vestir de similares características a las utilizadas a los asaltantes –entre ellas, una máscara del “Hombre Araña”- dos pistolas 9 milímetros, una de ellas plateada, y dos revólveres 32, uno propiedad de Saguar.
Estos cinco sospechosos fueron imputados del robo junto a un sexto sospechoso, Anzuelo, a quien acusaron de ser el líder de la banda. A éste se le atribuían por entonces otros cinco asaltos cometidos durante 2004 en Bariloche, la mayoría bajo la misma modalidad utilizada en El Maitén.

VI

La investigación
La pista de que la banda que actuó en El Maitén tenía algún integrante miembro de alguna fuerza de seguridad local de la zona no avanzó en los primeros días de la investigación a pesar de que el propio jefe de la Unidad Regional Esquel de la Policía de Chubut, admitió públicamente que días antes del atraco ya contaba con información sobre la posibilidad de que un grupo de delincuentes iba a cometer un asalto a algún blanco del sistema financiero local.
Esa situación llevó a pensar que si en la banda no había ningún policía, por lo menos, contaron con la inoperancia o connivencia de efectivos que no se esforzaron demasiado por detenerlos, pero el jefe policial rechazó esa posibilidad al aclarar que la información con la que contaban les había llegado hacía 20 días pero hablaba de un asalto a un camión de caudales no una instalación fija.
El pesquisa indicó que esa pista había surgido de escuchas telefónicas y entrecruzamiento de datos de bandas delictivas y que a raíz de ello se realizaron seguimientos especiales a los blindados. Incluso se alteraron los días y horarios de salida de los llamados bancos móviles para cambiar la rutina y no convertirse en presas fáciles de los delincuentes.
Las primeras averiguaciones de los investigadores abonaron la hipótesis de que los tres ladrones que tomaron de rehenes a las familias Saguar y Rey no eran de la zona por lo que los detectives se abocaron desde un primer momento a establecer las conexiones de esos asaltantes y quienes les proporcionaron la información y logística necesaria para concretar el golpe.
Uno de los informes policiales indicaba sobre la existencia en Bariloche de un grupo de delincuentes conocida como “La banda de los Bonafoi”, que si bien no era la única de la zona contaba con la mayor preparación para llevar delante un plan tan audaz.
Además, a esta banda se le atribuían asaltos cometidos bajo la misma modalidad, básicamente por la utilización de autos nuevos y rápidos. Uno de esos hechos había sido cometido en 2004 contra la tradicional familia chocolatera “Goye” de Bariloche.
Al continuar con esa pista, un policía rionegrino que investigó a ese caso declaró en la causa de El Maitén y aportó datos claves:
- Dos de los miembros usaban caretas de “El Hombre Araña” y Fredy Kruger.
- Un tercero utilizaba un revólver plateado.
- Uno de los vehículos empleados pertenecía a la agencia de autos del “Gordo Soto” en Bariloche.

V

Fuga, liberación y búsqueda
Nos metieron a todos dentro del baño de la habitación y cerraron la puerta. Después escuchamos que sonó el teléfono y al ratito otra vez, y otra vez. No nos animamos a atenderlo porque estábamos en la habitación, no sabíamos si ellos seguían adentro o no. Luego se escuchó que patearon de entrada y la policía ingresó al baño donde estábamos”, relató el hijo de Saguar a la policía sobre los últimos momentos de las casi nueve horas que estuvo como rehén junto a su familia y la del contador Rey.
Por ese entonces, la banda de ladrones ya había abandonado El Maitén a bordo del automóvil del gerente del banco y de dos Volkswagen Gol que fueron utilizados como “apoyo” durante todo el audaz robo.
Uno de esos dos vehículos fue visto con las luces prendidas listo para la huida por el propio Saguar cuando entregó el dinero en su casa donde luego fue encerrado en otra habitación y finalmente liberado por los policías que iban acompañados de algunos empleados del banco, que habían advertido la ausencia de los directivos, y del intendente.
Los efectivos policiales también habían sido alertados de lo ocurrido por los propios delincuentes que en su huida llamaron a la comisaría de El Maitén y luego continuaron su viaje más hacia al sur de la Patagonia.
Tras rescatar a las familias de Saguar y Rey, varias comisiones policiales comenzaron desesperadamente a buscar a los audaces ladrones y apuntaron hacia la ciudad chubutense de Esquel y a las estancias de la cordillera donde los rastros resultaron ser más difíciles de seguir por la nieve que caían en la región y el sinuoso relieve del terreno.
En medio de los bosques blancos, las inclemencias del tiempo y los difíciles accesos, el primer logro de la pesquisa policial fue hallar el automóvil robado a Saguar y que había sido abandonado por los delincuentes en la ruta hacia Esquel, a unos 6 kilómetros de El Maitén.
Debido a las serias complicaciones que implicaba poder escapar de una región traicionera para el que no la conoce, los investigadores comenzaron a sospechar que la banda contaba con la connivencia de algún miembro policial, lo que hacía recodar el asalto a un supermercado en la ciudad rionegrina de El Bolsón cometido en diciembre de 2004 por un grupo de delincuentes que asesinó a balazos y por la espalda a un efectivo que trabajaba como custodio.
Por ese sangriento episodio, tres efectivos de la policía rionegrina fueron detenidos y luego condenados a reclusión perpetua por lo que los investigadores chubutenses compraban la planificación y frialdad con la que actuó la banda de El Maitén con los autores del audaz y mortal atraco al supermercado.
Las sospechas de que se sería esta banda tan peligrosa y violenta como aquella de El Bolsón hicieron que la policía rionegrina reforzara todos los destacamentos del área cordillerana fronteriza con Chubut e instalara controles camineros especiales en la ruta nacional 258, que va desde esa ciudad de la provincia hasta la vecina Bariloche.
Se dispuso el envío de decenas de policías de refuerzo a las unidades de Cuesta del Ternero, Ñorquinco e Ingeniero Jacobacci, las poblaciones más importantes de la región cercana al lugar del robo, mientras que se sumó la colaboración de las policías de las provincias vecinas y de la Gendarmería Nacional.
Hasta la ministra de Gobierno de Chubut se trasladó desde Rawson hasta El Maitén para personalmente seguir de cerca la investigación del caso que inmediatamente llegó a las primeras planas de todos los medios nacionales.

