VIII

Agustín despertó y aún sostenía el teléfono satelital mientras Enrique trataba de sacárselo. “Dame el teléfono”, le ordenó el jefe militar y luego le arrebató el aparato. Ante esa situación, Sergio empujó a Oscar, pero Francisco intervino: “¡Cálmense todos! Escuchame Enrique, Daniel sólo quería hablar con él (por Agus) y le traje el teléfono”.
-¿Dejaste que Daniel hablara con él?
- Dijo que podía ayudar.
- Daniel ni siquiera puede ayudarse a sí mismo- intercedió el médico del barco.
- Afuera, ahora- ordenó Oscar a Agus, que seguía en silencio, aturdido, a pesar de que la alarma ya había terminado de sonar -El capitán quiere hablar con vos.
- Y yo quiero hablar con el capitán- sostuvo Sergio.
- Me voy a asegurar de decírselo. Mientras tanto, sentate.
Luego, Enrique, Omar y el médico salieron del camarote y cerraron con llave la puerta. Nuestro viajero, en tanto, miró que en su palma tenía escritas las cifras que Daniel le había dicho por teléfono y él luego contado al científico en la UBA, y buscó la linterna con la que lo habían revisado los ojos.”Necesito regresar”, indicó, mientras se iluminaba la vista.
-¿Regresar a dónde? ¿A la isla?- preguntó Sergio.
- Dijo que me podía ayudar. Me dijo lo que tenía que hacer.
- Agus, explicame qué pasa.
- ¿Agustín? ¿Vos sos Agustín?- inquirió el enfermo.
- ¿Te conozco?- dijo Agus.
- Soy Jorge Méndez. Soy el oficial de comunicaciones. Antes de que me ataran acá, todas las llamadas hacia y desde el barco pasaban por mí. Y cada tanto tenía esta luz titilando en mi consola. Una llamada entrante. Pero teníamos órdenes de nunca atenderla.
-¿Y? ¿Qué tiene que ver eso conmigo?
- Esas llamadas provenían de tu novia, Victoria Williams.
Agustín lo miró sorprendido y luego se volvió a desmayar.

