XIV

Tenés que confiar en mi”, dijo Agustín, sentado en el cuarto de radio. “Confío en vos, pero tenés que acordarte de ese número”, le respondió Sergio, quien seguía conectado el teléfono inalámbrico con las baterías de una lámpara portátil, que había encontrado de casualidad, y los cables pelados de los equipos dañados.
- 02322 430120, 02322 430120, 02322 430120. Es un número de Buenos Aires.
- Excelente- dijo el provinciano, mientras marcaba el número. -El parche está hecho, pero no sé cuánto durará la batería. Esperó que esté.
- Yo también lo espero- respondió Agus, quien luego tomó el teléfono y apoyó el auricular en su oído, al tiempo que del otro lado de la línea sonaba y sonaba, pero nadie atendía.
Mientras esperaba ansioso, nuestro viajero recordó que al marcharse del departamento de Victoria, ella lo había visto desde la ventana del primer piso que daba a la calle. Cuando él se volteó y la vio, ella cerró las cortinas. Entonces el siguió caminando despacio, triste pero con una extraña sonrisa dibujada en su rostro. Cerró su campera de cuero y atravesó aquella callecita de adoquines adornaba con antiguos faroles que alumbraba la noche que acaba de arribar.
- ¿Hola?- se escuchó decir a una mujer del otro lado de la línea.
- ¿Victoria?- preguntó Agus con los ojos bien abiertos y con los rastros de sangre aún en su nariz.
- ¿Agustín?
- Vicky, Vicky, contestaste.
- Agus, ¿dónde estás?- preguntó ella mientras caminaba de un lado al otro de su living, en el mismo departamento dónde habían hablado por última vez, ocho años antes, y ahora se veía un amplio y brillante árbol de Navidad.
- Estoy, estoy, estoy en un barco. Estuve en una isla, Vicky. Dios mío, Vicky, ¿Sos realmente vos?
- ¡Si, soy yo!- dijo ella llorando.
- Me creíste. Todavía te preocupas por mí.
- Agus, estuve buscándote los últimos tres años. Sé sobre la isla. Estuve investigando y luego cuando hablé con tu amigo Carlitos, entonces supe que estabas con vida. Ahí me di cuenta que no estaba loca.
Agustín sonrió lleno de felicidad y con lágrimas en sus ojos cansados, y luego la conexión empezó a llenarse de interferencia.
- Agus, ¿estás ahí?
- ¡Si, si, sigo acá! ¿Podés escucharme?
- Si, si, ahora te escucho mejor.
- Te amo, Vicky. Siempre te amé. Lo siento mucho. Te amo.
- Yo también te amo- dijo ella con la voz entrecortada.
- No sé dónde estoy, pero…
- Te encontraré, Agus…
- Te prometo…
- No importa qué…
- Regresaré contigo…
- No me rendiré…
- Lo prometo…
- Lo prometo…
- ¡Te amo!
- ¡Te amo!- dijeron él casi al mismo tiempo que ella, tras lo cuál, se cortó definitivamente la comunicación.
Luego, nuestro viajero se quitó el auricular del oído y Sergio, quien había permanecido toda la charla parado a su lado, le dijo: “Lo siento, la fuente de poder se murió. Es todo lo que teníamos”. Agustín entonces se volteó y se acercó hasta su amigo y le estrechó la mano.
- Gracias, Serg. Fue suficiente.
- ¿Ahora estás bien?
- Si. Estoy perfecto.