IV

El robo del dinero
La oscuridad todavía dominaba los primeros minutos de la mañana del lunes cuando los tres delincuentes armados fueron a buscar a Saguar y Rey a la habitación de la planta alta donde las familias de los dos bancarios estaban cautivas y se los llevaron hacia el comedor del primer piso.
-¿Qué está pasando?- preguntó el hijo del gerente del banco al asaltante con la máscara del “Hombre Araña”.
-Si tu papá hace todo lo que le decimos nosotros va a estar todo bien, si no acá no queda nadie.
Este ladrón fue de los tres, el que mejor trato dio a sus víctimas, a quienes les confesó que nunca había visto nevar en ninguna parte y que deseaba saber cómo era ese fenómeno del clima cordillerano.
Luego, los delincuentes primero sacaron a Rey de la habitación. Antes de salir, lo obligaron a colocarse la campera porque era una mañana bastante fría, y que saludara a su familia, a los que le dio un beso salvo a su hijo menor que estaba dormido.
Le dijeron que lo iban a llamar permanentemente y le ordenaron que se dirigiera a su casa para guardar el auto, que cerrara el portón y fuera a trabajar como si se trata de un día más.
Luego, la banda obligó a Saguar a que tomara un baño, y mientras pedían a los rehenes que se quedaran tranquilos, le dieron al gerente un bolso que iba a llevar a la sucursal para sacar el dinero que pretendían.
Cuando los dos hombres abandonaron la casa de los Saguar, los asaltantes encerraron al resto de sus víctimas en la habitación de la planta alta y no volvieron a tomar contacto con ellas.
Por su parte, Rey llegó al banco a las 7:40 y allí esperó a que llegara Saguar para ir a abrir el tesoro de la entidad minutos antes de que la sucursal comenzara a atender al público.
La banda les había específicamente indicado a ambos que tenían que regresar a la casa del gerente con el dinero antes de las 11, pero la ansiedad y el temor por lo que les podía pasar a sus familias en tantas horas era tan grande que ya a las 7:57, Saguar tenía el bolso cargado con unos 350 mil pesos y 13.000 dólares.
Antes de salir con el dinero, el gerente hizo una copia del libro del tesoro para justificar que no había más plata allí adentro tal como ellos pretendían. Y apenas cruzó la puerta, Rey llamó a los delincuentes a la casa del gerente para que liberaran a los rehenes ya que la plata iba en camino pero nadie les respondió.
Las víctimas continuaban encerradas en la habitación de la planta alta sin saber si los asaltantes seguían en la casa, por lo que no se animaron a atender el teléfono que sonaba. Al quinto llamado sin contestar, el tesorero, desesperado, le indicó a uno de los empleados que enviara un correo electrónico a la gerencia regional parea avisar sobre lo que ocurría, al tiempo que no se alejaba de las ventanas del banco ya que los ladrones le habían dicho que iban a estar vigilando todo el tiempo.
El empleado escribió: “Esto es urgente. Estamos siendo víctimas de un asalto, tienen tomada a la familia de Saguar y Rey de rehenes y hemos dado aviso a la policía. Por favor, esto es verdad. Por lo pronto, entregamos la plata y no sabemos que hacer. Instrumenten algo desde allá porque esto es URGENTE”.
En tanto, minutos después, Saguar llegó a su casa y entregó el bolso con el dinero pero primero pidió ver a su familia para asegurarse que los rehenes estaban bien.
“Por favor no le hagan nada a mi familia”, imploró el gerente al líder de la banda mientras lo tomaba de brazo. Luego vio como a los rehenes los metían dentro del baño uno por uno y volvió a pedir por ellos, pero el delincuente le ordenó que se fuera del lugar.

