El “Caquito” no podía quedarse en su casa, sin hacer nada, mientras su ídolo peleaba por su vida y los vecinos del barrio se solidarizaban con el resto de los 32 mineros que también habían quedado atrapados tras el derrumbe. Así que le dijo a su padre que no se quedaba a cenar y que iba a ir a buscar a su amigo del “Deportes” para ir juntos hasta el yacimiento y ver de cerca lo sucedido. Y, de ser posible, ayudar en lo que fuere.
La madre del chico se opuso débilmente, por lo que Franklin abandonó su casa, sin importar el cansancio que pesaba sobre sus piernas y la mirada de su papá, que mezclaba desacuerdo y complicidad casi en porciones iguales.
Nuestro héroe corrió hasta la casa de su amigo, donde la madre de éste le dijo que ya se había ido a la parada de colectivos, porque la línea había dispuesto un micro gratis para ir hasta la mina. Así que corrió lo más rápido que pudo hasta la terminal donde casi se tuvo que colgar de la puerta para poder abordar el transporte, que ya había arrancado.
El destartalado colectivo recorrió los 30 kilómetros entre caminos de tierra que subían y bajaban, rodeados por grandes piedras que apenas se veían por la espesa nube de polvo que se levantaba con el paso de la gran cantidad de vehículos que se dirigían hacia el mismo destino. Había autos importados, último modelo, por lo que Franklin sospechó que se trataba de un hecho grave y que había mucha gente importante interesada.
Al llegar a la mina, la oscuridad de la noche dominaba la escena, en la que actuaban cientos de personas entre rescatistas, bomberos, policías, médicos, funcionarios de distintas áreas de Gobierno, etc. También estaban los primeros periodistas, de los medios locales, que entrevistaban a la intendenta de la región. “El derrumbe se generó en un sector en que hay un refugio que cuenta con los elementos básicos y necesarios para que la gente pueda estar durante un tiempo”, sostuvo la mandataria regional.
“No podemos hablar de víctimas todavía, la información que tenemos es que están atrapados, pero no tenemos ninguna información concreta del estado en que se encuentran. Esperamos que estén bien porque debieran estar en el refugio”, agregó la intendenta, al tiempo que Franklin y su amigo permanecían parados detrás de los reporteros, tratando de escuchar para tratara de entender semejante despliegue.
Mientras tanto, del otro lado del cordón de seguridad, lejos de los curiosos, los organismos técnicos, en especial, los de Minería, ya se encontraban efectuando las tareas para rescatar a los 33 mineros que permanecían a unos 7 kilómetros de la superficie, entre ellos, “El Caqui”.
La rampa principal a la mina estaba totalmente obstruida, por lo que los rescatistas habían ingresado por los ductos de ventilación sanos para reparar los dañados y tratar de lograr algún contacto con el refugio. Los expertos ya consideraban que el trabajo iba a ser largo y duro, por lo que habían dispuesto un equipo de psicólogos para asistir y contener a los familiares de las víctimas que no paraban de llegar al lugar, mucho de ellos, conocidos de Franklin.
"Ahí escuché a uno de Minería que decía que el refugio es de unos cincuenta metros cuadrados y tiene comida, agua, ropa para más de 35 personas durante dos o tres días, como mínimo. Así que van a estar bien. Quédese tranquila”, le dijo el joven a una señora que vivía a unas cuadras de su casa y todos los días atendía con suma tranquilidad su ferretería pero que ahora estaba completamente angustiada porque su marido estaba atrapado, vaya a saber por cuánto tiempo, ya que los expertos comenzaban a hablar de un rescate que iba a ser largo y difícil.
La madre del chico se opuso débilmente, por lo que Franklin abandonó su casa, sin importar el cansancio que pesaba sobre sus piernas y la mirada de su papá, que mezclaba desacuerdo y complicidad casi en porciones iguales.
Nuestro héroe corrió hasta la casa de su amigo, donde la madre de éste le dijo que ya se había ido a la parada de colectivos, porque la línea había dispuesto un micro gratis para ir hasta la mina. Así que corrió lo más rápido que pudo hasta la terminal donde casi se tuvo que colgar de la puerta para poder abordar el transporte, que ya había arrancado.
El destartalado colectivo recorrió los 30 kilómetros entre caminos de tierra que subían y bajaban, rodeados por grandes piedras que apenas se veían por la espesa nube de polvo que se levantaba con el paso de la gran cantidad de vehículos que se dirigían hacia el mismo destino. Había autos importados, último modelo, por lo que Franklin sospechó que se trataba de un hecho grave y que había mucha gente importante interesada.
Al llegar a la mina, la oscuridad de la noche dominaba la escena, en la que actuaban cientos de personas entre rescatistas, bomberos, policías, médicos, funcionarios de distintas áreas de Gobierno, etc. También estaban los primeros periodistas, de los medios locales, que entrevistaban a la intendenta de la región. “El derrumbe se generó en un sector en que hay un refugio que cuenta con los elementos básicos y necesarios para que la gente pueda estar durante un tiempo”, sostuvo la mandataria regional.
“No podemos hablar de víctimas todavía, la información que tenemos es que están atrapados, pero no tenemos ninguna información concreta del estado en que se encuentran. Esperamos que estén bien porque debieran estar en el refugio”, agregó la intendenta, al tiempo que Franklin y su amigo permanecían parados detrás de los reporteros, tratando de escuchar para tratara de entender semejante despliegue.
Mientras tanto, del otro lado del cordón de seguridad, lejos de los curiosos, los organismos técnicos, en especial, los de Minería, ya se encontraban efectuando las tareas para rescatar a los 33 mineros que permanecían a unos 7 kilómetros de la superficie, entre ellos, “El Caqui”.
La rampa principal a la mina estaba totalmente obstruida, por lo que los rescatistas habían ingresado por los ductos de ventilación sanos para reparar los dañados y tratar de lograr algún contacto con el refugio. Los expertos ya consideraban que el trabajo iba a ser largo y duro, por lo que habían dispuesto un equipo de psicólogos para asistir y contener a los familiares de las víctimas que no paraban de llegar al lugar, mucho de ellos, conocidos de Franklin.
"Ahí escuché a uno de Minería que decía que el refugio es de unos cincuenta metros cuadrados y tiene comida, agua, ropa para más de 35 personas durante dos o tres días, como mínimo. Así que van a estar bien. Quédese tranquila”, le dijo el joven a una señora que vivía a unas cuadras de su casa y todos los días atendía con suma tranquilidad su ferretería pero que ahora estaba completamente angustiada porque su marido estaba atrapado, vaya a saber por cuánto tiempo, ya que los expertos comenzaban a hablar de un rescate que iba a ser largo y difícil.
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