AA
Marzo 2010

XIII

Agustín se despertó en el suelo del baño, mientras caía agua de la desbordada pileta ya que la canilla seguía abierta. Algunas gotas cayeron sobre su frente; entonces se paró, cerró la canilla y secó su rostro. Luego recogió del suelo la tarjeta que le había dado el señor Williams y salió a buscar a Victoria, quien vivía en un departamento en el primer piso de un barrio tranquilo de la periferia de Pilar.
Cuando llegó, golpeó a la puerta repetidamente hasta que ella abrió. - - ¿Agustín?- preguntó la mujer sorprendida, parada en el umbral. - ¿Qué hacés acá?
- Intenté llamarte pero tu número está fuera de servicio. Y tampoco figura en la guía- explicó él, agitado por verla.
- Si, porque me mudé.
Nuestro se quedó callado, pensativo, buscando las palabras justas para que su ex novia le creyera lo que estaba por decir.
- No sé si captaste la señal, Agustín, pero intento terminar contigo. Así que si no te importa… -dijo Vicky, al tiempo que quiso cerrar la puerta pero él no la dejó.
- Esperá, esperá, esperá, por favor. Lo único que necesito es que me des tu nuevo número de teléfono ¿Está bien?
-¿Y por qué te lo daría?
- Porque me equivoqué. No tendría que haberte dejado, nunca. Y ahora lo sé y me arrepiento. Te pido perdón.
- No lo hagas.
- Te entiendo y sé que es muy tarde para cambiar las cosas. Pero necesito decirte algo, que me escuches, y sé que sonará ridículo. Vicky, por favor - dijo nuestro desesperado y mirándola a los ojos. - Necesito que me escuches.
Victoria vio la urgencia de la que Agustín estaba preso y lo dejó pasar. “Decime lo que tenés que decirme y después te vas”, le pidió ella, que se quedó parada en el living, mientras él cerró la puerta y permaneció junto a la misma.
- Esto no tiene mucho sentido para vos porque tampoco lo tiene para mi, pero dentro de ocho años voy a necesitar llamarte y no podré hacerlo si no tengo tu número.
-¿Qué?
- Escuchame Vicky, sólo dame tu número- dijo él, cada vez más irritado. - Sé que arruiné las cosas, que pensás que todo terminó entre nosotros, pero no es así. Si hay una parte de vos que todavía cree en nosotros, dame tu número.
- ¿Y qué me garantiza que no me vas a llamar esta noche o mañana?
- No te voy a llamar durante ocho años, hasta el 24 de diciembre de 2004. Nochebuena. Lo prometo.
Los ojos de Victoria comenzaron a ponerse vidriosos, al igual que los de Agustín, quien le volvió a pedir “por favor” que le diera su número de teléfono.
- Si te doy el número, ¿te vas?
- Si.
- 02322 430120.
- 02322 430120, 02322 430120, 02322… - repitió Agus con sus ojos cerrados y frunciendo el ceño, tratando de memorizar esos números.
- ¿No vas a escribirlo?
- No me serviría de nada. Tenés que conservar ese número. No podés cambiarlo por ocho años.
- ¡Andate!- gritó ella mientras empujaba a su ex novio hacia la puerta.
- Acordate: el 24 de diciembre de 2004. Escuchame Vicky, si todavía te intereso, tenés que contestar- dijo nuestro viajero que terminó de hacer ese pedido cuando ya estaba parado en la vereda y ella del otro lado de la puerta cerrada. -¡No estoy loco, Vicky! ¡Tenés que creerme!- exclamó él, al tiempo que golpeaba la puerta.

XII

Nuestro viajero llegó a tomarse del barandal de la cama donde había estado acostado Jorge, quien vio lo contrariado que estaba y le dijo: “Lo sé, cada vez se hace más difícil. Todo empieza a ser más rápido”. Luego, Sergio les indicó que era el momento adecuado para salir de la enfermería, así que los tres hombres se dirigieron al cuarto de radio.
-¿Cómo te pasó a vos?- preguntó Agustín a Jorge, al tiempo que recorrían sigilosamente los pasillos del carguero.
- Estábamos anclados aquí, esperando nuestras órdenes, aburridos. Bruno, un tripulante, y yo nos llevamos un bote. Sólo queríamos ver la isla. Pero Bruno empezó a actuar como loco, así que tuvimos que volver.
- ¿Dónde está él?
- En una bolsa para cadáveres- respondió Jorge, quien en ese momento abrió la puerta del cuarto de radio y le indicó a Sergio donde estaban los equipos para reparar.
- ¿Quién hizo esto?- preguntó el provinciano mientras observaba la maraña de cables que salían de los equipos.
- No sé, cuando el capitán se entere… - dijo el enfermo pero no pudo terminar la frase ya que se desmayó.
Agus lo revisó y advirtió que Jorge estaba inconsciente. “Cuando terminés tu llamada, alguien va a tener que decirme está pasando”, expresó un desconcertado Sergio.
- ¿Podés arreglarlo, hermano?
- Necesito un minuto- respondió Serg, quien luego tomó un teléfono inalámbrico que había en el cuarto- ¿Tenés el número al que llamar?
- No.
- Será mejor que te acuerdes lo antes posible.
Jorge empezó a tener convulsiones y cayó al suelo, pero Agustín alcanzó a atajarlo antes de que se golpeara. Pero el enfermo seguía inconciente. Nuestro viajero vio entonces un almanaque colgado de una de las paredes del cuarto. “Es 2004”, dijo sorprendido.
-No sabía que casi era Navidad- explicó Sergio, quien advirtió que Agus tenía sangre en la nariz, por lo que le indicó a su amigo que se limpiara.
“¡No! No puedo volver”, exclamó Jorge en ese momento, al tiempo que se retorcía en el suelo. Segundos después de esa frase y nuevas convulsiones, el enfermo murió en los brazos de Agus.
-¿Qué le pasó?- preguntó Sergio.
- Lo mismo que me va a pasar a mi.