III

Otra familia rehén
Rey, tesorero del mismo banco donde trabajaba Saguar, miraba cerca de las 23.30 el programa “Fútbol de Primera” por televisión cuando recibió un llamado telefónico del gerente en el que éste, nervioso, le pidió que fuera su casa, ubicada a pocas cuadras de distancia, pero sin darles mayores explicaciones.
Preocupado, Rey fue hasta la vivienda del gerente y como no vio nada raro estacionó su vehículo en la puerta de la casa y entró.
-¿Qué te pasa que me llamas a esta hora?- preguntó Rey a su jefe mientras el líder de la banda de asaltantes lo abordaba por al espalda.
-No es un a una joda, es en serio- le respondió Saguar cuando vio que el tesorero quería agarrarlo de la mano al delincuente armado.
Sin entender bien qué pasaba, Rey fue reducido por un segundo ladrón que le sacó la campera, al tiempo que le preguntaba si lleva algún arma y/o un teléfono celular.
El cabecilla de la banda le contó luego que su intención era apoderarse del dinero del banco, a lo que el tesorero respondió que los sistemas de seguridad no les permitían acceder a la sucursal fuera de los horarios de trabajo. Entonces el ladrón le preguntó si había alguien en su casa pero Rey no contestó porque sabía que su mujer y sus hijos dormían.
Luego, Rey fue llevado a la pieza donde estaba el resto de los Saguar y dos delincuentes lo hicieron arrodillar y colocar la cabeza sobre la cama. Lo dejaron allí, mientras que obligaron al gerente a que los condujera hasta la vivienda del tesorero.
En ese domicilio, la banda redujo a la mujer de Rey y a los dos hijos de la pareja, de 12 y 7 años, que descansaban en sus respectivas habitaciones.
Minutos después la mujer y los dos chicos se reunieron con Rey en la habitación en la que permanecía reducido junto a los Saguar. En esa pieza estuvieron todos los rehenes hasta las 1.10 del lunes, cuando fueron llevados al comedor porque los delincuentes tenían hambre y querían cenar.
La esposa de los dos bancarios fueron las encargadas de dirigirse a la cocina para preparar la comida. Cuando todo parecía desarrollarse en un clima tenso pero más pacífico, el líder de la banda se puso nervioso y violento, y empezó a buscar los celulares de las últimas víctimas que habían entrado a la casa.
Al darse cuenta que guardar los teléfonos no valía de mucho, la nuera del gerente extrajo los aparatos de entre sus ropas y se los entregó. “Si lo vuelven a hacer, el primero vas a ser vos”, indicó el delincuente al tiempo que señalaba al esposo de la embarazada.
Los delincuentes pasaron la madrugada con comida, café, cigarrillos y tragos preparados con las bebidas que encontraban en la heladera y resto de la vivienda. Es más, en la cena, se quejaron con los dueños de casa porque la calefacción estaba muy alta y los pasamontañas le daban mucho calor.
Mientras los asaltantes parecían disfrutar de la velada, las víctimas permanecieron encerradas y maniatadas, por lo que fueron invadidas por los nervios y la angustia.
Al advertir esta tensión, los delincuentes les permitieron tomar unos mates para que se relajaran un poco. En esos momentos, Rey pidió que lo dejaran fumar un cigarrillo y lo dejaron. Entonces el tesorero les indicó que el atado estaba dentro de su campera a lo que uno de los delincuentes, el más bajito, se la trajo junto a un cenicero.
“¿Hace frío por esta zona?”, preguntó el ladrón, como una forma de dialogar amablemente, mientras el líder de la banda y el otro cómplice se mostraban más violentos e indiferentes. “¿Cómo es cuando están las nevadas? Yo nunca vi nevar, no se como es”, agregó.
A las 3 los bajaron a Rey y Saguar al living comedor para definir cómo iban a ir a buscar el dinero del banco. Luego los llevaron nuevamente hasta la habitación hasta cerca de las 7.

II

Fríamente calculado
Los delincuentes estaban seguros de lo que hacían. Tenían un plan y lo desarrollaron a sangre fría y con violencia. A la esposa del bancario, por ejemplo, le contaron todos los movimientos que había realizado el día del robo y a qué hora.
A la madre de Saguar, en tanto, los delincuentes no la ataron porque tenía la mano hinchada por la fractura, sin embargo, el líder de la banda la amenazaba de muerte para que no lo mirara a los ojos. “Un mal paso que hagas te levanto la tapa de los sesos”, le dijo el delincuente.
Luego, los ladrones comenzaron revolver todas las habitaciones de la vivienda en busca de joyas y dinero en efectivo para hacer tiempo hasta que pudieran capturar a quien realmente querían: al gerente del banco.
Al primero que le exigieron plata fue al hijo de Saguar, que fue a buscar una bolsa plástica donde guardaba el dinero de su negocio y la entregó. Mientras tanto, su madre y su abuela le pedían, por favor, que les diera todo lo que tenía.
Los minutos pasaban y los delincuentes condujeron a sus víctimas a la habitación de la mujer del bancario donde se apoderaron de más dinero en efectivo y joyas. Luego, le preguntaron al joven si tenía una caja fuerte, éste les respondió que no, pero inspeccionar inútilmente detrás de los cuadros que adornaban las paredes.
“Mejor voy a esperar y sacar plata del banco”, sostuvo uno de los asaltantes. Instantes después, Saguar llegó a la casa y fue tomado de rehén junto a su familia.
Mientras el “Hombre Araña” custodiaba a las tres mujeres y al hijo del bancario en la habitación de la planta alta, los otros dos amenazaban al gerente.
-Vengo a robar el banco- le indicó el líder de la banda a Saguar.
-A esta hora no podés. Están puestos los relojes de las claves del banco y tampoco se puede abrir solo ya que la otra llave la tiene el tesorero.
El bancario no era el único que no tenía la menor idea de lo que estaba por pasar. A esa hora de la noche, en el centro de El Maitén –que en mapuche su nombre significa “árbol sagrado”- los vecinos de los Saguar no podían advertir lo que ocurría en el interior de la casa ya que ésta estaba oculta por una hilera de altos álamos y un arroyo seco por los efectos del otoño patagónico.