VII

Agustín recuperó la conciencia dentro de la cabina telefónica, donde se halló sentado en el piso de aquel pequeño habitáculo y sosteniendo con fuerza el tubo del intercomunicador. Soltó el teléfono y miró la palma de su mano, pero las cifras que creía haber anotado allí no estaban. Entonces se paró de inmediato y se fue directo a la Facultad, en la Capital Federal.
Al llegar a la estación subterránea de la Línea “D”, se dirigió a la sede de la UBA cruzando por la plaza, donde los jóvenes estudiantes caminaban de un lado al otro, entre jardines descuidados. Nuestro viajero estaba vestido con una camisa, un pantalón de jean azul oscuro, botas, campera de cuero marrón y una bufanda gris plomo. Llegando a la entrada de la Facultad vio a Daniel hablando con uno de sus alumnos al que le reclamaba mayor “originalidad” en su trabajo. El científico tenía el pelo mucho más largo pero su barba estaba igual de tupida que cuando se habían visto en la isla.
- Disculpá, ¿vos sos Daniel?
- ¿Y vos sos?- repreguntó el científico desconfiado.
- Perdón, soy Agustín Albiol y me dijeron que te encontraría acá- respondió el visitante que hizo una breve pausa -Creo que acabo de estar en el futuro.
- ¿El futuro?- preguntó Daniel sorprendido.
- Hablé con vos en el futuro y me dijiste que viniera a la UBA a buscarte. Dijiste que me ibas a ayudar.
- ¿Y por qué no te ayudé en el futuro?
- ¿Qué decís?
- ¿Por qué te daría el dolor de cabeza de viajar en el tiempo? ¿Entendés lo que digo? Parece un poco innecesario.
Agus se quedó callado, sin saber cómo convencer al científico, que seguía diciéndole que todo aquello le resultaba falso.
- ¿Y no creés que mis colegas podrían salir con algo más creíble? ¿Qué broma es esta?- continuó Daniel y luego comenzó a caminar alejándose de Agustín y dando por terminada la charla -Paradoja temporal, tan poca imaginación.
- Fijá el dispositivo a 2,342 y hacé que oscile a 11- indicó Agus a espaldas del científico, que en ese momento se detuvo y se volvió.
- Bueno, ahora me vas a decir quién te dijo esos números.
- Vos me los dijiste.
- No, esto es ridículo.
- Yo sé sobre Estelita.
Daniel quedó pasmado y luego guió a Agustín hacia su oficina, donde había montado una especie de laboratorio encubierto, donde reinaba el desorden de papeles y tubos de ensayo.
- ¿Qué es todo esto?
- Acá es donde hago las cosas que la Facultad no aprueba- dijo el científico, al tiempo que comenzó a caminar de un lado al otro, frenético y consultaba una pequeña libreta -Esta versión mía del futuro, ha referenciado esta reunión, ¿no? Entonces te recordaría viniendo a la UBA, recordaría esto, aquí, justo ahora.
- En realidad, no.
- ¿No?
- No. Tal vez se te olvidó.
- Si, claro, ¿Cómo iba a pasar eso?- dijo un Danny irónico y luego se colocó un sobretodo extraño, ya que se parecía más a una camisa de fuerza o un delantal industrial.
- Entonces, ¿esto cambia el futuro?
- No se puede cambiar el futuro.
- ¿Para qué es eso?- preguntó Agus señalando la prenda que el científico acababa de colocarse.
- Es para la radiación.
- ¿No me vas a dar uno?
- No lo necesitás. Es para una exposición prolongada. Hago esto veinte veces al día- dijo el científico mientras activaba una serie de botones, perillas y palancas, delante de una amplia mesa en la que se apoyaba un laberinto de madera.
- ¿Y qué te ponés en la cabeza?
- Bueno…
Daniel colocó las cifras que Agustín le había dicho en un ordenador y luego fue hasta una jaula ubicada en un costado y tomó una rata blanca. “Esta es Estelita”, le indicó a su visitante y colocó al roedor dentro del laberinto. Una vez allí, puso una lámpara sobre el animal.
-¿Para qué es eso?
- Si los números que me diste son correctos, esto, lo que hará es despegar a Estelita del tiempo, igual que vos- respondió el científico, al tiempo que encendió la lámpara, de la que salió una luz blanca, poderosa.
Esa energía recayó sobre el diminuto cuerpo de la rata, que se quedó inmóvil, pero respirando aceleradamente. Luego de unos segundos, en los que Daniel y Agustín observaron detenidamente y en silencio, la lámpara se apagó. El científico se sacó la protección contra la radiación y miró a Estelita.
-¿Qué pasó?- preguntó Agus.
- Shhh, todavía no regresó.
Instantes después, la rata comenzó a moverse, en clara señal de que había recobrado la conciencia.
- Ahí está. Bueno, a ver…- dijo Daniel y luego levantó la pequeña puerta que obstruía el paso del roedor dentro del laberinto, tras lo cuál, el animal empezó a recorrer los pasillos. “Vamos, vamos. Eso es”, le decía el científico que seguía los pasos de Estelita caminando alrededor de la mesa.
“¡Funcionó!”, exclamó Daniel cuando la rata llegó rápidamente a la salida del laberinto. “Esto es increíble”, añadió.
- Disculpame, ¿pero qué tiene de increíble que una rata atraviese un laberinto?
- Lo que es increíble es que terminé el laberinto esta mañana y no iba a enseñarle cómo atravesarlo hasta dentro de una hora.
- ¿Entonces la enviaste al futuro?- preguntó Agus sin entender lo que ocurría.
- No, no, no. Fue su conciencia, su mente la que viajó- respondió Daniel y luego corrió hasta un pizarrón donde borró lo que estaba escrito.
- ¿Y esto cómo me ayuda a mi?
- ¿A vos? ¿Ayudarte? No entiendo ¿No te envié para ayudarme?
-No sé por qué me enviaste acá. Todo lo que sé de vos es que terminaste en una maldita isla.
- ¿Una isla? ¿Qué isla? ¿Por qué iría yo a una isla?- repreguntó el científico pero Agus no le respondió porque se desmayó en el mismo momento.