XI

Agustín despertó sentado en el piso, contra la pared, en un descanso de las escaleras a la salida de la oficina de Daniel. Se paró con más esfuerzo que antes y abandonó la UBA rápidamente. Luego, se dirigió a una subasta de arte en una coqueta galería de Pilar. Llegó en momentos en que se escuchaban ofertas por una antigua bitácora de un legendario capitán de mar y guerra de origen británico.
Nuestro viajero vio a Roberto Williams sentado en una de las primeras filas y quiso acercarse, pero un hombre de seguridad, no quedó claro si era guardaespaldas o trabajaba para la subasta, se lo impidió. “Necesito hablar con ese señor”, le pidió Agus, pero el custodio le dijo que lo sentía pero que no podía dejarlo pasar.
Instantes después, se cerró la subasta de aquella bitácora que fue vendida a Williams por 380 mil dólares. Seguidamente, tras escuchar el martillazo final y recibir las felicitaciones formales, el comprador se paró y se dirigió a la salida, donde se encontró con Agustín.
- Señor Williams.
-¿Agustín?
- ¿Podemos hablar, señor?
- Acompañame- dijo Williams y luego ambos hombres salieron de la habitación donde se desarrollaba la subasta y se dirigieron al baño del edificio.
- Querías hablar, hablemos- dijo el coleccionista de arte mientras orinaba parado.
- Necesito ponerme en contacto con Victoria. No sé como encontrarla y su número no corresponde aun abonado en servicio.
- Hubo un tiempo en el que si le hubieras propuesto matrimonio ella hubiera aceptado. Afortunadamente, tu cobardía ganó- indicó Williams, mientras se lavaba las manos - Supongo que te arrepentiste y ahora queres que ella te de una segunda oportunidad.
- ¿Por qué me odia tanto?
- No soy yo quien te odia- dijo el empresario y luego sacó una tarjeta personal de cartón y con una pluma escribió en ella -Esta es su dirección. Dejaré que ella te lo diga- continuó y le entregó la tarjeta a Agustín.
Luego, Williams abandonó el baño y nuestro viajero se quedó leyendo la tarjeta. Vio que el padre de su ex novia había dejado el agua corriendo, por lo que se acercó hasta el lavamanos para cerrar la canilla pero antes de hacerlo volvió al futuro.