Un robo de película

La fuerte helada nocturna ya había teñido de blanco los techos de las casas, los matorrales y varios tramos del camino. Faltaban pocos minutos para las 23:30 del último domingo de mayo de 2005 cuando Saguar regresaba a su domicilio de El Maitén, una pequeña localidad cordillerana, de apenas 3.500 habitantes y ubicada unos 750 kilómetros al oeste de la capital chubutense y 150 al sur del centro turístico rionegrino San Carlos de Bariloche.
Saguar, de 52 años y gerente de la sucursal local del Banco del Chubut desde hacía tres meses, volvía a bordo de su auto luego de compartir una cena con sus amigos del pueblo, de donde el era oriundo y a donde había pedido ser transferido desde la casa matriz en Rawson.
El bancario guardó su auto en el garage, cruzó la puerta trasera de su vivienda y apenas dejó las llaves en la mesada de entrada un delincuente encapuchado y con guantes, de más de 1,80 metros de alto, apareció a la carrera por el pasillo que lleva hasta el living comedor y la escaleras que conducían a las habitaciones de la planta alta.
El desconocido le pegó un puñetazo en el labio. Saguar, aturdido, le preguntó qué hacía y el asaltante le respondió: “Quedate tranquilo, que venimos a robar”.
Tras el breve diálogo, el delincuente condujo al dueño de casa hasta el living donde dos de sus cómplices, de menor altura y uno de ellos delgado, mantenían de rehenes a su esposa, su hijo de 27 años, la esposa embarazada de éste, y su madre, de 70.
El asalto había comenzado minutos antes cuando la madre del bancario se encontraba en la cocina y uno de los delincuentes la tomó por detrás y como la mujer gritó, le tapó la boca hasta que la víctima se desmayó.
La anciana recobró la conciencia minutos después cuando yacía en la cama de su nuera y los delincuentes –uno de los cuales llevaba una máscara del héroe de las historietas “Hombre Araña” y otro un revólver plateado- le dijeron que se tapara con las sábanas. Pero la mujer intentó sacarle la capucha al líder de la banda y recibió un fuerte golpe en la mano que le provocó la fractura de un dedo.
La esposa de Saguar estaba en el comedor cuando vio que desde la cocina los asaltantes traían reducida a su suegra y le partían el dedo de un culatazo. Luego, los delincuentes armados fueron a buscar al hijo del bancario y su esposa a la planta.
El muchacho tomaba una ducha en el baño de la habitación de su madre cuando su mujer se disponía al salir del dormitorio y al llegar a la puerta fue interceptada por uno de los ladrones. La joven corrió hacia el baño y saltó dentro de la ducha donde estaba su esposo, mientras el maleante la perseguía.
El delincuente les dijo que se callaran y al muchacho le pegó un culatazo en la boca. Luego hizo salir a la pareja del baño, les ordenó que se vistieran y los llevó hasta el comedor donde estaban las otras dos mujeres ya reducidas.
Allí, a madre e hijo los hicieron tirarse al piso boca abajo, les ataron las manos con unos precintos plásticos y luego les cubrieron las cabezas con las fundas de las computadoras.

V

Los sospechosos
Recién afines de 2006, luego de que el Ministerio de Seguridad bonaerense ofreciera una recompensa por datos sobre el doble crimen de Máximo Paz, se empezó a romper esa especie de pacto de silencio entre los testigos del caso, en su mayoría vecinos de toda la vida de las chicas asesinadas.
Sin embargo, los pesquisas primero debieron descartar una pista falsa surgida declaración de un vecino de las chicas –que luego resultó ser familiar de uno de los principales sospechosos- que sostenía que Soledad le había robado tres kilos de cocaína a un conocido delincuente de Máximo Paz y que por esa razón la habían asesinado junto a su cuñada.
Pero resultó claro para los detectives que este testimonio buscaba desviar la investigación y luego comenzaron a seguir la pista más firme que surgió de un nuevo testigo que habló sobre una fiesta de cumpleaños en Spegazzini donde Flavia y Soledad habrían estado la noche del doble crimen junto a sus asesinos, cuatro hombres de la zona.
Este joven, que habló bajo identidad reservada, describió a uno de los sospechosos que estuvieron en esa fiesta y así los peritos pudieron confeccionar el primer y único identikit de la causa. Mientras que otro testigo, vecino del barrio de las chicas, confirmó el dato del auto rojo, un Fiat Duna, y, además, agregó que junto a ese vehículo había un auto blanco y una motocicleta negra de alta cilindrada.
Con estos datos, los efectivos de la comisaría de Cañuelas, de la Policía Comunal de ese partido y de la Delegación Departamental de Investigaciones (DDI) de la Plata, realizaron en abril de 2007 una serie de procedimientos en los que apresaron a Carlos, quien se movilizaba por Máximo Paz, donde residía, a bordo de un Fiat 147 color blanco.
Por orden judicial, este sospechosos quedó preso e imputado como unos de los partícipes del doble crimen y quien, precisamente, conducía el auto blanco señalado por uno de los testigos.
“Nuestras casas quedaban fondo con fondo. Yo trabajé en un almacén que tiene su ex esposa. No lo puedo creer ¡Cómo no me di cuenta! Es terrible, verdaderamente terrible”, se lamentó la madre de Flavia al conocer la noticia de la detención.
Este detenido se quebró ante los investigadores y rápidamente aportó más datos que derivaron en las detenciones de otros dos hombres: Fermín y Roberto.
Estos dos fueron detenidos en las localidades de Monte Grande y Ezeiza donde los policías secuestraron una moto negra, que se cree es el rodado visto por los testigos junto al Duna rojo.
Para los investigadores las chicas ni bien comenzaron a caminar para su casa se encontraron con Fermín y Roberto, quienes iban en el Duna rojo y las invitaron a la fiesta de cumpleaños en la casa de Luciano, en Spegazzini.
Allí, las víctimas estuvieron un rato y se cree que una de ellas se negó a mantener relaciones sexuales con uno de los cuatro sospechosos, lo que disparó la furia asesina de estos hombres.
Así, las cuñadas fueron obligadas o engañadas a subir al Duna en el que abandonaron la fiesta, mientras que en el auto blanco los siguieron Roberto y Luciano.
Siempre de acuerdo a la hipótesis que manejaban los pesquisas policiales y judiciales, entre todos cometieron las violaciones seguidas de muerte de las cuñadas y arrojaron los cuerpos cerca de la casa de las víctimas para que los detectives sospecharan de los familiares y allegados; y funcionó durante muchos meses.

