La Masacre de Trelew IX

 A mediados de 2005, casi 33 años después de cometida la “Masacre de Trelew”, se reabrió la causa por los asesinatos en la Justicia Federal de Chubut y luego, al avanzar la investigación, se libraron las órdenes de captura para los imputados. Así, el 9 de febrero de 2008, el capitán de navío Hugo Paccagnini, jefe de la Base Almirante Zar en 1972, fue detenido en un departamento situado en la calle Arce, en la ciudad de Buenos Aires. Y ese mismo día, personal de la policía chubutense apresó al capitán de corbeta Emilio Del Leal en su casa de la localidad bonaerense de Vicente López.

 El 19 de febrero, el ex cabo Carlos Amadeo Marandino llegó al aeropuerto internacional de Ezeiza procedente de los Estados Unidos y quedó detenido. Mientras que cinco días más tarde, el contralmirante Horacio Mayorga, ex responsable de todas las bases patagónicas, fue apresado y al día siguiente fue trasladado a Trelew y quedó alojado en la comisaría 1ra. de esa ciudad.

 En tanto, el 22 de agosto, personal de la Brigada Antinarcóticos de la policía chubutense llegó hasta una inmobiliaria situada en Pueyrredón al 1300 de la ciudad de Buenos Aires ya que contaba con el dato de que dicho comercio había sido intermediario de la venta de un departamento que el capitán retirado Luis Emilio Sosa tenía en la calle Austria. Al llegar, los efectivos policiales constataron que la esposa de Sosa trabajaba allí y a los pocos minutos el ex marino se presentó en la inmobiliaria y quedó detenido.

 Sosa fue alojado en la seccional 4ta. de Trelew, mientras que Del Leal y Paccagnini quedaron presos en la alcaidía de la ciudad, y Marandino en una comisaría de Playa Unión.

 Por su parte, el capitán de navío retirado Jorge Enrique Bautista no fue detenido ya que padecía graves problemas cardíacos y recién pudo estar a disposición de la Justicia cinco meses después.



Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew VIII

Camps contó que en las noches siguientes no les dieron las mantas y colchonetas hasta después de los interrogatorios. “Ya a esta altura, dentro de las mismas celdas nos sometían a un trato muy duro, típicamente militar: cuerpo a tierra, sostener el cuerpo con los dedos apoyados sobre la pared, órdenes militares de echarse a tierra y levantarse, etcétera.

(…) “La noche del 22 de agosto se advirtió, con la natural sorpresa nuestra, un cambio bastante notorio. Por un lado, los cabos –ya a esa altura no se advertía la presencia de simples soldados y todos los que actuaban en nuestra custodia eran oficiales y suboficiales de marina- se mostraron más `blandos` y hasta amables, incluso entablaron diálogos con alguno de nosotros; y, por la otra, nos llamó la atención que nos entregaran las colchonetas y mantas bastante temprano”.

(...) “Nos interrogaron esa noche y alrededor de las 3.30 de esa madrugada nos despertaron dando patadas sobre la puerta de las celdas y haciendo sonar violentamente pitos por el mismo ventanuco.

“Además, por primera vez, abrieron todas las celdas. Antes siempre lo hicieron celda por celda. Nos ordenaron salir y colocarnos de espaldas a las puertas de las celdas. Nos dieron la orden de bajar la vista y poner el mentón sobre el pecho. Yo estaba con Delfino en la mencionada celda N° 10 y ambos acatamos la orden”, recordó Camps y precisó que todo ese procedimiento se llevó a cabo en “uno o dos minutos”.

Y continuó: “Sentí entonces, casi de inmediato, dos ráfagas de ametralladora. Pensé en fracción de segundos que se trataba de un simulacro con balas de fogueo. Vi caer a Polti, que estaba de pie sobre la celda N° 9, a mi lado; y de modo casi instintivo me lancé dentro de mi propia celda. Otro tanto hizo Delfino. De boca ambos en el suelo, Delfino a mi derecha, permanecimos en esa posición, en silencio, entre tres y cuatro minutos. Nuestro único diálogo fue el siguiente: Delfino dijo `qué hacemos` y yo contesté algo así como `no nos movamos`.

“Durante ese breve lapso escuché una o dos ráfagas de ametralladora al comienzo, luego varios tiros aislados de distintas armas, gemidos, ayes de dolor y respiraciones agotadas o sofocadas. Luego se introdujo en la celda, pistola en mano, el oficial de marina Bravo. Nos hizo poner de pie con las manos en la nuca.

“Dirigiéndose a mi me requirió en tono muy duro –parecía muy agitado- si iba o no a declarar. Respondí negativamente y sin nuevo diálogo me disparó un tiro en el estómago con su pistola calibre .45. Nos apuntó y disparó desde la cintura. Acto continuo le disparó a Delfino. La distancia no alcanzaba al metro o metro y medio. Estábamos en la mitad de la celda y Bravo traspuesto la puerta y se encontraba dentro.