VI

Agustín no había terminado de escuchar la frase del médico cuando, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró parado nuevamente junto a la cabina telefónica del regimiento militar. Todavía llovía a cántaros y vio como el compañero que acababa de empujarlo se alejaba a paso acelerado. Entonces se agachó para recoger las monedas del barro, se introdujo en la cabina y marcó. El teléfono sonó varias veces hasta que atendieron.
- ¿Hola?- habló una mujer.
- ¿Vicky?
- ¿Qué querés Agustín?
- Victoria, escúchame. Estoy en un lío, creo que algo malo me está pasando. Estoy confundido, necesito verte.
- Me dejaste y luego te metiste al Ejército, y ahora me llamás y decís que necesitás verme. Claro que estás confundido. Muy confundido.
- Esta noche comienzan mis dos días libres ¿Puedo ir a verte?
- No. Y ni pienses en pasar por el departamento porque me mudé.
- ¿Dónde?
- No importa. Mira Agustín, voy a cortar. Por favor, no me vuelvas a llamar- dijo ella antes de colgar.
- ¡Vicky! ¡Vicky! ¡Te necesito!
“¡Te necesito!”, volvió a exclamar Agustín, pero esta vez estaba parado frente a Ricky, quien seguía examinándole los ojos con su pequeña linterna.
- ¿Acabás de experimentar algo?- preguntó el médico, pero no alcanzó a recibir una respuesta porque Francisco y Sergio irrumpieron en la enfermería.
- ¡¿Qué mierda hacés, Francis?! No se supone que esté acá y menos con él- recriminó el médico al piloto.
- Lo siento, Doc. Pero tengo una llamada de Daniel que necesita hablar con este tipo.- le respondió Francis agitando el teléfono satelital en su mano derecha.
- Daniel no va a hablar con mi paciente.
- ¡No es tu paciente!- intervino Sergio y tomó al médico de las solapas de su ambo, corriéndolo hacia un costado, contra una de las paredes de la pequeña habitación -Dale el teléfono a Agus- indicó luego al piloto.
Pero el médico accionó una alarma sonora de una perilla colocada en la pared y los fuertes ruidos desataron el descontrol de la situación. Agustín se tapó los oídos y Sergio comenzó a gritarle al piloto: “¡Dale el teléfono ahora!”.
- ¿Hola?- preguntó Agus al colocarse el auricular del aparato junto a su oreja.
- Agustín, soy Daniel. Nos conocimos ayer antes de que despegaras pero supongo que no te acordás, ¿no?- se escuchó al científico decir del otro lado de la línea.
- ¿Despegar? ¿Qué?
- Agustín, no tenemos mucho tiempo para hablar. Decime que año creés que es.
- ¿Cómo que año creo que es? Es 1996.
En la enfermería, Sergio, Francisco y el médico se miraron extrañados. En la isla, por su parte, Daniel hizo una pausa, alzó la vista al cielo buscando una especie de ayuda divina y luego continuó:
- Muy bien, Agustín. Tenés que decirme en donde estás.
- Estoy en una especie de enfermería.
- No, no. Decime dónde se supone que estás en 1996.
- Estoy en un regimiento miliar, en Campo de Mayo.
Al escuchar aquellos desvaríos, Javier quiso interceder pero Daniel le pidió que lo dejara pensar.
- Agustín, escuchame. Cuando pase de nuevo, necesito que te subas a un tren y vayas a la Facultad de Medicina de la UBA ¿Está bien?
- ¿Qué? ¿Por qué?
- Porque necesito que me encuentres.
Daniel hizo una pausa en la comunicación y luego fue directamente a buscar su bolso. Revisó dentro del mismo mientras se preguntaba “¿Dónde está?”. Carla, parada junto a él le consultó por lo que estaba buscando y el científico le respondió:”Mi diario”.
- Necesito mi diario o no le creeré.
-¿Por qué cree que está en 1996?- le preguntó Javier, nervioso.
- No lo sé, no lo sé. Es impredecible. Un efecto aleatorio. A veces el desplazamiento es sólo unas horas. Otras, unos años.
- Esperá, ¿esto ya pasó antes?
- Dame el teléfono, Javier. Por favor.
Javi dudó unos instantes pero le devolvió el aparato.
- Agustín, ¿seguís ahí?- continuó Daniel, mientras la puerta de la enfermería del carguero resonaba por los golpes de Enrique que quería ver al médico retenido por Sergio, quien ahora se apoyaba con toda su fuerza contra la puerta para evitar que entraran a la habitación. “¡Hablale! No puedo retenerlos por mucho tiempo”, le dijo el provinciano a su amigo.
- Si, estoy acá- le respondió al científico.
- Bien. Cuando estés en la Facultad necesito que me digas que fije el dispositivo a 2,342- indicó Daniel mientras recogía esos datos de su diario.
- ¿Qué?- repreguntó Agus aturdido por los golpes sobre el metal y la sirena que no paraba de sonar.
- ¿Entendiste? 2,342. Y debe oscilar a 11 hertz.
Agus escuchó con atención y se anotó aquellos números en la palma de su mano con una fibra negra que encontró en el escritorio del médico.
- Sólo acordate: 2,342 y 11 hertz ¿entendiste? Y una cosa más: si los números no me convencen, tenés que decirme que sabés sobre Estelita.
En ese momento Enrique y Oscar entraron en la enfermería y le sacaron el teléfono a Agustín de un tirón.