AA
Mayo 2007

IV

La pista del auto
Los investigadores policiales y judiciales de los homicidios de Flavia y Soledad siguieron durante los meses posteriores al doble crimen la pista de que los asesinos se movilizaban en un automóvil desde el que acecharon a las chicas para luego violarlas y ejecutarlas de un certero balazo en la cabeza cada una.
Así los indicaban las pruebas que constaban en el expediente y que habían surgido de distintas testimóniales, aunque ninguna muy precisa. Esto último alimentaba en los pesquisas la idea de que estos testigos no decían todo lo que realmente sabían porque conocían a los sospechosos que, a su vez, no eran ajenos a la zona donde residían y fueron asesinadas las cuñadas.
“Flavia y Soledad eran dos chicas muy tranquilas, nunca tuvieron problemas con nadie en el barrio, todos las conocían, si prácticamente nacieron aquí. No eran de tener enemigos ni ninguna de las dos familias los tenemos. Pero resulta que aparecieron muertas a cincuenta metros de casa y nadie vio ni escuchó nada. Yo les pido a los que sepan algo que no tengan miedo y digan lo que saben, porque así como les pasó a nuestras hijas le puede pasar a cualquiera”, sostenía la madre de “Fla”.
“Hay testigos de que unos hombres las estuvieron esperando dentro de un auto, gente que las venía molestando desde hacía tiempo. Yo notaba que Flavia estaba un poco nerviosa, como asustada, y no le presté atención, pensé que eran cosas de chicas. Pero de ninguna manera voy a creer que todo esto ocurrió por un ajuste de cuentas o la venganza de un ex preso, porque ellas no andaban en nada extraño”, agregaba la mujer, al mismo tiempo que decía no confiar en nadie y temer que el caso iba a quedar impune.
El reiterado pedido de colaboración a testigos reticentes y la pista del auto fueron palabras que se fueron perdiendo en el eco de un oscuro y largo túnel que parecía que nunca iba a arribar a buen puerto y durante casi siete meses no hubo más noticias del doble crimen de Máximo Paz.
Hasta que a principios de noviembre de 2006, el Ministerio de Seguridad bonaerense, a través de un decreto del Poder Ejecutivo, ofreció públicamente una recompensa de entre 10 mil y 50 mil pesos a las personas que aportaran información fehaciente que permitiera lograr la individualización y detención de los autores de los homicidios.
En el ofrecimiento de la recompensa, las autoridades hicieron hincapié en el aporte de datos concretos sobre la pista del auto, “un vehículo probablemente de marca Fiat, modelo Duna, color rojo ó bordo, con sus vidrios polarizados con dos personas de sexo masculino en su interior”.
A pesar del esfuerzo, no hubo muchas personas que se acercaron las oficinas de la Unidad Funcional de Instrucción 1 del Departamento Judicial de La Plata o ante la Subsecretaría de Investigaciones en Función Judicial del Ministerio de Seguridad provincial para aportar elementos que permitieran que la pesquisa avanzara.

III

Sospechas y movilización
La postura de la madre de Flavia hizo pensar a los investigadores que las familias de las dos chicas violadas y ejecutadas sabían más de los que decían. En el expediente ya había datos sobre la existencia de un hombre que conocía a las víctimas desde hacía tiempo y que, de hecho, acosaba a una de ellas, pero los parientes dijeron desconocer la identidad de esa persona que aparecía como principal sospechoso.
“Flavia era muy simpática y ese día (cuando ocurrió el doble crimen) la notamos rara, como asustada, como si alguien la estuviera amenazando”, indicó la mujer.
La pista del acechador encajaba, en parte, con los dichos de testigos que contaron los investigadores que vieron a Flavia y Soledad charlando con un hombre que manejaba un automóvil, al parecer, un Ford Falcon rojo, momentos ante de que desaparecieran.
De acuerdo a esa hipótesis, ese encuentro fue cerca del lugar donde luego hallaron los cuerpos y no cerca de del videoclub de Spegazzini donde las chicas habían estado poco antes. “Aquí estaban solas y en ningún momento se las vio preocupadas”, aseguró la dueña del local.
Los investigadores creían que este hombre era el mismo acosador del que hablaban otros testigos por lo que todo apuntaba a que las chicas no habían sido elegidas al azar por el agresor y un probable cómplice que las esperaron durante horas para emboscarlas.
Lo que llamaba la atención de los pesquisas es que ese vehículo fue visto por varias personas del barrio y no les resultó lo suficientemente sospechoso como para alertar a la policía.
Pero los datos concretos escaseaban y todo eran conjeturas abstractas, por lo que unas 500 personas, vecinos, amigos y familiares de las víctimas, coparon la tarde del último martes de abril las calles de Máximo Paz para reclamar el esclarecimiento del brutal doble crimen.
Los manifestantes se reunieron en la plaza principal de esa localidad del partido de Cañuelas bajo el lema “Justicia y que a este pueblo vuelva la paz” y cerca de las 18.15 partieron hasta la seccional local donde se entrevistaron con el capitán.
-Son todas hipótesis. No hay nada, ningún dato, nada- dijo la madre de Flavia.
-Es muy reciente, recién se empieza a investigar- le respondió el jefe policial.
La mujer abandonó la seccional acompañada por familiares de otras víctimas de la inseguridad y luego la marcha continuó hasta la iglesia local donde los manifestantes colocaron velas y rezaron. Seguidamente, hubo un cerrado aplauso que rompió el silencio que había caracterizado toda la movilización y, por último, se desarrolló la desconcentración, nuevamente, sin hacer ruido.