“Yo caí sobre el lado izquierdo mirando hacia la puerta; y Delfino a mi derecha. Sus pies quedaron a la altura de mi abdomen y me oprimían. No sentí que Delfino se moviera. Con mucho esfuerzo corrí unos centímetros sus pies. Quedamos allí entre diez y treinta minutos. No puedo precisar con exactitud el tiempo. No perdí totalmente el conocimiento. Entraron algunas personas. Les oí decir que yo estaba herido. Adopté el temperamento de no moverme ni quejarme.

“Al cabo de ese lapso que no puedo precisar con exactitud, llegaron los enfermeros navales. (…) Nos colocaron sobre camillas y me transportaron esquivando cuerpos caídos en el pasillo, pasando sobre ellos. Me depositaron en una ambulancia. Era aún de noche.

“Me llevaron a una sala médica. No me sometieron a ninguna curación. Apenas me limpiaron la herida y creo que me dieron un calmante. Presumo que así fue porque me dormí. Allí pude ver a María Antonia Berger, Alfredo Kohon, Carlos Astudillo y Haidar.

“Luego, en avión, ya de día –ignoro la hora- me trasladaron a Puerto Belgrano. Allí fue operado. También allí me entrevistó el juez naval ante quien declaré sobre estos hechos y ante quien firmé mi declaración”, concluyó Camps.



Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew VII

Alberto Camps coincidió en que el juez Godoy y el abogado Amaya acompañaron a todo los detenidos que se habían rendido en el aeropuerto hasta “el pasillo interior del cuerpo del edificio donde se encuentran las celdas” en las que fueron alojados en la base Zar y precisó que él compartió “el calabozo N° 10 con Kohon, Delfino y Mena”.

“Entre la noche del martes 15 y la madrugada del miércoles 16 nos revisan individualmente dos personas de civil, que más tarde identificamos como médicos navales. (…) La revisación es prolija. Previamente nos desnudan de manera total. Existe preocupación por constatar si tengo lesiones, especialmente magulladuras, lastimaduras o heridas. No advierten lesión alguna”. (…)

“A las cinco de esa madrugada nos entregan colchonetas y dos mantas por persona, nos encierran en las celdas con cerrojo y candado, y nos dejan dormir hasta aproximadamente el mediodía del miércoles 16.

“Esa noche aparece el oficial de marina Bravo, de treinta años aproximadamente, rubio, bigotes, quien luego está casi permanentemente con nosotros, actúa desde el comienzo con rudeza y nos somete a un rígido trato militar.

“Esa misma noche fui víctima de un castigo que me impuso el capitán Sosa. Yo conversaba con mis compañeros en la celda. Sosa me prohibió hacerlo y me impuso silencio. Me ordenó entonces ponerme de pie y dispuso, impartiendo a un suboficial la orden correspondiente, que pasara toda la noche de plantón. Invocó el honor del Ejército y la Marina y nuestro sometimiento a las autoridades militares. Más tarde, mientras yo cumplía dicho plantón, dejó sin efecto la sanción. Esa noche dormimos sin ser molestados de manera especial.

“La custodia, a la vez que impresionante, era en cierto modo ridícula. (…) En el pasillo, entre dos líneas de celdas estaban apostados soldados y suboficiales con armas sin seguro, en número tal que para caminar era menester abrirse camino entre soldados y oficiales.

“Para sacarnos de las celdas se usó al comienzo un procedimiento muy singular. (…) se desalojaba el pasillo, se abría la celda y se nos hacía caminar en dirección al hall encajonados de frente por varios hombres uniformados con las armas sin seguro y apuntando. Luego, al llegar a la puerta de salida de ese hall, nos daban la voz de alto y desde allí nos conducían al baño encajonados desde atrás a muy corta distancia, (…). Un soldado ingresaba con cada uno de nosotros al baño y permanecía allí, encañonándonos.”

Según Camps, de esa manera transcurrió desde el miércoles hasta la noche del jueves 18 de agosto. “Desde entonces, regularmente, nos entregaban las colchonetas y mantas a las diez de la noche y las retiraban alrededor de las cuatro, hora en que nos conducían individualmente para someternos a interrogatorios en el ala contigua del mismo edificio, en una habitación donde éramos interrogados por oficiales de la Marina y del Ejército y por personas de civil, funcionarios policiales de organismos nacionales de seguridad”, indicó.

“Todos sin excepción –yo desde luego- nos negamos a responder a las diversas preguntas que nos formulaban, negativa que provocaba las consiguientes amenazas, agravios e insultos cada vez más agresivos y apremiantes”.


Fuentes: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.