V

Sergio caminaba de un lado al otro de la cubierta principal mientras a la distancia, y de reojo, observaba como Enrique regañaba a Francisco. Luego vio que el coronel se dirigió a los camarotes y el piloto descendió de la cabina de mando del barco por las escalerillas y caminó a su encuentro.
- ¿Qué le está pasando a Agustín? ¿Tus amigos lo saben?
- Si lo saben no lo están compartiendo conmigo- respondió el piloto mientras caminaban a la par por la cubierta.
- Quizás puedan compartir conmigo por qué despegamos en medio de la oscuridad y aterrizamos en pleno día.
Francis detuvo su marcha, miró fijamente a Sergio, luego se volteó ligeramente para cerciorarse de que ningún otro tripulante los siguiera y le respondió en voz baja:
- No sé lo que le está pasando a tu amigo. Pero tenés que confiar en mí cuando te digo que estoy tratando de ayudarte.
- Si me querés ayudar, dame tu teléfono. Déjame llamar a mi gente.
- Si me das esa arma, te doy el teléfono.
Sergio lo pensó por sólo unos segundos y casi inmediatamente intercambiaron de artefactos.
- Sé rápido y no tratés de llamar a Rosario, porque sólo se comunica de punto a punto.
Sergio se alejó unos pasos de Francisco y llamó al otro teléfono. Javier atendió.
- ¿Hola?
- ¿Javi? Soy Serg. Estoy en el carguero.
- ¿Estás bien? ¿Dónde carajo estuviste?
- Algo pasó durante el viaje y ahora Agustín está enfermo.
- Esperá, esperá, esperá- le dijo Javi, y puso el teléfono en altavoz para que Daniel escuchara lo que estaba a punto de decirle.
- En el helicóptero algo le pasó a Agus. Parece que ahora no me reconoce ni sabe dónde está.
Al escucharlo, Daniel se tomó la cabeza y Javier le preguntó si se trataba de los “efectos secundarios” a los que se había referido.
- Tu amigo Agustín ¿estuvo recientemente expuesto a altos niveles de radiación o electromagnetismo?
Javi y Julieta se miraron sin entender lo que preguntaba el científico. “No sabemos por qué, pero al viajar desde y hacia la isla algunas personas resultan confundidas”, les explicó.
- ¿Es amnesia?- preguntó Julieta
- No, no es amnesia.

¡Ey, ey, ey!”, le gritó Agustín al paciente que luego de hablarle quedó como inconsciente pero con los ojos bien abiertos. “¿Estás bien? ¿Podés escucharme? Hola”, continuó y en ese momento el paciente reaccionó: “Estaba dando vuelta al mundo.” Segundos después el médico entró a la enfermería.
- ¿Ves Ricky? No estoy loco-le dijo el paciente -Le está pasando a él también. Y te va a pasar a vos. Les va a pasar a todos, una vez que vayamos de nuevo a la isla.
El médico tomó una jeringa, le colocó la aguja y la cargó con una medicina. Luego se acercó al paciente, mientras Agustín permanecía parado justo frente a él, sin entender.
- ¿Podría hacerse a un lado, por favor?- le pidió el facultativo.
Agus se corrió, al tiempo que el paciente comenzó a inquietarse.
- Ricky, no, no, no, por favor.
- Necesito que te relajes un minuto.
- ¡No, Ricky! No podés detenerlo ¡Nada puede detenerlo!- exclamó el enfermo cuando el médico lo inyectaba.
Unos instantes después de recibir la medicina, el paciente se calmó y empezó a cerrar sus ojos.
- ¿Y cómo se siente?- preguntó el médico a Agustín.
- ¡¿Qué carajo está pasando acá?!
- Entiendo que esté desorientado.
- ¡No vas a pincharme con eso!
- Está bien, no voy a pincharte con dada- dijo Ricky al advertir que Agus estaba cada vez más alterado -Sólo quiero revisarte los ojos- añadió y sacó una pequeña interna del bolsillo de su ambo.
- ¿Por qué?
- Para poder ayudarte.
Agus se calmó y caminó los pocos pasos que lo separaban del médico, que le preguntó como se llamaba. “Agustín”, respondió éste. Ricky apuntó a los ojos de su nuevo paciente y le preguntó: “Agustín, ¿por qué no me contás lo último que te acordás?”.