II

Violadas y ejecutadas
Los resultados de las autopsias practicadas a los cuerpos de Soledad y Flavia no se conocieron de inmediato. Los forenses extrajeron muestras de los cadáveres para posteriores análisis y los restos de las cuñadas asesinadas fueron inhumados dos días después del doble crimen en un cementerio privado de Spegazzini.
Durante el entierro, algunos de los familiares y vecinos comenzaron a hacer públicas sus sospechas que indicaban que los homicidios estaban vinculados al asalto a un supermercado en el que estaba involucrado el ex novio de Soledad y todo se había tratado de una venganza por la chica lo había delatado.
La tía de Soledad dijo creer que a su sobrina y a Flavia las violaron y las mataron porque los asesinos las conocían, lo que acentuaba la hipótesis del ataque sexual como móvil y, a la vez, también orientaba a la pesquisa hacia personas del entorno de las víctimas.
“No hay ningún detenido, ningún prófugo ni se sabe nada. Lo único que pido es ayuda para que esto no quede así nomás. Mis nenas tienen que descansar en paz”, señaló la mujer entre lágrimas durante la inhumación.
Al ver que los familiares de las víctimas insistían públicamente en la versión del ajuste de cuentas o de venganza, el capitán de la Policía Comunal de Cañuelas les reiteró que ya había abalizado el expediente por el robo al supermercado en busca de pistas.
“Revisé esa causa. El que está preso no fue novio de Soledad. Es el hermano de un ex novio de la víctima. Además, en la causa no figura que la joven hubiera declarado ni reconocido a nadie. Tampoco hay denuncias por amenazas”, señaló el jefe policial.
En tanto, un día después del entierro, los resultados del los forenses confirmaron que a Flavia y Soledad las habían violado analmente y luego asesinado de un disparo en la cabeza efectuado con una pistola calibre 22 y desde una muy corta distancia.
Estos datos indicaban que se el o los asesinos actuaron con saña -incluso a una de las víctimas prácticamente le apoyaron el arma en el cráneo antes de dispararle- y con la intención de humillar a los dos mujeres.
De acuerdo al informe forense, los disparos de arma de fuego no habían sido advertidos por los peritos en un principio por la cantidad de cabello de las jóvenes asesinadas, mientras que la violación había sido disimulada por familiares de las víctimas que al encontrar los cuerpos les acomodaron las ropas por una cuestión de pudor.
A partir de que se confirmó el acceso carnal, los investigadores comenzaron a analizar los fluidos hallados en los cadáveres para tratar de establecer, a través de pruebas de ADN, si hubo uno o más agresores.
Los primeros indicios apuntaban a uno o dos conocidos de las víctimas porque los peritos no encontraron signos de defensa en los cadáveres. Era como si las chicas no hubiesen esperado que las atacaran.
Si bien la saña empleada contra las víctimas afirmaba la hipótesis de la venganza o el ajuste de cuentas, la madre de Flavia restó veracidad a esas líneas investigativas que seguían la fiscal de la causa y la policía.
“No puede ser una venganza, menos de un ex preso, como se dijo. Las chicas no tenían enemigos”, sostuvo la mujer, al tiempo que anunciaba una marcha de familiares, amigos y vecinos de Máximo Paz en reclamo de Justicia.

Mucha saña

Soledad y Flavia, de 19 años, estudiaban inglés en una iglesia evangélica de la localidad bonaerense de Máximo Paz, partido de Cañuelas. Un frío atardecer de otoño, a finales de abril de 2006, las chicas terminaron una de sus clases de los viernes y salieron de regreso a su casa, en la vecina Spegazzini, donde vivían juntas ya que “Fla” estaba casada con Mario, hermano de “Sole”, y tenía un hijo de tres años.
Eran cerca de las 20 cuando las chicas abordaron un colectivo y bajaron poco antes de llegar a su domicilio para pasar por un video club y alquilar una película.
Pero llegó la oscuridad de la noche y las dos chicas no llegaron a su casa, por lo que Verónica, la madre de Soledad, llamó, preocupada, al videoclub y el encargado del local le dijo que las jóvenes se habían marchado de allí poco antes de las 21 rumbo a la parada de colectivos.
Pasaron las horas y al no tener noticias de su hija y de su nuera, Verónica se dirigió hasta la comisaría de Máximo Paz y denunció a la 1 del sábado la desaparición de las chicas.
De inmediato, policías de la zona junto a familiares y vecinos de Soledad y Flavia comenzaron a rastrillar la jurisdicción y sus alrededores en búsqueda de las cuñadas desaparecidas.
Más tarde, cerca de las 4, el novio de Soledad recorrió el barrio a bordo de un ciclomotor mientras su tía llamó varias veces desde su teléfono celular al aparato de la joven.
“Escuché que sonaba el celular. Entonces apagué la moto y me di cuenta de que el sonido venía de un terreno baldío que tiene los pastos altos. Enseguida, ilumine el lugar y cuando me acerque vi los cuerpos. La que llamaba al celular era mi tía”, contó el joven.
Soledad y Flavia estaba muertas. Sus cuerpos estaban boca arriba, completamente vestidos, atadas de pies y manos, una de ellas tenía una bufanda alrededor de su cuello y la otra un pullover. Los cadáveres yacían en un descampado ubicado a tan sólo 50 metros de las casa donde vivían.
En base a las primeras pericias de la Policía Científica realizadas en el lugar del hallazgo, los investigadores explicaron que nada indicaba que habían sido violadas y se sospechaba que habían sido estranguladas ya que no había heridas a simple vista.
Respecto del móvil de los asesinatos, el novio de Soledad descartó el robo y señaló: "No faltaba nada. Estaba la mochila de Flavia y hasta en los bolsillos tenían las monedas para el colectivo. Esto es realmente una salvajada y creo que los cuerpos los dejaron acá para que los encontremos los familiares”.
A pesar de que otros familiares advirtieron que a las chicas les faltaban las zapatillas y los cinturones, el robo quedó descartado.
Entonces, los detectives policiales comenzaron a indagar en la vida personal y entorno de las víctimas y pusieron la mira en el ex novio de Soledad, quien hacía poco había sido detenido acusado de asalto a mano armada junto a otros jóvenes que permanecían prófugo en el marco de esa causa en la que la chica había declarado y aparentemente comprometido a los sospechosos.