X

Cuando pudo sostenerse y volver a hacer pie, Agustín estaba nuevamente en el carguero, junto a Sergio, quien lo ayudó a pararse derecho.
- ¿Estás bien?- preguntó el provinciano, mientras que nuestro viajero recién llegado permaneció unos instantes mirándose a un espejo donde se reflejaba una imagen muy distinta a la que él tenía 1996.
- Ahora te ves mucho más viejo, ¿no?- inquirió Jorge desde la cama, donde seguía atado a la misma - Bienvenido, Agustín.
- Necesito llamar a Victoria.
- Me parece que en este momento llamar a tu novia no es nuestra prioridad- respondió Sergio.
- Escuchame hermano, no te conozco, pero vos parece que sí, entonces si somos amigos, necesito que me ayudés. Necesito llamar a Victoria ahora.
- Ustedes se están adelantando demasiado. Hace dos días, alguien saboteó todo el equipo- intervino Jorge -Perdimos toda comunicación con tierra firme. Probablemente, podría haberlo arreglado, pero entonces… me volví loco.
- ¿Dónde está el cuarto de radio?
- Es una cubierta arriba. Los llevaré hasta ahí- propuso el paciente, por lo que Sergio y Agustín lo desataron.
-¿Pero cómo salimos de acá?
-Por la puerta- respondió Jorge a Sergio, quien se volteó hacia el ingreso y vio que estaba abierto -Parecen que ustedes tiene a un amigo en este barco.
El provinciano se dirigió hasta la puerta y miró hacia el pasillo para asegurarse que nadie estaba por allí, mientras que Agustín ayudó a Jorge a ponerse de pie y también le alcanzó un pañuelo de papel para que se limpiar la sangre que le emanaba de la nariz. “Está despejado. Vamos”, les indicó Serg. Pero nuestro viajero volvió a quedarse catatónico.

IX

Nuestro viajero volvió a despertarse bruscamente. Esta vez estaba tirado en un sillón de cuero marrón dentro de la oficina de Daniel, en la UBA, mientras el científico seguía escribiendo frenéticamente en su pizarrón.
- ¿Qué pasó?- preguntó Agustín.
- Te desvaneciste durante 75 minutos- respondió Danny.
-¿Desvanecí?
- Si, si, si. Te volviste catatónico en el medio de una frase. Tuve que cargarte hasta el sillón ¿Supongo que volviste al futuro?
- Si.
- ¿Por cuánto tiempo?
- No lo sé ¿Cinco minutos?
Agus se quedó sentado en el sillón, algo aturdido y tomándose el rostro con las manos. Mientras que Daniel cargaba papeles de un lado al otro de la oficina.
- ¿Por qué me está pasando esto?
- En tu caso, creo que la progresión es exponencial. Cada vez que tu conciencia salta, te es más difícil regresar. Tendría cuidado al cruzar la calle si estaría en tu lugar.
Nuestro viajero hizo un gesto de negación con ligeros movimientos laterales de su cabeza y así alcanzó a ver la jaula donde estaba la rata blanca, inmóvil.
- ¿Qué le pasó?
- Murió.
- Si, lo puedo ver. Pero ¿cómo?
- Aneurisma cerebral, supongo. Más tarde le haré la autopsia.
- ¿Eso me pasará a mi?
- Los efectos parecen variar de caso en caso, pero….
- ¡Contestame!- ordenó Agus mientras de un salto tomó a Danny de las solapas de su ambo blanco y lo empujó contra el pizarrón - Si esto me sigue pasando ¿voy a morir?
- No lo sé- respondió un sereno pero tembloroso Daniel, tras lo cuál Agustín lo soltó y caminó unos pasos hacia atrás -Creo que el cerebro de Estelita entró en corto circuito. En los saltos entre el presente y el futuro, no pudo diferenciar uno del otro. No tenía algo para sujetarse.
-¿Qué querés decir con sujetarse?
- Algo familiar en ambos tiempos. Todo esto ¿Ves?-dijo el científico señalando el pizarrón- Son variables. Son el azar. Caóticas. Cada ecuación necesita estabilidad, algo conocido. Se llama constante. Vos no tenés una constante. Cuando vas al futuro, nada allí es familiar. Así que si querés detener esto, cuando estés ahí tenés que encontrar algo que realmente te importe y que también exista aquí, en 1996.
Agus quedó callado, pensativo, tratando de entender.
- Esta constante, ¿puede ser una persona?
- Si, puede ser. Pero tenés que hacer algún tipo de contacto ¿No dijiste que estabas en un barco en el medio de la nada?
Nuestro viajero no le respondió enseguida y en vez tomó el teléfono y comenzó a marcar un número.
- ¿A quién llamás?
- Estoy llamando a mi maldita constante.
“El número que ha marcado está actualmente desconectado”, se escuchó decir a la operadora telefónica, tras lo cuál, Agus salió corriendo de la oficina pero apenas bajó unos escalones trastabilló y se cayó.