IV

¡No se supone que esté acá”, gritó Agustín, mientras estaba parado en el patio de las barracas, debajo de la intensa lluvia. Se encontraba de pie, con su uniforme militar, al tiempo que sus compañeros seguían recostados en el suelo embarrado haciendo los abdominales ordenados por el sargento que les llevaba la cuenta. “¿Acá? ¿Acá qué?- le preguntó el oficial que lo reprochó: “¿Qué carajo hace parado? ¿Terminó con sus ejercicios? ¿Quiere correr?”. Agustín trató de no mirarlo los ojos y, en silencio, bajo la vista. “¡Pelotón, de pie!”, ordenó el oficial. “¡Mirando al frente! ¡Diez kilómetros! ¡Vamos, vamos, vamos!, continuó. “Movete o si no te mato”, le dijo Víctor a su compañero, que arrancó la carrera.
Nuestro viajero y el resto de pelotón finalmente recorrieron los diez kilómetros. Tras lo cuál, Agus y Víctor comenzaron a cargar municiones a uno de los camiones del regimiento militar.
- ¿Qué te pasa, Agus?
- Seguro que vas a pensar que estoy loco.
- Ya sé que estás loco.
- Esta mañana, en el patio, durante los ejercicios, me fui.
- ¿Cómo que te fuiste?
- Me fui de acá y estuve en un barco, y después volví.
- ¿Qué?
- Te estoy diciendo la verdad Víctor.
- Está bien… ¿Quién más estaba en ese barco? ¿Alguien que reconocieras?
- Victoria. Victoria estaba en una foto.
Al recordar la imagen de su ex novia, Agustín abandonó sus tareas y fue corriendo hasta el teléfono público de las barracas. Allí, otro de sus compañeros terminaba de hablar, y al salir de la cabina y le tiró las monedas que contaba en su mano. “Gracias por lo de esta mañana, Albiol”, le dijo mientras se alejaba. Agus lo miró pero no le dijo nada. Tenía otras cosas en mente. Entonces se agachó a levantar las monedas…
Al reincorporarse, estaba nuevamente en el carguero. Agustín intentó pararse y trastabilló sobre los maderos gastados de la cubierta hasta caer nuevamente, aunque esta vez alcanzó a utilizar sus manos para amortiguar el golpe. “Mirá por donde caminás”, le recriminó Enrique, quien lo tomó de uno de los brazos y lo ayudó a ponerse de pie. Agus finalmente pudo ponerse de pie pero con mucho esfuerzo.
- No estoy acá… Esto no está pasando- le indicó a al militar.
- Estás acá y esto está pasando.
El nuevo tripulante del barco, recién llegado de la isla, comenzó a caminar como si estuviera alcoholizado.
- Nosotros te vamos a cuidar, tranquilizate- dijo el coronel, al tiempo que abrazaba al falso borracho y enderezaba su rumbo.
- ¿Qué estoy haciendo acá?
- Está bien.
- No debería estar acá.
- Estarás bien.
Enrique y Oscar condujeron a Agustín hasta la zona de camarotes pero el visitante no podía parar de hablar ya que quería saber dónde estaba y, sobre todo, por qué.
- ¿Quiénes son ustedes?
- Yo soy Enrique y él es Oscar. Yo soy de Buenos Aires y él es de Córdoba. Pero en cuanto en donde estamos…
- La última vez estuvimos en Mar del Plata, por lo que sabemos que todavía estamos en el Atlántico- acotó Oscar.
Los tres hombres entraron luego a la enfermería donde le pidieron a Agustín que esperara allí, tranquilo, mientras iban a buscar al doctor del barco para que le hiciera “algunas preguntas”.
- Y vamos a tratar de arreglar todo eso…- le dijo Enrique, quien regresó hacia la puerta y la entornó para abandonar la cocina.
- ¡¿Qué querés decir con ´arreglar todo esto´?!- inquirió Agustín, al tiempo que corrió hacia la puerta, pero esta ya estaba cerrada dejándolo solo en aquella pequeño habitáculo repleto de artefactos. “¡No tengo por qué estar acá, no tengo que estar acá ¡Abran esta puerta!”, gritó una y otra vez, aunque de manera inútil.
Agus golpeó el metal de la puerta pero ésta nunca se abrió. Hasta que se dio cuenta que no estaba solo allí y al darse la vuelta se encontró con un hombre acostado en una camilla. Estaba sujetado a la misma por correas y los ojos se le veían irritados, rojos. “Te está pasando a vos también. ¿No?”, le preguntó aquel desconocido con imagen de paciente muy enfermo.