ENTREMUNDO

Entre nuestras ideas y la realidad hay un espacio. Cuánto más extensa esa distancia, más peligrosa es la trampa. Para no caer en ella habrá que creer en algo superior y más profundo que los prejuicios de nuestra mente y el exterior que nos rodea.

IX

Agresión ignorada
El juicio por el crimen de Diego comenzó a fines de noviembre de 2005, un año y cinco meses y 8 días después de ocurrido el hecho, y tuvo a cuatro jóvenes sentados en el banquillo de los acusados: Carlos, José y Walter, procesados por “homicidio simple”, y Martín, imputado por “encubrimiento” y “falso testimonio”.
El debate se realizó en la sala de audiencia de la Unidad Penal 39 del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), ubicada en el barrio San Alberto del partido de Ituzaingó, para evitar que los familiares y amigos de la víctima repitieran los incidentes de manifestaciones anteriores.
Se trató de un debate corto y con sorpresas ya que apenas iniciado el mismo, los padres de Diego renunciaron como particulares damnificados y no asistieron a las audiencias.
A la hora de los alegatos de las partes, el fiscal de juicio explicó que no se había podido determinar cuál de los tres imputados provocó la muerte de Diego, por lo que los acusó por “homicidio en riña con autores ignorados”, un delito que prevé entre dos y seis años de prisión.
En ese sentido, el representante del Ministerio Público pidió al tribunal a cargo del proceso condenas de seis años para Carlos, José y Walter, y de cuatro para Martín.
Por su parte, la querella pidió la absolución de los acusados y, subsidiariamente, a Carlos le cabía una pena por “homicidio preterintencional”.
A principios de diciembre, el tribunal resolvió condenar a José, Walter y Carlos por el delito de “homicidio por agresión”. A los primeros dos les aplicó penas de tres años y medio de prisión, y al restante de tres.
En tanto, condenó a Martín a tres años y medio pero por encubrimiento y falso testimonio ya que nunca intervino para evitar la agresión contra la víctima -que era su "amigo”- y trató de desviar la investigación al decir que la policía estaba en el lugar del hecho.
“Durante el debate quedó demostrado que la mentira, como dice el refrán `tiene patas cortas`, porque de haberse encontrado la policía en el lugar podría haberla llamado y así evitar la pelea propia y ajena”, sostuvieron los magistrados en el fallo.
Para los magistrados, Diego fue asesinado en una pelea callejera a raíz de un incidente previo, que se inició en el interior de un boliche de Isidro Casanova, cuando la víctima reaccionó ante el grito de: "Lafe (por Deportivo Lafererre) no existís", que provino de alguno de los integrantes del grupo que estaba en el local bailable.
Los jueces tuvieron en cuenta para certificar la motivación de la pelea el testimonio de un vecino que vive muy cerca de donde murió Diego y que relató durante el juicio: “Entre las 3 y 3.30 escuché gritos que decían 'Aguante Lafe, putos' y que varios individuos pasaron corriendo por el lugar”.
Además, los jueces ordenaron que se remitan copias de la causa a la Fiscalía General para que se investigue si el padre de la víctima cometió falso testimonio al declarar que los policías de San Alberto fueron los verdaderos asesinos de su hijo.
Luego de conocerse el fallo, el padre de la víctima reiteró públicamente su convicción en que los policías habían participado del crimen aunque sus palabras esta vez sonaron más vacías que nunca. Sin embargo, nadie le pudo responder aún quien mató a su hijo.

AA
diciembre 2005

VIII

La jugada de la exhumación
El procesamiento de los imputados dejó casi cerrada la instrucción del caso; sin embargo, el abogado de uno de los sospechosos solicitó luego que se exhumara el cuerpo de Diego para que, a partir de nuevos peritajes forenses, se determinara si las marcas que el joven presentaba en su mano derecha habían sido producidas por pasaje de corriente eléctrica.
La estrategia del letrado era muy clara: si surgían sospechas contra los patovicas del local bailable, los cuatro jóvenes presos se iban a ver muy favorecidos.
Ante la solicitud del abogado, el fiscal aclaró que, a pesar de acceder a los nuevos estudioso, las marcas no estaban en la muñeca sino en el dorso de la mano derecha, lo que no coincidía con la versión de la familia de Diego que indicaba que las lesiones habían sido provocadas por las esposas policiales.
En la fiscalía eran de la idea era despejar todo tipo de dudas sobre la posibilidad de que Diego haya sido picaneado ya que, según explicó un instructor judicial, “existen unos aparatos electrónicos portátiles que descargan electricidad, que suelen ser usados por los patovicas y que no suelen ser habituales en la policía. Si la pericia llega a demostrar que existió el pasaje, habrá que analizar quién la aplicó”.
De todos modos, la exhumación se suspendió ya que los familiares de Diego se opusieron a la misma.
La negativa de los padres, sumada a que en aquel momento la familia estaba sin abogado, llevó a la Justicia a revocar la diligencia para evitar cuestionamientos o pedidos de nulidades posteriores.
De esta manera, la investigación del crimen de Diego se cerró sin que surgieran nuevas pistas o pruebas. Los familiares de la víctima, en tanto, continuaron en los meses posteriores realizando marchas reclamando Justicia y que se castigue a los que, según ellos, eran los verdaderos asesinos del joven, aunque nunca hubo rostros o nombres que los pudieran identificar.

VII

El quiebre
El fiscal que investigaba el crimen de Diego prácticamente cerró a mediados de julio la instrucción de la causa a partir de la confesión de uno de los detenidos que provocó un quiebre definitivo en la pesquisa.
El sospechoso confeso fue Carlos, quien declaró que todo había comenzado cuando él, José y Walter –los otros dos detenidos- estaban fumando marihuana y tomando bebidas alcohólicas dentro de “Invasión” y comenzaron a pelearse con Diego y sus amigos.
Al parecer, la riña se originó a partir de rivalidades de barrio e incluyó insultos y empujones, hasta que los patovicas echaron a todos los involucrados.
Según Carlos, los dos grupos continuaron la pelea en la calle, donde él y sus amigos persiguieron a Diego durante dos cuadras hasta que lo alcanzaron y golpearon brutalmente.
El sospechoso admitió que él golpeó a la víctima pero no que le provocó la muerte ya que contó que fueron sus dos amigos los que siguieron pegándole a Diego cuando éste ya estaba tirado en el piso. Es más, Carlos indicó que fue Walter el que asfixió a Diego mientras José le robaba la billetera y las zapatillas.
El fiscal consideró creíble el relato de Carlos ya que, por más que intentó desvincularse del crimen, sus dichos sobre la posición en que quedó el cuerpo de la víctima coincidieron exactamente con la que fue hallado.
Tras el testimonio aportado por este sospechoso, la Justicia de garantías no tuvo a fines de julio problemas para procesar a los tres imputados con prisión preventiva.

VI

Por la pista policial
Los familiares de Diego marcharon la primera semana de julio por tercera vez a los tribunales de La Matanza para reunirse con los investigadores e insistir en la pista policial. Nuevamente, los manifestantes marcharon desde la ruta 3 y Camino de Cintura junto militantes de grupos piqueteros hasta la sede judicial, que estaba vallada por policías de la brigada de Infantería que, además, rodearon toda la manzana.
Ante la numerosa cantidad de manifestantes, el fiscal general decidió que sólo doce personas, designadas por los padres de Diego, ingresaran a los tribunales para entrevistarse con él.
Antes de ingresar, Raúl mostró ante la prensa una foto de las manos del cadáver de su hijo y aludió a tres marcas sugiriendo que podían haber sido hechas por esposas policiales.
Sin embargo, tras la reunión con los investigadores, desde la fiscalía indicaron que esa fotografía no aportó nada para la causa ya que las marcas no necesariamente podían haber sido de esposas sino que pudieron haber sido provocadas por un golpe que la víctima recibió durante la pelea con la patota que lo mató.
Los familiares de Diego ya habían presentado días antes un nuevo testigo que dijo que vio una camioneta de la policía bonaerense en el lugar donde el joven apareció muerto.
Pero, una vez más, la pista policial volvió a perder fuerza ya que los investigadores descubrieron, por medio del sistema satelital que poseen los vehículos de la fuerza, que ningún patrullero pasó por el lugar donde apareció el cadáver del joven.
La hipótesis de la fiscalía siguió siendo la de una patota y esa línea de investigación se profundizó cuando un día después de la tercera marcha un testigo se presten+o a declarar espontáneamente y aseguró que era amigo de uno de los detenidos.
Este joven sostuvo que también conocía a la víctima y relató que vio tanto la pelea dentro de la disco como el ataque que sufrió Diego en la calle. También contó quién fue el que le robó las zapatillas a la víctima cuando ésta ya había sido asesinada.
Con este testimonio ya sumaban cuatro las personas que declararon en la causa haber visto la pelea fatal: dos allegados a la víctima y una vecina ya habían sostenido esa hipótesis.
Mientras la pista policial quedaba prácticamente descartada, la familia de Diego se presentó en los Tribunales de Lomas de Zamora para denunciar que recibía amenazas de la policía.
“Las amenazas son permanentes. Y si la Justicia está segura que fue una patota la que mató a Diego, ¿para qué nos amenazan?”, expresó Raúl, en su último intento por torcer el rumbo de la pesquisa que ya parecía tener un rumbo definitivo.

V

Un dolor compartido
El comisario mayor Iglesias se convirtió en el nuevo jefe de la policía bonaerense dos días antes que los padres de Diego sitiaron por segunda vez, la Fiscalía General de La Matanza. Su antecesor había sido desplazado, justamente, por no haber evitado una pueblada en la ciudad de Tres Arroyos. Por esa razón, la primera declaración pública que hizo el nuevo jefe policial hizo hincapié en evitar “más desmanes” para “preservar las instituciones”.
Iglesias encabezó el operativo de seguridad en los Tribunales de La Matanza hasta donde llegaron unas 300 personas que manifestaron en reclamo de Justicia por el crimen de Diego.
El comisaría mayor se lamentó por cada uno de los incidentes que ocurrieron en el lugar y siempre ordenó buscar el diálogo con los enfurecidos manifestantes.
Iglesias cumplió con su objetivo se preservar los edificios públicos, mismo resultado que obtuvo en hechos similares ocurridos en esos días frente a las comisarías de Florencio Varela y Lanús, al sur del Gran Buenos Aires.
El jefe policial tenía por entonces 48 años, y hacía 29 que había ingresado a la fuerza. Fue ex director de Investigaciones de San Martín, subdirector de esa área en La Plata, ex subjefe de la Departamental de Trenque Lauquen y titular de la Departamental de Lomas de Zamora.
En medio de la protesta en La Matanza, Iglesias se acercó a Raúl y le dijo algo que sorprendió al padre del joven asesinado: “Yo soy el jefe de la policía. Siento el mismo dolor que usted. A mí también me mataron un hijo. Soy el padre de uno de los mochileros que mataron en Bahía Blanca. Lo invito a dialogar”.
Iglesias es el padre de Horacio, asesinado junto a su novia, María Victoria, en agosto de 2000. Sus cuerpos aparecieron días después de su desaparición en un campo de Coronel Suárez.
El jefe de La Bonaerense finalmente dejaría dicha función a fines de 2005 porque quería dedicarse a resolver el crimen de su hijo.