III

¡Estamos a seiscientos metros de altura!”, le gritó Sergio a un descontrolado Agustín que quería salir del helicóptero que aún sobrevolaba el mar, ahora más tranquilo y bajo un cielo despejado y un sol radiante. “¡¿Qué carajo hago acá?!”, exclamó Agus. “¡¿Qué está pasando?!”, intervino el piloto, a lo que Sergio le respondió: “Algo malo le pasa a Agustín”, quien, por su parte, les volvió a preguntar cómo sabían su nombre. “Soltame, soltame!”, pidió Agus, mientras Francisco trataba de controlar a su tripulación. “Agarralo, Serg”, que llegamos en dos minutos”, indicó.
Sergio abrazó a su amigo por la espalda y lo inmovilizó, lo que le permitió a Francis seguir piloteando el helicóptero y al cabo de unos momentos finalmente aterrizar en la plataforma del barco carguero.
Apenas tocó el piso del barco, Agustín, quien seguía aferrado a la fotografía, y Sergio, que escondió rápidamente la pistola detrás de su cintura, descendieron del mismo con un salto. Al ver la aeronave, el coronel Enrique corrió junto a Oscar, su lugarteniente, hasta la puerta de la misma e increpó al piloto.
- ¡¿Por qué volvieron?! ¿Quiénes son ellos?- le preguntó el militar.
- Sobrevivientes de la isla.
- Entonces los trajiste acá ¡¿En qué estabas pensando?!
Agustín estaba cada vez más confundido y violento. “¡¿Quiénes son ustedes?! ¿Qué estoy haciendo acá?”, exclamó.
Oscar vio tan exaltado al visitante que intentó acercársele pero Sergio se lo impidió. “Mi amigo está desorientado”, le aclaró levantando las manos en señal de paz. “¡No soy tu amigo! ¡No te conozco, no te conozco!”, le gritó Agus señalando reiteradamente a su acompañante con el dedo índice. Luego caminó hacia el barandal, justo detrás del helicóptero.
- ¿Cuándo empezó a comportarse así?- preguntó Enrique a Francisco.
- Estaba bien cuando despegamos pero después nos encontramos con una tormenta, Daniel dijo que mientras me mantenga en la misma dirección…
El coronel, con una seña de sus manos, le pidió al piloto que se callara y no le diera más explicaciones, y con un leve movimiento de su cabeza le indicó a Oscar que fuera a buscar a Agustín. Pero Sergio se interpuso en el camino del lugarteniente.
- Esperá ¿cuál es tu nombre?- preguntó Enrique.
- Sergio.
- Está bien, Sergio. Vamos a llevar a tu amigo con un doctor ¿Está bien?
- Voy con él.
- Dejá que el doctor lo vea primero y después podés bajar.
Sergio lo miró desconfiado y sin responder.
- Te doy mi palabra ¿Está bien?
El provinciano guardó silencio unos segundos, buscó con la mirada la aprobación de Francisco, quien ni se inmutó. Luego se hizo a un lado y dejó pasar a Oscar hacia donde se encontraba Agustín.
- Esto es un error. No los conozco ¡no los conozco!- dijo Agus al lugarteniente del coronel.
- Te entiendo.
- No se supone que éste aquí- añadió Agustín y luego se desvaneció.